Capítulo 18
MADRID,
18 de marzo de 1940
Juan y Manu, acabada la reunión, decidieron
volver directamente a casa. El joven García no quería preocupar en
exceso a su madre y desde luego la mejor forma de conseguirlo era
estando a reposo. Total ya no tenían nada que hacer durante el día,
sólo esperar a que llegara la mañana siguiente para ver con qué los
sorprendía la bella Carmen.
Juan apenas había hablado durante todo el
camino, Manu intuía por qué. Hasta que no llegaran a la habitación
y disfrutara por partes iguales de comodidad y tranquilidad, no le
pensaba preguntar.
La calle tenía oídos, mejor no tentar al
destino otra vez.
Ahora, en sus aposentos y con su cuerpo
totalmente recostado en la cama, había llegado el momento de
hacerlo.
—Te ha calado hondo, ¿eh? —dijo este con una
sonrisa picarona.
—¿Qué? —contestó el rafaleño sin saber a qué
se refería.
—No te hagas el tonto conmigo, sabes muy
bien de lo que te hablo. Carmen.
Juan respiró profundo antes de contestar, no
quería soltar ningún disparate por su boca dirigido a su amigo,
quería medir las palabras.
—No digas estupideces —contestó al fin—, por
favor, me parece guapa, pero nada más. Sabes que no puedo
permitirme esos lujos de pensar en estupideces de amor y esas
cosas.
—No he dicho tal cosa —dijo sonriendo con
más fuerza—, pero eso solo confirma mi teoría. He dicho que te ha
calado, no que te guste. Una persona te puede calar de muchas
maneras, no solo con sentimientos de amor. A mí me caló un discurso
de Azaña, y te puedo asegurar que no me gustaría tener nada con ese
viejo. Ese nerviosismo en tu respuesta solo demuestra que sí lo ha
hecho, quizá de la forma que menos quieres.
—Cállate, anda —contestó malhumorado dándose
la vuelta sobre el colchón y mostrando su espalda a Manu—. Creo que
ayer te dieron en la cabeza más fuerte de lo que piensas, deberían
revisarte otra vez.
Manu comenzó a reír, la reacción de su amigo
tan solo reafirmaba sus pensamientos, esperaba que se olvidara de
tonterías y se dejara llevar. No podía vivir toda la vida en el
pasado aunque no quería decirle nada sobre ese asunto, ante todo
respetaba los sentimientos de su amigo, para él eso era lo
primordial.
En el fondo comprendía que su corazón
permaneciese cerrado a cal y canto, pero pensaba que ya era hora de
ir abriéndolo. Las heridas que lo habían hecho duro como una piedra
deberían ir cicatrizando y al mismo tiempo ablandándolo. Sabía que
simplemente era cuestión de dejar fluir las cosas para que Juan se
diera cuenta de que con el tiempo todo desaparece.
Con el tiempo.
Los siguientes cinco minutos los pasaron sin
decir una sola palabra, cada uno acostado en su respectiva cama,
mirando hacia el techo de la habitación. Los pensamientos de Juan
se golpeaban entre ellos, una intensa lucha por ver quién ganaba a
quién y eso sólo conseguía que el oleaje generado en su mente fuera
cada vez más intenso.
Pensó que si seguía así acabaría loco.
En momentos que el mismo consideraba de
debilidad, sopesaba la posibilidad de que la joven realmente
estuviera calando hondo en él, como decía Manu. Casi de forma
automática la fortaleza venía de nuevo a su mente, tirando a la
basura cualquier pensamiento que considerara hiriente hacia los
recuerdos que tan presentes estaban en su ser.
El cansancio de no haber dormido ni un solo
minuto hizo mella en él, la noche en vela comenzó a pasarle factura
y un simple cerrar de ojos sirvió para que Morfeo hiciera de las
suyas.
