Capítulo CCXII. De otras pláticas y relaciones que aquí van declaradas y serán agradables de oír
Como[125] acabé de sacar en limpio esta mi relación, me rogaron dos licenciados que se la emprestase por dos días para saber muy por extenso las cosas que pasamos en las conquistas de Méjico y Nueva España y ver en qué diferían lo que tienen escrito los coronistas Gómara y el dotor Illescas acerca de los heroicos hechos y hazañas que hecimos en compañía del valeroso marqués Cortés, e yo les presté un borrador. Parecióme que de varones sabios siempre se pega algo de su ciencia a los idiotas sin letras como yo soy, y les dije que no enmendasen cosa ninguna[126], porque todo lo que escribo es muy verdadero.
Y desque lo hobieron visto y leído, dijo uno dellos, que era muy retórico y tal presunción tenía de sí mismo, después de la sublimar y alabar la gran memoria que tuve para no se me olvidar cosa ninguna de todo lo que pasamos desque venimos a la Nueva España, desde el año de diez y siete hasta al de sesenta y ocho, y dijo, en cuanto a la retórica, que va según nuestro común hablar de Castilla la Vieja, y que en estos tiempos se tiene por más agradable, porque no van razones hermoseadas ni de policía dorada, que suelen componer los que han escrito, sino todo a las buenas llanas, y que debajo de esta verdad se encierra todo bien hablar, y que le paresce que me alabo mucho en lo de las batallas y guerras que me hallé y servicios que hice a Su Majestad, y que otras personas lo habían de decir que no yo, y también que para dar más crédito a lo que escribo diese testigos, como suelen poner y alegar los coronistas, que aprueban con otros libros de cosas pasadas, porque yo no soy testigo de mí mismo.
A esto se puede responder que en capítulo de mi relación, que en una carta que escribió el marqués del Valle a Su Majestad en el año de cuarenta, haciéndole relación de mi persona y servicios, y le hizo saber cómo vine a descubrir la Nueva España dos veces primero que no él, y tercera vez volví en su compañía, y como testigo de vista me vio batallar en las guerras como muy esforzado soldado y salir malamente herido ansí en la toma de Méjico como en otras muchas conquistas, y después que ganamos la Nueva España y sus provincias, y cómo fui en su compañía a Honduras e Higueras que ansí se nombra en esta tierra, y otras particularidades que en la carta se contenían, que por ser tan larga relación aquí no declaro, y ansimismo escribió a Su Majestad don Antonio de Mendoza, virrey de la Nueva España, dino de loable memoria por sus muchas virtudes, haciéndole relación de lo que había sido informado de los capitanes en compañía de los cuales yo militaba, y conformaba todo con lo quel marqués escribió, y también con probanzas muy bastantes que por mi parte fueron presentadas en el Real Consejo de Indias en el año de cuarenta, y estas cartas doy por testigo; las dos dellas están presentadas ante Su Majestad y los originales están guardados, y si no son buenos testigos el marqués, y el virrey, y los capitanes, y mis probanzas, quiero dar otro testigo que no lo habrá mejor en todo el mundo, que fue nuestro muy gran monarca el cristianísimo emperador don Carlos, nuestro señor, de muy celebrada y gloriosa memoria, que sobre ello envió sus cartas selladas en que mandaba a los virreyes y presidentes y gobernadores que en todo sea antepuesto y conosca mejoría como criado suyo; y otras recomiendas que en las reales cartas se contenían, y a esta causa he estado de propósito de las incorporar en esta relación y más quiero questén guardadas en mi poder.
