Capítulo XL. Cómo Cortés envió a buscar otro puerto y asiento para poblar, y lo que sobre ello se hizo

Despachados los mensajeros para Méjico, luego Cortés mandó ir navíos a descubrir la costa adelante, y por capitán dellos a Francisco de Montejo, y le mandó que siguiese el viaje que habíamos llevado con Juan de Grijalva, porque el mismo Montejo había venido en nuestra compañía, como otra vez he dicho; y que procurase de buscar puerto seguro y mirase por tierras en que pudiésemos estar, porque ya bien vía que en aquellos arenales no nos podíamos valer de mosquitos, y estar tan lejos de poblazones. Y mandó al piloto Alaminos y a Juan Álvarez el Manquillo fuesen por pilotos, porque como ya sabían aquella derrota, y que diez días navegasen costa a costa todo lo que pudiesen. Y fueron de la manera que les fue mandado, y llegaron en el paraje del río Grande ques cerca de Pánuco, y desde allí adelante no pudieron pasar por las grandes corrientes; que fue el río donde la otra vez llegamos cuando lo del capitán Juan de Grijalva, y viendo aquella mala navegación dio la vuelta a San Juan de Ulúa, sin más pasar adelante ni otra relación, eceto que doce leguas de allí habían visto un pueblo como puerto en fortaleza, el cual pueblo se llamaba Quiahuyztlan, y que cerca de aquel pueblo estaba un puerto que le parescía al piloto que podrían estar los navíos seguros del Norte. Púsole un nombre feo, ques el tal de Bernal, que paresce a otro puerto de España que tenía aquel nombre; y en estas idas y venidas se pasaron al Montejo diez o doce días. Volveré a decir que el indio Pitalpitoque, que quedaba por traer comida, aflojó de tal manera que no traía ninguna cosa al real, y teníamos gran falta de mantenimientos, porque ya el cazabi amargaba de mohoso y podrido y sucio de fatulas; y si no íbamos a mariscar no comíamos, y los indios que solían traer oro y gallinas a rescatar ya no venían tantos como al principio, y esos que acudían muy recatados e medrosos, y estábamos aguardando los mensajeros que fueron a Méjico, por horas.

Y estando desta manera vuelven Tendile con muchos indios, y después de haber hecho el acato que suelen entre ellos de sahumar a Cortés y a todos nosotros, dio diez cargas de mantas de pluma muy fina y ricas y cuatro chalchiuis, que son unas piedras verdes muy de gran valor, y tenidas entre ellos más que nosotros las esmeraldas, son de color verde, y ciertas piezas de oro que dijeron que valía el oro, sin los chalchiuis, tres mil pesos. Y entonces vinieron el Tendile y Pitalpitoque, porque el otro gran cacique que se decía Quintalbor no volvió, porque había adolescido en el camino, y aquellos dos gobernadores se apartaron con Cortés y doña Marina y Aguilar, y le dijeron que su señor Montezuma rescibió el presente, e que se holgó con él, e que en cuanto a las vistas, que no le hablen más sobre ello, y que aquellas ricas piedras de chalchiuis que les envía para el gran emperador, y porque son tan ricas que vale cada una dellas una gran carga de oro, y que en más estima las tenía, y que ya no cure de enviar más mensajeros a Méjico. Y Cortés les dio las gracias con ofrescimientos, y ciertamente que le pesó que tan claramente le decían que no podríamos ver al Montezuma, y dijo a ciertos soldados que allí nos hallamos: «Verdaderamente debe ser gran señor y rico, y, si Dios quiere, algún día le hemos de ir a ver». Y respondimos los soldados: «Ya querríamos estar envueltos con él».

Y dejemos por agora las vistas y digamos que en aquella razón era hora del Ave María, y en el real tañíamos una campana, y todos nos arrodillamos delante de una cruz que teníamos puesta en un médano de arena, y delante de aquella cruz decíamos la oración del Ave María. Y como Tendile y Pitalpitoque nos vieron ansí arrodillados, como eran muy entendidos, preguntaron que a qué fin nos humillábamos delante, de aquel palo hecho de aquella manera, y como Cortés lo oyó y el fraile de la Merced estaba presente, le dijo al fraile: «Bien es agora, padre, que hay buena materia para ello, que les demos a entender con nuestras lenguas las cosas tocantes a nuestra santa fe». Y entonces se les hizo un tan buen razonamiento para en tal tiempo que unos buenos teólogos no lo dijeran mejor, y después de declarado cómo somos cristianos e todas las cosas tocantes a nuestra santa fe que se convenían decir, y les dijeron que sus ídolos son malos e que no son buenos, que huyen donde está aquella señal de la cruz, porque en otra de aquella hechura padesció muerte y pasión el Señor del cielo y de la tierra y de todo lo criado, ques en el que nosotros adoramos y creemos, ques Nuestro Dios verdadero, que se dice Jesucristo, y que quiso sufrir y pasar aquella muerte por salvar todo el género humano, y que resucitó al tercero día, y está en los cielos, y que habemos de ser juzgados dél. Y se les dijo otras muchas cosas, muy perfectamente dichas; y las entendían bien, y respondían cómo ellos lo dirían a su señor Montezuma. Y también se les declaró las cosas por qué nos envió a esas partes nuestro gran emperador: fue para quitar que no sacrificasen ningunos indios ni otra manera de sacrificios malos que hacen, ni se robasen unos a otros, ni adorasen aquellas malditas figuras, y que les ruega que pongan en su ciudad, en los adoratorios donde están los ídolos que ellos tienen por dioses, una cruz como aquélla, y pongan una imagen de Nuestra Señora que allí les dio, con su hijo precioso en los brazos, y verán cuánto bien les va y lo que nuestro Dios por ellos hace. Y porque pasaron otros muchos razonamientos e yo no los sabré escrebir, lo dejaré.

Y traeré a la memoria que como vinieron con Tendile muchos indios esta postrera vez a rescatar piezas de oro, y no de mucha valía, todos los soldados los rescatábamos, y aquel oro que rescatábamos dábamos a los hombres que traíamos de la mar, que iban a pescar, a trueco de su pescado, para tener de comer, porque de otra manera pasábamos mucha necesidad de hambre. Y Cortés se holgaba dello y lo disimulaba, y aunque lo vía y se lo decían muchos criados e amigos de Diego Velázquez que para qué nos dejaba rescatar. Y lo que sobre ello pasó diré adelante.

Historia verdadera de la conquista de la Nueva España
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