Capítulo XXXV. Cómo envió Cortés a llamar todos los caciques de aquellas provincias, y lo que sobre ello se hizo
Ya he dicho cómo prendimos en aquella batalla cinco indios, y los dos dellos capitanes, con los cuales estuvo Aguilar, la lengua, a pláticas, y conosció en lo que le dijeron que serían hombres para enviar por mensajeros, y díjolo al capitán Cortés que los soltasen y que fuesen a hablar a los caciques de aquel pueblo, e otros cualesquier que pudiesen ver. E aquellos dos indios mensajeros se les dio cuentas verdes e diamantes azules, y les dijo Aguilar muchas palabras bien sabrosas y de halagos, y que les queremos tener por hermanos, y que no hobiesen miedo; y que lo pasado de aquella guerra que ellos tenían la culpa, y que llamasen a todos los caciques de todos los pueblos, que les queremos hablar; y se les amonestó otras muchas cosas bien mansamente, para atraellos de paz. Y fueron de buena voluntad, y hablaron con los principales y caciques, y les dijeron todo lo que le enviamos a hacer saber sobre la paz.
E oída nuestra embajada, fue entre ellos acordado de enviar luego quince indios de los esclavos que entre ellos tenían, y todos entiznadas las caras, y las mantas y bragueros que traían muy ruines, y con ellos enviaron gallinas y pescado asado, e pan de maíz. Y llegados delante de Cortés, los recibió de buena voluntad, y Aguilar, la lengua, les dijo medio enojado que cómo venían de aquella manera puestas las caras, que más venían de guerra que para tratar paces, y que luego fuesen a los caciques y les dijesen que si querían paz, como se la ofrecimos, que viniesen señores a tratar della, como se usa, e no envíen esclavos. Aquellos mismos entiznados se les hizo ciertos halagos y se envió con ellos cuentas azules, en señal de paz y para ablandalles los pensamientos.
Y luego otro día vinieron treinta indios principales y con buenas mantas, y trujeron gallinas y pescado y fruta e pan de maíz, y demandaron licencia a Cortés para quemar y enterrar los cuerpos de los muertos en las batallas pasadas, porque no oliesen mal o los comiesen tigres o leones; la cual licencia les dio luego, y ellos se dieron priesa en traer mucha gente para los enterrar y quemar los cuerpos a su usanza. Y según Cortés supo dellos, dijeron que les faltaban sobre ochocientos hombres, sin los que estaban heridos, e dijeron que no se podían detener con nosotros en palabras ni paces porque otro día habían de venir todos los principales y señores de todos aquellos pueblos y concertarían las paces.
Y como Cortés en todo era muy avisado, nos dijo riendo a los soldados que allí nos hallamos teniéndole compañía: «Sabéis, señores, que me paresce que estos indios temerán mucho a los caballos, y deben de pensar que ellos solos hacen la guerra, y ansimismo las lombardas; he pensado una cosa para que mejor lo crean; que traigan la yegua de Juan Sedeño, que parió el otro día en el navío, y atalla han aquí, adonde yo estoy, y traigan el caballo de Ortiz el Músico, ques muy rijioso y tomará olor de la yegua, y desque haya tomado olor della, llevarán la yegua e el caballo, cada uno por sí, en parte donde desque vengan los caciques que han de venir, no los oyan relinchar, ni los vean hasta que vengan delante de mí y estemos hablando». Y ansí se hizo, según y de la manera que lo mandó, que trujeron la yegua y el caballo, y tomó olor della en el aposento de Cortés, y demás desto, mandó que cebasen un tiro, el mayor, con una buena pelota y bien cargado de pólvora. Y estando en esto, que ya era mediodía, vinieron cuarenta indios, todos caciques, con buena manera y mantas ricas, a la usanza de ellos, y saludaron a Cortés y a todos nosotros, y traían de sus inciensos, e andaban sahumando a cuantos allí estábamos, y demandaron perdón de lo pasado, y que desde allí adelante serían buenos. Cortés les respondió algo con gravedad, como enojado, y por nuestra lengua, Aguilar, dijo que ya ellos habían visto cuántas veces les había requerido con la paz, y que ellos tenían la culpa, y que agora eran merescedores que a ellos y a cuantos quedan en todos sus pueblos matásemos, y que somos vasallos de un gran rey y señor que nos envió a estas partes, que se dice el emperador don Carlos, que manda que a los que estuvieren en su real servicio que les ayudemos y favorezcamos, y que si ellos fueren buenos, como dicen, que ansí lo haremos, y si no que soltara de aquellos tepuzques que los maten (y al hierro llaman en su lengua tepuzque), e aun por lo pasado que han hecho en damos guerra están enojados algunos dellos. Entonces secretamente mandó poner fuego a la lombarda que estaba cebada, y dio tan buen trueno como era menester. Iba la pelota zumbando por los montes, que como era mediodía y hacía calma llevaba gran ruido, y los caciques se espantaron de la oír; como no habían visto cosa como aquella, creyeron que era verdad lo que Cortés les dijo. Y Cortés les dijo, con Aguilar, que ya no hobiesen miedo, quél mandó que no hiciesen daño. Y en aquel instante trujeron el caballo que había tomado olor de la yegua, y átanlo no muy lejos de donde estaba Cortés hablando con los caciques. Y como la yegua la habían tenido en el mismo aposento a donde Cortés y los indios estaban hablando, pateaba el caballo y relinchaba y hacía bramuras, y siempre los ojos mirando a los indios y al aposento adonde había tomado olor de la yegua. Y los caciques creyeron que por ellos hacía aquellas bramuras, y estaban espantados.
Y desque Cortés los vio de aquel arte se levantó de la silla y se fue para el caballo, y mandó a dos mozos de espuelas que luego le llevasen de allí lejos, y dijo a los indios que ya mandó al caballo que no estuviese enojado, pues ellos venían de paz y eran buenos. Estando en esto, vinieron sobre treinta indios de los de carga, que entre ellos llaman tamenes, que traían la comida de gallinas y pescado y otras cosas de frutas, que paresce ser se quedaron atrás y no pudieron venir juntamente con los caciques. Y allí hubo muchas pláticas Cortés con aquellos principales, y los caciques con Cortés, y dijeron que otro día vernían todos y traerían un presente y hablarían en otras cosas, y ansí se fueron muy contentos, Donde los dejaré agora, hasta otro día.