Y volviendo a la plática, que me dijo el licenciado a quien hube prestado mi borrador que para qué me alababa tanto de mis conquistas; a esto digo que hay cosas que no es bien de que los hombres se alaben a sí mismos, sino sus vecinos suelen decir sus virtudes y bondades que hay en las personas que las tienen, y también digo que lo que no lo saben, ni vieron, ni entendieron, ni se hallaron en ello, en especial cosas de guerras y batallas y tomas de ciudades, ¿cómo lo pueden loar y escrebir, sino solamente los capitanes y soldados que se hallaron en tales guerras juntamente con nosotros?; y a esta causa lo puedo decir tantas veces, y aun me persona, mal hecho sería y ternía razón de ser reprendido; mas si jatancio dello. Si yo quitase su honor y estado a otros valerosos soldados que se hallaron en las mismas guerras y lo atribuyese a mi digo la verdad y lo atestigua Su Majestad y su virrey, e marqués y testigos y probanza, y más la relación da testimonio dello, ¿por qué no lo diré?, y aun con letras de oro había de estar escrito. ¿Quisieran que lo digan las nubes o los pájaros que en aquellos tiempos pasaron por alto? ¿Y quísolo escrebir Gómara, ni Illescas, ni Cortés, cuando escribía a Su Majestad? Lo que veo destos escriptos e en sus coronicas solamente en alabanza de Cortés, y callan y encubren nuestras ilustres y famosas hazañas, con las cuales ensalzamos al mismo capitán en ser marqués y tener las mucha renta y fama y nombradía que tiene, y estos que escrebieron es quien no se hallaron presentes en la Nueva España; y sin tener verdadera relación ¿cómo lo podían escrebir, sino del sabor de su paladar, sin ir errados, salvo que en las pláticas que tomaron del mesmo marqués?
Y esto digo, que cuando Cortés, a los principios, escribía a Su Majestad, siempre por tinta le salían perlas y oro de la pluma, y todo en su loor, y no de nuestros valerosos soldados. ¿Quiérenlo ver? Miren a quién eligieron su historia, sino a su hijo el heredero del marquesado. Puesto que don Hernando Cortés en todo fue muy valeroso y esforzado capitán, y puede ser contado entre los muy nombrados que ha habido en el mundo de aquellos tiempos, nos habían de considerar los coronistas que también nos habían de entremeter y hacer relación en sus historias de nuestros esforzados soldados, y no dejamos a todos en blanco, como quedáramos si yo no metiera la mano en recitar y dar a cada uno su prez y honra. Y si yo no hobiera declarado cómo verdaderamente pasó, las personas que vieran lo que han escrito los coronistas Illescas y Gómara creyeran que era verdad[127]. Y además de lo que tengo declarado, es bien que aquí haga relación, para que haya memorable memoria de mi persona y de los muchos notables servicios que he hecho a Dios a Su Majestad y a toda la cristiandad, como hay escripturas y relaciones de los duques y marqueses y condes y ilustres varones que sirvieron en las guerras, y también para que mis hijos y nietos y descendientes osen decir con verdad: «Estas tierras vino a descubrir y ganar mi padre a su costa, y gastó la hacienda que tenía en ello, y fue en lo conquistar de los primeros».
Y demás desto quiero poner aquí otra plática, porque vean que no me alabo tanto como debo, y es que me hallé en muchas más batallas y reencuentros de guerra, que dicen los escriptores que se halló Julio César en cincuenta y tres batallas, y para escrebir sus hechos tuvo extremados coronistas; no se contentó de lo que dél escribieron, quel mesmo Julio César, por su mano, hizo memoria en sus Comentarios de todo lo que por su persona guerreó, y ansí que no es mucho que yo escriba los heroicos hechos del valeroso Cortés, y los míos, y los de mis compañeros que se hallaron juntamente peleando; y más digo que de todos los loores y sublimados hechos que el mismo marqués hizo, y de las siete cabezas de reyes que tiene por armas y de blasón, y letras que puso en un tiro que se decía «El Fénix», que se forjó en Méjico para enviar a Su Majestad, el cual era de oro y plata Y cobre, y decían las letras que en ella iban: «Esta ave nació sin par; yo, en serviros, sin segundo, y vos, sin igual en el mundo», parte me cabe de las siete cabezas de reyes y de lo que dice en la culebrina «yo, en serviros, sin segundo», pues lo ayudé en todas las conquistas y a ganar aquella prez y honra y estado, y es muy bien empleado en su muy valerosa persona.
Y volviendo a mi plática, como he dicho que me hallé en más batallas que Julio César, otra vez lo tornó a afirmar, las cuales verán y hallarán los curiosos letores en esta mi relación en los capítulos que dello hablan, cómo y de qué manera pasaron, porque no se puede encubrir cosa que allí no se diga y declare, y para que más claramente se vea, los quiero poner aquí por memoria, porque no digan que hablo secamente de mi persona, porque si no lo hobieran visto muchos de los conquistadores, y si en esta Nueva España no hobiera mucha fama dellos, como hay maliciosos detratadores, por ventura me hobieran puesto algún ojeto descuridad en ello.
