Capítulo XLVI. Cómo entramos en Quiaviztlan, que era pueblo puesto en fortaleza, y nos acogieron de paz

Otro día, a hora de las diez, llegamos en el pueblo fuerte que se dice Quiaviztlan, questá entre grandes peñascos y muy altas cuestas, y si hobiera resistencia era malo de tomar. E yendo con buen concierto o ordenanza, creyendo questuviese de guerra, iba el artillería delante y todos subíamos en aquella fortaleza, de manera que si algo acontesciera, hacer lo que éramos obligados. Entonces Alonso de Ávila llevó cargo de capitán. Como era soberbio e de mala condición, porque un soldado que se decía Hernando Alonso de Villanueva no iba en buena ordenanza, le dio un bote de lanza en un brazo que le mancó, y después se llamó Hernando Alonso de Villanueva el Manquillo.

Dirán que siempre salgo de orden al mejor tiempo por contar cosas viejas. Dejémoslo y digamos que en la mitad de aquel pueblo no hallamos indio ninguno con quien hablar, de lo cual nos maravillamos, que se habían ido huyendo de miedo aquel propio día desque nos vieron subir a sus casas. Y estando en lo más alto de la fortaleza, en una plaza junto a donde tenían los cues e casas grandes de sus ídolos, vimos estar quince indios con buenas mantas, y cada uno un brasero de barro y en ellos de su insencio, y vinieron donde Cortés estaba y le sahumaron y a los soldados que cerca dellos estábamos, y con grandes reverencias le dicen que les perdone porque no han salido a nos rescebir, y que fuésemos bien venidos, e que reposasemos, e que de miedo se habían ausentado hasta ver qué cosas éramos, porque tenían miedo de nosotros y de los caballos, e que aquella noche les mandarían poblar todo el pueblo. Y Cortés les mostró mucho amor y les dijo muchas cosas tocantes a nuestra santa fe, como siempre lo teníamos de costumbre a doquiera que llegábamos, y que éramos vasallos de nuestro gran emperador don Carlos, y les dio unas cuentas verdes e otras cosillas de Castilla; y ellos trujeron luego gallinas y pan de maíz.

Y estando en estas pláticas vinieron luego a decir a Cortés que venía el cacique gordo de Cempoal en andas y a cuestas de muchos indios principales. Y desque allegó el cacique estuvo hablando con Cortés juntamente con el cacique y otros principales de aquel pueblo, dando tantas quejas de Montezuma; y contaba de sus grandes poderes, y decíalo con lágrimas y sospiros, que Cortés y los questábamos presentes tuvimos mancilla. Y demás de contar por qué vía les había sujetado, que cada año les demandaban muchos hijos e hijas para sacrificar, y otros para servir en sus casas y sementeras, y otras muchas quejas, que fueron tantas, que ya no se me acuerda; y que los recaudadores de Montezuma les tomaban sus mujeres e hijas si eran hermosas y las forzaban, y que otro tanto hacían en toda aquella tierra de la lengua totonaque, que eran más de treinta pueblos. Y Cortés les consolaba con nuestras lenguas cuanto podía, e que les favorescería en todo lo que pudiese, y quitaría aquellos robos y agravios, y que para eso le envío a estas partes el emperador nuestro señor, y que no tuviesen pena ninguna, y que presto lo verían lo que sobre ello hacíamos. Y con estas palabras rescibieron algún contento; mas no se les aseguraba el corazón con el gran temor que tenían a los mejicanos.

Y estando en estas pláticas vinieron unos indios del mismo pueblo muy de priesa a decir a todos los caciques que allí estaban hablando con Cortés cómo venían cinco mejicanos que eran los recaudadores de Montezuma, y desque lo oyeron se les perdió la color y temblaban de miedo; y dejan solo a Cortés y los salen a rescebir; y de presto les enraman una sala y les guisan de comer y les hacen mucho cacao, ques la mejor cosa que entre ellos beben. Y cuando entraron por el pueblo los cinco indios vinieron por donde estábamos, porque allí estaban las casas del cacique y nuestros aposentos, y pasaron con tanta contenencia e presunción, que sin hablar a Cortés ni a ninguno de nosotros se fueron delante. Y traían ricas mantas labradas, y los bragueros de la misma manera (que entonces bragueros se ponían), y el cabello lucio e alzado, como atado en la cabeza, y cada uno con unas rosas oliéndolas, y mosqueadores que les traían otros indios como criados, y cada uno un bordón como garabato en la mano, y muy acompañados de principales de otros pueblos de la lengua totonaque, y hasta que los llevaron aposentar y les dieron de comer, muy altamente no los dejaron de acompañar. Y después que hobieron comido mandaron llamar al cacique gordo y a todos los más principales y les reñieron que por qué nos habían hospedado en sus pueblos, y qué tenían agora que hablar y ver con nosotros, e que su señor Montezuma no será servido de aquello, porque sin su licencia y mandado no nos habían de recoger ni dar joyas de oro. E sobre ello al cacique gordo e a los demás principales les dijeron muchas amenazas, e que luego les diesen veinte indios e indias para aplacar a sus dioses por el maleficio que habían hecho.

Y estando en esto, Cortés preguntó a doña Marina e a Jerónimo de Aguilar, nuestras lenguas, que de qué estaban alborotados los caciques desque vinieron aquellos indios, e quién eran. Y la doña Marina, que muy bien lo entendió, se lo contó lo que pasaba. Y luego Cortés mandó llamar al cacique gordo y a todos los más principales, y les dijo que quién eran aquellos indios que les hacían tanta fiesta; y dijeron que los recaudadores del gran Montezuma, e que vienen a ver por qué causa nos habían rescebido sin licencia de su señor, y que les demandan agora veinte indios e indias para sacrificar a su dios Huichilobos, porque le dé vitoria contra nosotros, porque han dicho que dice Montezuma que los quiere tomar para que sean sus esclavos. Y Cortés les consoló y que no hobiesen miedo, quél estaba allí con todos nosotros y que los castigaría. Y pasemos adelante a otro capitulo y lo que sobre ello se hizo.

Historia verdadera de la conquista de la Nueva España
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