Capítulo CXXV. Cómo fuimos a grandes jornadas ansí Cortés como todos sus capitanes y todos los de Narváez, eceto Pánfilo de Narváez y el Salvatierra, que quedaban presos
Como llegó la nueva por mí memorada cómo Pedro de Alvarado estaba cercado y Méjico rebelde, cesaron las capitanías que habían de ir a poblar a Pánuco e a Guazaqualco, que habían dado a Juan Velázquez de León y a Diego de Ordaz, que no fue ninguno dellos, que todos fueron con nosotros. Y Cortés habló a los de Narváez, que sintió que no irían con nosotros de buena voluntad a hacer aquel socorro, y les rogó que dejasen atrás enemistades pasadas por lo de Narváez, ofresciéndoseles de hacerlos ricos y dalles cargos, y pues venían a buscar la vida y estaban en tierras donde podrían hacer servicio a Dios y a Su Majestad y enriquecer, y pues que agora venía lance. Y tantas palabras les dijo, que todos a una se le ofrescieron que irían con nosotros; y si supieran las fuerzas de Méjico, cierto está que no fuera ninguno.
Y luego caminamos a muy grandes jornadas hasta llegar a Tascala, donde supimos que hasta que Montezuma y sus capitanes habían sabido cómo habíamos desbaratado a Narváez, no dejaron de dar guerra, y le habían ya muerto siete soldados, y le quemaron los aposentos, y que desque supieron nuestra vitoria cesaron de dalle guerra; mas dijeron que estaban muy fatigados por falta de agua y bastimento; el cual bastimento nunca se lo había mandado dar el Montezuma. Y esta nueva trujeron indios de Tascala en aquella misma hora que hobimos llegado. Y luego Cortés mandó hacer alarde de la gente que llevaba, y halló sobre mil y trecientos soldados, ansí de los nuestros como de los de Narváez, y sobre noventa y seis caballos, y ochenta ballesteros, y otros tantos escopeteros, con los cuales le paresció a Cortés que llevaba gente para poder entrar muy a nuestro salvo en Méjico; y demás desto, en Tascala nos dieron los caciques dos mil indios de guerra. Y luego fuimos a grandes jornadas hasta Tezcuco, ques una gran ciudad; y no se nos hizo honra ninguna en ella, ni paresció ningún señor, sino todo muy remontado y de mal arte.
Y llegamos a Méjico día de señor San Juan de junio de mil e quinientos y veinte años, y no parescían por las calles caciques ni capitanes, ni indios conoscidos, sino todas las casas despobladas. Y como llegamos a los aposentos en que solíamos posar, el gran Montezuma salió al patio para hablar y abrazar a Cortés y dalle el buen venido, y de la vitoria con Narváez. Y Cortés, como venía vitorioso, no le quiso oír, y el Montezuma se entró en su aposento muy triste y pensativo. Pues ya aposentados cada uno de nosotros donde solíamos estar antes que saliésemos de Méjico para ir a lo de Narváez, y los de Narváez en otros aposentos, e ya habíamos visto e hablado con el Pedro de Alvarado y los soldados que con él quedaron, y ellos nos daban cuenta de las guerras que los mejicanos les daban y trabajo en que les tenían puesto, y nosotros les dábamos relación de la vitoria contra Narváez.
Y dejaré esto, y diré cómo Cortés procuró saber qué fue la causa de se levantar Méjico porque bien entendido teníamos que Montezuma le pesó dello, que si le plugiera o fuera por su consejo, dijeron muchos soldados de los que se quedaron con Pedro de Alvarado en aquellos trances, que si el Montezuma fuera en ello, que a todos les mataran, y que Montezuma los aplacaba que cesasen la guerra. Y lo que contaba el Pedro de Alvarado a Cortés, sobre el caso era que por libertar los mejicanos al Montezuma, e porque su Huichilobos se lo mandó, porque pusimos en su casa la imagen de Nuestra Señora la Virgen Santa María y la cruz; y más dijo que habían llegado muchos indios a quitar la santa imagen del altar donde la pusimos, y que no pudieron, e que los indios lo tuvieron a gran milagro y que se lo dijeron al Montezuma, e que les mandó que la dejasen en el mismo lugar y altar y que no curasen de hacer otra cosa, y ansí la dejaron. Y más dijo el Pedro de Alvarado que por lo quel Narváez les había enviado a decir al Montezuma que le venía a soltar de las prisiones e a prendernos, y no salió verdad, e como Cortés había dicho al Montezuma que en teniendo navíos nos habíamos de ir a embarcar y salir de toda la tierra, e que no nos íbamos, e que todo eran palabras, e que agora había visto venir muchos más teules, antes que todos los de Narváez e los nuestros tornásemos a entrar en Méjico, que seria bien matar al Pedro de Alvarado y a sus soldados y soltar al gran Montezuma, y después no quedar la vida a ninguno de los nuestros e de los de Narváez, cuando más que tuvieron por cierto que nos vencería el Narváez y sus soldados. Estas pláticas y descargo dio Pedro de Alvarado a Cortés.
Y le tornó a decir Cortés que a qué causa les fue a dar guerra estando bailando y haciendo sus fiestas. Y respondió que sabía muy ciertamente que en acabando las fiestas y bailes y sacrificios que hacían a su Huichilobos y a Tezcatepuca, que luego le habían de venir a dar guerra, según el concierto tenían entre ellos hecho; y todo lo demás, que lo supo de un papa y de dos principales y de otros mejicanos. E Cortés le dijo: «Pues hanme dicho que le demandaron licencia para hacer el areito y bailes». Dijo que ansí era verdad, que fue por tomarles descuidados; e que porque temiesen y no viniesen a dalle guerra, que por esto se adelantó a dar en ellos. Y desque aquello Cortés le oyó, le dijo muy enojado que era muy mal hecho e gran desatino[29], e que plugiera a Dios quel Montezuma se hobiera soltado e que tal cosa no la oyera a sus ídolos. E ansí le dijo que no le habló más en ello. También[30] dijo el mismo Pedro de Alvarado que cuando andaba con ellos en aquella guerra que mandó poner a un tiro que estaba cebado, fuego, el cual tenía una pelota e muchos perdigones, e que como venían muchos escuadrones de indios a le quemar los aposentos, que salió a pelear con ellos e que mandó poner fuego al tiro, e que no salió, y desque hizo una arremetida contra los escuadrones que le daban guerra, y cargaban muchos indios sobrél, que venía retrayéndose a la fuerza e aposento, e que entonces sin poner fuego al tiro salió la pelota y los perdigones, y mató muchos indios, y que si aquello no acaesciera, que los enemigos les mataran a todos, como en aquella vez les llevaron dos de sus soldados vivos.
Otra cosa dijo el Pedro de Alvarado, y esta sola cosa la dijeron otros soldados, que las demás pláticas sólo el Pedro de Alvarado lo contaba; y es que no tenían agua para beber, y cavaron en el patio, e hicieron un pozo y sacaron agua dulce, siendo todo salado también; todo fue muchos bienes que Nuestro Señor Dios nos hacía. E a esto del agua digo yo que en Méjico estaba una fuente que muchas veces e todas las más manaba agua[31]. Estas cosas, y otras, sé decir que lo oí a personas de fe y creer, que se hallaron con el Pedro de Alvarado cuando aquello pasó. Y dejallo he aquí, y diré la gran guerra que luego nos dieron, y es desta manera.