Memoria de las batallas y encuentros en que me he hallado
En la punta de Cotoche, cuando vine con Francisco Hernández de Córdoba, primer descubridor, en una batalla.
En otra batalla, en lo de Champotón, cuando nos mataron cincuenta y siete soldados y salimos todos heridos, en compañía del mesmo Francisco Hemández de Córdoba.
En otra batalla, cuando íbamos a tomar agua en la Florida, en compañía del mesmo Francisco Hernández.
En otra, cuando lo de Juan de Grijalva, en lo mismo de Champotón.
Cuando vino el muy valeroso y esforzado capitán Hernando Cortés, en dos batallas en lo de Tabasco, con el mesmo Cortés.
Otra en lo Zingapacinga, con el mesmo Cortés.
Más en tres batallas que hobimos en lo de Tascala, con el mesmo Cortés.
La de Chulula, cuando nos quisieron matar y comer nuestros cuerpos, y no la cuento por batalla.
Otra, cuando vino el capitán Pánfilo de Narváez desde la isla de Cuba con mil e cuatrocientos soldados, ansí a caballo como escopeteros y ballesteros y con mucha artillería, y nos venía a prender y a tomar la tierra por Diego Velázquez, y con docientos y sesenta y seis soldados le desbaratamos y prendimos al mesmo Narváez y a sus capitanes, e yo soy uno de los sesenta soldados que mandó Cortés que arremetiésemos a tomarles el artillería, que fue la cosa de más peligro, lo cual está escrito en el capitulo que dello habla.
Más tres batallas muy peligrosas que nos dieron en Méjico, yendo por los puentes y calzadas, cuando fuimos al socorro de Pedro de Alvarado, cuando salimos huyendo, porque de mil y trecientos soldados que fuimos con Cortés y con los mesmos de Pánfilo de Narváez al socorr que ya he dicho, que todos los más murieron en las mismas puentes, o fueron sacrificados y comidos por los mesmos indios.
Otra batalla muy dudosa, que se dice la de Otumba, con el mesmo Cortés.
Otra, cuando fuimos sobre Tepeaca, con el mesmo Cortés.
Otra, cuando fuimos a correr los alrededores de Cachula.
Otra, cuando fuimos a Tezcuco y nos salieron al encuentro los mejicanos y de Tezcuco, con el mesmo Cortés.
Otra, cuando fuimos con Cortés a lo de Iztapalapa, que nos quisieron ahogar.
Otras tres batallas, cuando fuimos con el mesmo Cortés a rodear todos los pueblos grandes alrededor de la laguna, y me hallé en Suchimilco, en las tres batallas que dicho tengo, y bien peligrosas, cuando derrocaron los mejicanos a Cortés del caballo y le hirieron y se vio bien fatigado.
Más otras dos batallas en los Peñoles que llaman de Cortés, y nos mataron nueve soldados y salimos todos heridos por mala consideración de Cortés.
Otra, cuando me envió Cortés con muchos soldados a defender las milpas, que eran de los pueblos nuestros amigos, que nos tomaba los mejicanos.
Demás de todo esto, cuando pusimos cerco a Méjico, en noventa e tres días que lo tuvimos cercado me hallé en más de ochenta batallas, porque cada día teníamos sobre nosotros gran multitud de mejicanos; hagamos cuenta que serán ochenta.
Después de conquistado Méjico me hallé en la provincia de Cimatlán, que es ya tierra de Guazacualco, en dos batallas; salí de la una con tres heridas, en compañía del capitán Luis Marín.
En las sierras de Cipotecas y Mínguez me hallé en dos batallas, con el mesmo Luis Marín.
En lo de Chiapa, en dos batallas, con los mesmos chiapanecas y con el mesmo Luis Marín.
Otra en lo de Chamula, con el mesmo Luis Marín.
Otra, cuando fuimos a las Higueras con Cortés, en una batalla que hobimos en un pueblo que se dice Culaco; allí mataron mi caballo.
