Capítulo XIX. Cómo vinimos con otra armada a las tierras nuevas descubiertas y por capitán de la armada el valeroso y esforzado Don Hernando Cortés, que después del tiempo andado fue Marqués del Valle, y de las contrariedades que tuvo para le estorbar que no fuese capitán
Después que llegó a Cuba el capitán Juan de Grijalva, ya por mi memorado, y visto el gobernador Diego Velázquez que eran las tierras ricas, ordenó de enviar una buena armada, muy mayor que las de antes, y para ello tenía ya a punto diez navíos en el puerto de Santiago de Cuba, donde el Diego Velázquez residía; los cuatro dellos eran en los que volvimos con el Juan de Grijalva, porque luego les hizo dar carena, y los otros seis recogieron de toda la isla y los hizo proveer de bastimento, que era pan cazabe y tocinos, porque en aquella sazón no había en la isla de Cuba ganado vacuno ni carneros, porque era nuevamente poblada. Y este bastimento no era más que para hasta llegar a la Habana, porque allí habíamos de hacer todo el matalotaje, como lo hecimos. Y dejemos de hablar en esto y diré las diferencias que se hubo para elegir capitán.
Para ir aquel viaje hubo muchos debates y contrariedades, porque ciertos hidalgos decían que viniese por capitán un Vasco Porcallo, pariente del conde de Feria, y temióse el Diego Velázquez que se le alzarla con la armada, porque era atrevido; otros decían que viniese un Agustín Bermúdez, o un Antonio Velázquez Borrego, o un Bernardino Velázquez, parientes del gobernador, y todos los más soldados que allí nos hallamos decíamos que volviese el mesmo Juan de Grijalva, pues era buen capitán y no había falta en su persona y su saber mandar. Andando las cosas y conciertos desta manera que aquí he dicho, dos grandes privados del Diego Velázquez, que se decían Andrés de Duero, secretario del mesmo gobernador, e un Amador de Lares, contador de Su Majestad, hicieron secretamente compañía con un hidalgo que se decía Hernando Cortés, natural de Medellín, que tenía indios de encomienda en aquella isla, y poco tiempo había que se había casado con una señora que se decía doña Catalina Suárez, la Marcaida. Esta señora fue hermana de un Juan Suárez que después que se ganó la Nueva España fue vecino de Méjico, e a lo que yo entendí y otras personas decían, se casó con ella por amores.
Y esto deste casamiento, muy largo lo decían otras personas que lo vieron, y por esta causa no tocaré más en esta tecla, y volveré a decir acerca de la compañía. Y fue desta manera: que concertasen estos privados del Diego Velázquez que le hiciesen dar al Hernando Cortés la capitanía general de toda la armada, y que partirían entre todos tres la ganancia del oro y plata y joyas de la parte que le cupiese a Cortés, porque secretamente el Diego Velázquez enviaba a rescatar y no a poblar, según después paresció por las instrucciones que dello dio, y aunque publicaba y pregono que enviaba a poblar. Pues hecho este concierto, tienen tales modos el Duero y el contador con el Diego Velázquez e le dicen tan buenas y meliosas palabras, e loando mucho a Cortés, ques persona en quien cabe el cargo para ser capitán, porque, demás de ser muy esforzado, sobre mandar y ser temido, y que le sería muy fiel en todo lo que le encomendase, ansí en lo de la armada como en lo demás, y demás desto era su ahijado, y fue su padrino cuando Cortés se veló con la doña Catalina Suárez; por manera que le persuadieron y convocaron a ello, y luego se eligió por capitán general, y el secretario Andrés de Duero hizo las provisiones, como suele deciros el refrán, de muy buena tinta, y como Cortés las quiso, muy bastantes.
Ya publicada su elección, a unas personas les placía y a otras les pesaba. Y un domingo, yendo a misa el Diego Velázquez, como era gobernador íbanle acompañando los más nobles vecinos que había en aquella villa, y llevaba al Hernando Cortés a su lado derecho por le honrar. E iba delante del Diego Velázquez un truhán que se decía Cervantes, el Loco, haciendo gestos y chocarrerías, y decía: «A la gala, a la gala de mi amo Diego. ¡Oh Diego, oh Diego! ¡Qué capitán has elegido, que es de Medellín, de Extremadura, capitán de gran ventura; mas temo, Diego, no se te alce con el armada, porque todos le juzgan por muy varón en sus cosas!». Y decía otras locuras, que todas iban inclinadas a malicia, y porque lo iba diciendo de aquella manera le dio de pescozazos el Andrés de Duero, que iba allí junto al Diego Velázquez, y le dijo: «Calla, borracho loco, no seas más bellaco, que bien entendido tenemos que esas malicias, so color de gracias, no salen de ti». Y todavía el loco iba diciendo, por más pescozazes que le dieron: «¡Viva, viva la gala de mi amo Diego y del su venturoso capitán, y junto a tal mi amo Diego que por no te ver llorar el mal recaudo que agora has hecho, yo me quiero ir con él a aquellas ricas tierras!». Túvose por cierto que le dieron los Velázquez, parientes del gobernador, ciertos pesos de oro aquel chocarrero porque dijese aquellas malicias, so color de gracias, y todo salió verdad como lo dijo. Dicen que los locos algunas veces aciertan en lo que dicen. Y verdaderamente fue elegido Hernando Cortés para ensalzar nuestra santa fe y servir a Su Majestad, como adelante diré.
Antes que más pase adelante quiero decir cómo el valeroso y esforzado Hernando Cortés era hijodalgo conoscido por cuatro abolengos. El primero, de los Corteses, que ansí se llamaba su padre Martín Cortés; el segundo, por los Pizarros; el tercero, por los Monroys; el cuarto, por los Altamiranos. E puesto que fue tan valeroso y esforzado y venturoso capitán, no le nombraré de aquí adelante ninguno de estos sobrenombres de valeroso, ni esforzado, ni marqués del Valle, sino solamente Hernando Cortés, porque tan tenido y acatado fue en tanta estima el nombre de solamente Cortés, ansí en todas las Indias como en España, como fue nombrado el nombre de Alejandro en Macedonia, y entre los romanos Julio César y Pompeyo y Escipión, y entre los cartagineses Aníbal, y en nuestra Castilla, a Gonzalo Hernández, el Gran Capitán, y el mesmo valeroso Cortés se holgaba que no le pusiesen aquellos sublimados ditados, sino solamente su nombre, y ansí le nombraré de aquí adelante. Y dejaré de hablar en esto y diré en este otro capitulo las cosas que hizo y entendió para proseguir su armada.