Capítulo XXIX. Cómo el español que estaba en poder de indios, [que] se llamaba Jerónimo de Aguilar, supo cómo habíamos arribado a Cozumel, y se vino a nosotros, y lo que más paso
Cuando tuvo noticia cierta el español que estaba en poder de indios que habíamos vuelto a Cozumel con los navíos se alegró en gran manera y dio gracias a Dios, y mucha priesa en se venir él y los dos indios que le llevaron las cartas y rescate a se embarcar en una canoa; y como la pagó bien, en cuentas verdes del rescate que le enviamos, luego la halló alquilada con seis indios remeros con ella; y dan tal priesa en remar, que en espacio de poco tiempo pasaron el golfete que hay de una tierra a la otra, que serían cuatro leguas, sin tener contraste de la mar.
Y llegados a la costa de Cozumel, ya que estaban desembarcando, dijeron a Cortés unos soldados que iban a cazar, porque había en aquella isla puercos de la tierra, que había venido una canoa grande allí, junto del pueblo, y que venía de la punta de Cotoche. Y mandó Cortés a Andrés de Tapia y a otros dos soldados que fuesen a ver qué cosa nueva era venir allí junto a nosotros indios sin temor ninguno, con canoas grandes. Y luego fueron; y desque los indios que venían en la canoa que traía al Aguilar vieron los españoles, tuvieron temor y queríanse tornar a embarcar e hacer a lo largo con la canoa; y Aguilar les dijo en su lengua que no tuviesen miedo, que eran sus hermanos. Y el Andrés de Tapia, como los vio que eran indios, porque Aguilar ni más ni menos era que indio, luego envió a decir a Cortés con un español que siete indios de Cozumel son los que allí llegaron en la canoa. Y después que hobieron saltado en tierra, el español, mal mascado y peor pronunciado, dijo: «Dios y Santamaría e Sevilla». Y luego le fue abrazar el Tapia; y otro soldado de los que habían ido con el Tapia a ver qué cosa era fue a mucha priesa a demandar albricias a Cortés cómo era español el que venía en la canoa, de que todos nos alegramos.
Y luego se vino el Tapia con el español adonde estaba Cortés, y antes que llegasen ciertos soldados preguntaban al Tapia: «¿Qués del español?», e aunque iban junto con él, porque le tenían por indio propio, porque de suyo era moreno y tresquilado a manera de indio esclavo, y traía un remo al hombro, una cotara vieja calzada y la otra atada en la cintura, y una manta vieja muy ruin, e un braguero peor, con que cubría sus vergüenzas, y traía atada en la manta un bulto que eran Horas muy viejas.
Pues desque Cortés los vio de aquella manera también picó, como los demás soldados, que preguntó al Tapia que qué era del español; y el español, como le entendió, se puso en cuclillas, como hacen los indios, e dijo: «Yo soy». Y luego le mandó dar de vestir camisa y jubón y zaragüelles y caperuza y alpargates, que otros vestidos no había, y le preguntó de su vida, y cómo se llamaba, y cuando vino aquella tierra. Y él dijo, aunque no bien pronunciado, que se decía Jerónimo de Aguilar, y que era natural de Écija, y que tenía órdenes de Evangelio; que había ocho años que se había perdido él y otros quince hombres y dos mujeres que iban desde el Darién a la isla de Santo Domingo, cuando hobo unas diferencias y pleitos de un Enciso y Valdivia, y dijo que llevaban diez mil pesos de oro y los procesos de los unos contra los otros, y que el navío en que iban dio en los Alacranes, que no pudo navegar, y que en el batel del mismo navío se metieron él y sus compañeros y dos mujeres, creyendo tornar la isla de Cuba o a Jamaica, y que las corrientes eran muy grandes, que les echó en aquella tierra, y que los calachiones de aquella comarca los repartieron entre sí, e que habían sacrificado a los ídolos muchos de sus compañeros, y dellos se habían muerto de dolencia, y las mujeres que poco tiempo pasado había que de trabajo también se murieron, porque las hacían moler; e que a él que tenían para sacrificar, y una noche se huyó y se fue aquel cacique con quien estaba; ya no se me acuerda el nombre, que allí le nombró, y que no habían quedado de todos sino él e un Gonzalo Guerrero. Y dijo que le fue a llamar y no quiso venir, y dio muchas gracias a Dios por todo. Y le dijo Cortés que dél sería bien mirado y gratificado, y le preguntó por la tierra y pueblos. Y el Aguilar dijo que, como le tenían esclavo, que no sabía sino servir de traer leña y agua y en cavar los maizales, que no había salido sino hasta cuatro leguas, que le llevaron con una carga, y que no la pudo llevar e cayó malo dello; e que ha entendido que hay muchos pueblos.
Y luego le preguntó por el Gonzalo Guerrero. Y dijo que estaba casado y tenía tres hijos, e que tenía labrada la cara y horadas las orejas y el bozo de abajo, y que era hombre de la mar, de Palos, y que los indios le tienen por esforzado; e que había poco más de un año que cuando vinieron a la punta de Cotoche un capitán con tres navíos (parece ser que fueron cuando venimos los de Francisco Hernández de Córdoba) que él fue inventor que nos diesen la guerra que nos dieron, e que vino él allí juntamente con un cacique de un gran pueblo, según he ya dicho en lo de Francisco Hernández de Córdoba. Y después que Cortés lo oyó, dijo: «En verdad que le querría haber a las manos, porque jamás será bueno».
Y dejallo he y diré cómo los caciques de Cozumel, desque vieron al Aguilar que hablaba su lengua, le daban muy bien de comer, y el Aguilar les aconsejaba que siempre tuviesen acato y reverencia a la santa imagen de Nuestra Señora y a la cruz, y que conoscerían que por ello les venía mucho bien, y los caciques, por consejo de Aguilar, demandaron una carta de favor a Cortés para que si viniesen aquel puerto otros españoles, que fuesen bien tratados y no les hiciesen agravios; la cual carta luego se la dio, y después de despedidos con muchos halagos y ofrescimientos, nos hicimos a la vela para el río de Grijalva. Y desta manera que he dicho se hubo Aguilar, y no de otra, como lo escribe el coronista Gómara, y no me maravillo, pues lo que dice es por nuevas. Y volvamos a nuestra relación.