Capítulo CXCVIII. Cómo llegó la Real Audiencia a Méjico y lo que se hizo muy justificadamente

Ya he dicho en el capitulo pasado cómo Su Majestad mandó quitar toda la Real Audiencia de Méjico y dio por ningunas las encomiendas de indios que habían dado el presidente y oidores que en ellas residían; porque los daban a sus deudos y paniaguados y otras personas que no tenían méritos, mandó Su Majestad que se los quitasen y los diesen a los conquistadores que estaban con pobres repartimientos, y porque tuvieron noticia que no hacían justicia ni cumplieron sus reales mandos, se mandó venir otros oidores que fuesen personas de cencia y de concencia, y les encargó que en todo hiciesen justicia, y por presidente vino don Sebastián Ramírez de Villaescusa, que en aquella sazón era obispo de Santo Domingo, y cuatro licenciados por oidores, que se decían: el licenciado Alonso Maldonado, de Salamanca, y él licenciado Zainos, de Toro o de Zamora, y el licenciado Vasco de Quiroga, de Madrigal, que después fue obispo de Mechuacán, y el licenciado Salmerón, de Madrid. Y primero llegaron a Méjico los oidores que viniese el obispo de Santo Domingo, y se les hizo dos grandes rescibimientos, ansí a los oidores, que vinieron primero, como al presidente, que vino de ahí a pocos días.

Y luego mandan pregonar residencia general, y de todas las ciudades y villas vinieron muchos vecinos y procuradores, y aun caciques y principales, y dan tantas quejas del presidente y oidores pasados, de agravios y cohechos y sinjusticias que les habían hecho, que estaban espantados el presidente y oidores que les tomaban residencia. Pues los procuradores de Cortés pónenles tantas demandas de los bienes y hacienda que le hicieron vender en las almonedas, como dicho tengo antes de agora, que si todo en lo que les condenaba hobieran de pasar, montaba sobre docientos mil pesos de oro. Y como el Nuño de Guzmán estaba en Jalisco y no quería venir a la Nueva España a dar su residencia, respondía el Delgadillo y Matienzo, en la residencia que les tomaba, que todas aquellas demandas que les ponían eran a cargo del Nuño de Guzmán, que como presidente lo mandaba de hecho, y no era a su cargo, y que mandasen enviar por él que venga a Méjico a descargarse de los cargos que le ponen. Y puesto que ya había enviado a Jalisco la Real Audiencia provisiones para que pareciese personalmente en Méjico, no quiso venir; y el presidente y oidores, por no alborotar la Nueva España, disimularon la cosa y hacen sabidor dello a Su Majestad, y luego enviaron sobre ello el Real Consejo de Indias a un licenciado que se decía Fulano de la Torre, natural de Badajoz, para que le tomase residencia en la provincia de Jalisco y para que le traiga a Méjico, y que le echase preso en la cárcel pública; y trujo comisión para que nos pagase el Nuño de Guzmán todo en lo que nos sentenció a los conquistadores sobre lo de Narváez, y lo de las firmas cuando nos echaron presos, como dicho tengo en el capítulo pasado que dello habla.

Y dejaré apercibiendo a este licenciado de la Torre para venir a la Nueva España, y diré en qué paró la residencia. Y es que al Delgadillo y a Matienzo les vendieron sus bienes para pagar las sentencias que contra ellos dieron y los echaron presos en la cárcel pública por lo que más debían que no alcanzó a pagar con sus bienes; y a un hermano de Delgadillo, que se decía Berrio, que estaba por alcalde mayor en Guaxaca, hallaron contra él tantos agravios y cohechos que había llevado, que le vendieron sus bienes para pagar a quien los había tomado, y le echaron preso por lo que no alcanzaba, y murió en la cárcel; y otro tanto hallaron contra otro pariente del Delgadillo que estaba por alcalde mayor en los Zapotecas, que también se llamaba Delgadillo como el pariente, y murió en la cárcel. Ciertamente eran tan buenos y jueces y rectos en hacer justicia los nuevamente venidos, que no entendían sino solamente en hacer lo que Dios y Su Majestad manda, y en que los indios conociesen que les favorescían y que fuesen bien dotrinados en la santa dotrina, y demás desto luego quitaron que no se herrasen esclavos e hicieron otras buenas cosas.