E después de vuelto a la Nueva España de lo de Honduras e Higueras, e ansí se nombra, volví a ayudar a traer de paz las provincias de los Cipotecas y Minges y otras tierras, y no cuento las batallas ni reencuentros que con ellas tuvimos, aunque había bien qué decir, ni en los reencuentros que me hallé en esta provincia de Guatemala, porque ciertamente no era gente de guerra, sino de dar voces y gritos y ruido y hacer hoyos[128] y en barrancos muy hondos, y aun con todo esto me dieron un flechazo en una barranca, entre Petapa y Juana Gasapa, porque allí nos aguardaron.
Y en todas estas batallas que he recontado que me hallé se hallaron el valeroso capitán Cortés y todos sus capitanes y esforzados soldados, que allí murieron todos los más, puesto que otros murieron en lo de Pánuco, que yo no me hallé en ello, y en Colima y en Cacatula, que tampoco me hallé en lo de Mechuacán. Todas aquellas provincias vinieron de paz, y también en lo de Tutultepeque, y en lo de Jalisco, que llaman la Nueva Galicia, que también vino de paz; ni en toda la costa del Sur no me hallé, porque harto teníamos con qué entender en otras partes, y como la Nueva España es tan grande, no podíamos ir todos los soldados juntos a unas partes ni a otras, sino que Cortés enviaba a conquistar lo que estaba de guerra. Y para que claramente se conozca dónde mataron los más españoles, lo diré pasos por pasos en las batallas y reencuentros de guerras[129]:
En la punta de Cotoche y en lo de Champotón, cuando vine con Francisco Hernández, primer descubridor, en dos batallas nos mataron cincuenta y ocho soldados, que son más de la mitad de los que veníamos.
En otra batalla, en lo de la Florida, cuando íbamos a tomar agua, nos llevaron vivo a un soldado; salimos todos heridos.
En otra, cuando lo de Juan de Grijalva, en lo del mesmo Champotón, diez soldados, y el capitán salió bien herido y quebrados dos dientes.
Cuando vino el muy valeroso y esforzado capitán Hernando Cortés, en dos batallas en lo de Tabasco, con el mesmo Cortés, murieron seis o siete soldados.
En tres batallas que hobimos en lo de Tascala, bien dudosas y peligrosas, murieron cuatro soldados.
Otra, cuando vino el capitán Narváez desde la isla de Cuba con mil e cuatro soldados, ansí a caballo como escopeteros y ballesteros, y nos venía a prender y tomar la tierra por Diego Velázquez, y con docientos y sesenta y seis soldados les desbaratamos y prendimos al mismo Narváez y a sus capitanes, y con el artillería que tenía puesta el Narváez contra nosotros mató cuatro soldados.
Más en tres batallas muy peligrosas que nos dieron en Méjico, y en las puentes y calzadas, y en la de Otumba, cuando fuimos al socorro de Pedro de Alvarado y salimos huyendo de Méjico, de mil y trecientos soldados, contados con los mesmos de Narváez, que fuimos con Cortés, en nueve días que nos dieron guerra no quedamos de todos vivos sino cuatrocientos y sesenta y ocho, que todos los más murieron en las mesmas puentes, y fueron sacrificados y comidos de los indios, y todos los más salimos heridos. A Dios misericordia.
Otra batalla, cuando fuimos sobre Tepeaca con el mesmo Cortés, nos mataron dos soldados.
Otra, cuando fuimos a correr los derredores de Cachula y Tecomachalco, murieron otros dos españoles.
Otra, cuando fuimos a Tezcuco y nos salieron al encuentro los mejicanos y los de Tezcuco, con el mesmo Cortés, nos mataron un soldado.
Otra, cuando fuimos con Cortés a lo de Iztapalapa, que nos quisieron anegar, murieron dos o tres de las heridas, que no me acuerdo bien cuántos fueron.
Otras tres batallas, cuando fuimos con el mesmo Cortés a todos los pueblos grandes questán alrededor de la laguna, y estas tres batallas fueron bien peligrosas, porque derrocaron los mejicanos a Cortés del caballo, y le hirieron, y se vio bien fatigado, y esto fue en lo de Suchimilco, y murieron ocho españoles.
