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El coronel Duval condujo personalmente la investigación referente a aquel osado grupo de «glorias del pasado» que había cometido la locura de cruzar el río de madrugada jugándose temerariamente la vida y exhibiendo una espectacular y absurda representación artística. La verdad era que, de no ser por la ecuanimidad de algunos de sus oficiales de guardia, aquel hecho podría fácilmente haber iniciado un enfrentamiento de graves consecuencias entre las dos orillas del río, ya que hubiera ocasionado complicados cambios, peligrosos y de imprevistas consecuencias, en los planes del general Leclerc, que en aquellos días estaba preparando la invasión definitiva de Alemania.
Apoyado por su equipo y contando con la presencia de dos oficiales profesionales de la Policía Militar, un médico geriatra y varios traductores especialistas en el idioma alemán y en otros, habló extensamente con todos ellos. Por tratarse de un hecho tan tremendamente absurdo e inusitado les dedicó cuarenta y ocho horas de su precioso tiempo, horas que debería haber consagrado a otros imperativos pero que, obsesionado o más bien subyugado por la especial fuerza que emanaba de las palabras y los hechos de aquellos ancianos, tuvo a bien dedicarles.
Los últimos dos días habían resultado fascinantes. Durante éstos había tenido la oportunidad de conocer la especial mentalidad de aquellos profesionales del espectáculo que habían superado la barrera del éxito y que, llegados a la liberación de complejos que ofrece la tercera edad, habían sido capaces de acometer las más peligrosas pruebas que cerebro humano pudiera jamás imaginar. Había mantenido conversaciones con algunos de ellos que, de no tratarse de personas influidas y dotadas de las más curiosas manifestaciones artísticas, hubieran sido catalogados por él como auténticos orates seniles. Por ejemplo, estaban aquellos magos griegos exactamente idénticos que, en un alarde de conocimiento de la mente humana por un lado y con un valor rayano en lo inconcebible por el otro, para su información y como una demostración del dominio de su profesión, sin llegar a rozarle en ningún momento, sólo con la palabra, habían sido capaces de desvestir al comandante Rancy, su jefe de traductores, dejándole en paños menores, y de hacerle componer posturas ridículas. Y todo eso sin que éste percibiera en ningún momento lo que le estaba sucediendo. ¿Un don que nada tenía que ver con lo racionalmente humano? ¿Una trampa psicológica de la mente humana? ¡Una genial locura! O aquella eminente actriz de rostro desfigurado que se atrevió a simular un incontrolable ataque de epilepsia justo en el preciso momento en que el médico geriatra la examinaba. Pobre doctor, ¡cómo se tragó el simulacro! Tanto era así que, auscultándola una vez ya repuesta, no dejaba de insistir en su inequívoco diagnóstico recomendándole visitar con carácter de urgencia un centro especializado en la materia. ¡Qué excelente representación! ¡Qué sorprendente retorno a la normalidad! ¡Qué derroche de naturalidad! ¿Y qué decir del danés imitador de voces y sonidos que, con aquel increíble dominio de la falsificación, había logrado llevar al coronel a mantener una conversación consigo mismo, lo que le ocurría por primera vez en su vida? ¿Cómo hizo para crear un ambiente propicio a la carcajada sin dejarle en ningún momento en ridículo y sin faltarle al respeto? ¡Un auténtico misterio digno de un estudio más profundo! Como también lo era el comportamiento de aquella excelsa cantante lírica que respondió a los interrogadores con frases musicales sacadas de famosas óperas. ¡Cuánto talento puesto al servicio del espectáculo! ¿Cómo pudo ajustar las frases que en su momento creó algún autor histórico para darles sentido a las respuestas? ¡Más que sorprendente, increíble! ¿Y la voz? ¡Qué matices! ¡Qué don de los dioses contar con tan privilegiada garganta para emitir sonidos tan preciosos!
Por más que lo analizaba, el coronel no salía de su asombro. Tanto fue así que decidió liberar a aquellos geniales ancianos y darles todo tipo de facilidades para que continuasen su camino hacia España. Lo único que retrasó un par de horas la liberación fue la rápida investigación que hicieron sus expertos con respecto a Juan Carlos y que resolvió favorablemente la presencia en Estrasburgo del propietario de teatros y famoso productor y empresario francés Armand Rousseau.