Carmen llegó a su destino, extrajo la llave
propia que tenía de ese domicilio de su pequeño bolso petit point Art Decó, un precioso bolsito con
boquilla de Ónix que su prima Cloti le había regalado las navidades
pasadas. Respiró profundo antes de introducirla en el cerrojo e
hizo lo propio. Abrió la puerta. Pasó al interior de la
vivienda.
Con un creciente nerviosismo ante lo difícil
de la misión a la que estaba a punto de enfrentarse, quizá la más
difícil de su vida, dejó el bolso encima del precioso mueble de
madera que daba la bienvenida nada más entrar en el hogar. Sabía el
punto exacto al que debía dirigirse.
Siempre estaba allí.
Había estado cientos de veces en aquel
lugar, por no decir miles y nunca había sentido semejante tensión
al acceder a aquella estancia. Al contrario, solía relajarla casi
siempre, menos en aquella ocasión que notaba como las piernas le
llegaban incluso flaquear.
Sacudió su cabeza en varias ocasiones,
necesitaba despejar toda duda de su mente.
Necesitaba decisión.
Anduvo en dirección a su objetivo, su mente
permanecía fría, intentando que se mantuviera analítica, no había
lugar para los titubeos, lo necesitaba más que nunca.
Cuando llegó al ansiado punto lo vio, donde
siempre, como un mueble más. Nada había cambiado en los últimos
tiempos, aunque sinceramente esperaba que pudiera al fin
hacerlo.
Sería una tarea ardua, desde luego, pero no
por ello iba a dejar de intentarlo.
Sólo él cumplía los requisitos de una forma
tan exacta como lo habían requerido en aquel cochambroso
almacén.
Aunque quizá él no se acordara.
Tomó aire una vez más, la suerte estaba
echada.
—Buenos días, tío.
Manu observaba sin pestañear a su amigo
dormir, era evidente que había perdido la batalla contra el
cansancio. Sabía que este no le había quitado ojo en toda la noche,
por eso él pudo dormir a pesar del nerviosismo y el dolor
producidos por la paliza que había recibido y sobre todo por la
pérdida de Rafael, que aunque no lo manifestara, no había dejado de
pensar en él ni un solo segundo.
La insistente mirada de Juan durante toda la
noche había causado en él una sensación de paz difícil de encontrar
debido a la situación que había vivido.
Algo aparentemente imposible en aquellas
circunstancias.
No le extrañaba que esa bella joven se
hubiera encaprichado de su amigo Juan. Desde el mismo día que lo
conoció, el mismo se hizo la promesa de no permitirse sentir nada
por él, quería evitar un sufrimiento innecesario para los dos. Por
supuesto le había parecido guapo, guapísimo es más, y una de las
personas más interesantes que había conocido nunca. Inteligente,
valiente, decidido, bueno... tenía todo lo que hubiera podido
desear en cualquier persona, pero era evidente que hubiera sido un
enamoramiento imposible, un sufrir de forma gratuita del que había
elegido no ser partícipe.
Mejor retirarse antes de crear una situación
incómoda entre ambos.
Desde luego, si Carmen conseguía llegar
hasta el fondo de su duro y maltratado corazón, sería la persona
más afortunada del mundo, pues se llevaría consigo a la mejor
persona que había conocido a lo largo de toda su vida.
Ojalá lo consiguiera.
Realmente lo deseaba con todas sus
fuerzas.
Volvió a mirar a su amigo. Dormía
plácidamente. Esperó que su subconsciente no le impidiera pensar en
lo que realmente deseaba, que estaba seguro que era Carmen.
No se giró ni la saludó, sin perder la
costumbre.
Seguía con su obsesiva mirada a través de la
ventana, en silencio, sin decir ni una sola palabra como una
persona sumida en la locura, como un loco que había perdido la
cordura en el propio portal de su casa. Si es que alguna vez
disfrutó de esa cordura.
Ya ni siquiera podía saber eso.
También era cierto que sintió un gran alivio
al comprobar que todo estaba en correcto orden dentro del gran caos
que ahora mismo era su vida, que su sobrina volvía a estar ahí,
junto a él, como siempre.
