Capítulo CXIX. Cómo vino Andrés de Duero a nuestro real y el soldado Usagre y dos indios de Cuba, naborías del Duero, y quién era el Duero y a lo que venía, y lo que tuvimos por cierto, y lo que se concertó

Y es desta manera que tengo de volver muy atrás a recitar lo pasado. Ya he dicho en el capítulo muy atrás pasado que cuando estábamos en Santiago de Cuba que se concertó Cortés con Andrés de Duero y con un contador del rey, que se decía Amador de Lares, que eran grandes amigos del Diego Velázquez, y el Duero era su secretario, que tratase con el Diego Velázquez que le hiciese a Cortés capitán general para venir en aquella armada, y que partiría con ellos todo el oro y plata y joyas que le cupiese de su parte de Cortés. Y como el Andrés de Duero vio en aquel instante a Cortés, su compañero, tan rico y poderoso, y so color que venía a poner paces y a favorescer a Narváez, en lo que entendió era demandar la parte de la compañía, porque ya el otro su compañero, Amador de Lares, era fallescido. Y como Cortés era sagaz y mañoso, no solamente le prometió de dalle gran tesoro, sino que también le daría mando en toda la armada, ni más ni menos que su propia persona, y que después de conquistada la Nueva España le daría otros tantos pueblos como a él, con tal que tuviese concierto con Agustín Bermúdez, que era alguacil mayor del real de Narváez, y con otros caballeros que aquí no nombro, que estaban convocados, para que en todo caso fuesen en desviar al Narváez para que no saliese con la vida e con honra y le desbaratase; y como a Narváez tuviese muerto o preso y deshecho a su armada, que ellos quedarían por señores y partirían el oro y pueblos de la Nueva España, y para más le atraer y convocar a lo que dicho tengo, le cargó de oro sus dos indios de Cuba. Y según paresció, el Diego se lo prometió, y aun ya se lo tenía prometido el Agustín Bermúdez por firmezas y cartas, y también envió Cortés al Bermúdez y a un clérigo que se decía Juan de León y al clérigo Guevara, que fue el que primero envió Narváez, y otros sus amigos, muchos tejuelos y joyas de oro, y les escribió lo que le paresció que convenía para que en todo le ayudasen.

Y estuvo el Andrés de Duero en nuestro real el día que llegó hasta otro día después de comer, que era día de Pascua del Espíritu Santo, y comió con Cortés, y estuvo hablando en secreto un rato, y desque hobieron comido se despidió el Duero de todos nosotros, así capitanes como soldados, y luego fue a caballo otra vez adonde Cortés estaba, y dijo: «¿Qué manda vuestra merced, que me quiero partir?» Y respondióle: «Que vaya con Dios, y mire, señor Andrés de Duero, que haya buen concierto de lo que tenemos platicado; si no, en mi conciencia, que ansí juraba Cortés, que antes de tres días con todos mis compañeros seré allá en vuestro real, y al primero que le eche la lanza será a vuestra merced, si otra cosa siento al contrario de lo que tenemos hablado». Y el Duero se rió y dijo: «No faltaré en cosa que sea contrario de servir a vuestra merced». Y luego se fue, y llegado a su real dizque dijo al Narváez que Cortés y todos los que estábamos con él sentía estar de buena voluntad para pasarnos con el mesmo Narváez.

Dejemos de hablar desto del Duero, y diré cómo Cortés luego mandó llamar a un nuestro capitán que se decía Juan Velázquez de León, persona de mucha cuenta y amigo de Cortés, y era pariente muy cercano del gobernador de Cuba, Diego Velázquez, y, a lo que siempre tuviemos creído, también le tenía Cortés convocado y atraído a si con grandes dádivas y ofrescimientos que le daría mando en la Nueva España y le haría su igual, porque Juan Velázquez siempre se mostró su muy gran servidor y verdadero amigo, como adelante verán. Y desque hobo venido delante de Cortés y hecho su acato, le dijo: «¿Qué manda vuestra merced?» Y como Cortés hablaba algunas veces muy melioso y con la risa en la boca, le dijo medio riendo: «A lo que al señor Juan Velázquez le hice llamar es que me ha dicho Andrés de Duero que dice Narváez, y en todo su real hay fama, que si vuestra merced va allá que luego yo soy deshecho y desbaratado, porque creen que se ha de hacer con el Narváez, y a esta causa he acordado que, por mi vida, si bien me queréis, que luego vaya en su buena yegua rucia y que lleve todo su oro y la fanfarrona, que era muy pesada cadena de oro, y otras cositas que yo le daré que dé allá por mí a quien yo le dijese, y su fanfarrona, que pesa mucho, llevará al un hombro, y otra cadena que pesa más que ella llevará ceñida con dos vueltas, y allá verá qué le quiere Narváez, y en viniendo que se venga, luego irá allá el señor Diego de Ordaz, que le desean ver en su real, como mayordomo que era del Diego Velázquez». Y el Juan Velázquez respondió quél haría lo que su merced mandaba, mas que su oro y cadenas que no las llevaría consigo, salvo lo que le diese para dar a quien mandase, porque donde su persona estuviese es para le siempre servir más que cuanto oro ni piedras de diamantes puede haber. «Ansí lo tengo yo creído, dijo Cortes, y con esta confianza, señor, le envío; mas si no lleva todo su oro y joyas, como le mando, no quiero que vaya allá». Y el Juan Velázquez respondió: «Hágase lo que vuestra merced mandare». E no quiso llevar sus joyas. Allí le habló Cortés secretamente, y luego se partió y llevó en su compañía a un mozo despuelas de Cortés para que le sirviese que se decía Juan del Río.

Y dejemos desta partida de Juan Velázquez, que dijeron que le envió Cortés por descuidar a Narváez, y volvamos a decir lo que en nuestro real pasó, que dende a dos horas que se partió el Juan Velázquez mandó Cortés tocar el atambor a Canillas, que así se llamaba nuestro atambor, y Benito de Veger, nuestro pífano, que tocase su tamborino, e mandó Gonzalo de Sandoval, que era capitán y alguacil mayor, para que llamase a todos los soldados y comenzásernos a marchar luego a paso largo camino de Cempoal. E yendo por nuestro camino se mataron dos puercos de la tierra que tienen el ombligo en el espinazo, y dijimos muchos soldados que era señal de vitoria, y dormimos en un repecho ceca de un riachuelo, y nuestros corredores del campo adelante, y espías y rondas. Y desque amanesció caminamos por nuestro camino derecho y fuimos a hora de medio día a sestear a un río adonde está agora poblada la Villa Rica de la Veracruz, donde desembarcan las barcas con mercaderías que vienen de Castilla, porque en aquel tiempo estaban pobladas junto al río unas casas de indios e arboledas. Y como en aquella tierra hace grandísimo sol, reposamos, como dicho tengo, porque traíamos nuestras armas e picas. Y dejemos agora de más caminar y digamos lo que al Juan Velázquez de León le avino con Narváez y con un su capitán que también se decía Diego Velázquez, sobrino del Velázquez gobernador de Cuba, porque allá topó con él.

Historia verdadera de la conquista de la Nueva España
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