Capítulo XCII. Cómo nuestro capitán salió a ver la ciudad de Méjico y el Tatelulco, ques la plaza mayor, y el gran cu de su Huichilobos, y lo que más pasó

Como había ya cuatro días questábamos en Méjico y no salía el capitán ni ninguno de nosotros de los aposentos, eceto a las casas e huertas, nos dijo Cortés que seria bien ir a la plaza mayor y ver el gran adoratorio de su Huichilobos, y que quería enviallo a decir al gran Montezuma que lo tuviese por bien. Y Para ello envió por mensajero a Jerónimo de Aguilar e a doña Marina, e con ellos a un pajecillo de nuestro capitán que entendía ya algo la lengua, que se decía Orteguilla. Y el Montezuma como lo supo envió a decir que, fuésemos mucho en buen hora, y por otra parte temió no le fuésemos a hacer algún deshonor en sus ídolos y acordó de ir él en persona con muchos de sus principales, y en sus ricas andas salió de sus palacios hasta la mitad del camino; cabe unos adoratorios se apeó de las andas porque tenía por gran deshonor de sus ídolos ir hasta su casa e adoratorio de aquella manera, y llevábanle del brazo grandes principales; iban adelante dél señores de vasallos, e llevaban delante dos bastones como cetros alzados en alto, que era señal que iba allí el gran Montezuma, y cuando iba en las andas llevaba una varita medio de oro y medio de palo, levantada, como vara de justicia. Y ansí se fue y subió en su gran cu, acompañado de muchos papas, y comenzó a sahumar y hacer otras cerimonias al Huichilobos.

Dejemos al Montezuma, que ya había ido adelante, como dicho tengo, y volvamos a Cortés y a nuestros capitanes y soldados, que como siempre teníamos por costumbre de noche y de día estar armados, y así nos vía estar el Montezuma cuando le íbamos a ver, no lo tenía por cosa nueva. Digo esto porque a caballo nuestro capitán con todos los demás que tenían caballo, y la más parte de nuestros soldados muy apercebidos, fuimos al Tutelulco. Iban muchos caciques quel Montezuma envió para que nos acompañasen; y desque llegamos a la gran plaza, que se dice el Tatelulco, como no habíamos visto tal cosa, quedamos admirados de la multitud de gente y mercaderías que en ella había y del gran concierto y regimiento que en todo tenían. Y los principales que iban con nosotros nos lo iban mostrando; cada género de mercaderías estaban por sí, y tenían situados y señalados sus asientos.

Comencemos por los mercaderes de oro y plata y piedras ricas y plumas y mantas y cosas labradas y otras mercaderías de indios esclavos y esclavas; digo que traían tantos dellos a vender aquella gran plaza como traen los portugueses los negros de Guinea, e traíanlos atados en unas varas largas con colleras a los pescuezos, porque no se les huyesen, y otros dejaban sueltos. Luego estaban otros mercaderes que vendían ropa más basta y algodón e cosas de hilo torcido, y cacahueteros que vendían cacao, y desta manera estaban cuantos géneros de mercaderías hay en toda la Nueva España, puesto por su concierto de la manera que hay en mi tierra, ques Medina del Campo, donde se hacen las ferias que en cada calle están sus mercaderías por sí; ansí estaban en esta gran plaza, y los que vendían mantas de henequén y sogas y cotaras, que son los zapatos que calzan y hacen del mismo árbol y raíces muy dulces cosidas, y otras rebusterías que sacan del mismo árbol, todo estaba en una parte de la plaza en su lugar señalado, y cueros de tigres, de leones y de nutrias, y de adives y de venados y de otras alimañas e tejones e gatos monteses, dellos adobados y otros sin adobar estaban en otra parte, y otros géneros de cosas e mercaderías.

