NUEVAS GENERACIONES
VILAGARCÍA DE AROUSA, PONTEVEDRA
Los hombres de don Jesús resultaron ser simpáticos, y sobre todo unas fuentes extraordinarias de información. Les gustaba hablar, y el whisky se desveló como un lubricante excelente para sus lenguas.
—Camarero, otra ronda de lo mismo —pidió Ángel intentando hacerse oír por encima de la estridente música que sonaba en el burdel—. Dos Chivas con cola y una cerveza sin alcohol.
Habían llegado a primera hora. Todavía eran los únicos clientes, pero los hombres de don Jesús ya llevaban un par de copas, y la tarde no había hecho más que comenzar.
—Me cajo no carallo, quita de ahí, forastero —le interrumpió el tal Xan—. Pssss… Manolo, trae una botella, que pago yo. Pero que sea Regal.
De pronto su compañero reaccionó de idéntica manera, subiendo la apuesta.
—Ni puto caso. Trae dos botellas, que las pago yo. Pero que sea Johnnie Walker. ¡Eh! Y Black Label…
—¿Qué pasó, Luisiño, que mi dinero no vale? Manolo, no le hagas caso. Pon tres botellas y me las cobras a mí… Porque hicimos una descarga caralluda, ¿sabes? Y vamos a invitar a todas las mozas del local a una copa…
De pronto los dos tipos se enzarzaron en una discusión por demostrar cuál se podía permitir el mayor despilfarro. Petulantes y jactanciosos. Puro espíritu narco. Ángel sonrió al comprobar que los gallegos no eran tan diferentes de los mexicanos. Sin embargo, no fanfarroneaban: en el fragor de la discusión primero uno y luego el otro se sacaron del bolsillo un abultado fajo de billetes, y no parecían tener ningún reparo en pagar las copas de las chicas, que comenzaron a arremolinarse en torno a los tres hombres, atraídas por el olor del dinero.
—Ey, amigos, ya me ha quedado claro que sois unos tíos cojonudos y generosos, pero intentemos ser un poco profesionales y no llamar tanto la atención, ¿de acuerdo? ¿Por qué no nos sentamos en una mesa y me ponéis al día de cómo funcionan las cosas por aquí?
Los tres hombres se abrieron paso entre las prostitutas, que exigían al camarero los tiques por las consumiciones a las que habían sido invitadas, y se acomodaron en una de las mesas, con las tres botellas de whisky: al final dos Black Label y una Regal.
—Que no nos molesten las chicas en un rato —le susurró Ángel al camarero antes de abandonar la barra.
Nada más sentarse, Luis se sacó una bolsita del bolsillo.
—Ahora mismo nos vamos a meter un tirito de fariña colombiana de la buena. Recién llegada de Bogotá. No lleva ni quince días aquí.
El joven esparció el polvo blanco sobre la mesa y empezó a distribuirlo en tres gruesas rayas sin ningún pudor. No parecía que en aquel burdel se escandalizasen por el espectáculo, al contrario: varias de las prostitutas comenzaron a mirar fijamente la nieve, con evidente expresión de ansia y envidia.
—Vaya, por lo que veo, a don Jesús le van bien los negocios.
—Caralludamente —respondió Xan—. Es listo, por eso él sigue fuera y los demás están dentro.
—Pero don Jesús es un hombre serio —añadió Luis—. Y prudente. No le gusta juntar mucho las operaciones. Lo de los mexicanos es una excepción. Siempre dejamos pasar dos o tres meses entre descargas para no tentar a la suerte, lo malo es que aquí media ría vive de la coca, y a la gente no le gusta esperar para cobrar.
—¿Media ría? Eso es un poco exagerado, ¿no?
—No. La de Arousa es la más grande de todas las rías bajas y aquí habrá mucho marisco y mucho pescado, pero ¿tú crees que eso da para tanto coche de alta gama y tanto chalet de lujo? No te hablo de la gente que trabaja con nosotros, que es mucha…
—Desde el armador o el patrón de los barcos —añadió Xan— hasta los pilotos de las planeadoras, pasando por los peones que descargan las lanchas, los conductores, los vigilantes… Somos una gran familia.
—Pero a eso súmale los trabajadores de todas las empresas que se montan para blanquear: inmobiliarias, restaurantes, hoteles, conserveras, concesionarios… o puticlubs como este.
—¿Este puticlub es de un narco? —preguntó Ángel curioso.
