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Un aluvión de periodistas aguardaba impaciente la salida de Alejandro Paz de los estudios de televisión. Había sido entrevistado en un programa matutino de máxima audiencia, supuestamente para hablar de su libro El auténtico crecimiento personal sin conflictos emocionales. Sin embargo, aunque el libro reposaba sobre una mesa camilla frente a la presentadora, ella ni se lo había mirado, y todas las preguntas que le estaba haciendo tenían que ver con el asesinato de Dana Green. Durante el transcurso del programa, que se emitía en directo, se filtró la noticia de la muerte de Ramón Aparicio. La presentadora recibió la información mientras intentaba tirarle de la lengua al argentino, que para su disgusto estaba contestando con monosílabos al auténtico interrogatorio policial, convirtiendo la entrevista en un fiasco.
Después de relamerse de gusto ante el momento de gloria que se le avecinaba, anunció que tras unos breves minutos de publicidad iba a dar una noticia bomba relacionada con la Editorial Universo. Tras el corte publicitario, la presentadora, que no le había dicho ni mu a Alejandro Paz para así captar mejor su rostro descompuesto, fingió un estado de conmoción nerviosa —producida, en realidad, por el treinta y cinco por ciento de share que soñaba con obtener o incluso el minuto de oro, ya que en aquella semana no había Copa ni Liga ni Champions—, rompió a llorar y anunció el asesinato de Ramón Aparicio.
Alejandro Paz se encontró de frente con una cámara en primer plano que lo enfocó sin piedad y que pudo captar con todo lujo de detalles el horror en su rostro. El argentino abrió la boca, intentó articular alguna palabra, y se desplomó en el suelo, lloriqueando y lanzando gritos inarticulados. Un médico —desfibrilador en mano— surgió de entre el público dispuesto a salvar al escritor de una muerte segura. Felizmente, no fue necesario. En cuanto Alejandro Paz vio el desfibrilador, se levantó de un salto y se negó a ser atendido por el médico. Durante aquel tiempo fue incapaz de articular palabra alguna, y eso que la presentadora le acercó varias veces el micrófono a la boca, intentando recoger sus primeras impresiones. Como el argentino no daba ningún juego, a pesar del acoso al que estaba siendo sometido, dio paso a la reportera que se había trasladado al lugar de los hechos, mostrando el cordón policial y una parafernalia de coches patrulla y luces destellantes.
Cuando Alejandro Paz recobró la serenidad salió del plató sin responder a ninguna de las preguntas con que la intrépida presentadora de televisión y sus colaboradores lo estaban atosigando. Negó con la cabeza una y otra vez, y ni siquiera contestó cuando le preguntaron si él tenía algo que ver con aquellos asesinatos, y en qué le beneficiaba la muerte de Ramón Aparicio. Con los periodistas que lo esperaban a la entrada de los estudios de televisión fue igualmente parco en palabras; pidió perdón a todos, aseguró que estaba destrozado por la muerte del editor, y rogó comprensión a los periodistas. Estos, impacientes, le exigieron titulares. Alejandro Paz detuvo un taxi y se subió casi a la carrera, sin hacer ninguna declaración. Los reporteros, frustrados, lo vieron partir, sin haber obtenido el ansiado titular.
Unos minutos más tarde, y antes de llegar a su domicilio, Alejandro Paz llamó a Lucrecia Vázquez. Imaginaba que ella no contestaría al teléfono, como así fue. Le dejó un mensaje en el buzón de voz.
—Lo siento, princesa. Yo sé que sos inocente, pero hoy no puedo hacer nada por vos. Pase lo que pase, que sepás que se sabrá la verdad, toda la verdad.