Capítulo CXXIV. Cómo Cortés envió al puerto al capitán Francisco de Lugo, y en su compañía dos soldados que habían sido maestres de navíos, para que luego trujesen allí a Cempoal todos los maestres y pilotos de los navíos y flota de Narváez y que les sacasen las velas y timones e agujas porque no fuesen a dar mandado a la isla de Cuba a Diego Velázquez de lo acaescido, y cómo puso almirante de la mar, y otras cosas que pasaron
Pues acabado de desbaratar al Pánfilo de Narváez e presos él y sus capitanes e a todos los demás tomadas las armas, mandó Cortés al capitán Francisco de Lugo que fuese al puerto adonde estaba la flota de Narváez, que eran diez y ocho navíos, y que mandase venir allí a Cempoal a todos los pilotos y maestres de los navíos, y que les sacasen velas y timones e agujas porque no fuesen a dar mandado a Cuba a Diego Velázquez, e que si no le quisiesen obedescer, que les echase presos. Y llevó consigo el Francisco de Lugo dos de nuestros soldados que habían sido hombres de la mar para que le ayudasen. Y también mandó Cortés que luego le enviasen a un Sancho de Barahona que le tenía preso el Narváez con otros dos soldados. Este Barahona fue vecino de Guatimala, hombre rico, y acuérdome que cuando llegó ante Cortés que venía muy doliente e flaco, y le mandó hacer honra. Volvamos a los maestres y pilotos, que luego vinieron a besar las manos al capitán Cortés, a los cuales tomó juramento que no saldrían de su mandado e que le obedescerían en todo lo que les mandase, y luego les puso por almirante y capitán de la mar a un Pedro Caballero, que había sido maestro de un navío de los de Narváez, persona de quien nuestro Cortés se fió mucho, al cual dicen que le dio primero buenos tejuelos de oro. Y a éste mandó que no dejase ir de aquel puerto ningún navío a parte ninguna, y mandó a todos los demás maestres e pilotos y marineros que todos le obedesciesen, y que si de Cuba enviase Diego Velázquez más navíos, porque tuvo aviso que estaban dos navíos para venir, que tuviese manera y aviso que al capitán que en él viniese le echase preso y le sacase el timón e velas y agujas, hasta que otra cosa en ello Cortés mandase; lo cual ansí hizo el Pedro Caballero, como adelante diré.
Y dejemos ya los navíos y el puerto seguro y digamos lo que se concertó en nuestro real e los de Narváez; que luego se dio orden que fuese a conquistar y poblar Juan Velázquez de León a lo de Pánuco, y para ello Cortés le señaló ciento y veinte soldados; los ciento habían de ser de los de Narváez y los veinte de los nuestros entremetidos, porque tenían más experiencia en la guerra, y también había de llevar dos navíos, para que desde el río de Pánuco fuesen a descubrir la costa adelante, y también a Diego de Ordaz dio otra capitanía de otros ciento y veinte soldados, para ir a poblar a lo de Guazaqualco y los ciento habían de ser de los Narváez y los veinte de los nuestros, según y de la manera que a Juan Velázquez de León, y había de llevar otros dos navíos para desde el río de Guazaqualco enviar a la isla de Jamaica por ganados de yeguas y becerros y puercos y ovejas y gallinas de Castilla y cabras para multiplicar la tierra, porque la provincia de Guazaqualco era buena para ello. Pues para ir aquellos capitanes con sus soldados y llevar todas sus armas, Cortés les mandó dar y soltar todos los prisioneros, capitanes de Narváez, eceto al Narváez y el Salvatierra, que decía que estaba malo del estómago.
Pues para dalles todas las armas (algunos de nuestros soldados les teníamos ya tomado caballos y espadas y otras cosas) manda Cortés que luego se las volviésemos, y sobre no dárselas hobo ciertas pláticas enojosas; y fueron que dijimos los soldados que las teníamos, muy claramente, que no se las queríamos dar, pues que en el real de Narváez pregonaron guerra contra nosotros e a ropa franca, e con aquella intención nos venían a prender y tomar lo que teníamos; e que siendo nosotros tan grandes servidores de Su Majestad, nos llamaban traidores, e que no se las queríamos dar. Y Cortés todavía profiaba a que se las diésemos, e como era capitán general, hóbose de hacer lo que mandó, que yo les di un caballo que tenía ya escondido ensillado y enfrenad, y dos espadas, y tres puñales, e una daga, y otros muchos de nuestros soldados dieron también otros caballos e armas.