Odiaba admitirlo pero la necesitaba para no
sumirse en la totalidad de un mundo lleno de oscuridad. Ella hacía
que una mínima parte de su ser se sintiera vivo, que todavía un
pequeño atisbo de lucha por ver un nuevo amanecer se asomara dentro
de él.
Un fino hilo que parecía que podía romperse
de un momento a otro.
El estado en el que se encontraba sumido su
tío no provocó en ella sorpresa alguna. Estaba ensimismado, como
siempre, pero ahora necesitaba arrancarlo de sopetón de ahí y
traerlo de vuelta a la realidad. Lo necesitaba, lo necesitaba más
que nunca.
Estaba segura que él era ese líder que
necesitaban para llevar a cabo su empresa, con él todo saldría a
pedir de boca, ahora tocaba lo más complicado:
Traerlo de nuevo de vuelta hacia la
luz.
—Buenos días, tío —repitió con voz
titubeante.
Como era de esperar, este no giró su cuello
para saludar a su sobrina. Ella no lo consideraba una grosería, tan
solo se trataba de un rasgo de su nueva personalidad.
Se acercó un poco más a él.
—Necesito toda tu atención para lo que te
voy a contar, te conozco y sé que te mostrarás indiferente, pero al
mismo tiempo sé que en tu interior no dejarás de pensar en cada una
de las palabras que voy a pronunciar.
Anselmo enarcó una ceja levemente, aunque
seguía sin mirarla.
—Verás, he conocido a un grupo de gente que,
cómo te diría... es un tanto peculiar. Apenas les conozco pero han
sido capaces de despertar en mí un sentimiento que jamás creí
sentir, el sentimiento de la injusticia, de la impotencia, de la
rabia. En apenas un par de días he conseguido ver que a pesar de
tenerlo todo, realmente mi vida está vacía, que no tengo nada de
nada. Siento como si por más que grite nadie me escucha, una
sensación de ahogo constante que me impide ser yo misma. Yo no soy
la que ves, tío, en mi interior hay otra persona dispuesta a salir
y gracias a esta gente que te comento va a atreverse a asomarse al
mundo exterior.
Carmen hizo una pausa para comprobar si su
tío la escuchaba o estaba absorto en su cabeza, como era habitual.
A pesar de ni mirarla, parecía que escuchaba con atención, o al
menos eso deseaba pensar.
—Esa gente no se parece a nada de lo que hay
actualmente en mi mundo —prosiguió hablando—, podría definirlos
como gente más bien sencilla, trabajadores incansables, con escasos
medios para subsistir, gente que ni siquiera sabe si podrá comer
cuando comienza un nuevo día. Estoy cansada, tío, estoy cansada que
esta situación sea la habitual, no me parece bien que unos tengamos
tanto y otros no tengan nada, esto tiene que cambiar y tiene que
cambiar ya. Tampoco me parece bien las barbaridades cometidas por
la «justicia» de este país. Franco se toma la ley por su cuenta y
actúa sin miramientos en la integridad de las personas. El país se
encuentra sumido en un caos que ese señor ha provocado y lo peor es
que esto no acabará aquí, irá a más, sus medidas autoritarias
provocarán más hambre, más represión y más horror. Seguiremos
viviendo sumidos en el miedo. Creo sinceramente que ya está bien,
que ya hemos llegado a un punto en el que o se hace algo o las
consecuencias serán inimaginables. Tío...
Hizo una pausa antes de pronunciar las
palabras mágicas, las palabras que sabía que revolucionarían al
hermano de su padre. Comprobó esperanzada como este movía su ojo en
dirección de esta, disponía de toda su atención.
—Vamos a matar a ese hijo de puta —el tono
de su voz era tajante y decidido.
Sorprendida comprobó cómo las manos de su
tío se agarraban fuertemente a los reposabrazos de la silla de
ruedas. Aunque su rostro no mostraba expresión alguna, era evidente
que las palabras habían impactado sobremanera en su familiar.
