Capítulo LXIX. Cómo desque volvimos con Cortés de Cinpancingo con bastimentos, hallamos en nuestro real ciertas pláticas, y lo que Cortés respondió a ellas

Vueltos de Cinpancingo, que ansí se dice, con los bastimentos y muy contentos en dejallos de paz, hallamos en el real corrillos y pláticas sobre los grandísimos peligros en que cada día estábamos en aquella guerra. Y desque hobimos llegado avivaron más la plática, y los que más en ello hablaban e asistían eran los que en la isla de Cuba dejaban sus casas y repartimientos de indios. Y juntáronse hasta siete dellos, que aquí no quiero nombrar por su honor, y fueron al rancho y aposento de Cortés; y uno dellos, que habló por todos, que tenía buena expresiva, y aun tenía bien en la memoria lo que había de proponer, dijo, como a manera de aconsejarle a Cortés, que mirase cuál andábamos, malamente heridos y flacos, y corridos, y los grandes trabajos que teníamos, ansí de noche, con velas y con espías y rondas y corredores del campo, como de día e de noche peleando, y, por la cuenta que han echado, que desque salimos de Cuba faltaban ya sobre cincuenta cinco compañeros, y que no sabemos de los de la Villa Rica que dejamos poblados, e que pues Dios nos había dado vitoria en las batallas y reencuentros desque venimos de Cuba e en aquella provincia habíamos habido, y con su gran misericordia nos sostenía, e que no le debíamos tentar tantas veces, e que no quiera ser peor que Pedro Carbonero, que nos había metido en parte que no se esperaba sino que un día o otro habíamos de ser sacrificados a los ídolos, lo cual plega a Dios tal no permita, e que sería bien volver a nuestra villa y que en la fortaleza que hecimos y entre los pueblos de los totonaques, nuestros amigos, nos estaríamos hasta que hiciésemos un navío que fuese a dar mandado a Diego Velázquez y a otras partes e islas para que nos enviasen socorros e ayudas, y que agora fueran buenos los navíos que dimos con todos al través, o que se quedaran siquiera dos para nescesidad, si se ocurriese, y que sin dalles parte dello ni de cosa ninguna, por consejo de quien no saben considerar las cosas de fortuna, mandó dar con todos al través, y que plega a Dios quél ni los que tal consejo le dieron no se arrepientan dello, y que ya no podíamos sufrir la carga, cuanto más muchas sobrecargas, y que andábamos peores que bestias, porque a las bestias desque han hecho sus jornadas les quitan las albardas y les dan de comer, y reposan, y que nosotros de día y de noche siempre andábamos cargados de armas y calzados; y más le dijeron: que mirase en todas las historias, ansí de romanos como las de Alejandro, ni de otros capitanes de los muy nombrados que en el mundo habido, no se atrevió a dar con los navíos al través, y con tan poca gente meterse en tan grandes poblazones y de muchos guerreros, como él ha hecho, y que paresce que es homecilla de su muerte y de todos nosotros, e que quiera conservar su vida y las nuestras, e que luego nos volviésemos a la Villa Rica, pues estaba de paz la tierra, y que no se lo habían dicho hasta entonces porque no han visto tiempo para ello por los muchos guerreros que teníamos cada día por delante y en los lados, pues ya no tornaban de nuevo, lo cual creían que se volverían, pues Xicotenga, con su gran poder, no nos ha venido a buscar aquellos tres días pasados, que debe estar allegando gente, y que no deberíamos aguardar otra como las pasadas; y le dijeron otras cosas sobre el caso.

E viendo Cortés que se lo decían algo como soberbios, puesto que iban a manera de consejo, les respondió muy mansamente, y dijo que bien conoscido tenía muchas cosas de las que habían dicho, e que a lo que ha visto y tiene creído, que en el universo hobiese otros españoles más fuertes ni con tanto ánimo hayan peleado y pasado tan excesivos trabajos como éramos nosotros, e que andar con las armas a la contina a cuestas, y velas y rondas y fríos, que si ansí no lo hobiéramos hecho, ya fuéramos perdidos, y por salvar nuestras vidas que aquellos trabajos y otros mayores habíamos de tomar; e dijo: «¿Para qués, señores, contar en esto cosas de valentías, que verdaderamente Nuestro Señor es servido ayudarnos?; que cuando se me acuerda vernos cercados de tantas capitanías de contrarios, y verles esgremir sus montantes y andar tan junto de nosotros, agora me pone grima, especial cuando nos mataron la yegua de una cuchillada, cuán perdidos y desbaratados estábamos, y entonces conoscí vuestro muy grandísimo ánimo más que nunca». Y pues Dios nos libró de tan gran peligro, que esperanza tenía que ansí había de ser de allí adelante. Y más dijo: «Pues en todos estos peligros no me conosceríades tener pereza, que en ellos me hallaba con vosotros».

E tuvo razón de lo decir, porque ciertamente en todas las batallas se hallaba de los primeros, «He querido, señores, traeros esto a la memoria, que pues Nuestro Señor fue servido guardamos, tuviésemos esperanza que ansí había de ser adelante; pues desque entramos en la tierra en todos los pueblos les predicamos la santa dotrina lo mejor que podemos, y les procuramos de deshacer sus ídolos, y pues que ya víamos quel capitán Xicotenga ni sus capitenías no parescen, y que de miedo no debe de osar volver, porque les debiéramos de hacer mala obra en las batallas pasadas, y que no podría ya juntar sus gentes, habiendo ya sido desbaratado tres veces, y por esta causa tenía confianza en Dios y en su abogado señor Sant Pedro, que ruega por nosotros, que era fenescida la guerra de aquella provincia, y agora, como habéis visto, traen de comer los de Cinpancingo y quedan en paz, y estos nuestros vecinos questán por aquí poblados en sus casas.

