Capítulo XXIII. Cómo el capitán Hernando Cortés se embarcó con todos los soldados para ir por la banda del Sur a la Habana, y envió otro navío por la banda del Norte, y lo que más le aconteció

Después que Cortés vio que en la villa de la Trinidad no teníamos en qué entender, apercibió a todos los soldados que allí se habían juntado, para ir en su compañía… de Alvarado que se fuese por tierra desde aquella villa de la Trinidad hasta la Habana…[4] recogiese unos soldados que estaban en unas estancias, y yo fui en su compañía. También mandó Cortés a un hidalgo que se decía Juan de Escalante, muy su amigo, que fuese en un navío por la banda del Norte, y mandó que todos los caballos fuesen por tierra. Pues ya despachado todo lo que dicho tengo, Cortés se embarcó en la nao capitana con todos los navíos para ir a la derrota de la Habana. Parece ser que las naos que llevaba en conserva no vieron a la capitana, donde iba Cortés, porque era de noche, y fueron al puerto. Y ansimismo llegamos por tierra con Pedro de Alvarado a la villa de la Habana en el navío que venía Juan de Escalante por la banda del Norte, y también habían venido todos los caballos que iban por tierra. Y Cortes no vino ni sabían dar razón dél. Y pasáronse cinco días, y no había nuevas ninguna de su navío, y teníamos sospecha no se hobiese perdido en los Jardines, que es cerca de las islas de Pinos, donde hay muchos bajos que están diez o doce leguas de la Habana.

Y fue acordado por todos nosotros que fuesen tres navíos de los de menor porte en su busca de Cortés. Y en aderezar los navíos y en debates vaya Fulano, vaya Zutano, o Pedro o Sancho, se pasaron otros dos días, y Cortés no venía. Ya había entre nosotros bandos y medio chirinolas sobre quién sería capitán hasta saber de Cortés, y quien más en ello metió la mano fue Diego de Ordaz, como mayordomo mayor del Velázquez, a quien enviaba para entender solamente en lo de la armada no se alzasen con ella.

Dejemos esto y volvamos a Cortés, que, como venía en el navío de mayor porte, como antes tengo dicho, en el paraje de isla de Pinos o cerca de los Jardines hay muchos bajos, paresce ser tocó y quedó algo en seco el navío e no pudo navegar; y con el batel mandó descargar toda la carga que se pudo sacar porque allí cerca había tierra, donde lo descargaron. Y desque vieron que el navío estaba en flote y podía nadar, le metieron en más hondo y tornaron a cargar lo que habían sacado en tierra, y dio vela y fue su viaje hasta el Puerto de la Habana. Y cuando llegó, todos los más de los caballeros y soldados que le aguardábamos nos alegramos con su venida, salvo algunos que pretendían ser capitanes, y cesaron las chirinolas. Y después que le aposentamos en casa de Pedro Barba, que era teniente de aquella villa del Diego Velázquez, mandó sacar sus estandartes y ponellos delante de las casas donde posaba; y mandó dar pregones, según y de la manera de los pasados.

Y de allí, de la Habana, vino un hidalgo que se decía Francisco de Montejo, y éste es el por mi muchas veces nombrado, que después de ganado Méjico fue adelantado y gobernador de Yucatán, y vino Diego de Soto, el de Toro, que fue mayordomo de Cortés en lo de Méjico, y vino un Angulo, y Garcicaro, y Sebastián Rodríguez, y un Pacheco, y un Fulano Gutiérrez, y un Rojas (no digo Rojas el rico), y un mancebo que se decía Santa Clara, y dos hermanos que se decían los Martínez, del Fregenal, y un Juan de Nájera (no lo digo por el Sordo, el del juego de la pelota de Méjico), y todos personas de calidad, sin otros soldados que no me acuerdo sus nombres. Y cuando Cortés los vio todos aquellos hidalgos juntos, se holgó en gran manera, y luego envió un navío a la punta de Guaniguanico, a un pueblo que allí estaba de indios, adonde hacían cazabi y tenían muchos puercos, para que cargase el navío de tocinos, porque aquella estancia era del gobernador Diego Velázquez.

