Capítulo CXXXVIII. Cómo fuimos a Iztapalapa con Cortés, y llevó en su compañía a Cristóbal de Olí y a Pedro de Alvarado, y quedó Gonzalo de Sandoval por guarda de Tezcuco, y lo que nos acaesció en la toma de aquel pueblo, y otras cosas que allí se hicieron
Como hacía doce días que estábamos en Tezcuco y no tenían los tascaltecas por mí ya otras veces memorados con qué se sustentar, y para que lo tuviesen tantos como eran, porque no se lo podían dar abastadamente los de Tezcuco, y porque no rescibieran pesadumbre dellos, y también porque estaban deseosos los tascaltecas de guerrear con mejicanos y se vengar por los muchos tascaltecas que en las derrotas pasadas, por mí memoradas, les habían muerto y sacrificado, acordó Cortés que él por capitán general, y con Andrés de Tapia y Cristóbal de Olí y trece de a caballo y veinte ballesteros y seis escopeteros y docientos y veinte soldados, y con nuestros amigos los de Tascala y con otros veinte principales de Tezcuco que nos dio don Hernando, y éstos sabíamos que eran sus primos y parientes del mismo cacique y enemigos de Guatemuz, que ya le habían alzado por rey en Méjico, fuimos camino de Iztapalapa, questará de Tezcuco obra de cuatro leguas. Ya he dicho otras veces en el capitulo[40] que sobre ello habla que estaban más de la mitad de las casas edificadas en el agua y la otra mitad en tierra firme. Y yendo nuestro camino con mucho concierto, como lo teníamos de costumbre, y como los mejicanos siempre tenían velas y guarniciones y guerreros contra nosotros cuando sabían que íbamos a dar guerra algunos de sus pueblos para luego le socorrer, ansí lo hicieron saber a los de Iztapalapa, para que se apercibiesen, y les enviaron sobre ocho mil mejicanos de socorro. Por manera que en tierra firme aguardaron como buenos guerreros, ansí los mejicanos que fueron en su ayuda como los del pueblo de Iztapalapa, y pelearon un buen rato muy valerosamente, con nosotros; mas los de a caballo rompieron por ellos, y con las ballestas y escopetas y todos nuestros amigos los tascaltecas que se metían en ellos como perros rabiosos, de presto dejaron el campo y se metieron en su pueblo.
Y esto fue sobre cosa pensada y con un ardid quentrellos tenían acordado, que fuera harto daño para nosotros y si de presto no saliéramos de aquel pueblo donde ellos entraban; y fue desta manera: Que hicieron que huyeron y se metieron en canoas en el agua y en las casas que tenían en la laguna, y otros dellos en unos carrizales; y como ya era noche oscura nos dejan aposentar en tierra firme sin hacer ruido ni muestras de guerra; y con el despojo que habíamos habido estábamos contentos, y más con la vitoria. Y estando de aquella manera, puesto que teníamos velas y espías y rondas, y aun corredores del campo, cuando no nos catamos vino tanta agua por todo el pueblo, que si los principales que llevábamos de Tezcuco no dieran voces y nos avisaran que saliésemos presto de las casas a tierra firme, todos quedáramos ahogados, porque soltaron las acequias de agua dulce y salada y abrieron una calzada con que de presto se hinchió todo de agua. Y los tascaltecas nuestros amigos, como no eran acostumbrados al agua y no saben nadar, quedaron muertos dos dellos, y nosotros, con gran riesgo de nuestras personas, todos bien mojados y la pólvora perdida, salimos sin hato; y como estábamos de aquella manera y con mucho frío y aun sin cenar, pasamos mala noche, y lo peor de todo era la burla e silbos que ellos ponían que nos daban los de Iztapalapa y los mejicanos desde sus casas y canoas.
Pues otra cosa peor nos avino: que como en Méjico sabían el concierto que tenían hecho de nos anegar con haber rompido la calzada y acequia, estaban esperando en tierra y en la Iaguna muchos batallones de guerreros, y desque amanesció nos dan tanta guerra, que harto teníamos de nos sustentar contra ellos no nos desbaratasen; e mataron dos soldados y un caballo e hirieron otros muchos, ansí de nuestros soldados como tascaltecas, y poco a poco aflojaron en la guerra y nos volvimos a Tezcuco medio afrentados de la burla e ardid de echarnos el agua; y también como no ganamos mucha reputación en la batalla postrera que nos dieron, porque no había pólvora; mas todavía quedaron temerosos y tuvieron bien en qué entender en enterrar o quemar muertos y curar heridos y en reparar sus casas. Donde los dejaré, y diré cómo vinieron de paz a Tezcuco otros pueblos, y lo que más se hizo.