Y que en cuanto dar con los navíos al través fue muy bien aconsejado, y que si no llamó alguno dellos al consejo, como a otros caballeros, por lo que sintió en el Arenal, que no lo quisiera traer agora a la memoria, y quel acuerdo y consejo que agora le dan es todo de una manera quel que le podrían dar entonces, y que miren que hay otros muchos caballeros en el real que serán muy contrarios de lo que agora piden y aconsejan, y que encaminemos siempre todas las cosas a Dios y seguillas en su santo servicio será mejor.

Y a lo que, señores, decís que jamás capitán romano de los muy nombrados han acometido tan grandes hechos como nosotros, dicen verdad, y ahora y adelante, mediante Dios, dirán en las historias que de esto harán memoria mucho más que de los antepasados; pues, como he dicho, todas nuestras cosas son en servicio de Dios y de nuestro gran emperador don Carlos. Y aun debajo de su recta justicia y cristiandad somos ayudados de la misericordia de Dios Nuestro Señor, y nos sostemá que vamos de bien en mejor. Ansí que, señores, no es cosa bien acertada volver un paso atrás; que sí nos viesen volver estas gentes y los que dejamos de paz, las piedras se levantarían contra nosotros, y como agora nos tienen por dioses o ídolos, que ansí nos llaman, nos juzgarían por muy cobardes y de pocas fuerzas.

Y a lo que decís de estar entre los amigos totonaques, nuestros aliados, si nos viesen que damos vuelta sin ir a Méjico, se levantarían contra nosotros, y la causa dello sería que como les quitamos que no diesen tributo a Montezuma, enviaría sus poderes mejicanos contra ellos para que le tornasen a tributar, y sobre ello dalles guerra, y aun les mandara que nos la den a nosotros, y ellos por no ser destruidos, porque les temen en gran manera, lo pornían por obra. Ansí que donde pensábamos tener amigos serían enemigos. Pues desque lo supiese el gran Montezuma que nos habíamos vuelto, ¡qué diría! ¡en qué ternía nuestras palabras ni lo que enviamos a decir! Que todo era cosa de burla o juego de niños. Ansí que, señores, mal allá y peor acullá, más vale que estemos aquí donde estamos, ques bien llano e todo bien poblado, y este nuestro real bien bastecido; unas veces gallinas e otras perros, gracias a Dios no nos falta de comer, y [ojalá] tuviésemos sal, qués la mayor falta que al presente tenemos, y ropa para guarescernos del fío.

E a lo que decís, señores, que se han muerto desque salimos de la isla de Cuba cincuenta y cinco soldados de heridas y hambres y fríos y dolencias y trabajos, que somos pocos y todos los más heridos y dolientes, Dios nos da esfuerzo por muchos, porque vista cosa es que en las guerras [se] gastan hombres y caballos, e que unas veces comemos bien, y no venimos al presente para descansar, sino para pelear cuando se ofreciere; por tanto os pido, señores, por merced, que, pues sois caballeros y personas que antes habíades de esforzar a quien viésedes mostrar flaqueza, que de aquí adelante se os quite del pensamiento la isla de Cuba y lo que allá dejáis, y procuremos hacer lo que siempre habéis hecho como buenos soldados, que después de Dios, que es nuestro socorro y ayuda, han de ser nuestros valerosos brazos».

Y como Cortés hobo dado esta respuesta, volvieron aquellos soldados a repetir en la misma plática, y dijeron que todo lo que decía estaba bien dicho, mas que cuando salimos de la villa que dejábamos poblada, nuestro intento era, y aun ahora es, ir a Méjico, pues hay tan gran fama de tan fuerte ciudad y tanta multitud de guerreros, y que aquellos tascaltecas decían los de Cempoal que eran pacíficos y no había fama dellos como de los de Méjico, y habemos estado tan a riesgo nuestras vidas, que si otro día nos dieran otra batalla como alguna de las pasadas, ya no nos podíamos tener de cansados, e ya que no nos diesen más guerras, que la ida de Méjico les parescía muy terrible cosa, y que mirase lo que decía y ordenaba. Y Cortés les respondió medio enojado que valía más morir por buenos, como dicen los cantares, que vivir deshonrados, y además desto que Cortés les dijo, todos los más soldados que le fuimos en alzar por capitán y dimos consejo sobre el dar al través con los navíos, dijimos en alta voz que no curase de corrillos ni de oír semejantes pláticas, sino que, con el ayuda de Dios, con buen concierto estemos apercebidos para hacer lo que convenga; y ansí cesaron todas las pláticas. Verdad es que murmuraban de Cortés, y le maldecían, y aun de nosotros, que le aconsejábamos, y de los de Cempoal, que por tal camino nos trajeron, y decían otras cosas no bien dichas; mas en tales tiempos se disimulaban. En fin, todos obedescieron muy bien.

Y dejaré de hablar en esto y diré cómo los caciques viejos de la cabecera de Tascala, por mi memorados, enviaron otra vez mensajeros de nuevo a su capitán general Xicotenga que en todo caso que luego vaya de paz a nos ver y llevar de comer, porque ansí está ordenado por todos los caciques y principales de aquella tierra y de Guxalcingo; y también enviaron a mandar a los capitanes que tenía en su compañía que, si no fuese para tratar paces, que en cosa ninguna le obedesciesen; y esto le tornaron a enviar a dicir tres veces, porque sabían cierto que no les querían obedescer y tenía determinado el Xicotenga que una noche había de dar otra vez en nuestro real, porque para ello tenía juntos veinte mil hombres, y como era soberbio y muy porfiado, ansí agora como las otras veces no quiso obedescer. Y lo que sobre ello hizo diré adelante.

Historia verdadera de la conquista de la Nueva España
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