—Coño, claro —respondió Xan—, como la mayoría de esta zona. Es cojonudo para blanquear. ¿Quién te va a controlar cuántas veces follan las chavalas? ¿O cuántas copas has puesto? Declaras el dinero que quieras declarar. Y además, es un sitio caralludo para mover la farlopa porque aquí casi todos los clientes consumen. Este lo montó Parral, uno de los mejores lancheros de la ría. Ahora está en la cárcel, pero cuando salga…
—Cuando salga lo volverán a meter —intervino Luis— porque Parral es un manta que no diferencia la proa de la popa. A quién se le ocurre estrellar la planeadora contra la lancha de la Guardia Civil… El mejor piloto que ha existido es Kubala. Ese sí que era un fenómeno.
—¡Un carallo! —Discrepó Xan—. Si fuese tan bueno, no se habría matado en la ría, llevándose al Emilio con él para el otro mundo. Lo que yo te diga. Mucha fama, pero el mejor piloto de planeadoras no ha sido ni Kubala, ni Jastamans, ni Pistolo… Patoquiño. Ese sí que era un artista. El cabrón volaba sobre las olas, y podía saber, conociendo las mareas, si pasaba o no pasaba por el medio de los arrecifes dependiendo de la carga que llevaba.
Ángel observaba fascinado la discusión entre los dos gallegos, disfrutando de la cantidad de información que aquellos tipos le regalaban. Y llenándoles de nuevo las copas de whisky, les invitó a seguir hablando.
—¿Patoquiño? —preguntó intencionadamente—. ¿Era famoso?
—Tú deberías conocerlo. Se mató en el 2008, en un accidente de moto. Le gustaban las motos, como a ti, pero no las controlaba tan bien como las planeadoras. Fue en Vilaxoán, aquí al lado. Iba con una Yamaha XP-500, y un tipo se le cruzó en medio. Murieron los dos. Una tragedia. Patoquiño era capaz de meterte un cargamento dentro de la ría con lluvia, niebla o temporal. Treinta y ocho años tenía el rapás cuando murió.
—Era un fenómeno —añadió Xan levantando su copa y brindando por la memoria del compañero fallecido—, es verdad. Casi analfabeto, empezó cuidando las lanchas de Sito y terminó convirtiéndose en uno de los mejores pilotos de la ría. El chaval ahorró, invirtió en una operación y le salió bien. Y con el tiempo montó un imperio. La lancha más grande que se ha pillado aquí era suya…
—La Patoca. Coño, qué máquina. Siete motores Suzuki de 300 caballos, capaces de hacerla volar a más de 60 nudos. Con capacidad para 20 000 litros de combustible. Esa lancha era capaz de navegar hasta Colombia para recoger a fariña si hiciese falta. La mandó hacer en Italia, porque aquí no había astillero que pudiese fabricar una lancha como esa. Y los picoletos no podían ni mirarle la popa…
—Sí, pero de ahí a decir que era el mejor lanchero… —discrepó Xan—. Para mí que, de los vivos, nadie ha superado a Saro.
—Hostia, el Saro. Otro grande, brindo por él. Ese sí que tiene collóns. Nunca pudieron pillarlo en el agua. Saro trabajó con todos los grandes: Sito, Cordero, los Charlys, los Lulús… Después de un mes con toda la policía detrás, lo pillaron en tierra porque en la mar era imposible acercársele. Ojalá no estuviese en prisión. Es el mejor piloto que podíamos tener para esta operación.
—Sí, es una pena. ¿Quién va a pilotar esta vez?
—Pituco —respondió Xan—, un chaval nuevo pero con muchos cojones. No te preocupes, no hay nada que temer. Está limpio y conoce la ría como la palma de su mano. Los estupas no pueden acercarse a su popa cuando está en el agua. Coño, ¿sabes qué digo?, vamos a su club y así lo conoces y te quedas tranquilo. Tiene mejores putas que estas, y si te gusta el póquer, en la parte de atrás se organizan timbas de mucha pasta. Manolo —añadió haciendo una seña al camarero del burdel—, guárdanos estas botellas por ahí, y mañana venimos a terminarlas.
Los tres hombres salieron del burdel, y cuando se acercaban al BMW Ángel improvisó una excusa para hacerse con el volante. Había hecho beber a sus guardaespaldas más de la cuenta para soltar sus lenguas, y no era prudente confiarles su vida en la carretera en ese estado.
—Qué preciosidad de coche. No me había fijado antes. ¿Es un 335?
