LA AGENCIA
AGENCIA PRINCESA, LUGO
Blanca regresó al salón visiblemente nerviosa, sin saber cómo reaccionar ni a quién acudir. Torpe. Por fin buscó a Luca, porque era la chica del club con la que su amiga colombiana parecía tener mejor relación, y el enfrentamiento con Vlad Cucoara le había demostrado que podía confiar en ella.
—Mery, Mery, se han llevado a Álex. Don José se ha llevado a Álex…
En cuanto Blanca le narró lo que había ocurrido, Luca buscó una excusa y se metió en el cuarto de baño. Sacó su móvil del bolsillo del chaleco y telefoneó al capitán Gonzalo.
—Capitán, han secuestrado a Alexandra Cardona, la chica colombiana. Su amiga me acaba de informar de que el Patrón del Reinas se la ha llevado por la fuerza y…
—Tranquila, Luca, ahora mismo estoy detrás de ellos. Estaba en el aparcamiento del club, esperándote, y he visto cómo la metía en un coche. Reconocí al chulo del Reinas por las fotos de su ficha policial, y decidí seguirlos. Ahora estamos circulando por el casco urbano de Lugo. Tengo que colgar, hablamos luego.
Luca respiró aliviada: si el Capitán estaba haciendo el seguimiento, Álex estaba segura.
Pero Alexandra Cardona no se sentía segura en absoluto. El Patrón le había hecho daño al sujetarla con tanta fuerza. Era evidente que estaba furioso.
—Esta vez te has pasado —le gritó mientras conducía hacia algún lugar en el interior de la ciudad.
—No entiendo, Patrón. ¿Qué he hecho?
—Le habéis dado una paliza de muerte a Vlad y está furioso. He tenido que mover a todos mis contactos para encontrar un médico que lo tratase fuera del hospital, y sin hacer preguntas. Y ese tiempo y dinero me lo vais a devolver tú, tu amiga Blanca y la otra puta que os ayudó. ¿Quién fue? Quiero su nombre.
Vlad Cucoara no podía adivinar que la chica que le había atacado en el aparcamiento del Erotic, cuando intentaba llevarse a Blanca para obligarla a abortar, era una policía infiltrada en el club. Había supuesto que era otra de las prostitutas, y así se lo había relatado al Patrón.
—No hay nadie más, don José. Fue cosa mía —mintió Álex para proteger a Luca. Bajo ningún concepto debían averiguar quién era realmente. En este instante era su única esperanza.
—¡Y una mierda! No me tomes por imbécil o me vas a cabrear de verdad. Me importa un cojón quién sea. Vlad es un cabrón, pero a mí me vais a pagar lo que me ha costado el médico, y me da igual si os dividís la deuda entre dos o entre tres. Blanca es propiedad de Vlad y no puedo protegerla, pero tú tienes la deuda con Manuel y ahora no puedes quedarte en el Erotic. En cuanto Vlad se recupere volverá para vengarse de vosotras, así que por ahora te vas a quedar en la agencia. Si te rajan la cara, no me vales de nada.
El Patrón se preocupaba por la seguridad de Álex, pero en la misma medida en que se ocupaba de su flota de coches de alta gama. Un rayajo o una abolladura devaluaban su valor…
No tardaron mucho en llegar a su destino. El Mercedes del Patrón aparcó en una zona de minusválidos, sin ningún reparo. Don José sabía que todo Lugo era suyo, y podía aparcar cualquiera de sus coches donde le diese la gana. Las multas municipales ya se encargaría el dueño del local de retirarlas.
Sacó a Álex a empujones y la obligó a entrar en el edificio de enfrente. No vio cómo a unas docenas de metros se detenía un coche que los iba siguiendo desde que salieron del Erotic, ni tampoco cómo en su interior, un hombre tomaba nota de la calle y del número donde habían entrado.
En cuanto Álex y don José salieron del ascensor, el Patrón sacó las llaves de uno de los pisos y abrió la puerta. Dentro había dos chicas más.
—Esta es Álex. Se va a quedar aquí unos días porque ha cabreado mucho a unos rumanos y no es seguro que esté en los clubs. Explicadle cómo funciona todo. Yo vuelvo en una hora.
Después, don José se marchó y Álex se quedó con sus nuevas compañeras. Una brasileña y una colombiana, a las que no les hacía mucha gracia la llegada de la nueva. Era lo de siempre: por lo general, los clientes habituales sienten curiosidad por probar a las nuevas, lo que implica servicios, y por tanto ingresos, que pierden las veteranas. Así que sus compañeras no estaban por la labor de ponerle las cosas fáciles a la recién llegada. Ya aprendería sola, como lo hicieron ellas.
La colombiana aún no lo sabía, pero había llegado a uno de los miles de pisos que salpican la Península en las redes de prostitución clandestina… Apartamentos clandestinos que anuncian sus servicios en la prensa o Internet, donde las chicas normalmente hacen plazas de veintiún días, las veinticuatro horas del día. No lo sabía, y en realidad tampoco le importaba.