Otras dos batallas en los Peñoles que llaman de Cortés, y nos mataron nueve soldados, y salimos todos heridos por mala consideración de Cortés.
Otra, cuando me envió Cortés con muchos soldados a defender las milpas del maíz que les tomaban los mejicanos, las cuales eran de nuestros amigos de Tuzcuco; murió un español, dende a nueve días, de las heridas.
Y demás de todo esto que arriba he declarado, cuando posimos cerco a Méjico, en noventa y tres días que le tuvimos cercado me hallé en más de ochenta batallas, porque cada día teníamos, desde que amanecía hasta que anochescía, sobre nosotros gran multitud de guerreros mejicanos que nos daban guerra; murieron por todos los soldados que en aquellas batallas nos hallamos: de los de Cortés, sesenta y tres; de Pedro de Alvarado, nueve; de Sandoval, seis; hagamos cuenta que fueron ochenta batallas que nos dieron en noventa e tres días.
Después de conquistado Méjico me hallé en la provincia de Cimatlán, ques tierra de Guazacualco, en dos batallas, y en ellas nos mataron tres soldados en compañía del capitán Luis Marín.
Otra, en las sierras de los Cipotecas y Minges, que son muy altas y no hay caminos; en dos batallas con el mesmo Luis Marín, nos mataron dos soldados.
En la provincia de Chiapa, en dos batallas bien peligrosas con los mesmos chiapanecos y en compañía del mesmo Marín, nos mataron dos soldados.
Otra batalla en lo de Chamula, en compañía del mesmo Luis Marín, murió un soldado de las heridas.
Otra, cuando fuimos a las Higueras e Honduras con Cortés, en una batalla con un pueblo que se decía Culaco mataron a un soldado.
E ya he declarado en las batallas que me hallé los que en ellas murieron, e no cuento lo de Pánuco, porque no me hallé en ellas; mas fama muy cierta es que mataron de los de Garay y de otros nuevamente venidos de Castilla más de trecientos soldados de los que llevó Cortés a pacificar aquella provincia como de los que llevó Sandoval cuando se volvieron a alzar.
Y en la que llamamos de Almería, yo no me hallé en ella; mas sé cierto que mataron al capitán Juan de Escalante y a siete soldados. También digo que en lo de Colima, y Cacatula, y Michoacán, y Jalisco, y Tututepeque mataron ciertos soldados. Olvidado se me había de escrebir de otros sesenta y seis soldados y tres mujeres de Castilla que mataron los mejicanos en un pueblo que se dice Tustepeque, y quedaron en aquel pueblo creyendo que les habían de dar de comer, porque eran de los de Narváez y estaban dolientes, y para que bien se entienda los nombres de los pueblos, uno es Tustepeque… dos… Norte, y otro es Tututepeque, en la costa del Sur, y esto digo porque no me argullan que voy errado, que pongo a un pueblo dos nombres.
También dirán agora ques gran prolijidad lo que escribo acerca de poner en una parte las batallas en que me halló y tornar a referir los que murieron en cada batalla, que lo pudiera senificar de una vez. También dirán los curiosos letores que cómo pude yo saber los que murieron en cada parte en las batallas que tuvieron. A esto digo que es muy bueno y claro dallo a entender; pongamos aquí una comparación: hagamos cuenta que sale de Castilla un valeroso capitán y va a dar guerra a los moros y turcos; va otras batallas de contrarios y lleva sobre veinte mil soldados; después de asentado su real envía un capitán con soldados a tal parte, y otro a otra parte, y va con ellos por capitán; después que ha dado las batallas y recuentros, que vuelve con su gente al real, tienen cuenta de los que murieron en la batalla y están heridos y quedan presos; ansí, cuando íbamos con el valeroso Cortés, íbamos todos juntos y en las batallas sabíamos los que quedaban muertos y volvían heridos, y ansimismo de otros que enviaron a otras provincias, y ansí no es mucho que yo tenga memoria de todo lo que dicho tengo y lo escriba tan claramente. Dejemos esta parte.
BERNAL DIEZ DEL CASTILLO [rúbrica].
Acabóse de sacar esta historia en Guatemala a 14 de noviembre 1605 años[130].