CONTACTO

BURDEL EROTIC, LUGO

La noticia sobre el accidente de Kiko la había dejado fuera de juego durante dos días. Noqueada. Incapaz de pensar con claridad. El joven guardia era casi un desconocido, apenas se habían visto media docena de veces, casi siempre en la habitación del club Reinas, pero había depositado tantas esperanzas en su ayuda…

Álex leyó una y otra vez aquella breve reseña en la prensa local que zanjaba el caso. El periodista insistía en el mal estado de aquella carretera, en el alto índice de siniestros de aquel tramo, y en la helada y la lluvia que aquella noche habían convertido la ruta en una apuesta mortal. A continuación resaltaba el prometedor futuro del agente, su impecable hoja de servicios y la tristeza que embargaba a toda la comandancia por el accidente. Pero Alexandra Cardona no se creía ni una sola palabra. Sabía, en lo más profundo de su alma, que Kiko había muerto por intentar ayudarla, y eso le hacía sentirse de nuevo asesina. Primero su padre, luego Carlos Alberto, ahora Kiko… Como si una maldición condenase a una muerte violenta a cada hombre que le mostrase afecto. Volvió a pensar en John Jairo, ¿cómo estaría?, ¿él también pensaría en ella?

Blanca intentaba contagiarle su entusiasmo. Se había adaptado perfectamente al nuevo club, sobre todo porque su cliente habitual más importante la había seguido a su nuevo destino, y en cuanto bajaron al salón del Erotic por primera vez, ya estaba allí, esperándola. Pero Álex no se sentía con fuerzas para sonreír. Sabía que no podía derrumbarse tras la muerte de Kiko, aunque se le terminaban las ideas.

En el nuevo local se encontró con viejas conocidas que habían rotado al Erotic antes que ellas. Como Deborah, una argentina risueña que se entusiasmaba y aplaudía nerviosa cada vez que Alexandra realizaba uno de sus experimentos químicos en la cocina del club. También tuvo ocasión de ponerle cara a Aide: Luciana le había hablado tanto de la anterior cocinera del Reinas que era casi como si ya la conociese. La brasileña se ocupaba ahora de los fogones del Erotic, mientras que su hija Rafaela se ocupaba de la recepción.

—Qué suerte que puedan trabajar juntas madre e hija, Aide. Yo extraño mucho a mi mamá.

—¿Suerte? Porque yo estoy en la cocina, y mi niña en la recepción. Pero si mi niña trabajase en el salón, como vosotras, yo no podría soportarlo… como tienen que soportarlo otras madres. Aquí mismo, sin ir más lejos. Mira, ¿ves aquellas dos chicas de la mesa del fondo?

Álex siguió con la mirada el dedo de la cocinera, y rápidamente identificó a dos mujeres con aspecto del Este.

—¿Rumanas? —preguntó.

—Sí. También trabajaron en el Reinas. Son Camelia, la madre, y Daniela, la hija. ¿Te imaginas tener que ver a tu madre o a tu hija prostituyéndose delante de ti?

—¡Dios mío! Qué horror.

—Sí. No les gusta que la gente lo sepa. Les da vergüenza. Es lógico. Además, algunos clientes muy cerdos, cuando se enteran, intentan subir con las dos juntas. Les da morbo, ya sabes cómo son…

—Ay, Virgencita. No quiero ni imaginarlo.

—Aún puede ser peor —dijo su hija Rafaela interviniendo en la conversación—. En el Trompo, donde yo estaba antes de venir al Erotic, trabajaban abuela, madre e hija. ¿Podéis imaginarlo? Normalice, la abuela, estaba en la cocina, y su nieta Jessica de camarera. Pero Sandra, la hija de Normalice y madre de Jessy, trabajaba en el salón… Ay, mamita, qué pena me daban. Cada vez que Sandra subía a hacer un servicio…

—¿Llegaste a conocer a Kellyn, la colombianita? —preguntó la cocinera del Erotic. Álex negó con la cabeza.

—Sé a quién se refiere, pero no coincidí con ella en el Reinas. Me contaron que habían falsificado su pasaporte para poder trabajar y que tenía diecisiete años cuando entró en el club.

—Sí. Francia, su mamá, también trabajaba en los clubs…, una pena.