Pasemos adelante y digamos de los que vendían fríjoles y chía y otras legumbres e yerbas a otra parte. Vamos a los que vendían gallinas, gallos de papada, conejos, liebres, venados y anadones, perrillos y otras cosas deste arte, a su parte de la plaza. Digamos de las fruteras, de las que vendían cosas cocidas, mazamorreras y malcocinado, también a su parte. Pues todo género de loza, hecha de mil maneras, desde tinajas grandes y jarrillos chicos, que estaban por si aparte; y también los que vendían miel y melcochas y otras golosinas que hacían como nuégados. Pues los que vendían madera, tablas, cunas e vigas e tajos y bancos, y todo por sí. Vamos a los que vendían leña acote, e otras cosas desta manera. Qué quieren más que diga que, hablando con acato, también vendían muchas canoas llenas de yenda de hombres, que tenían en los esteros cerca de la plaza, y esto era para hacer sal o para cortir cueros, que sin ella dicen que no se hacía buena. Bien tengo entendido que algunos señores se reirán desto; pues digo ques ansí; y más digo que tenían por costumbre que en todos los caminos tenían hechos de cañas o pajas o yerbas, porque no los viesen los que pasasen por ellos; allí se metían si tenían ganas de purgar los vientres, porque no se les perdiese aquella suciedad.

Para qué gasto yo tantas palabras de lo que vendían en aquella gran plaza, porques para no acabar tan presto de contar por menudo todas las cosas, sino que papel, que en esta tierra llaman amal, y unos cañutos de olores con liquidámbar, llenos de tabaco, y otros ungüentos amarillos y cosas deste arte vendían por sí; e vendían mucha grana debajo los portales que estaban en aquella gran plaza. Había muchos herbolarios y mercaderías de otra manera, y tenían allí sus casas, adonde juzgaban tres jueces y otros como alguaciles ejecutores que miran las mercaderías. Olvidándoseme había la sal y los que hacían navajas de pedernal, y de cómo las sacaban de la misma piedra. Pues pescaderas y otros que vendían unos panecillos que hacen de uno como lama que cogen de aquella gran laguna, que se cuaja y hacen panes dello que tienen un sabor a manera de queso; y vendían hachas de latón y cobre y estaño, y jícaras, y unos jarros muy pintados de madera hechos. Ya querría haber acabado de decir todas las cosas que allí se vendían, porque eran tantas de diversas y calidades, que para que lo acabáramos de ver e inquirir, que como la gran plaza estaba llena de tanta gente y toda cercada de portales, en dos días no se viera todo. Y fuimos al gran cu, e ya que íbamos cerca de sus grandes patios, e antes de salir de la misma plaza estaban otros muchos mercaderes, que, según dijeron, eran de los que traían a vender oro en granos como lo sacan de las minas, metido el oro en unos canutillos delgados de los de ansarones de la tierra, e ansí blancos porque se paresciese el oro por de fuera: y por el largor y gordor de los canutillos tenían entrellos su cuenta qué tantas mantas o qué xiquipiles de cacao valía, o qué esclavos o otra cualquiera cosa a que lo trocaban.

