Capítulo CXXXIV. Cómo envió Cortés a Gonzalo de Sandoval a pacificar los pueblos de Xalacingo y Cacatami, y llevó docientos soldados y veinte de caballo y doce ballesteros, y para que supiese qué españoles mataron en ellos y que mirase qué armas les habían tomado, y qué tierra era y les demandase el oro que robaron
Como ya Cortés tenía copia de soldados y caballos y ballestas e se iba fortalesciendo con los dos naviachuelos que envió Diego Velázquez en que venían por capitanes Pedro Barba y Rodrigo de Morejón de Lobera, y trujeron en ellos sobre veinte e cinco soldados y dos caballos y una yegua, y luego vinieron los tres navíos de Garay, que fue el primero capitán que vino Camargo, y el segundo Miguel Díaz de Auz, y el postrero Ramírez el Viejo; y traían entre todos estos capitanes que he nombrado sobre ciento y veinte soldados y diez y siete caballos e yeguas; y las yeguas eran de juego y de carrera. E Cortés tuvo noticia que en unos pueblos que se dicen Cacatami y Xalacingo e en otros sus comarcanos que habían muerto muchos soldados de los de Narváez que venían camino de Méjico, e ansimesmo que en aquellos pueblos habían muerto y robado el oro a un Juan de Alcántara y a otros dos vecinos de la Villa Rica que era lo que les había cabido de las partes a todos los vecinos que quedaban en la misma Villa, según más largo lo he escrito en el capítulo que dello se trata. Y envió Cortés para hacer aquella entrada por capitán a Gonzalo de Sandoval, que era alguacil mayor, esforzado y de buenos consejos, y llevó consigo docientos soldados, y todos los más de los nuestros de Cortés, y veinte de caballo e doce ballesteros y buena copia de tascaltecas.
Y antes que llegase aquellos pueblos supo que estaban todos puestos en armas, e juntamente tenían consigo guarniciones de mejicanos, y que se habían muy bien fortalecido con albarradas e pertrechos, porque bien habían entendido que por la muerte de los españoles que habían muerto que luego habíamos de ser contra ellos para los castigar, como a los de Tepeaca y Cachula y Tecamachalco. E Sandoval ordenó muy bien sus escuadrones y ballesteros, y mandó a los de caballo cómo y de qué manera habían de ir y romper; y primero que entrasen en su tierra les envió mensajeros a decilles que viniesen de paz y que diesen el oro e armas que hobiesen robado, e que la muerte de los españoles se les perdonaría; y esto de les enviar mensajeros sobre la paz fueron tres o cuatro veces; y la respuesta que enviaban era que como habían muerto e comido los teules que les demandan, que ansí harían al capitán y a todos los que llevaba; de manera que no aprovechaban mensajes. Y otra vez les tornó a enviar a decir que les haría esclavos por traidores y salteadores de caminos y que se aparejasen a defender. E fue Sandoval con sus compañeros y les entra por dos partes, que puesto que peleaban muy bien los mejicanos y los naturales de aquellos pueblos, sin más relatar lo que allí en aquellas batallas pasaron, los desbarató; y fueron huyendo los mejicanos y caciques de aquellos pueblos, y siguió el alcance y prendió mucha gente menuda, que de los indios no se curaban dellos por no tener que guardar. Y hallaron en unos cues de aquel pueblo muchos vestidos y armas y frenos de caballos, y dos sillas, y otras cosas de la gineta que habían presentado a sus ídolos.
Acordó Sandoval estar allí tres días, y vinieron los caciques de aquellos pueblos a demandar perdón y a dar la obidiencia a Su Majestad, y Sandoval les dijo que diesen el oro que habían robado a los españoles que mataron, y que luego les perdonaría. Y respondieron quel oro que los mejicanos lo hobieron y que lo enviaron al señor de Méjico que entonces habían alzado por rey, y que no tenían ninguno; por manera que les mandó que, en cuanto al perdón, que fuesen adonde estaba Malinche, que es Cortés, e quél les hablaría e perdonarla. Y ansí se volvió con buena presa de mujeres e muchachos, que les echaron el hierro por esclavos. Y Cortés holgó mucho desque le vio venir bueno y sano puesto que traía ocho soldados mal heridos y tres caballos muertos, y aún el Sandoval traía un flechazo. Yo no fui en esta entrada, que estaba muy malo de calenturas, y echaba sangre por la boca, y gracias a Dios estuve bueno porque me sangraron.