Durante sus primeros meses en el mundo de la prostitución, Álex había tenido la oportunidad de constatar un extraño fenómeno, desconocido para la mayoría de los analistas, y es que en la inmensa mayoría de los burdeles europeos terminan coincidiendo pequeños núcleos familiares: primas, cuñadas, sobrinas… En algunos casos, son hermanas de origen latino, africano, asiático, etcétera, las que acaban por reunirse en un burdel europeo. Era el caso de Liliana, una de las amantes de don José, y Lilian; o el de Cristal, Mel y Lorena; o el de María Romilda y Dulcilene; o el de Nicasia, Carla y Luciana; o el de Mónica y María Aline; o el de Ingrid Bienvenida, Cloduarda y Pura Luisa; o incluso el de Lorena, la «esposa» de Manuel, el encargado del Calima, y su hermana gemela Francis.

—Ay, Aide, es tan duro ver pasar por esta vaina a alguien a quien quieres… —dijo Álex pensando una vez más en su prima Paula Andrea—. ¿Cómo puede nadie meter a gente de su propia sangre?

—Mi niña…, la culpa es de ellos. Te calientan la cabeza con que aquí se vive mejor que en tu país, con que puedes ganar mucho dinero. Te dicen que por qué no invitas a tus amigas, a tus primas, a tus hermanas a venir. Que ellos corren con todos los gastos, y encima te ofrecen una comisión si consigues convencerlas para que vengan. Y tú, que no quieres enfadarlos, terminas aceptando. Es una cadena: unas chicas traen a otras, y estas a sus amigas, y estas a sus primas, sobrinas o hermanas… y a veces hasta a sus propias hijas o madres… Cuánta miseria y cuánta tristeza hay en este negocio, mi niña, y a nadie le importa. Los hombres solo quieren que los clubs estén llenos de chicas. Cuantas más mejor. Lo que tenéis que sufrir las chicas del salón no le importa a nadie…

—Pero ¿cómo pueden llegar a lavarte el cerebro de esa forma?

—Porque sois muy vulnerables, Álex. ¿Tú conociste en el Reinas a Cilene, la brasileña? —La colombiana negó con la cabeza—. Era preciosa, pero se enamoró como una loca del Patrón. Como otras muchas. Pero la pobre estaba tan obsesionada con don José que intentó suicidarse cuando él se aburrió de ella, y las monjas de la Xunta le quitaron su bebé recién nacido. Habría hecho cualquier cosa que le pidiese. Ahora está parapléjica en una silla de ruedas y sin un brazo, en un hospital de Pontevedra…

—Menos charla, joder, que aquí se viene a trabajar —las interrumpió la voz de Antonio, el encargado, que había comenzado a impacientarse por el tiempo que llevaban las chicas en la cocina—. Ya tendréis tiempo de parlotear en vuestro rato libre, pero ahora el salón está lleno, así que moviendo el culo.

Reconfortaba encontrar caras conocidas en el nuevo club, pero Alexandra continuaba distante, absorta en sus pensamientos, angustiada por cada día que pasaba sin noticias de Paula Andrea ni de Dolores, que no contestaban a sus mensajes. Quizá por eso todavía no se había percatado de que, desde el otro extremo de la barra, Mery, la camarera nueva, no le quitaba ojo de encima, esperando su oportunidad para abordarla con discreción y establecer contacto.

—Pero ¿en qué estás pensando, Mery? —le dijo el encargado, que sí se dio cuenta de que la nueva no estaba concentrada en su trabajo—. Te he pedido la X.

La agente Luca intentó reaccionar con naturalidad: había decidido utilizar su primer nombre, María, en cuanto aceptó el empleo de camarera en el club, y no estaba acostumbrada. Igual que no estaba acostumbrada al trabajo encubierto. Sus primeras horas en el club resultaron una prueba de fuego para su temple: se sabía sola, en territorio hostil, y no podía librarse de la sensación de que todos intuían que era una policía encubierta. Cualquier comentario, cualquier mirada furtiva, cualquier comportamiento extraño en sus objetivos se le antojaba una evidencia de que lo sabían… Se trata de una obsesiva paranoia que afecta a todos los infiltrados: deben luchar, en primer lugar, contra su propia mente.

Antonio no le había parecido un tipo peligroso. Menudo, de unos cuarenta años y con una avanzada alopecia, no era de los que aprietan al estrechar la mano. A los dieciocho se marchó a Barcelona para buscarse la vida como camarero, y desde entonces había estado vinculado al mundo de la hostelería. En el Erotic había empezado como camarero, pero cuando el patrón despidió a su hermano José, dicen que por un asunto de drogas, Antonio se había convertido en el nuevo encargado, y le gustaba ejercer su poder en el club.