E ansí dejamos la gran plaza sin más la ver y llegamos a los grandes patios y cercas donde está el gran cu; y tenía antes de llegar a él un gran cercuito de patios, que me paresce que eran más que la plaza que hay en Salamanca, y con dos cercas alrededor de calicanto, e el mismo patio y sitio todo empedrado de piedras grandes de losas blancas y muy lisas, e adonde no había de aquellas piedras estaba encalado y bruñido y todo muy limpio, que no hallaran una paja ni polvo en todo él. Y desque llegamos cerca del gran cu, antes que subiésemos ninguna grada dél envió el gran Montezuma desde arriba, donde estaba haciendo sacrificios, seis papas y dos principales para que acompañasen a nuestro capitán, e al subir de las gradas, que eran ciento y catorce, le iban a tomar de los brazos para le ayudar a subir, creyendo que se cansaría, como ayudaban a su señor Montezuma, y Cortés no quiso que llegasen a él. Y desque subimos a lo alto del gran cu, en una placeta que arriba se hacía, adonde tenían un espacio como andamios, y en ellos puestas unas grandes piedras, adonde ponían los tristes indios para sacrificar, e allí había un gran bulto de como dragón, e otras malas figuras, y mucha sangre derramada de aquel día. E ansí como llegamos salió el Montezuma de un adoratorio, adonde estaban sus malditos ídolos, que era en lo alto del gran cu, y vinieron con él dos papas, y con mucho acato que hicieron a Cortés e a todos nosotros, le dijo: «Cansado estaréis, señor Malinche, de subir a este nuestro gran templo». Y Cortés le dijo con nuestras lenguas, que iban con nosotros, que él ni nosotros no nos cansábamos en cosa ninguna. Y luego le tomó por la mano y le dijo que mirase su gran ciudad y todas las más ciudades que había dentro en el agua, e otros muchos pueblos alrededor de la misma laguna en tierra, y que si no había visto muy bien su gran plaza, que desde allí la podría ver muy mejor, e ansí lo estuvimos mirando, porque desde aquel grande y maldito templo estaba tan alto que todo lo señoreaba muy bien; y de allí vimos las tres calzadas que entran en Méjico, ques la de Istapalapa, que fue por la que entramos cuatro días hacía, y la de Tacuba, que fue por donde después salimos huyendo la noche de, nuestro gran desbarate, cuando Cuedlavaca, nuevo señor, nos echó de la ciudad, como adelante diremos, y la de Tepeaquilla. Y víamos el agua dulce que venía de Chapultepec, de que se proveía la ciudad, y en aquellas tres calzadas, las puentes que tenían hechas de trecho a trecho, por donde entraba y salía el agua de la laguna de una parte a otra, e víamos en aquella gran laguna tanta multitud de canoas, unas que venían con bastimentos e otras que volvían con cargas y mercaderías; e víamos que cada casa de aquella gran ciudad, y de todas las más ciudades que estaban pobladas en el agua, de casa a casa no se pasaba sino por unas puentes levadizas que tenían hechas de madera, o en canoas; y víamos en aquellas ciudades cues y adoratorios a manera de torres e fortalezas, y todas blanqueando, que era cosa de admiración, y las casas de azoteas, y en las calzadas otras torrecillas e adoratorios que eran como fortalezas. Y después de bien mirado y considerado todo lo que habíamos visto, tornamos a ver la gran plaza y la multitud de gente que en ella había, unos comprando e otros vendiendo que solamente el rumor y zumbido de las voces y palabras que allí había sonaba más que de una legua, e entre nosotros hobo soldados que habían estado en muchas partes del mundo, e en Constantinopla e en toda Italia y Roma, y dijeron que plaza tan bien compasada y con tanto concierto y tamaño e llena de tanta gente no la habían visto.