—Sí, señor —respondió Xan—. Motor de 3 litros, con 6 cilindros y 306 caballos. De 0 a 100 en 5 segundos y medio. ¿Qué, te apetece probarlo?
—No me atrevía a pedírtelo, pero me harías feliz.
Xan le lanzó las llaves del coche con condescendencia. Ángel sonrió. Había colado. Rodeó el deportivo y aprovechó ese instante para activar la grabadora y acomodar el micrófono oculto bajo su camisa.
A partir de ese instante el motorista vivió un auténtico viaje iniciático por la comarca de Arousa. Sus anfitriones iban comentando cada lugar, cada casa, cada almacén que se iban cruzando en el camino, ilustrándole mejor que ninguna enciclopedia sobre los secretos del narcotráfico gallego. Su historia y su presente. Y Ángel se empapaba de aquella lección magistral: imposible conocer tantos detalles en tan poco tiempo, de no encontrarse con dos miembros de uno de los clanes más notables del narco actual.
—Mira a tu izquierda —dijo de pronto Luis desde el asiento de atrás—. Es la isla de Cortegada, sustento de nuestra Monarquía. Ese pequeño pedazo de tierra tiene mucha historia… Gira ahí, a la izquierda.
Ángel giró por la rúa de Arousa, hasta la rúa da Limia, y allí se internaron en una lujosa urbanización situada en un alto de privilegiadas vistas al mar.
—Todo lo que vas a ver ahora pertenece al Falconetti —dijo Xan—, uno de los históricos. Aquí se invirtieron muchos millones, del tabaco primero y de la coca después.
Cuando llegaron a la rúa San Roque, justo frente a la isla de Cortegada, añadió:
—Este chalet es del Colombiano. Y el que está pegado a él es de don Jorge. Coño, ese es un campeón. Puede venderle neveras a los esquimales si se lo propone.
—Mira, ahora tiene el Ferrari en la puerta —añadió Luis—. No te imaginas la colección de coches que tiene el cabrón. Seis Porches, un Aston Martin, un Hummer H2, tres Maserati, un Rolls Royce…
—Y el helicóptero —le interrumpió su compañero—, acuérdate del helicóptero. En la fiesta que organizó don Juan, llegó en el helicóptero al puerto de Vilagarcía y nos dejó a todos alucinados. Pero su debilidad son los coches. Tiene una escuela de pilotos de rallies con el copiloto de Carlos Sainz, y ha patrocinado muchas carreras. Los coches también sirven para mover mucho el dinero… —concluyó con tono irónico.
A solo unos metros del lujoso chalet del tal don Jorge y del Colombiano, se encontraba un pequeño bar, que dejaron a la izquierda.
—Si necesitas saber algo sobre coches de lujo, o sobre la fariña, ven aquí y pregunta por Carlos. Está en el negocio. Él fue quien me vendió este BMW…
—Mira este chalet —dijo de pronto Luis refiriéndose a otra de las lujosas edificaciones que se encontraban en la misma urbanización. Luego rompió a reír a carcajadas—. Es de un funcionario de Aduanas… Es acojonante cómo estiran el sueldo los funcionarios de Aduanas en el Salnés.
Xan también comenzó a reír y Ángel captó la ironía. El chalet estaba construido con materiales de primera calidad. Al igual que una interminable serie de adosados que completaban el complejo.
—Ahora, con la crisis, han caído los precios y todos estamos invirtiendo —sentenció Luis—. Nuestros mayores compraron media región. Ahora nosotros compraremos la otra media. Como dijo el patriarca del clan de los Charlys: «Vamos a sembrar Galicia de coca, para que se acuerden de nosotros». Gira a la izquierda y toma esa carretera.
El BMW comenzó a recorrer la línea de la costa, mientras sus anfitriones continuaban ilustrando al ángel negro sobre la narcocultura local, y a tenor de sus comentarios, el tráfico de estupefacientes en las costas gallegas vivía su mejor momento.
—La semana pasada se descargaron 2500 kilos, por eso tenemos este material tan bueno aquí… Quemaron la lancha justo ahí, en la ría. 2500 kilos a 5 millones… Haz tú el cálculo, que a mí me da la risa.
El BMW dejó atrás Carril y volvió a atravesar Vilagarcía en dirección a la carretera de Vilanova. En cuanto quedó a la derecha el puerto, Ángel reparó en varias lanchas abandonadas al lado del muro —«De la época de la Operación Nécora», dijo Luis, «nos ayudan a recordar de dónde venimos»—: planeadoras rápidas que en otro tiempo surcaban la ría atestadas de tabaco de contrabando primero, y de hachís marroquí y cocaína colombiana después.