Como Gonzalo de Sandoval había dicho a los caciques de Xalacingo y Cacatami que viniesen a Cortés a demandar paces, no solamente vinieron aquellos pueblos solos, sino también otros muchos de la comarca, y todos dieron la obidiencia a Su Majestad, y traían de comer a aquella villa donde estábamos. Fue aquella entrada que hizo de mucho provecho y se pacificó la tierra, y dende en adelante tenía Cortés tanta fama en todos los pueblos de la Nueva España, lo uno de muy justificado, en lo que hacía, y lo otro de muy esforzado, que a todos ponía temor, y muy mayor a Guatemuz, el señor e rey nuevamente alzado por rey en Méjico. Y tanta era la autoridad y ser y mando que había cobrado Cortés, que venían ante él pleitos de indios de lejos tierras, en especial sobre cosas de cacicazgos y señoríos. Como en aquel tiempo anduvo la viruela tan común en la Nueva España, fallecían muchos caciques, y sobre a quién pertenescía el cacicazgo y ser señor y partir tierras o vasallos o bienes venían a Cortés, como a señor asoluto de toda la tierra, para que por su mano e autoridad alzase por señor a quien le pertenescía. Y en aquel tiempo vinieron del Pueblo de Ozucar y Guacachula, otras veces por mí memorados, porque en Ozucar estaba casada una parienta muy cercana de Montezuma con el señor de aquel pueblo y tenían un hijo que decían era sobrino e cacique del Montezuma, y según paresce heredaba el señorío, y otros decían que les pertenescían a otro señor: y sobre ello tenían diferencias, y vinieron a Cortés, y mandó que lo heredase el pariente de Montezuma, y luego cumplieron su mandado. Y ansí vinieron de otros muchos pueblos de la redonda sobre pleitos, y a cada uno mandaba dar sus tierras y vasallos según sentía por derecho que les pertenescía.
Y en aquella sazón también tuvo noticia Cortés que en un pueblo que estaba de allí seis leguas, que se decía Cozotlán y le pusimos por nombre Castil Blanco, habían muerto nueve españoles envió al mismo Gonzalo de Sandoval para que los castigase y los trujese de paz; y fue allá con treinta de caballo y cien soldados e ocho ballesteros y cinco escopeteros e muchos tascaltecas, y después de hechas sus requerimientos y protestaciones que vengan de paz y se les perdonará la muerte de los españoles que mataron, y les enviaron a decir otras muchas cosas de cumplimiento con cinco indios principales de Tepeaca, y que si no venían que les daría guerra y haría esclavos. Y paresció ser estaban en aquel pueblo otros escuadrones mejicanos en su guarda y amparo; y respondieron que señor tenían, que era Guatemuz, y que no habían menester venir ni ir a llamado de otro señor; que si allá fuesen, que en el campo les hallarían; que no se les habían fallescido las fuerzas agora menos que las que tenían en Méjico y puentes e calzadas, e que ya sabían a qué tanto allegaban nuestras valentías. Y desque aquello oyó Sandoval, puesto muy en orden su gente cómo había de pelear, y los de caballo y escopeteros y ballesteros, y mandó a los tascaltecas que no se metiesen en los enemigos al principio, porque no estorbasen los caballos y porque no corriesen peligro o hiriesen algunos dellos con las ballestas y escopetas, o los tropellasen con los caballos, hasta haber rompido los escuadrones, y después de desbaratados, que prendiesen a los mejicanos y siguiesen el alcance.
Y luego comenzó de caminar hacia el pueblo, y sálenle al camino y encuentro dos buenos escuadrones de guerreros junto a unas fuerzas y barrancas, y allí estuvieron fuertes un rato; y con las ballestas y escopetas les hacían mucho mal, de manera que tuvo Sandoval lugar de pasar aquella fuerza e albarradas con los de caballo, y aunque le hirieron nueve caballos, y uno murió, y también le hirieron cuatro soldados, y como se vio fuera de aquel mal paso, e tuvo lugar por dónde corriesen los caballos, y aunque no era buena tierra ni llano, que había muchas piedras, da tras los escuadrones rompiendo por ellos, que los llevó hasta el mismo pueblo a donde estaba un gran patio; e allí tenían otra fuerza y unos cues; adonde se tornaron a ser fuertes, y puesto que peleaban muy bravosamente, todavía los venció y mató hasta siete indios porque estaban en malos pasos. Y los tascaltecas no habían menester mandalles que siguiesen el alcance, que con la ganancia, como eran guerreros, ellos tenían el cargo especialmente, como sus tierras no estaban lejos de aquel pueblo. Allí se hobieron muchas mujeres y gente menuda, y estuvo allí el Gonzalo de Sandoval dos días, y envió a llamar los caciques de aquel pueblo con unas principales de Tepeaca que iban en su compañía; e vinieron e demandaron perdón de la muerte de los españoles, y Sandoval les dijo que si daban las ropas y haciendas que robaron de los que mataron, que sí perdonaría; y respondieron que todo lo habían quemado, y que no tenían ninguna cosa, y que los que mataron que los más dellos habían ya comido; y que cinco teules enviaron vivos a Guatemuz, su señor, y que ya habían pagado la pena con los que agora les habían muerto en el campo y en el pueblo, y que les perdonase, e que llevarían muy bien de comer y bastecerían la villa a donde estaba Malinche. Y como el Gonzalo de Sandoval vio que no se podía hacer más, les perdonó, y allí se ofrescieron de servir bien en lo que les mandasen. Y con este recado se fue a la villa y fue bien rescebido de Cortés y de todos los del real. Donde lo dejaré de hablar más en ello, y digamos cómo se herraron todos los esclavos que se habían habido en aquellos pueblos y provincia, y lo que sobre ello se hizo.