—Perdón, Antonio —respondió Luca tratando de mantener a raya los nervios—, todavía estoy un poco nerviosa, y con el ruido de la música no te había oído. La X…

—Sí, la X. Ya te expliqué que si Karen, Granda o yo te preguntamos cuánto hay de X, eso significa cuánto va de recaudación de caja hasta ese momento de la noche. Y si te preguntamos por la Z, eso es la recaudación final. ¿Entendido? Los clientes no tienen por qué saber de lo que hablamos aquí.

—Entendido, no lo olvidaré.

—Recuerda que estás a prueba, y si el jefe ve que no haces tu trabajo, no vas a durar ni una semana. Y el jefe lo ve todo.

—Pero si ni siquiera ha pasado por el club todavía —respondió Luca.

—No le hace falta. Mira, fíjate bien allí arriba… ¿No la ves?

—No veo nada —mintió Luca, que sospechaba que existirían cámaras en todo el edificio.

—Allí, en la pared, pegada al techo… Está colocada muy discretamente para no asustar a los clientes, pero, coño, está bien visible.

Luca tenía buena vista, pero aun así le costó unos instantes identificar el objeto que señalaba divertido el encargado del club. La difusa luz del burdel y los resplandores intermitentes de la bola discotequera ayudaban a disimular notablemente el ojo vigilante electrónico…

—Aquello es… ¿una cámara de videovigilancia?

—Exacto. Hay otra allí, en la recepción, al final del pasillo; otra en la entrada; y otras en la barra de arriba, en el pasillo de arriba y en el aparcamiento. Tenemos todo controlado. Granda no necesita venir físicamente, porque desde el ordenador de su casa nos está viendo ahora mismo. Así que procura no cagarla.

—Gracias por el aviso. Supongo que así nos tiene controlados a todos.

—Exacto. También le gusta ver quién viene por aquí.

—¿Es que viene gente importante? —Acostumbrada a las batallas del mentidero, la agente Luca sabía bien qué resortes pulsar para soltar las lenguas. En el caso del encargado, era obvio que Antonio disfrutaba sintiéndose un hombre de mundo capaz de deslumbrar con sus conocimientos a una «jovencita inocente como ella».

—A veces se dejan caer algunos alcaldes, políticos de la Xunta de Galicia y algunos empresarios respetables… Y una grabación de un político subiendo con las chicas a la habitación de un puticlub puede ser algo útil algún día, ¿no crees?

Sin saberlo, el encargado estaba ratificando alguna de las cosas que Fran le había adelantado en su último mail: allí había gente muy importante metida hasta el cuello.

—Pero ¿también tenéis cámaras en las habitaciones? —preguntó temerariamente.

Antonio se limitó a sonreír con ironía y a coger el micrófono para anunciar la siguiente actuación: una famosa stripper estaba a punto de subirse a la barra de pole dance para calentar los ánimos de los clientes y facilitar el trabajo a las prostitutas. Marco Granda tenía un buen contacto con un representante de strippers, gogós y actrices porno de Barcelona, un tal Oliveira, que le conseguía de vez en cuando algún famoso para animar el local. En cuanto la popular stripper televisiva comenzó a contonearse sobre la barra, todas las miradas se clavaron en sus movimientos voluptuosos. Todas menos la de Alexandra Cardona, que aprovechó el espectáculo para salir fuera a fumar un cigarrillo. Otro de los malos vicios que había terminado por adoptar en el club.

La agente Luca se dio cuenta de que aquella era la oportunidad que estaba esperando desde hacía un par de días. Hasta ese instante no había encontrado el momento de contactar con la colombiana: Alexandra no era una de las chicas más solicitadas y apenas se relacionaba con el resto de las prostitutas, pero cuando no estaba atendiendo a algún cliente, solía estar pegada a la rumana alta o a la argentina risueña. Nunca sola. Además, necesitaba abordarla con discreción: Antonio o cualquiera de los empleados podía encontrar sospechoso que la camarera recién llegada intentase entablar amistad con una de sus prostitutas.

Por fin, su paciencia se vio recompensada. En cuanto vio que la rumana alta le pasaba un paquete de cigarrillos y un encendedor, y que Álex se encaminaba hacia la salida lateral del club, reaccionó rápidamente.

—Carla, salgo cinco minutos a fumarme un cigarrillo, ¿te importa echarle un ojo a mi lado de la barra? —dijo Luca dirigiéndose a la camarera dominicana, que llevaba más tiempo en el club. No esperó su respuesta.