La cosa marchaba.
—Así es, vamos a acabar con su miserable
vida. Bueno, cuando digo vamos digo más bien van, yo no creo que
apriete nunca el gatillo de una pistola. Menos mal, pero aportaré
lo que pueda para facilitar el camino a los que sí lo van a hacer.
Se ha formado algo parecido a una resistencia, aparte de nosotros
vendrá una gente de fuera, París creo, que nos apoyará y nos
ayudará en ese cometido, incluso vendrá un famoso anarquista
catalán. Todos parecen gente preparada y concienciada por lo que
confío plenamente en que se cumpla de una forma correcta todo.
Ahora sí, han llegado a la conclusión de que necesitan un líder,
una persona capaz de llevarlos a un éxito rotundo, con capacidad de
mando, con carisma, con inteligencia... algo así como la antítesis
de Franco. Ese eres tú, tío, no me cabe duda. Nada más escuchar lo
que necesitaban viniste a mis pensamientos, no conozco persona más
idónea que tú para esta labor.
Carmen aguardó unos segundos más para
verificar si decía algo o no respecto al asunto.
No ocurrió así.
—¿No piensas decir nada? —expresó algo
molesta— ¿Ni con una afirmación de tal calibre vas a
reaccionar?
Esperó unos instantes más a ver si al menos
su tío pestañeaba.
Nada.
—¡Me parece increíble tu actitud egoísta!
—dijo hecha una furia gritando sin contemplación— Precisamente por
gente como tú, que ha perdido mucho tras esta cruenta guerra vamos
a luchar, ¡voy a luchar! Si no ponemos remedio mucha más gente
acabará como tú. Lo peor de todo es que ni siquiera puedes tener
queja pues no te falta de nada, piensa si estuvieras en la misma
situación pero sin tener nada que llevarte a la boca. ¡Así está
casi todo el país! ¿Acaso piensas que es justo? Claro, al tenerlo
todo no puedes comprenderlo. Pero no pasa nada, tío, seguiremos
viniendo a compadecernos del pobre paralítico que tiene un futuro
asegurado mientras otras personas son castigadas en plena calle,
humilladas por pensar diferente, vejadas hasta límites
insospechables —hizo una pausa, su respiración corría a una
velocidad inimaginable, intentó normalizarla—. Eso por no hablar de
las personas que día a día mueren en un paredón, cuando su único
crimen ha sido defender la libertad, sin ni siquiera haber empuñado
un arma, ¿te parece justo todo esto? Parece que sí porque no mueves
un músculo de tu cara. Pero lo dicho, no te preocupes. A ti no te
faltará nada.
Carmen vio como seguía impasible, parecía
pensativo pero era algo que no podía corroborar al estar totalmente
quieto. No podía más, dio media vuelta y se encaminó hacia la
puerta.
—¿Sabes lo peor, tío? —hizo una pausa que
otorgó más dramatismo a la situación— Lo peor de todo es que te
creía hecho de otra pasta, sabes que comprendo tu situación,
perdiste todo lo que te importaba por una bala mal alojada en tu
cuerpo pero pensé que de verdad eras de otra manera. Antes de que
pasara esto te tenía como un héroe, cuando te pasó te ensalcé mucho
más, llegué incluso a pensar que eras la persona más increíble del
mundo entero. Recuerdo cuando al principio de la guerra, antes de
que te pasara esto, en secreto me contabas que lo más importante
para un hombre era su capacidad de poder decidir su futuro. No
tenemos futuro, tío, no mientras ese señor esté con las garras
clavadas en el poder. Me duele haberte creído, pero más me duele
ver que nada te importa, ni siquiera yo.
Dicho esto no pudo evitar comenzar a llorar,
para que no la viera Anselmo decidió salir de golpe de la casa. Se
paró en seco justo antes de abandonar el inmueble. No se
giró.
—Me has decepcionado.
Huyó dando un enorme portazo.