Capítulo XI. Cómo llegamos al río de Tabasco, que llaman de Grijalva, y lo que allí nos avino
Navegando costa a costa la vía del Poniente, y nuestra navegación era de día, porque de noche no osábamos por temor de bajos y arrecifes, a cabo de tres días vimos una boca de río muy ancha y llegamos cerca de tierra con los navíos; parecía un buen puerto, y como nos fuimos acercando cerca de la boca vimos reventar los bajos antes de entrar en el río, y allí sacamos los bateles y con la sonda en la mano hallamos que no podían entrar en el puerto los dos navíos de mayor porte. Fue acordado que anclasen fuera, en la mar, y con los otros dos navíos, que demandaban menos agua, que con ellos y con los bateles fuésemos todos los soldados el río arriba, por causa que vimos muchos indios estar en canoas en las riberas, y tenían arcos y flechas y todas sus armas, según de la manera de Champotón. Por donde entendimos que había por allí algún pueblo grande, y también porque viniendo como veníamos navegando costa a costa, habíamos visto echadas nasas con que pescaban en la mar, y aun a dos dellas se les tomó el pescado con un batel que traíamos a jorro de la capitana.
Aqueste río se llama de Tabasco porque el cacique de aquel pueblo se decía Tabasco, e como lo descubrimos deste viaje y el Juan de Grijalva fue el descubridor, se nombra río de Grijalva, y ansí está en las cartas de marear.
Tornemos a nuestra relación; que ya que llegábamos obra de media legua del pueblo, bien oímos el gran remor de cortar madera de que hacían grandes mamparos y fuerzas y palizadas, y aderezarse para nos dar guerra, por muy cierta; y desque aquello sentimos desembarcamos en una punta de aquella tierra, adonde había unos palmares que eran del pueblo media legua, y desque nos vieron entrar vinieron obra de cincuenta canoas con gente de guerra, y traían arcos, flechas y armas de algodón, rodelas y lanzas, y sus atambores y penachos. Y estaban entre los esteros otras muchas canoas llenas de guerreros, y estuvieron algo apartados de nosotros, que no osaron llegar como los primeros. Y desque los vimos de aquel arte, estábamos para tiralles con los tiros y con las escopetas y ballestas, y quiso Nuestro Señor que acordamos de los llamar; e con Julianillo y Melchorejo, que sabían muy bien aquella lengua, se les dijo que no hobiesen miedo, que les queríamos hablar cosas que desque las entendiesen habrían por buena nuestra llegada allí e a sus casas; e que les queríamos dar de las cosas que traíamos.
Y como entendieron la plática, vinieron cerca de nosotros cuatro canoas, y en ellas obra de treinta indios, y luego se les mostró sartalejos de cuentas verdes y espejuelos y diamantes azules. Y desque lo vieron parescía que estaban de mejor semblante, creyendo que eran chalchiuis, que ellos tienen en mucho. Entonces el capitán les dijo, por las lenguas Julianillo y Melchorejo, que veníamos de lejos tierras y éramos vasallos de un gran emperador que se dice don Carlos, el cual tiene por vasallos a muchos grandes señores y caciques, y que ellos le deben tener por señor, y que les iría muy bien en ello, y que a trueque de aquellas cuentas nos den comida y gallinas. Y respondieron dos dellos, que el uno era principal y el otro papa, que son como sacerdotes que tienen cargo de los ídolos, que ya he dicho otras veces que papas los llaman en la Nueva España, y dijeron que darían el bastimento que decíamos y trocarían de sus cosas a las nuestras, y en lo demás que señor tienen, y que agora veníamos y sin conoscerlos ya les queríamos dar señor, e que mirásemos no les diésemos guerra, como en Potonchan, porque tenían aparejados sobre tres jiquipiles de gente de guerra de todas aquellas provincias contra nosotros; son cada jiquipil ocho mil hombres.
Y dijeron que bien sabían que pocos días ha la que habíamos muerto y herido más de docientos hombres en Potonchan, y que ellos no son de tan pocas fuerzas como fueron los otros, y por esta causa habían venido a hablar para saber nuestra voluntad, y aquellas palabras que les decíamos que se las irían a decir a los caciques de muchos pueblos que están juntos para tratar guerra o paces. Y luego el capitán les abrazó en señal de paz y les dio unos sartalejos de cuentas y les mandó que volviesen con la respuesta con brevedad, e que si no venían, que por fuerzas habíamos de ir a su pueblo, y no para los enojar. Y aquellos mensajeros que enviamos hablaron con los caciques y papas, que también tienen voto entre ellos, y dijeron que eran buenas las paces y traer comida; y que entre todos ellos y los más pueblos comarcanos se buscaría luego un presente de oro para nos dar y hacer amistades, no les acaesca como a los de Potonchan.
Por lo que yo vi y entendí después el tiempo andando, en aquellas provincias e otras tierras de la Nueva España se usaba enviar presentes cuando se tratan paces, como adelante verán. Y en aquella punta de los palmares donde estábamos vinieron otro día sobre treinta indios, y entre ellos el cacique, y trujeron pescado asado y gallinas, y frutas de zapotes y pan de maíz, y unos braseros con ascuas y con sahumerios, y nos sahumaron a todos; y luego pusieron en el suelo unas esteras, que en esta tierra llaman petates, y encima una manta, y presentaron ciertas joyas de oro, que fueron como diademas y ciertas joyas como hechura de ánades, como las de Castilla, y otras joyas como lagartijas, y tres collares de cuentas vaciadizas, y otras cosas de oro de poco valor, que no valían ducientos pesos, y más trujeron unas mantas y camisetas de las que ellos usan, y dijeron que recibamos aquello de buena voluntad, y que no tienen más oro que nos dar; que adelante, hacia donde se pone el sol, hay mucho; y decían «Colúa, colúa» y «México, México», y nosotros no sabíamos qué cosa era colúa ni aun México. Y puesto que no valía mucho aquel presente que trujeron, tuvímoslo por bueno por saber cierto que tenían oro. Y desque lo hubieron presentado, dijeron que nos fuésemos luego adelante. Y el capitán Juan de Grijalva les dio gracias por ello, y cuentas verdes, y fue acordado de irnos luego a embarcar, porque estaban a mucho peligro los dos navíos, por temor del Norte, que es travesía, y también por acercarnos adonde decían que había oro.