Fue en ese instante, al girarse un momento para ver las lanchas, cuando el motero notó que el micrófono oculto se soltaba de su sujeción, un adhesivo pegado en su piel. Trató de ocultarlo disimuladamente con el brazo: sabía que si alguno de sus acompañantes lo veía, estaba perdido.
Al llegar al puerto de Vilaxoán, Luis le señaló varias naves industriales, bateas de marisco y barcos atracados en el muelle.
—Todo eso es de don Juan, el único que le puede hacer sombra hoy por hoy a nuestro patrón. Don Juan es nuestra competencia, pero hay que reconocerle su mérito.
—El cabrón se está haciendo con media ría —añadió Xan a regañadientes—. Tiene inversiones en todo tipo de negocios. Para blanquear, claro. Y sabe hacer bien las cosas. Nada a su nombre. Mira, ¿ves esa nave enorme? El dueño es un jubilado que cobra 900 euros. ¿Cómo puede pagarse una nave así? Pues aquí ni la policía, ni los jueces, ni la fiscalía hacen preguntas. No les conviene meterse con don Juan.
Solo unos cientos de metros más adelante, Xan volvió a señalar otra enorme nave industrial. Ángel asistía dividido a esa avalancha de información: tan entusiasmado como tenso. Notaba el cable de la grabadora enganchado al borde de la camisa. Se esforzaba por moverse despacio, por levantar el brazo lo menos posible… Había mucho en juego. Ajeno a su aventura, el gallego seguía hablando.
—Esa nave es una fábrica de conservas que nunca llegó a funcionar: recibió cuatro millones en subvenciones de la Administración y nunca se hizo una puta lata. También es de don Juan. Y este chalet de lujo también es suyo. Como las bodegas de albariño, la náutica, los pisos…
—La subvención se la consiguió don Jorge, el del helicóptero —dijo de pronto Luis—. Ese tío es increíble: controla las subvenciones de la Xunta, del Igape, y tiene a los bancos comiendo en su mano. Se rumorea que pronto va a dar el pelotazo de su vida. Presume de tener comprado a un ministro del Gobierno de Madrid, y dice que si consigue que le den la concesión farmacéutica que está buscando, en exclusiva, va a sacar más dinero que nosotros en veinte operaciones.
Aquel comentario picó la curiosidad del motorista. ¿Quién era ese hombre y de qué ministro estaban hablando? Si no fuera por la seguridad con que sus anfitriones narraban cada detalle, le costaría creer que toda aquella información fuese fidedigna. Pero todavía no había encontrado ni una sola contradicción. «Y los borrachos siempre dicen la verdad», pensó.
—¿Quién es ese don Jorge? —se atrevió a preguntar directamente.
—Un campeón —respondió Xan con evidente admiración—. Un crack. Un empresario de Lugo que empezó de cartero y con un pequeño pub y que terminó haciendo pasta con una empresa peletera que traía cueros de Marruecos. Se metió en el sector químico para el tratamiento de pieles y ahora es socio de don Juan en los negocios legales: es el que le lleva el tema de las subvenciones oficiales para blanquear la pasta, pero hace unos años comenzó a comprar patentes farmacéuticas y se estableció en Andorra, por el tema fiscal.
—El tipo llegó a exportar sus pieles a veinticinco países de África, América Latina y Oriente Medio. Como Amancio Ortega no se espabile, este es capaz de montarle otro Zara.
Los dos narcos gallegos rieron la ocurrencia. Y Xan continuó su «tour del narco», mientras Ángel no dejaba de sorprenderse con el cariz que estaba tomando la conversación.
—Pero no habría conseguido nada de eso si no fuese por los contactos que tiene en la Xunta de Galicia. Tanto con Pérez Touriño como con Núñez Feijoo, don Jorge se ha hecho con las mejores subvenciones y concursos, que ha sabido invertir ventajosamente. También está metiéndose en Cataluña, con sus contactos en la Generalitat, y ahora está enseñando a don Juan cómo hacerlo.
—Hace poco le preparó un viaje a Camerún con varios empresarios y políticos de la Xunta. Les organizaba el viaje Jacques, el portero del Deportivo de la Coruña. Por lo visto, están montando varias empresas en África con el futbolista.
