Capítulo 41

 

SEVILLA, 21 de marzo de 1940

 

 

 

Habían estado todo el día dando vueltas sin éxito alguno, Carmen no había aparecido por ningún lugar.
¿No sería todo aquello una maniobra de distracción para poder ir a otra ciudad sin levantar sospecha?
Agustín borró enseguida esa idea de su cabeza.
¿Qué sentido tendría entonces que hubiera escrito eso? Hubiera sido mejor no escribir nada, en la vida se les hubiera ocurrido buscar en Sevilla de no haberlo puesto esas palabras en el papel.
La joven se encontraba allí, de eso estaba seguro, habría que peinar mucho mejor la ciudad para poder encontrarla. Una corazonada le dijo que si no lo hacía en los próximos días, quizá mañana, no la volvería a ver y sería la primera vez que alguien derrotaba en algo a don Agustín Mínguez de Guzmán.
No sería esa niña.
Mañana haría lo posible por hallarla, ahora tenía que terminar de cenar en aquel lujoso restaurante sevillano junto a sus secuaces e ir a descansar a su hotel.

 

 

 

Faltaban apenas dos minutos para la hora acordada, el grupo de jóvenes ya estaba llegando a la calle San Diego, guiados por Rocío. Anselmo no había especificado un número en concreto, pero los tres estarían esperándolos cerca de su objetivo final, por lo que el encuentro sería fácil.
De hecho lo fue.
Como habían previsto, Antonio, Paco y Anselmo los esperaban con rostros serios. Cuando todos se juntaron de nuevo, comenzaron a andar en dirección al almacén del que les había hablado Romero Chico.
Al llegar a la puerta miraron alrededor, la calle estaba desierta, todo el mundo estaba disfrutando de las procesiones. Anselmo extrajo la llave de su bolsillo y la introdujo en la cerradura, esta cedió y pudieron abrir la puerta.
El lugar era asombrosamente parecido al viejo almacén en el que se reunían, en el que se llevó a cabo los preparativos de esa misión. La única diferencia residía en que la mesa central era de una sola pieza y no con dos tablones, como tenían ellos.
De repente se sintieron como si estuvieran en casa, como si continuaran en Madrid antes de tomar la importante decisión de dejarlo todo y embarcarse en la mayor locura jamás imaginada.
Ninguno de los jóvenes supo nunca que en realidad, por idea de Anselmo, Paco y Antonio habían ido al lugar por la tarde para prepararlo adrede así, la sensación de familiaridad era esencial para que ganaran confianza.
El paralítico indicó con su mirada a los allí presentes para que tomaran asiento encima de las cajas que habían preparadas para tal efecto.
Todos lo hicieron a excepción de Paco y Antonio, que se dirigieron hacia la parte trasera para agarrar dos cajas de madera y colocarlas encima de la mesa.
—¿Qué es eso? —Quiso saber María.
—No seas impaciente, todo a su debido tiempo —respondió Antonio.
Anselmo los miró a todos, tomó aire y comenzó a hablar.
—Ha llegado el momento, mañana mismo actuaremos, durante la procesión del Santo Entierro.
Juan pensó en lo irónico de sus palabras, ojalá aquello acabara siendo el santo entierro del caudillo.
—No ha sido nada fácil definir nuestra línea de actuación, la plaza no ofrece demasiadas posibilidades teniendo en cuenta la seguridad que se desplegará en su alrededor.
Introdujo un dedo dentro de un tubo metálico de su silla y extrajo lo que parecía ser un papel enrollado. Lo desenrolló y del mismo salieron dos papeles.
Dispuso el primero en la mesa, parecía ser un mapa de la plaza dibujado con su propia mano, lo sorprendente del mismo era el lujo de detalles que contenía, era imposible que nadie lo hubiera hecho con el rato que habían pasado en la plaza por la mañana.
—Aquí —señaló con su dedo índice—, se plantará el palco en el que Franco, junto a su mujer y su hija Carmencita, además del resto de autoridades y cómo no, su guardia personal, presidirán la procesión. Es imposible que logremos acceder hasta él para asestarle una puñalada en el corazón, que sinceramente es lo que más me gustaría de poder ser, por lo que tendremos que actuar con esto —señalo con su mano las dos cajas—. Antonio, por favor.
Este obedeció y quitó la tapa de madera que ocultaba el interior de las mismas, dentro de una de ellas aparecieron varias metralletas, de color negro. Dentro de la otra aparecieron granadas.
El corazón de los allí presentes casi dio un vuelco al ver ese arsenal delante de sus ojos, una cosa era hablar de lo que tendrían que hacer y otra muy diferente el poder verlo con sus propios ojos.
—Aquí tenemos lo que usaremos mañana, son granadas de fabricación francesa. Los fusiles son MP-38, es irónico que vayamos a usarlos pues son de fabricación alemana. No estaría nada mal acabar con Franco con algo que fabrica su amigo Hitler.
