Capítulo LVII. Cómo después que partieron nuestros embajadores para Su Majestad con todo el oro y cartas y relaciones, lo que en el real se hizo y la justicia que Cortés mandó hacer
Dende a cuatro días que partieron nuestros procuradores para ir antel emperador nuestro señor, como dicho habemos, y los corazones de los hombres son de muchas calidades e pensamientos, paresce ser que unos amigos y criados del Diego Velázquez, que se decían Pedro Escudero, e un Juan Cermeño, e un Gonzalo de Umbría, piloto, e un Bernaldino de Coria, vecino que fue después de Chiapa, padre de un Fulano Centeno, e un clérigo que se decía Juan Díaz, y ciertos hombres de la mar que se decían Peñates, naturales de Gibraleón, estaban mal con Cortés, los unos porque no les dio licencia para se volver a Cuba cuando se la había prometido, y otros porque no les dio parte del oro que enviamos a Castilla; los Peñates porque les azotó en Cozumel, como otra vez he dicho en el capítulo[14], cuando hurtaron los tocinos a un Barrio, acordaron todos de tomar un navío de poco porte e irse con él a Cuba a dar mandado al Diego Velázquez para avisalle cómo en la Habana podían tomar en la estancia de Francisco de Montejo a nuestros procuradores con el oro y recaudo, que según paresció que de otras personas que estaban en nuestro real fueron aconsejados que fuesen a aquella estancia, y aun escribieron para quel Diego Velázquez tuviese tiempo de habellos a las manos; por manera que las personas que he dicho ya tenían metido matalotaje, que era pan cazabi y aceite y pescado y agua y otras pobrezas de lo que podían haber. E ya que se iban a embarcar y era a más de media noche, al uno dellos, que era el Bernaldino de Coria, paresce ser que se arrepintió de se volver a Cuba, lo fue a hacer saber a Cortés. Y como lo supo, e de qué manera e cuántos e por qué causas se querían ir, y quién fueron en los consejos y tramas para ello, les mandó luego sacar las velas e aguja y timón del navío, y los mandó echar presos, y les tomó sus confisiones; y confesaron la verdad y condenaron a otros que estaban con nosotros, que se disimuló por el tiempo que no permitía otra cosa, y por sentencia que dio mandó ahorcar al Pedro Escudero e a Juan Cermeño, y cortar los pies al[15] piloto Gonzalo de Umbría y azotar a los marineros Peñates, a cada docientos azotes, y al padre Juan Díaz si no fuera de misa también le castigaran, mas metióle harto temor.
Acuérdome que cuando Cortés firmó aquella sentencia dijo con grandes sospiros y sentimientos: «¡Oh, quién no supiera escrebir, por no firmar muertes de hombres!». Y parésceme que aqueste dicho es muy común entre jueces que sentencian algunas personas a muerte, que tomaron de aquel cruel Nerón en el tiempo que dio muestras de buen emperador. E ansí como se hobo ejecutado la sentencia, se fue Cortés luego a matacaballo a Cempoal, que son cinco leguas de la villa, y nos mandó que luego fuésemos tras él docientos soldados y todos los de caballo. Y acuérdome que Pedro de Alvarado, que había tres días que le había enviado Cortés con otros docientos soldados por los pueblos de la Sierra porque tuviesen qué comer, porque en nuestra villa pasábamos mucha nescesidad de bastimentos, y le mandó que se fuese a Cempoal, para que allí daríamos orden de nuestro viaje para Méjico; por manera quel Pedro de Alvarado no se halló presente cuando se hizo la justicia que dicho tengo. Y desque nos vimos todos juntos en Cempoal, la orden que se dio en todo diré adelante.