—Bueno, por lo menos le gusta el fútbol —añadió Xan delatando su afición al deporte nacional—. Mi primo juega en el Azkar de Lugo, y si no fuese por don Jorge, no tendrían ni equipación… Tuerce ahí, a la derecha. Mira, esta es la casa con más gusto y clase de toda la comarca. Es la de Danielito. Que en paz descanse.
Ángel redujo un poco la velocidad con la excusa de contemplar la lujosa edificación, mientras trataba de adherir de nuevo el micrófono a su piel, sin que sus escoltas pudiesen verlo. La mansión reflejaba buen gusto, y no solo por lo costoso de los materiales, aunque no le prestó demasiada atención: no podía fijar bien el cable, se soltaba. Vio por el retrovisor que Luis le miraba extrañado y volvió de golpe a la conversación.
—¿Quién era Danielito? —preguntó.
—Es una historia triste. Le pegaron un tiro en la cabeza, en el 93. Fue la primera vez que aquí se usaron las armas. Después hubo más. Por eso no hay que salir de casa sin una de estas —dijo Xan mientras se sacaba del cinturón una 9 mm—. Y menos con las nuevas generaciones: los rapases ahora quieren medrar rápido en este negocio, y no respetan ni a su padre…
—Mira, esta es una de las casas de uno de los Charlys —le interrumpió Luis, ante la frustración del motorista. Los chicos de don Jesús, intentando ser amables con su invitado, pasaban de un tema a otro dependiendo del punto de la carretera en que se encontrasen, pero sin concluir ninguna de las historias—. Cuando salga el padre de la cárcel, aquí va a haber mucho movimiento…
—¿Sigue en el negocio? —preguntó Ángel. El sudor había echado a perder el adhesivo, no había nada que hacer: volvía a notar el cable, y casi imaginaba un enorme luminoso señalando hacia su camisa. Por suerte, solo él lo veía.
—Todos siguen en el negocio. Si tú pudieses tener un trabajo que te da 100 000 euros al mes, ¿lo dejarías para trabajar de otra cosa?
—Supongo que no.
—Pues ahí lo tienes —concluyó Xan mientras extraía uno de los cigarrillos de marihuana que llevaba preparados en una pitillera de plata—. Aquí lo único importante son los contactos. Tú consigue un buen contacto en Colombia y pon un poco de dinero sobre la mesa, y ya está. Por cada euro que inviertas en la operación vas a cobrar 100 o 1000. Y con eso podrás invertir en una operación mayor. Así empezaron todos los grandes. Después, tu único problema será blanquear el dinero. Nada más.
—Mira este hotel, por ejemplo —dijo Luis señalando un edificio que quedaba a la derecha de la carretera, en dirección a la isla de Arousa—. Lleva once meses cerrado, pero sigue facturando a diario. La declaración por módulos a Hacienda permite que factures lo que te dé la gana, por eso todos los de este oficio terminan metiéndose en hostelería.
Ángel estaba fascinado por cada nueva revelación. Atravesó el largo puente que comunica la isla de Arousa con el continente, y se maravilló con los nuevos y fastuosos pazos de narcos y contrabandistas que le mostraron sus guías. Y con «Villa PSOE», así se refirieron socarronamente a la edificación creada en la isla para los directivos socialistas.
—Los contactos lo son todo —añadió Luis—. Métete por esa carretera a la derecha, te vamos a enseñar uno de los puntos de venta.
Black Angel siguió las indicaciones y comenzó a ascender por una pequeña carretera local, en una zona de casas bajas, a las afueras de Vilagarcía. Cuando se aproximaban a una de color naranja y dos plantas, Xan llamó su atención sobre un pequeño muñeco que se encontraba colocado en la ventana de en medio.
—Aquí no es como en Madrid. No usamos narcobares. Aquí tenemos casas, como esta. Fíjate en las cámaras de videovigilancia. Son para controlar si viene la policía. ¿Y ves el muñeco que hay en la ventana? Si el muñeco está, es que el fulano está. Pero no te hablo de gramos, sino de kilos…
De nuevo los dos gallegos comenzaron a reír, y Xan, que en ese instante hablaba con alguien por teléfono, le pidió al motorista que diese la vuelta. «Pituco ya va para el puticlub. Tenemos que terminar la noche como Dios manda», añadió con una sonrisa de complicidad. Solo en ese momento, Ángel apretó con disimulo el interruptor de la videocámara que ocultaba en su cuerpo y la escondió al fin bajo la camisa. Ya había grabado suficiente.