Dejemos esto y volvamos a nuestro capitán, que dijo a fray Bartolomé de Olmedo, ya otras veces por mí memorado, que allí se halló: «Parésceme, señor padre, que será bien que demos un tiento a Montezuma sobre que nos deje hacer aquí nuestra iglesia». Y el padre dijo que será bien, si aprovechase; mas que le parescía que no era cosa convenible hablar en tal tiempo; que no veía al Montezuma de arte que en tal cosa concediese. Y luego nuestro Cortés dijo al Montezuma, con doña Marina, la lengua: «Muy gran señor es Vuestra Majestad, y de mucho más es merecedor; hemos holgado de ver vuestras ciudades; lo que os pido por merced, que pues questamos aquí, en este vuestro templo, que nos mostréis vuestros dioses y teules». Y el Montezuma dijo que primero hablaría con sus grandes papas. Y luego que con ellos hobo hablado dijo que entrásemos en una torrecilla e apartamiento a manera de sala, donde estaban dos como altares, con muy ricas tablazones encima del techo, e en cada altar estaban dos bultos, como de gigante, de muy altos cuerpos y muy gordos, y el primero, que estaba a mano derecha, decían que era el de Huichilobos, su dios de la guerra, y tenía la cara y rostro muy ancho y los ojos disformes e espantables; en todo el cuerpo tanta de la pedrería e oro y perlas e aljófar pegado con engrudo, que hacen en esta tierra de unas como raíces, que todo el cuerpo y cabeza estaba lleno dello, y ceñido el cuerpo unas a manera de grandes culebras hechas de oro e pedrería, e en una mano tenía un arco e en otra unas flechas. E otro ídolo pequeño que allí cabél estaba, que decían que era su paje, le tenía una lanza no larga y una rodela muy rica de oro e pedrería; e tenía puestos al cuello el Huichilobos unas caras de indios y otros como corazones de los mismos indios, y éstos de oro y dellos de plata, con mucha pedrería azules; y estaban allí unos braseros con encienso, que es su copal, y con tres corazones de indios que aquel día habían sacrificado e se quemaban, y con el humo y copal le habían hecho aquel sacrificio. Y estaban todas las paredes de aquel adoratorio tan bañado y negro de costras de sangre, y ansimismo el suelo, que todo hedía muy malamente. Luego vimos a otra parte, de la mano izquierda, estar el otro gran bulto del altor del Huichilobos, y tenía un rostro como de oso, e unos ojos que le relumbraban, hechos de sus espejos, que se dice tezcat, y el cuerpo con ricas piedras pegadas según y de la manera del otro su Huichilobos, porque, según decían, entrambos eran hermanos, y este Tezcatepuea era el dios de los infiernos, y tenía cargo de las ánimas de los mejicanos, y tenía ceñido al cuerpo unas figuras como diablillos chicos, y las colas dellos como sierpes, y tenía en las paredes tantas costras de sangre y el suelo todo bañado dello, como en los mataderos de Castilla no había tanto hedor. E allí le tenían presentado cinco corazones de aquel día sacrificados, y en lo más alto de todo el cu estaba otra concavidad muy ricamente labrada la madera della, y estaba otro bulto como de medio hombre y medio lagarto, todo lleno de piedras ricas y la mitad dél enmantado. Éste decían quel cuerpo dél estaba lleno de todas las semillas de había en toda la tierra, y decían que era el dios de las sementeras y frutas; no se me acuerda el nombre, y todo estaba lleno de sangre, así paredes como altar, y era tanto el hedor, que no víamos la hora de salirnos afuera. Y allí tenían un atambor muy grande en demasía, que cuando le tañían el sonido dél era tan triste y de tal manera como dicen estrumento de los infiernos, y más de dos leguas de allí se oía; decían que los cueros de aquel atambor eran de sierpes muy grandes. E en aquella placeta tenían tantas cosas muy diabólicas de ver, de bocinas y trompetillas y navajones, y muchos corazones de indios que habían quemado, con que sahumaron a aquellos sus ídolos y todo cuajado de sangre. Tenían tanto, que los doy a la maldición; y como todo hedía a carnecería, no víamos la hora de quitarnos dio tan mal hedor y peor vista.

Y nuestro capitán dijo a Montezuma, con nuestra lengua, como medio riyendo: «Señor Montezuma: no sé yo cómo un tan gran señor e sabio varón como Vuestra Majestad es no haya colegido en su pensamiento cómo no son estos vuestros ídolos dioses, sino cosas malas, que se llaman diablos, y para que Vuestra Majestad lo conozca y todos sus papas lo vean claro, haceme una merced: que hayáis por bien que en lo alto de esta torre pongamos una cruz, e en una parte destos adoratorios, donde están vuestros Huichilobos e Tezcatepuca, haremos un apartado donde pongamos una imagen de Nuestra Señora (la cual imagen ya el Montezuma la había visto), y veréis el temor que dello tienen esos ídolos que os tienen engañados». Y el Montezuma respondió medio enojado, y dos papas que con él estaban mostraron malas señales, y dijo: «Señor Malinche: si tal deshonor como has dicho creyera que habías de decir, no te mostrara mis dioses. Aquestos tenemos por muy buenos, y ellos nos dan salud y aguas y buenas sementeras e temporales y vitorias cuantas queremos, e tenérnoslos de adorar y sacrificar; lo que os ruego es que no se diga otras palabras en su deshonor». Y desque aquello lo oyó nuestro capitán y tan alterado, no le replicó más en ello, y con cara alegre le dijo: «Hora es que Vuestra Majestad y nosotros nos vamos». Y el Montezuma respondió que era bien; e que porquél tenía que rezar e hacer cierto sacrificio en recompensa del gran tatacul, que quiere decir pecado, que había hecho en dejamos subir en su gran cu, e ser causa de que nos dejase ver sus dioses, e del deshonor que les hicimos en decir mal dellos, que antes que se fuese lo había de rezar e adorar. Y Cortés le dijo: «Pues que ansí es, perdone, señor». E luego nos bajamos las gradas abajo, y como eran ciento y catorce e algunos de nuestros soldados estaban malos de bubas o humores, les dolieron los muslos del abajar.