Y como el licenciado Salmerón y el licenciado Zainos eran viejos, acordaron de enviar a demandar licencia a Su Majestad para se ir a Castilla, porque ya habían estado cuatro años en Méjico y estaban ricos y habían servido en los cargos que trujeron. Su Majestad les envió la licencia después de haber dado residencia, que dieron muy buena. Pues el presidente, don Sebastián Ramírez, obispo que en aquella sazón era de Santo Domingo, también fue a Castilla, porque Su Majestad le envió a llamar para se informar de las cosas de la Nueva España y para ponelle por presidente de la Real Chancillería de Granada, e desde a cierto tiempo le pasaron a Valladolid; y ansí como llegó le dieron el obispado de Tuy, y dende a pocos dias vaco el de León y se lo dieron, y era presidente, como dicho tengo, en la chancillería de Valladolid, y en aquel instante vacó el obispado de Cuenca y se lo dieron; por manera que se alcanzaban unas bulas a otras, y por ser buen juez vino a subir en el estado que he dicho, y en esta sazón vino la muerte a llamarle, y paréceme a mí, según nuestra santa fe, questá en la gloria con los bienaventurados, porque a lo que conocí y comuniqué con él cuando era en Méjico presidente, en todo era muy reto y bueno, y como tal persona había sido, antes que fuese obispo de Santo Domingo, inquisidor en Sevilla.

Volvamos a nuestra relación, y diré del licenciado Alonso Maldonado, que Su Majestad le mandó que viniese a las provincias de Guatimala e Honduras y Nicaragua por presidente y gobernador, y en todo fue muy bueno y reto juez y gran servidor de Su Majestad, y aun tuvo título adelantado de Yucatán por capitulación que tuvo hecha con su suegro, don Francisco de Montejo. Pues el licenciado Quiroga fue tan bueno y virtuoso, que le dieron el obispado de Mechuacán. Dejemos de contar destos prosperados por sus virtudes, y volvamos a decir de Delgadillo y Matienzo, que fueron a Castilla y a sus tierras muy pobres, y no con buenas famas, y dende a dos o tres años dijeron que murieron. E ya en esta sazón había Su Majestad mandado que viniese a la Nueva España, por visorrey, el ilustrísimo y buen caballero y dino de loable memoria don Antonio de Mendoza, hermano del marqués de Mondéjar, y vinieron por oidores el dotor Quesada, natural de Ledesma, y el licenciado Tejada, de Logroño, y aun en aquel tiempo estaba por oidor el licenciado Mercenario, que aún no había ido a ser presidente de Guatimala, y también vino por oidor un licenciado anciano que se decía el licenciado Loaisa, natural de Ciudad Real, y como era hombre viejo estuvo tres o cuatro años en Méjico, y allegó pesos de oro para irse a Castilla, y se volvió a su casa; y de ahí a poco tiempo vino un licenciado de Sevilla, que se decía el licenciado Santillana, que después fue dotor, y todos fueron muy buenos jueces, y después que se les hizo grandes rescibimientos en la entrada de aquella gran ciudad, se pregonó residencia general contra el presidente y oidores pasados, todos los hallaron muy retos y buenos, y hacían conforme a justicia.

