Capítulo 29
SEVILLA,
14 de marzo de 1940 —6 días antes de la partida de la «rebelión»
hacia la capital andaluza—.
—¡Guapa, tráenos otra ronda de lo mismo!
—vociferó intentando disimular el evidente acento mientras reía y
notaba que el alcohol había hecho acto de presencia en su
dicción.
La preciosa fulana asintió resignada,
sonrisa fingida incluida en su tez. Dirigió sus pasos hacia la
barra en la cual estaban las botellas y agarró la primera que
encontró de ginebra barata. Aquellos hombres no tenían un gusto
refinado, pero eso apenas le importaba. Su único propósito era
subir su nivel del alcohol en sangre fuera como fuese para después
acompañarlo hasta una de las habitaciones. Una vez allí le sacaría
todo el dinero posible.
En eso era toda una experta.
Giuliana Sluga había llegado a Sevilla hacía
dos años procedente de Italia. Lo había hecho como enfermera del
cuerpo expedicionario de Mussolini, pero la ciudad le había
prendado y decidió afincarse en ella. En una sociedad a la deriva
no le quedó más remedio que hacerlo ejerciendo el oficio más
antiguo del planeta.
Después de un tiempo en prostíbulos de mala
muerte, había conseguido hacerse hueco entre las pupilas del
reputado local conocido como La Cangrejera, sito en la plaza de la
Mata, más en concreto en el número nueve.
La Cangrejera se había convertido en uno de
los más afamados locales de placer de la capital y ella estaba
encantada de pertenecer al elenco de señoritas que repartían
alegría a un módico precio. Había unas cuantas que no cesaban en su
queja acerca de que odiaban estar ahí y que no les quedaba más
remedio que hacerlo pues tenían una familia que mantener. En cambio
ella estaba encantada.
Uno de los más asiduos visitantes del
negocio eran los miembros de la legión. Camisa de color verde
desabrochada remangada hasta medio bíceps y luciendo la mayor
cantidad de vello pectoral posible, los legionarios pasaban allí
noches completas gastando todo su sueldo en bebida y en conseguir
placeres por parte de las señoritas.
Aquellos cuatro a los que servía a la espera
a que uno —o más— se decidiera a requerir de sus servicios sexuales
también pertenecían al cuerpo.
Parecían ser italianos pues entre ellos
hablaban en la lengua de Petrarca, pero había algo que
desconcertaba a Giuliana. Su acento parecía ser demasiado forzado y
más que tener una conversación entre ellos, chapurreaban frases
hechas y al parecer previamente preparadas.
Algo no encajaba.
Además, los legionarios no se caracterizaban
por ser gente cauta, pero estos parecía que tenían la intención de
ser escuchados. No estaban tan borrachos como para armar tanto
escándalo, todo parecía demasiado fingido.
Decidió no prestar una excesiva atención a
los cuatro mientras estuvieran sentados, si conseguía que uno
sucumbiera ante sus encantos y aceptara acompañarla a una de las
habitaciones, quizá consiguiera averiguar si sus sospechas eran
reales o infundadas.
Decidió poner en juego todas sus armas de
seducción.
Se acercó a la mesa donde los cuatro reían y
vociferaban como auténticos animales y dejó la botella del líquido
alcohólico en el centro. Con pasos sutiles comenzó a andar para
colocarse justo detrás del que parecía tener la cara de más
simpleza entre los cuatro, puso sus manos sobre sus hombros, cerca
de su cuello.
Notó el creciente nerviosismo que su víctima
comenzaba a mostrar ante la cercana presencia de la mujer.
Estiró su brazo derecho al mismo tiempo que
su cuerpo se inclinaba hacia adelante para agarrar la botella que
acababa de dejar haciendo que su generoso busto descansara sobre la
cepa del hombre, que había dejado de reír y que tragaba saliva de
una forma algo entrecortada. Lentamente se incorporó de nuevo hasta
la posición que tenia hacía tan solo unos pocos segundos y abrió el
tapón de la botella con su boca.
Los cuatro la miraban con deseo, pero ella
ya había escogido a su presa.
Repitió de nuevo el gesto de inclinarse para
servir una copa al nervioso legionario, que no aguantó más al
sentir de nuevo los senos de la italiana en su nuca y se levantó de
golpe para agarrar del brazo a la susodicha, que lo miraba con ojos
pícaros. Esta sin dudarlo un instante se abalanzó sobre él y lo
besó en su maloliente boca, ya no le daba asco esas cosas, había
conseguido inmunizarse con el paso del tiempo. Este respondió a ese
beso agarrándola fuertemente del trasero, ella le indicó con la
mirada si quería que subieran arriba para continuar con aquello,
previo pago, por supuesto.
La respuesta de este fue el comienzo de unos
pasos desesperados hacia la escalera que daba acceso a la planta
superior.
Tras una desquiciada carrera por los
escalones llegaron a la planta. Ella abrió una de las puertas e
instó al hombre a pasar al interior, él no la hizo esperar y entró
sin dudarlo un instante.
Giuliana cerró la puerta y mediante la llave
se aseguró de que nadie les molestara.
Empujó al hombre hacia la cama y comenzó a
quitarse la sugerente ropa que portaba, revelando un cuerpo
perfecto a ojos de casi todos los hombres que habían tenido la
suerte de poder catarla. El legionario no dudó en despojarse
también de sus ropajes para mostrar un cuerpo peludo y
repugnante.
Ella se tiró encima del hombre de una manera
salvaje. Era el momento de corroborar sus sospechas, sabía
cómo.
—Si parla
italiano? —comenzó a probarlo hablando el idioma que había
mamado desde pequeña.
—Naturalmente
—respondió este intentando disimular el nerviosismo que le había
producido la naturalidad con la que hablaba italiano la puta.
Giuliana sonrió pues había notado ese
nerviosismo y decidió apostar todo a una sola carta.
—Volevo solo farvi
sepere che io vi farò tocare il cielo con le ditta. Dopo questo non
si desidera essere con un’altra donna. Anch'io vorrei che lei
sapesse che che sto prendendo i capelli e che mi danno
disgustata —pronunció tan rápido como pudo y con un acento
bien cerrado, intentando evitar la sonrisa.
El legionario no supo muy bien qué cara
poner, no había entendido la mitad de las palabras por lo que no
sabía qué había querido decir la mujer, pero como era una puta
seguro que sería algo sucio. Esperando que su reacción fuera la
correcta se limitó a asentir y a sonreír como un imbécil.
A Giuliana no le hizo falta nada más, sabía
que ese hombre no era italiano, ni siquiera hablaba el idioma.
Había sonreído como un ignorante cuando ella le había dicho que le
estaba tomando el pelo y que en realidad le daba asco. No
comprendía qué había llevado a esos cuatro legionarios a fingir
eso, pero en los tiempos que corrían no debía ser nada bueno.
Decidió cumplir con el menester que en esos
momentos le ocupaba, daría placer a ese hombre para que no
sospechara lo más mínimo, al día siguiente hablaría con su amigo,
él sabría qué hacer.
Una planta más abajo, Romero tomaba un sorbo
de su asquerosa copa, no quitaba ojo de la mesa de los ahora tres
legionarios.
No tenía ni idea de que dos mesas a su
derecha unos ojos no pestañeaban mientras lo observaban.