Y dejaré de hablar de su adoratorio y diré lo que me parece del cercuito y manera que tenía, y si no lo dijere tan al natural como era, no se maravillen, porque en aquel tiempo tenía otro pensamiento de entender en lo que traíamos entre manos, que es en lo militar y en lo que mi capitán me mandaba, y no en hacer relaciones. Volvamos a nuestra materia. Paréceme quel circuito del gran cu sería de seis grandes solares de los que dan en esta tierra, desde abajo hasta arriba, estaba una torrecilla, e allí estaban sus ídolos, va estrechando, y en medio del alto cu, hasta lo más alto dél, van cinco concavidades a manera de barbacanas y descubiertas, sin mamparos. Y porque hay muchos cues pintados en reposteros de conquistadores, e en uno que yo tengo, que cualquiera dellos a quien los han visto podrán colegir la manera que tenían por de fuera; mas lo que yo vi y entendí, e dello hobo fama en aquellos tiempos que fundaron aquel gran cu, en el cimiento dél habían ofrecido de todos los vecinos de aquella gran ciudad oro y plata e aljófar e piedras ricas, e que le habían bañado con mucha sangre de indios que sacrificaron, que habían tomado en las guerras, y de toda manera de diversidad de semillas que había en toda la tierra, porque les diesen sus ídolos vitorias e riquezas y muchos frutos.

Dirán agora algunos letores muy curiosos que cómo pudimos alcanzar a saber que en el cimiento de aquel gran cu echaron oro y plata e piedras de chalchiuis ricas y semillas, y lo rociaban con sangre humana de indios que sacrificaban, habiendo sobre mil años que se fabricó y se hizo. A esto doy por respuesta que desque ganamos aquella fuerte e gran ciudad y se repartieron los solares, que luego propusimos que en aquel gran cu habíamos de hacer la iglesia de nuestro patrón e guiador señor Santiago, e cupo mucha parte de la del solar del alto cu para el solar de la santa iglesia de aquel cu de Huichilobos, y cuando abrían los cimientos para hacellos más fijos, hallaron mucho oro y plata e chalchiuis y perlas e aljófar y otras piedras; e ansimismo a un vecino de Méjico, que le cupo otra parte del mismo solar, halló lo mismo, y los oficiales de la Hacienda de Su Majestad demandaban por de Su Majestad, que les venía de derecho, y sobre ello hobo pleito, e no se me acuerda lo que pasó, mas que se informaron de los caciques y principales de Méjico y Guatemuz, que entonces era vivo, e dijeron ques verdad que todos los vecinos de Méjico de aquel tiempo echaron en los cimientos aquellas joyas y todo lo demás, e que ansí lo tenían por memoria en sus libros y pinturas de cosas antiguas, e por esta causa aquella riqueza se quedó para la obra de la santa iglesia de S. Santiago.