En ese momento Álex solo podía pensar una y otra vez en cómo había llegado hasta allí, en qué había pasado para que su vida se convirtiera en aquello. Encerrada bajo llave, con dos desconocidas que no le habían dirigido una palabra, como si ella y no el Patrón fuese su enemiga. Su memoria saltaba de imagen en imagen. La ejecución de su novio y la muerte del sicario en la biblioteca de la facultad; su primer servicio en el Reinas y la noche que casi muere de frío en la cuneta; la pequeña Dolores esnifando coca con el Patrón, y la última despedida de Paula Andrea; la paliza de Vlad Cucoara y el sacerdote fetichista masturbándose con sus pies… «Ay, Virgencita, ayúdeme», pensó por pura inercia. Pero de pronto se dio cuenta de que ya no tenía ni eso…
En cuanto don José regresó del Erotic tras recoger la ropa y los efectos personales de la colombiana, la informó de su nuevo destino.
—Aquí tienes tus cosas. Creo que está todo. A partir de ahora trabajarás en pisos, por tu seguridad. Las condiciones son parecidas a las del club. De lo que ganes, pagado el alojamiento, el 40% es para la casa y el 60% para ti. Y de ahí te vamos restando lo que te falte de deuda. Estarás aquí tres o cuatro semanas, y después te irás a hacer plaza a otra agencia. Quizá Barcelona, o Málaga…, ya veremos.
—No.
—¿Cómo?
—No —repitió Álex—. Se acabó. Me largo.
Sin pensar, sin valorar las consecuencias de lo que estaba haciendo, Álex Cardona explotó. Escupió contra don José toda la rabia, la frustración y la humillación que se había tragado durante aquellos meses. Le exigió que le devolviese su pasaporte con o sin los sellos del visado. Le dijo que sabía que le había hecho algo terrible a Paula Andrea, y que él era el responsable de que Lolita se hubiese marchado a Italia y, lo que es peor, se atrevió a amenazarle. Le prometió que iba a denunciarle a la policía aunque eso supusiese su expulsión del país. Por fortuna, no reveló todas sus cartas.
Don José escuchó en silencio, sin mover un músculo, hasta que Álex se desahogó totalmente y terminó su arrebato de ira. No le preocupaba la denuncia de la colombiana porque nadie iba a creerla, pero aquella maldita mosquita muerta había resultado imposible de domar, y lo mejor sería deshacerse de ella.
Entonces, muy tranquilo, se acercó a la joven lentamente. Fue en ese instante cuando Álex se dio cuenta del terrible error que había cometido. Acababa de sentenciar su destino, y quizá el de sus amigas.
Retrocedió dos pasos. Don José avanzó dos más. Álex reculó de nuevo, hasta que su espalda chocó con la pared de la habitación. El Patrón siguió avanzando hasta que su rostro quedó a solo unos centímetros del de Alexandra, y la colombiana temió lo peor. La expresión del rostro de don José reflejaba un odio infinito. La misma expresión que tenía cuando la echó a patadas del club en medio de la gélida noche.
—No sabes con quién te has metido.
No dijo nada más. El Patrón le arrebató el teléfono móvil, se dio la vuelta y salió del apartamento. Y Álex se derrumbó, totalmente paralizada por el pánico. Sus piernas, que temblaban con violencia, ya no podían soportar el peso de su cuerpecillo menudo y exhausto. Todo había llegado a su fin.
Hundida, derrotada, sin dinero, sin pasaporte, sin amigos. Álex se sentía más desvalida y abandonada que nunca. Peor que en los peores momentos que había vivido desde su llegada a España. Ahora ni siquiera tenía su teléfono móvil. No podía pedir ayuda.
Pensó en escapar. Pero ¿adónde?, ¿y para qué? No podía marcharse sin saber qué había ocurrido con su prima y sin encontrar a Dolores. Y ahora además estaba lo de Blanca. No podía dejarla sola cuando su vida y la de su bebé estaban en peligro. «Quizá lo mejor es que acaben conmigo de una vez», concluyó por fin, con suicida resignación. Estaba agotada. Física, psíquica y emocionalmente exhausta. Aovillada en el suelo, en el mismo sitio en el que había caído, rompió a llorar y en algún momento se quedó dormida.
Imposible adivinar cuánto tiempo pasó allí tendida, pero cuando el timbre de la puerta la despertó, la luz del sol comenzaba a filtrarse por las persianas.
Escuchó murmullos en el pasillo y supuso que era un cliente. Quizá su primer cliente en la agencia clandestina, un nuevo desconocido que utilizaría su cuerpo menudo para dar rienda suelta a sus fantasías sexuales. Y de nuevo sintió el vacío. Un agujero oscuro y frío que surgía de lo más profundo de su alma y se la comía por dentro. Una indiferencia insípida e incolora que la hacía sentir asco de sí misma. Por los hombres ya ni siquiera podía sentir más repulsión.
Álex se equivocaba, pero solo en una cosa. El cliente que visitaba el piso de la agencia no era un desconocido…
Don Lorenzo, el supuesto jefe de Extranjería, entró en la habitación sonriendo mientras se despedía de una de la chicas, que cerró de un portazo cuando se marchó del piso. La otra permanecería todo el tiempo en otra habitación. El cabo primero no quería testigos.
—Así que ya eres una ilegal —dijo sin dejar de sonreír—. Pero no te preocupes, ya sabes que yo puedo ayudarte. Aunque antes vas a tener que ser una niña buena conmigo…
Y mientras decía aquello, sacó su pistola reglamentaria y la colocó sobre la mesa del salón. Muy cerca de Álex. Quería que la viese: una semiautomática de 9 mm siempre es un argumento elocuente. Después se bajó los pantalones y acercó su pene erecto al rostro de la colombiana.