Capítulo CX[28]. Cómo Pánfilo de Narváez llegó al puerto de san Juan de Ulúa, que se dice la Veracruz, con toda su armada, y lo que le sucedió
Viniendo el Pánfilo de Narváez con toda su flota, que eran diez y nueve navíos, por la mar, paresce ser, junto a las sierras de San Martín, que ansí se llaman, tuvo un viento Norte, y en aquella costa es travesía, y de noche se le perdió un navío de poco porte, que dio al través; venía en él por capitán un hidalgo que se decía Cristóbal de Morante, natural de Medina del Campo, y se ahogaron cierta gente, y con toda la más flota vino a San Juan de Ulúa, y como se supo de aquella grande armada, que para haberse hecho en la isla de Cuba, grande se puede llamar, tuvieron noticia della los soldados que había enviado Cortés a buscar las minas, viénense a los navíos del Narváez los tres dellos, que se decían Cervantes el Chocarrero, y Escalona, y el otro que se decía Alonso Hernández Carretero, y cuando se vieron dentro en los navíos y con el Narváez, disque alzaban las manos a Dios que les libró del poder de Cortés y de salir de la gran ciudad de Méjico, donde cada día esperaban la muerte; y como comían con el Narváez y bebían vino, y hartos de beber demasiado, estábanse diciendo los unos a los otros delante del mismo general. «Mira sí es mejor estar aquí bebiendo buen vino que no cativo en poder de Cortés, que nos traía de noche y de día tan avasallados que no osábamos hablar, y aguardando de un día a otro la muerte al ojo». Y aun decía el Cervantes, como era truhán, so color de gracias: «¡Oh, Narváez, Narváez, qué bienaventurado, que eres e a qué tiempo has venido! Que tiene ese traidor de Cortés allegados más de setecientos mil pesos de oro, y todos los soldados están muy mal con él porque les ha tomado mucha parte de lo que les cabía del oro de parte, e no lo quieren rescibir lo que les da». Por manera que aquellos soldados que se nos huyeron, como eran ruines y soeces, decían al Narváez mucho más de lo que quería saber, y también le dieron por aviso que ocho leguas de allí estaba poblada una villa que se dice la Villa Rica Veracruz, y estaba en ella por capitán un Gonzalo de Sandoval con setenta soldados, todos viejos y dolientes, y que si enviase a ellos gente de guerra luego se le darían, y le dicen otras muchas cosas.
Dejemos todas estas pláticas y digamos cómo luego lo alcanzó a saber el gran Montezuma cómo estaban allí surtos en el puerto con los navíos muchos capitanes y soldados, y envió sus principales secretamente, que no lo supo Cortés, y les mandó dar comida y oro y ropa, y que de los pueblos más cercanos les proveyesen de bastimento, y el Narváez envió a decir al Montezuma muchas malas palabras y descomedimientos contra Cortés y de todos nosotros: que éramos unas gentes malas, ladrones, que vinimos huyendo de Castilla sin licencia de nuestro rey y señor, e que como se tuvo noticia el rey nuestro señor questábamos en estas tierras, y de los males y robos que hacíamos, e teníamos preso al Montezuma, y para estorbar tantos daños, que le mandó al Narváez que luego viniese con todas aquellas naos y soldados y caballos para que le suelten de las prisiones, y que a Cortés y a todos nosotros, como malos, nos prendiesen o matasen y en las mismas naos nos enviase a Castilla, y que desque allá llegásemos nos mandaría matar; y le envió a decir otros muchos desatinos. Y eran los intérpretes para dárselo a entender a los indios los tres soldados que se nos fueron, que ya sabían la lengua, y demás destas pláticas le envió el Narváez ciertas cosas de Castilla. Y cuando Montezuma lo supo tuvo gran contento con aquellas nuevas, porque como le decían que tenía tantos navíos e caballos e tiros y escopeteros y ballesteros y eran mil y trecientos soldados y dende arriba, creyó que nos prendería; y demás desto, como sus principales vieron a nuestros tres soldados con el Narváez, y veían que decían mucho mal de Cortés, tuvo por cierto todo lo quel Narváez le envió a decir. Y toda la armada se la llevaron pintada en unos paños al natural. Entonces el Montezuma le envió mucho más oro y mantas, y mandó que todos los pueblos de la comarca le llevasen bien de comer; e ya hacía tres días que lo sabía el Montezuma, y Cortés no sabía cosa ninguna.
E un día, yéndole a ver nuestro capitán y tenelle palacio, y después de las cortesías que entrellos se tenían, paresció al capitán Cortés que estaba el Montezuma muy alegre y de buen semblante, y le dijo qué tal se sentía. Y el Montezuma respondió que mejor estaba. Y también como Montezuma lo vio ir a e visitar en un día dos veces, temió que Cortés sabía de los navíos, y por ganar por la mano y no le tuviese por sospechoso, le dijo: «Señor Malinche: agora en este punto me han llegado mensajeros de cómo en el puerto adonde desembarcastes han venido diez y ocho e más navíos, y mucha gente y caballos, e todo nos lo traen pintado en unas mantas, y me visitastes hoy dos veces, creí que me veníades a dar nuevas dellos, ansí que no habrás menester hacer navíos. Y porque no me lo decíades, por una parte tenía enojo de vos tenérmelo encubierto, y por otra me holgaba, porque vienen vuestros hermanos para que todos os vayáis a Castilla e no haya más palabras». Y cuando Cortés oyó lo de los navíos y vio la pintura del paño, se holgó en gran manera y dijo: «Gracias a Dios, que al mejor tiempo provee». Pues nosotros, los soldados, era tanto el gozo, que no podíamos estar quedos, y de alegría escaramucearon los de a caballo e tiramos tiros, y Cortés estuvo muy pensativo, porque bien entendió que aquella armada que la enviaba el gobernador Diego Velázquez contra él y contra todos nosotros, y como sabio que era, comunicó lo que sentía della con todos nosotros, capitanes y soldados, y con grandes dádivas de oro que nos da y ofrescimientos que nos haría ricos, a todos nos atraía para que estuviésemos con él. Y no sabía quién venía por capitán, y estábamos muy alegres con las nuevas e con el más oro de lo que nos había dado por vía de mercedes, como que lo daba de su hacienda y no de lo que nos cabía de parte. Y fue gran socorro e ayuda que Nuestro Señor Jesucristo nos enviaba. E quedarse ha aquí, y diré lo que pasó en el real de Narváez.