Y como Alonso de Ávila era capitán y persona que osaba decir a Cortés cosas que convenía, e juntamente con él el padre de la Merced, hablaron aparte a Cortés y le dijeron que parescía que quería remedar a Alejandro Macedonio, que después que con sus soldados había hecho alguna gran hazaña, que más procuraba de honrar y hacer mercedes a los que vencía, que no a sus capitanes y soldados, que eran los que le vencían; y esto que lo decían porque lo que vían en aquellos días que allí estábamos después de preso Narváez, que todas las joyas de oro que le presentaban los indios a Cortés, y bastimentos, daba a los capitanes de Narváez, e que como si no nos conosciera ansí nos olvidaba, y que no era bien hecho, sino muy gran ingratitud, habiéndolo puesto en el estado en que estaba. A esto respondió Cortés que todo cuanto tenía, ansí persona como bienes, era para nosotros, e que al presente no podía más sino con dádivas y palabras y ofrescimientos dar a los de Narváez, porque, como son muchos e nosotros pocos, no se levanten contra él y contra nosotros y le matasen. A esto respondió el Alonso de Ávila y le dijo ciertas palabras algo soberbias; de tal manera que Cortés le dijo que quien no le quisiese seguir, que las mujeres han parido o paren en Castilla soldados. Y el Alonso de Ávila dijo, con palabras muy soberbias e sin acato, que ansí era verdad, que soldados y capitanes e gobernadores, e que aquello merescíamos que dijese. E como en aquella sazón estaba la cosa de arte que Cortés no podía hacer otra cosa sino callar, y con dádivas y ofertas le atrajo a sí, y como conosció dél ser muy atrevido y tuvo siempre Cortés temor que por ventura un día o otro no hiciese alguna cosa en su daño, disimuló, e dende allí adelante siempre le enviaba a negocios de importancia, como fue a la isla de Santo Domingo, y después a España, cuando enviamos la recámara y tesoro del gran Montezuma que robó Juan Florín, gran cosario francés, lo cual diré en su tiempo y lugar.
Y volvamos agora al Narváez e a un negro que traía lleno de viruela, que harto negro fue para la Nueva España, que fue causa que se pegase y hinchiese toda la tierra dellas, de lo cual hobo gran mortandad, que, según decían los indios, jamás tal enfermedad tuvieron, y como no lo conoscían, lavábanse muchas veces, y a esta causa se murieron gran cantidad dellos. Por manera que negra la ventura del Narváez, y más prieta la muerte de tanta gente sin ser cristianos.
Dejemos agora todo esto, y digamos cómo los vecinos de la Villa Rica que habían quedado poblados, que no fueron a Méjico, demandaron a Cortés las partes del oro que les cabía, e dijeron a Cortés que puesto que allí les mandó quedar en aquel puerto e villa, que tan bien servían allí a Dios y al rey como los que fuimos a Méjico, pues entendían en guardar la tierra y hacer la fortaleza, y algunos dellos se hallaron en la de Almería, que aun no tenían sanas las heridas, y que todos los más se hallaron en la prisión de Narváez, y que les diesen sus partes. E viendo Cortés que era muy justo, lo que decían, dijo que fuesen dos hombres principales, vecinos de aquella villa, con poder de todos, y que lo tenía apartado e se lo darían. Y parésceme que les dijo que en Tascala estaba guardado, questo no me acuerdo bien; e ansí luego despacharon de aquella villa dos vecinos por el oro e partes, el principal se decía Juan de Alcántara el Viejo.
Y dejemos de platicar en ello, y después diremos lo que subcedió al Alcántara e al oro, y digamos cómo la adversa fortuna vuelve de presto su rueda, que a grandes bonanzas y placeres da tristeza, y es que en este instante vienen nuevas que Méjico está alzado, y que Pedro de Alvarado está cercado en su fortaleza y aposento, y que le ponía fuego por dos partes en la misma fortaleza, y que le han muerto siete soldados, y que estaban otros muchos heridos, y enviaba a demandar socorro con mucha instancia y priesa. Y esta nueva trajeron dos tascaltecas sin carta ninguna, y luego vino una carta con otros tascaltecas que envió el Pedro de Alvarado, en que decía lo mismo. Y desque aquella tan mala nueva oímos, sabe Dios cuánto nos pesó, y a grandes jornadas comenzamos a marchar para Méjico; y quedó preso en la Villa Rica el Narváez e el Salvatierra, y por teniente y capitán parésceme que quedó Rodrigo Rangel, que tuviese cargo de guardar al Narváez y de recoger muchos de los de Narváez que estaban dolientes.
Y también en este instante ya que queríamos partir, vinieron cuatro grandes principales, que envió el gran Montezuma ante Cortés, a quejarse del Pedro de Alvarado, y lo que dijeron llorando muchas lágrimas de sus ojos, que Pedro de Alvarado salió de su aposento con todos los soldados que le dejó Cortés, y sin causa ninguna dio en sus principales y caciques que estaban bailando y haciendo fiesta a sus ídolos Huichilobos y Tezcatepuca, con licencia que para ello les dio el Pedro de Alvarado, e que mató e hirió muchos dellos, y que por se defender le mataron seis de sus soldados; por manera que daban muchas quejas del Pedro de Alvarado. Y Cortés les respondió a los mensajeros algo desabrido e quél iría a Méjico y pornía remedio en todo y ansí fueron con aquella respuesta a su gran Montezuma; y diz que lo sintió por muy mala, y hobo enojo della. Y ansimismo luego despachó Cortés cartas para Pedro de Alvarado, en que le envió a decir que mirase quel Montezuma no se soltase, e que íbamos a grandes jornadas, y le hizo saber de la vitoria que habíamos habido contra Narváez, lo cual ya sabía el gran Montezuma. Y dejallo he aquí, y diré lo que más adelante pasó.