Dejemos desto y digamos de los grandes y sontuosos patios que estaban delante del Huichilobos, adonde está agora señor Santiago, que se dice el Tatelulco, porque ansí se solía llamar. Ya he dicho que tenían dos cercas de calicanto antes de entrar dentro, e que era empedrado de piedras blancas como losas, y muy encalado y bruñido y limpio, y sería de tanto compás y tan ancho como la plaza de Salamanca; y un poco apartado del gran cu estaba otra torrecilla que también era casa de ídolos o puro infierno, porque tenía a la boca de la una puerta una muy espantable boca de las que pintan que dicen que están en los infiernos con la boca abierta grandes colmillos para tragar las ánimas; e ansimismo estaban unos bultos de diablos y cuerpos de sierpes junto a la puerta, y tenían un poco apartado un sacrificadero, y todo ello muy ensangrentado y negro de humo e costras de sangre, y tenían muchas ollas grandes y cántaros y tinajas dentro en la casa llenas de agua, que era allí donde cocinaban la carne de los tristes indios que sacrificaban y que comían los papas, porque también tenían cabe el sacrificadero muchos navajones y unos tajos de madera, como en los que cortan carne en las carnescerías, y ansimismo detrás de aquella maldita casa, bien apartado de ella, estaban unos grandes rimeros de leña, y no muy lejos una gran alberca de agua, que se hinchía y vaciaba, que le venía por su caño encubierto de lo que entraba en la ciudad de Chapultepec; yo siempre la llamaba aquella casa el infierno. Pasemos adelante del patio, y vamos a otro cu, donde era enterramientos de grandes señores mejicanos, que también tenía otros muchos ídolos y todo lleno de sangre e humo, y tenía otras puertas y figuras de infierno; y luego junto de aquel cu estaba otro lleno de calavernas e zancarrones, puestos con gran concierto, que se podían ver mas no se podrían contar, porque eran muchas, y las calavernas por sí y los zancarrones en otros rimeros; e allí había otros ídolos, y en cada casa o cu y adoratorio que he dicho estaban papas con sus vestiduras largas de mantas prietas y las capillas largas asimismo, como de dominicos, que también tiraban un poco a las de los canónigos, y el cabello muy largo y hecho que no se puede despartir ni desenredar, y todos los más sacrificadas las orejas, e en los mismos cabellos mucha sangre. Pasemos adelante que había otros cues apartados un poco, donde estaban las calavernas, que tenían otros ídolos y sacrificios de otras malas pinturas, e aquellos ídolos decían que eran abogados de los casamientos de los hombres.

No quiero detenerme más en contar de ídolos, sino solamente diré que alrededor de aquel gran patio había muchas casas e no altas, e eran adonde pasaban e residían los papas e otros indios que tenían cargo de los ídolos y también tenían otra muy mayor alberca o estanque de agua, y muy limpia, a una parte del gran cu; era dedicada solamente para el servicio del Huichilobos, Tezcatepuca, y entraba el agua en aquella alberca por caños encubiertos que venían de Chapultepec. E allí cerca estaban otros grandes aposentos a manera de monasterio, adonde estaban recogidas muchas hijas de vecinos mejicanos, como monjas, hasta que se casaban; y allí estaban dos bultos de ídolos de mujeres, que eran abogadas de los casamientos de las mujeres, e aquellas sacrificaban y hacían fiestas para que les diesen buenos maridos. Mucho me he detenido en contar de este gran cu del Tatelulco y sus patios, pues digo era el mayor templo de todo Méjico, porque había tantos e muy suntuosos, que entre cuatro o cinco perrochas o barrios tenían un adoratorio y sus ídolos; y porque eran muchos e yo no sé la cuenta de todos, pasaré adelante y diré que, en Cholula, el gran adoratorio que en él tenían era de mayor altor que no el de Méjico, porque tenía ciento y veinte gradas, y, según decían, el ídolo de Cholula teníanle por bueno e iban a él en romería de todas partes de la Nueva España a ganar perdones, e a esta causa le hicieron tan suntuoso cu; mas era de otra hechura que el mejicano, e ansimismo los patios muy grandes e con dos cercas. También digo que el cu de la ciudad de Tezcuco era muy alto de ciento y diez y siete gradas, y los patios anchos y buenos e hechos de otra manera que los demás, y una cosa de reír es que tenían en cada provincia sus ídolos, y los de la una provincia o ciudad no aprovechaba a los otros, e ansí tenían infinitos ídolos e a todos sacrificaban. Y después que nuestro capitán y todos nosotros nos cansamos de andar y ver tantas diversidades de ídolos y sus sacrificios, nos volvimos a nuestros aposentos, y siempre muy acompañados de principales y caciques que Montezuma enviaba con nosotros. Y quedarse ha aquí, y diré lo que más hicimos.

Historia verdadera de la conquista de la Nueva España
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