Capítulo LXXI. Cómo vinieron a nuestro real los cuatro principales que habían enviado a tratar paces, y el razonamiento que hicieron, y lo que más pasó

Estando en nuestro real sin saber que habían de venir de paz, puesto que la deseábamos en gran manera y estábamos entendiendo en aderezar armas y en hacer saetas, y cada uno en lo que había de menester para en cosas de la guerra, en este instante vino uno de nuestros corredores del campo a gran priesa y dice que por el camino principal de Tascala vienen muchos indios e indias con cargas, y que sin torcer por el camino vienen hacia nuestro real, e que el otro su compañero de a caballo, corredor del campo, está atalayando para ver a qué parte van. Y estando en esto llegó el otro su compañero de a caballo, y dijo que allí muy cerca venían derechos adonde estábamos, y que de rato en rato hacían paradillas. Y Cortés y todos nosotros nos alegramos con aquellas nuevas, porque creímos ser de paz, como lo fue. Y mandó Cortés que no se hiciese alboroto ni sentimiento, y que disimulados nos estuviésemos en nuestras chozas. Y luego de todas aquellas gentes que venían con las cargas se adelantaron cuatro principales, que traían cargo de entender en las paces, como les fue mandado por los caciques viejos, y haciendo señas de paz, que era abajar la cabeza, se vinieron derechos a la choza y aposento de Cortés, y pusieron la mano en el suelo y besaron la tierra e hicieron tres reverencias, y quemaron sus copales y dijeron que todos los caciques de Tascala y vasallos y aliados y amigos y confederados suyos se vienen a meter debajo de la amistad y paces de Cortés y de todos sus hermanos los teules que con él estábamos, y que les perdone porque no han salido de paz e por la guerra que nos han dado, porque creyeron y tuvieron por cierto que éramos amigos de Montezuma y sus mejicanos, los cuales son sus enemigos mortales de tiempos muy antiguos, porque vieron que venían con nosotros e en nuestra compañia muchos de sus vasallos que le dan tributos, y que con engaños y traiciones les querían entrar en su tierra, como lo tenían de costumbre, para llevar robados hijos y mujeres, y que por esta causa no creían a los mensajeros que les enviamos, y demás desto, dijeron que los primeros indios que nos salieron a dar guerra, ansí como entramos en sus tierras, que no fue por su mandado y consejo, sino por los chuntales estomies, que son gentes como monteses y sin razón, que como vieron que éramos tan pocos, que creyeron de tomarnos a manos y llevamos presos a sus señores, y ganar gracias con ellos, y que agora vienen a demandar perdón de su atrevimiento, e que allí traen aquel bastimento, y que cada día traerán más, y que lo recibamos con el amor que lo envían, y que de ahí a dos días verná el capitán Xicotenga con otros caciques y dará más relación de la buena voluntad que toda Tascala tiene de nuestra buena amistad.

Y desque hobieron acabado su razonamiento abajaron sus cabezas y pusieron las manos en el suelo y besaron la tierra. Y luego Cortés les habló con nuestras lenguas con gravedad e hizo del enojado, e dijo que puesto que había causas para no los oír ni tener amistad con ellos, porque desque entramos por su tierra les enviamos a demandar paces, y les envió a decir que les quería favorescer contra sus enemigos los de Méjico e no lo quisieron creer y querían matar nuestros embajadores, y no contentos con aquello nos dieron guerra tres veces, de día y de noche, e que tenían espías y acechanzas sobre nosotros, y en las guerras que nos daban les pudiéramos matar muchos de sus vasallos, y no quiso; y que los que murieron le pesa por ello, y que ellos dieron causa a ello, y que tenía determinado ir adonde están los caciques viejos a dalles guerra, que pues agora vienen de paz, de parte de aquella provincia, quél lo rescibe en nombre de nuestro rey y señor, y les agradesce el bastimento que traen; y les mandó que luego vayan a sus señores a les decir vengan o envíen a tratar las paces con más certificación, y que si no vienen, que iríamos a su pueblo a les dar guerra. Y les mandó dar cuentas azules para que diesen a los caciques en señal de paz, y se les amonestó que cuando viniesen a nuestro real fuese de día y no de noche, porque les mataríamos. Y luego se fueron aquellos cuatro mensajeros y dejaron en unas casas de indios algo apartadas de nuestro real, las indias que traían para hacer pan, y gallinas y todo servicio, y veinte indios que les traían agua y leña; y desde allí adelante nos traían muy bien de comer. Y cuando aquello vimos y nos paresció que eran verdaderas las paces, dimos muchas gracias a Dios por ello. Y vinieron en tiempo que ya estábamos tan flacos y trabajados y descontentos con las guerras, sin saber el fin que habría dellas, cual se puede colegir.

Y en los capítulos pasados dice el coronista Gómara, lo uno que Cortés se subió en unos peñascos y que vio el pueblo de Cinpancingo. Digo que estaba tan junto a nuestro real, que harto ciego era el soldado que le quería ver que no le veía muy claro: también dice que se le querían amotinar y rebelar los soldados, e dice otras cosas que yo no las quiero escrebir, porques gastar palabras. Digo que nunca capitán fue obedescido con tanto acato y puntualidad en el mundo, según adelante verán, e que tal por pensamiento pasé a ningún soldado desque entramos en la tierra adentro, sino fue cuando lo de los arenales, y las palabras que le decían en el capítulo pasado era por vía de aconsejarle y porque les parescía que eran bien dichas, y no por otra vía, porque siempre le siguieron muy bien y lealmente. Y quien viere su historia lo que dice creerá ques verdad, según lo relata con tanta elocuencia, siendo muy contrario de lo que pasó. Y dejallo he aquí, y diré lo que más adelante nos avino con unos mensajeros que envió el gran Montezuma.

Historia verdadera de la conquista de la Nueva España
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