Capítulo 42
MADRID,
21 de marzo de 1940
Felipe entreabrió su ojo derecho, apenas
podía levantar el párpado y cuando lo conseguía su visión era tan
borrosa que era incapaz de distinguir nada.
La cabeza le dolía como si le hubieran
asestado un garrotazo, tardó apenas cinco segundos en comprobar que
el cuerpo tenía esa misma sensación.
Estaba cansado, demasiado.
Consiguió abrir el otro ojo, su visión se
tornó algo más clara al hacerlo. Los recuerdos de dónde estaba y
cómo había acabado ahí comenzaron a asaltarle. Giró su cuello hacia
la izquierda, Manuel estaba sentado a su lado, con el cuello
inclinado hacia abajo, parecía dormido.
¿Qué había pasado?
Su nivel de alarma creció de forma
desmesurada cuando intentó moverse, no podía, estaba atado por
completo a su asiento, trató en vano de liberarse, estaba bien
sujeto.
Con el susto en el cuerpo giró su cabeza en
una y otra dirección, comprobó cómo su amigo también estaba atado a
la silla, no había ni rastro de Federico.
—¡Manuel! —vociferó al lado del oído de su
amigo— ¡Despierta!
Pero Manuel no se movía.
¿Está muerto?,
pensó.
Dejó de moverse para fijarse directamente en
el pecho de su amigo, necesitaba corroborar si vivía o por el
contrario se había marchado al otro barrio.
Quedó aliviado al comprobar que su tórax se
movía arriba y abajo, respiraba.
Más tranquilo volvió a intentar liberarse de
sus ataduras, pero los nudos estaban realizados a conciencia y no
habría forma de poder librarse de ellos. Sus manos estaban
perfectamente colocadas para evitar cualquier movimiento, no podría
quitarse eso nunca.
—¡Federico! —volvió a gritar—, ¡sal de donde
estés!
Es evidente que ese
hijo de la gran puta nos la ha jugado. Pensó.
Lo que no podía entender era por qué, no
tenían nada que robarles, sus bolsillos estaban vacíos, no llevaban
ni una sola peseta encima.
Entonces..., ¿qué estaba pasando?
Lo único claro es que no iba a obtener una
respuesta inmediata, es más, no la obtendría hasta la mañana
siguiente.