Y envió por capitán del navío a Diego de Ordaz, como mayordomo de las haciendas del Velázquez, y envióle por tenelle apartado de sí, porque Cortés supo que no se mostró mucho en su favor cuando bobo las contiendas sobre quién sería capitán cuando Cortés estaba en la isla de Pinos, que tocó su navío, y por no tener contraste en su persona le envió y le mandó que después que tuviese cargado el navío de bastimentos se estuviese aguardando en el mesmo puerto de Guaniguanico hasta que se juntase con otro navío que había de ir por la banda del Norte, y que irían ambos en conserva hasta lo de Cozumel, o le avisaría con indios en canoas lo que había de hacer. Volvamos a decir de Francisco de Montejo y de todos aquellos vecinos de la Habana que metieron mucho matalotaje de cazabi y tocinos, que otra cosa no había.

Y luego Cortés mandó sacar toda la artillería de los navíos, que eran diez tiros de bronce y ciertos falconetes, y dio cargo dello a un artillero que se decía Mesa, y a un levantisco que se decía Arbengo, y a un Juan Catalán para que lo limpiasen y probasen, y que las pelotas y pólvora que todo lo tuviesen muy a punto, y dióles vino e vinagre con que lo refinasen. Y dióles por compañero a uno que se decía Bartolomé de Usagre. Ansimismo mandó aderezar las ballestas, y cuerdas, y nueces, y almacén e que tirasen a terrero, y que mirasen a cuántos pasos llegaba la fuga de cada una dellas. Y como en aquella tierra de la Habana había mucho algodón, hicimos armas muy bien colchadas, porque son buenas para entre indios, porque es mucha la vara y flecha y lanzadas que daban, pues piedra era como granizo. Y allí en la Habana comenzó Cortés a poner casa y a tratarse como señor, y el primer maestresala que tuvo fue un Guzmán, que luego se murió o mataron indios; no digo por el mayordomo Cristóbal de Guzmán, que fue de Cortés, que prendió Guatemuz cuando la guerra de Méjico; y también tuvo Cortés por camarero a un Rodrigo Rangel, y por mayordomo a un Juan de Cáceres, que fue después de ganado Méjico hombre rico.

Y todo esto ordenado, nos mandó apercibir para embarcar, y que los caballos fuesen repartidos en todos los navíos; hicieron una pesebrera y metieron mucho maíz e hierba seca.

Quiero aquí poner por memoria todos los caballos e yeguas que pasaron:

Capitán Cortés, un caballo castaño zaino, que luego se le murió en San Juan de Ulúa.

Pedro de Alvarado y Hernán López de Ávila, una yegua alazana, muy buena, de juego y de carrera, y desque llegamos a la Nueva España el Pedro de Alvarado le compró la mitad de la yegua o se la tomó por fuerza.

Alonso Hernández Puerto Carrero, una yegua rucia de buena carrera, que le compró Cortés por las lazadas de oro.

Juan Velázquez de León, otra yegua rucia muy poderosa, que llamábamos la Rabona, muy revuelta y de buena carrera.

Cristóbal de Olí, un caballo castaño escuro, harto bueno.

Francisco de Montejo y Alonso de Ávila, un caballo alazán tostado; no fue bueno para cosa de guerra.

Francisco de Morla, un caballo castaño escuro, gran corredor y revuelto.

Juan de Escalante, un caballo castaño claro tresalbo; no fue bueno.

Diego de Ordaz, una yegua rucia machorra, pasadera, y aunque corría poco.

Gonzalo Domínguez, un muy extremado jinete, un caballo castaño escuro muy bueno e gran corredor.

Pedro González de Trujillo, un buen caballo castaño, perfeto castaño, que corría muy bien.

Morón, vecino del Bayamo, un caballo overo, labrado de las manos y era bien revuelto.

Baena, vecino de la Trinidad, un caballo overo, algo sobre morcillo; no salió bueno para cosa ninguna.

Lares, el muy buen jinete, un caballo muy bueno, de color castaño algo claro, e buen corredor.

Ortiz el Músico, y un Bartolomé García, que solía tener minas de oro, un muy buen caballo oscuro que decían el Arriero. Éste fue uno de los buenos caballos que pasamos en la armada.

Juan Sedeño, vecino de la Habana, una yegua castaña, y esta yegua parió en el navío. Este Juan Sedeño pasó el más rico soldado que hobo en toda la armada, porque trujo navío suyo, y la yegua, y un negro, e cazabe, e tocino, porque en aquella sazón no se podía hallar caballos ni negros si no era a peso de oro, y a esta causa no pasaron más caballos, porque no los había ni de qué comprallos. Y dejallo he aquí, y diré lo que allí nos avino, ya que estábamos a punto para pasarnos embarcar.

Historia verdadera de la conquista de la Nueva España
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