Todos emitieron una sonrisa nerviosa.
—Disparan a ráfagas y tienen un alcance más que suficiente para el plan que he diseñado —prosiguió—, nos dividiremos en dos grupos; unos llevarán fusil; los otros, granadas. El grupo de granadas se desplegará: aquí, aquí, aquí y aquí —señaló con su dedo los cuatro puntos, relativamente cercanos al palco y que formaban un semicírculo frente a él.
Paró unos instantes para mirar las caras de los allí presentes, parecía que no había dudas. Desplegó el otro papel, para de nuevo sorpresa de todos, era un dibujo que mostraba las fachadas de los edificios que estaban frente a lo que sería el palco. La cantidad de detalles mostrados en el dibujo hacía que pareciera que lo estuvieran mirando en vivo.
—El grupo de fusiles se apostará en estos edificios, en las ventanas que he marcado en concreto, desde ellas abriréis fuego cuando escuchéis la señal.
—¿Qué señal? —quiso saber Javier.
—Las explosiones de las granadas —respondió Anselmo—. El grupo de las granadas tirará dos aquí y dos aquí —dijo señalando hacia los laterales del palco. Cuando hagan explosión aparecerá el grupo de los fusiles y acribillará al caudillo, y si os podéis cargar a algún cargo de los que van con él, perfecto, eso sí, intentad no dar ni a Carmen ni a Carmencita, ellas son simples marionetas dentro de la vida de Franco.
—¿Y por qué las granadas a los laterales?, ¿por qué no directamente al palco? —preguntó Rocío.
—Buena pregunta, el propósito de las granadas es de crear desconcierto, según tengo entendido estas en concreto no son demasiado potentes, desde luego podrían matar a Franco pero el intento podría frustrar el plan. Pensad que las granadas no hacen explosión hasta pasados unos segundos desde que las soltáis de la mano, para llegar hasta la posición elevada del caudillo, tendría que ir por el aire, os puedo asegurar a que daría tiempo a uno de sus incondicionales a saltar encima de ella para que nada le ocurra a Franco. Si por el contrario conseguimos que no se enteren de su lanzamiento al arrojarlas al lateral por el suelo, cuando exploten crearán confusión y bajarán la guardia, permitiendo que los francotiradores acribillen a ese hijo de la gran puta. Si uno de los apostados en los balcones se asoma antes de que las granadas exploten tened por seguro que recibiréis un balazo por los propios francotiradores que tendrá escondidos Franco velando por su seguridad.
Rocío quedó sorprendida —y no fue la única— por la convincente explicación que Anselmo le acababa de dar, todo aquello tenía una lógica aplastante, pero si este no lo hubiera llegado a explicar, no hubiera sido capaz de verla.
—Más cosas —añadió Anselmo—, a partir de las cinco va a ser imposible acceder a la plaza con los fusiles, habrá guardia civil por todas partes. Necesitamos estar mucho antes en nuestros puntos, sé que será algo desesperante, pero si estamos aquí es porque queremos, así que no hay excusas. Las casas que he señalado están habitadas, me he asegurado. Los fusileros tendréis que ingeniároslas para acabar ocupando ese balcón, sea como sea, solo os pido por favor que si podéis, evitad en medida de lo posible el uso de la fuerza para haceros con la posición. Aquí tenemos cuerdas y lo necesario por si hubiera que maniatar a alguien. Llevaréis lo que necesitéis.
Juan imaginó la situación de él mismo asaltando una casa para llevar a cabo un asesinato. Si hace un mes le hubieran dicho eso...
—¿Quién formará los grupos? —preguntó Manuel, que hasta ahora no se había pronunciado.
—Es verdad, mucho hablar... —sonrió— El grupo de fusileros estará formado por Paco, Juan, Manu, Javier, Pedro y tú. Las granadas las portarán Antonio, Carmen, María y Rocío. Sobra decir que yo no puedo hacer mucho, por lo que estaré en la parte baja, observándolo todo y esperando que todo salga bien. No puedo hacer más.
Juan lo miró con ojos tiernos, debía de ser duro quedarse atrás mientras el resto se lo iba a jugar todo.
—Tú ya has hecho bastante, nos has trazado un plan perfecto, todo va a salir estupendo —dijo Antonio a la vez que ponía la mano en el hombro de Anselmo.
El tío de Carmen agradeció con la mirada las palabras del hombre, al mirar al frente observó como todos asentían, estaban de acuerdo con lo dicho. Eso lo hizo sentirse mejor que en los últimos años y comprendió que todo aquello, saliera como saliese, había merecido la pena.
Volvía a estar tan vivo como cuando andaba con sus propios pies.
7 dí­as de marzo
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