Y volviendo a nuestra relación cerca del Nuño de Guzmán, que se estaba en Jalisco, y como el virrey don Antonio de Mendoza alcanzó a saber que Su Majestad mandó venir al licenciado de la Torre a tomarle residencia en Jalisco y a echalle preso en la cárcel pública, y hacer que pagase al marqués del Valle lo que se hallase deberle, y a los conquistadores también nos pagase en lo que nos sentenció sobre lo de Narváez, y por hacelle bien y porque no fuese molestado e afrentado, le envió a llamar que viniese luego a Méjico sobre su palabras, y le señaló por posada sus palacios, y el Nuño de Guzmán ansí lo hizo, que se vino luego; y el virrey le hacía mucha honra y le favorescía y comía con él. Y en este instante llegó a Méjico el licenciado de la Torre, que ya he nombrado, y como traía mandado de Su Majestad que luego echase preso a Nuño de Guzman y que en todo hiciese justicia, puesto que primero lo comunicó con el virrey, y parece ser no halló tanta voluntad para ello como quisiera, acordó de le sacar de la posada del virrey, adonde estaba, y decía a voces: «Esto manda Su Majestad; ansí se ha de hacer, y no otra cosa», y le llevó a la cárcel pública de aquella ciudad y estuvo preso ciertos días, hasta que rogó por él el mismo visorrey, que le sacaron de la cárcel.

Y como conoscieron en el de la Torre que traía recios aceros para no dejar de ejecutar la justicia y tomar residencia muy a las derechas al Nuño de Guzmán, y como la malicia humana muchas veces no deja cosa en que pueda infamar que no infame, parece ser que como el licenciado de la Torre era algo aficionado al juego especial de naipes, puesto que no jugaba sino al trunfo e a la primera por pasatiempo, quien quiera que fue por parte del Nuño de Guzmán, y como en aquel tiempo se usaban traer unos tabardos con mangas largas, en especial traían los juristas, metieron en una de las mangas del tabardo del licenciado de la Torre una baraja de naipes de los chicos, y ataron la manga de arte que no se pudiese salir. Y en aquel instante, yendo el licenciado por la plaza de Méjico acompañado de personas de calidad, e quien quiera que fue en metelle los naipes en la manga tuvo manera que se le desató, y sálensele os naipes pocos a pocos, y dejó rastro dellos en el suelo en la plaza por donde iba; y las personas que le iban acompañando, desque le vieron salir de aquella manera los naipes[72], se lo dijeron que mirase lo que traía en la manga del tabardo; y desque el licenciado vio tan gran burla, dijo con gran enojo: «Bien parece que no quieren que yo haga justicia a las derechas; mas si no me muero, yo la haré de manera que Su Majestad sepa deste desacato que conmigo se ha hecho». Y dende a pocos días cayó malo, y de pensamiento dello o de otras cosas que ocurrieron, de calenturas murió.

Y luego proveyó el Audiencia Real, juntamente con el virrey, del poder que traía el de la Torre a un caballero que se decía Francisco Vázquez Coronado, natural de Salamanca, y era muy íntimo amigo del visorrey, y todo se hizo de la manera quel Nuño de Guzmán quiso en la residencia que le tomaron. Este Francisco Vázquez Coronado fue dende a cierto tiempo por capitán a la conquista de Zibola, que en aquel tiempo llamaban las Siete Ciudades, y dejó en su lugar en la gobernación de Jalisco a un Cristóbal de Oñate, persona de calidad, y el Francisco Vázquez era rescién casado con una señora hija del tesorero Alonso de Estrada, y demás de ser llena de virtudes era muy hermosa, y como fue aquellas ciudades de la Zibola, tuvo gana de volver a la Nueva España e a su mujer, y dijeron algunos soldados de los que fueron en su compañía que quiso remedar a Ulises, capitán greciano, que se hizo loco cuando estaba sobre Troya por venir a gozar de su mujer Penélope; ansí hizo Francisco Vázquez Coronado, que dejó la conquista que llevaba y le dio ramo de locura y se volví a Méjico a su mujer, y como se lo daban en cara de se haber vuelto de aquella manera, falleció dende a pocos días.

Historia verdadera de la conquista de la Nueva España
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