Capítulo XCIV. Cómo fue la batalla que dieron los capitanes mejicanos a Juan de Escalante, y cómo le mataron a él e al caballo y a seis soldados y a muchos amigos indios totonaques que también allí murieron

Y es desta manera. Que ya me habrán oído decir, en el capítulo que dello habla, que cuando estábamos en un pueblo que se dice Quiahuiztlán, que se juntaron muchos pueblos, sus confederados, que eran amigos de los de Cempoal, y por consejo y convocación de nuestro capitán, que les atrajo a ello, quitó que no diesen tributo a Montezuma, y se le rebelaron, y fueron más de treinta pueblos en ello; y esto fue cuando le prendimos sus recaudadores, según otras veces dicho tengo en el capítulo que dello habla. Y cuando partimos de Cempoal para venir a Méjico, quedó en la Villa Rica por capitán y alguacil mayor de la Nueva España un Juan de Escalante, que era persona de mucho ser e amigo de Cortés, y le mandó que en todo lo que aquellos pueblos nuestros amigos hobiesen menester les favoresciese. Y paresce ser que como el gran Montezuma tenía muchas guarniciones y capitanías de gente de guerra en todas las provincias, que siempre estaban junto a la raya dellos, porque una tenía en lo de Soconusco por guarda de lo de Guatimala y Chiapa, y otra tenía en lo de Guazaqualco, y otra capitanía en lo de Mechuacán, y otra a la raya de Pánuco, entre Tuzapán y un pueblo que le pusimos por nombre Almería, que en la costa del Norte.

Y como aquella guarnición que tenía cerca de Tuzapán pareció ser demandaron tributos de indios e indias y bastimento para sus gentes a ciertos pueblos que estaban allí cerca o confinaban con ellos, que eran amigos de Cempoal y servían al Juan de Escalante y a los vecinos que quedaron en la Villa Rica y entendían en hacer la fortaleza, y como les demandaban los mejicanos el tributo y servicio, dijeron que no se lo querían dar, porque Malinche les mandó que no lo diesen y quel gran Montezuma lo ha tenido por bien. Y los capitanes mejicanos respondieron que si no lo daban que los vernían a destruir sus pueblos y llevallos cativos, y que su señor Montezuma se lo había mandado de poco tiempo acá. Y desque aquellas amenazas vieron nuestros amigos los totonaques, vinieron al capitán Juan de Escalante e quéjanse reciamente que los mejicanos les vienen a robar y destruir sus tierras. Y desque el Escalante lo entendió envió mensajeros a los mismos mejicanos para que no hiciesen enojo ni robasen aquellos pueblos, pues su señor Montezuma lo había por bien, que somos todos grandes amigos, y si no que irá contra ellos y les dará guerra. Los mejicanos no hicieron caso de aquella respuesta ni fieros, y respondieron que en el campo los hallaría.

Y el Juan de Escalante, que era hombre muy bastante y de sangre en el ojo, apercibió todos los pueblos nuestros amigos de la sierra que viniesen con sus armas, que eran arcos, flechas, lanzas, rodelas, y ansimismo apercibió los soldados más sueltos y sanos que tenía, e porque ya he dicho otra vez que todos los más vecinos que quedaban en la Villa Rica estaban dolientes, y hombres de la mar, y con dos tiros y un poco de pólvora y tres ballestas y dos escopetas y cuarenta soldados y sobre dos mil indios totonaques, fue adonde estaban las guarniciones de los mejicanos, que andaban ya robando un pueblo de nuestros amigos, y en el campo se encontraron al cuarto del alba. Y como los mejicanos eran doblados que nuestros amigos los totonaques, e como siempre estaban temorizados dellos en las guerras pasadas, a la primera refriega de flecha y vara y piedras y gritas huyeron y dejaron al Juan de Escalante peleando con los mejicanos, y de tal manera, que llegó con sus pobres soldados hasta un pueblo que llaman Almería, y le puso fuego y le quemó las casas. Allí reposó un poco, porque estaba mal herido, y en aquelllas refriegas y guerra le llevaron un soldado vivo, que se decía Argüello, que era natural de León y tenía la cabeza muy grande y la barba prieta y crespa, y era muy rebusto de gesto y mancebo de muchas fuerzas, y le hirieron muy malamente al Escalante y a otros seis soldados, y le mataron el caballo; y se volvió a la Villa Rica y dende a tres días murió él y los soldados.

Y desta manera pasó lo que decimos de Almería, e no como lo cuenta el coronista Gómara, que dice en su historia que iba Pedro de Ircio a poblar a Pánuco con ciertos soldados. No sé en qué entendimiento de un tan retórico coronista cabía que había de escrebir tal cosa que, aunque con todos los soldados que estábamos con Cortés en Méjico no llegamos a cuatrocientos, y los más heridos de las batallas de Tascala y Tabasco, que aun para bien velar no teníamos recaudo, cuanto más enviar a poblar a Pánuco. Y dice que iba por capitán el Pedro de Ircio, y aun en aquel tiempo no era capitán ni aun cuadrillero, ni le daban cargo, ni se hacia cuenta dél, y se quedó con nosotros en Méjico. También dice el mismo coronista otras muchas cosas sobre la prisión de Montezuma. Y no le entiendo su escrebir, e había de mirar que cuando lo escrebía en su historia que había de haber vivos conquistadores de los de aquel tiempo que le dirían cuando lo leyesen: «Esto no pasó así». En esotro, dice lo que quiere. Y dejallo he aquí, e volvamos a nuestra materia.

Y diré cómo los capitanes mejicanos, después de dalle la batalla que dicho tengo a Juan de Escalante, se lo hicieron saber a Montezuma, y aun le llevaron presentada la cabeza del Argüello, que paresció ser murió en el camino de las heridas, que vivo le llevaban. Y supimos quel Montezuma, cuando se la mostraron, como era rebusta y grande y tenía grandes barbas y crespas, hobo pavor y temió de la ver, y mandó que no la ofreciesen a ningún cu de Méjico, sino en otros ídolos de otros pueblos. Y preguntó el Montezuma a sus capitanes que siendo ellos muchos millares de guerreros, que cómo no vencieron a tan pocos teules. Y respondieron que no aprovechaban nada sus varas y flechas ni buen pelear, que no los pudieron hacer retraer, porque una gran tequecihuata de Castilla venia delante dellos, y que aquella señora ponía a los mejicanos temor y decía palabras a sus teules que les esforzaban. Y el Montezuma entonces creyó que aquella gran señora era Santa María y la que le habíamos dicho que era nuestra abogada, que de antes dimos al Montezuma con su precioso hijo en los brazos. Y porque esto yo no lo vi, porque estaba en Méjico, sino lo que dijeron ciertos conquistadores que se hallaron en ello, y plugiese a Dios que ansí fuese, y ciertamente todos los soldados que pasamos con Cortés tenemos muy creído, e ansí es verdad, y que la misericordia divina y Nuestra Señora la Virgen María siempre era con nosotros, por lo cual le doy muchas gracias. Y dejallo he aquí, y diré lo que pasamos en la prisión del gran Montezuma.

Historia verdadera de la conquista de la Nueva España
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