Cruzó el salón esquivando a prostitutas y prostituidores, tras los pasos de la colombiana. Cuando llegó a la salida lateral que daba al aparcamiento, encontró a Alexandra sentada en uno de los peldaños, con el cigarrillo entre los dedos, aún apagado.

—Hola —la saludó Luca mientras recorría con la mirada todo el aparcamiento y la fachada del club. Por fin localizó la cámara exterior de videovigilancia de la que le había advertido el encargado unos minutos antes. Debía tener cuidado con ella—. ¿Tienes un pitillo?

—Claro. Tome, sírvase —le respondió Alexandra mientras le tendía el paquete de tabaco—. ¿Y usted tiene candela? Mi encendedor no prende.

—Sí, yo tengo.

Luca fumaba muy poco, puede que una cajetilla al mes, pero como buena policía siempre llevaba un encendedor y un paquete de cigarrillos encima. Era una técnica básica del manual: compartir un pitillo es una forma discreta y efectiva de abordar a una posible fuente. Sin embargo, esta vez no necesitó tirar de su tabaco. Mientras le encendía el cigarrillo a Alexandra y luego prendía el propio, continuó atisbando en todas direcciones, por si detectaba a alguien que pudiese estar en disposición de escuchar su conversación. Con un movimiento natural rodeó a la colombiana, colocándose entre ella y la cámara de videovigilancia que cubría el aparcamiento. No quería que Granda pudiese ver lo que iba a ocurrir acto seguido.

—Yo soy Mery —dijo la agente Luca mientras se guardaba el mechero y echaba un último vistazo hacia el interior del local—. Soy la camarera nueva. Estoy en la barra de abajo…

—Ya lo sé. La he visto por ahí —respondió la colombiana con desgana—. Yo soy Alexandra. Encantada. Pero ahí dentro llámeme Salomé.

Luca dio una sola calada, se atragantó con el humo y comenzó a toser. Arrojó el cigarrillo lejos y entonces se dio la vuelta hacia la colombiana. Bajó la voz hasta convertirla en un susurro mientras se acercaba al oído de Álex.

—Lo sé. Eres Alexandra Cardona. Llegaste de Bogotá con tu prima Paula Andrea y tu amiga Dolores hace más de dos meses. Has estado todo este tiempo en el club Reinas de O Ceao, pero hace un par de días te trasladaron aquí con tu amiga la rumana alta.

La colombiana se quedó perpleja. Le costó reaccionar. ¿Cómo era posible que la camarera recién llegada al club supiese tanto sobre ella?

—Por favor, no te asustes. Estoy aquí para ayudarte. Soy amiga de Fran.

Pero Álex sí se asustó. Se puso en pie instintivamente y retrocedió un paso, ganando espacio entre ella y aquella extraña mujer que ahora le parecía una nueva amenaza en aquella tierra hostil que había resultado ser España.

—No sé de qué me habla. No conozco a ningún Fran…

Luca no se molestó en responder. Sacó la fotografía que Francisco tomó a Álex cuando se despidió de ella tras su visita a la comandancia. La había impreso, junto con todo el contenido de su último mail, para evitar perder el tiempo con discusiones estériles. Aquella prueba era irrefutable.

—Sí lo conocías. Te hizo esta foto poco antes de morir…

Álex reconoció la imagen. Levantó los ojos y buscó los de la extraña camarera. Parecía sincera.

—A mí me dijo que se llamaba Kiko —respondió Alexandra con amargura—. Supongo que aquí todos los hombres nos mienten…

Luca sintió una profunda compasión por el tono que había empleado la colombiana. Sonaba a derrota. A resignación. A tristeza.

—No te mintió. Francisco es un nombre con muchos diminutivos. Algunos le llamaban Fran, otros Paco, otros Kiko… En realidad, todo significa lo mismo. Y además, estaba preocupado por ti. Antes de morir me escribió un mensaje contándome todo lo que estaba pasando aquí, aunque yo lo recibí unos días después de su…

A Luca se le atragantó la palabra accidente. No creía que lo fuese. Volvió a recorrer el aparcamiento con la mirada. Todo parecía desierto. Comprobó que su cuerpo evitaba el tiro de la cámara de vídeo y se sacó del bolsillo una copia del mensaje que el ordenador de Francisco le había enviado después de morir. El joven guardia había programado la bandeja de salida de su correo para que el email se enviase automáticamente si él no lo anulaba antes. Su muerte súbita impidió que lo hiciese. La agente le tendió la hoja.

—Toma. Lee.

Álex dio una calada al cigarrillo, sosteniéndole la mirada a la camarera. Parecía estar sopesando los pros y los contras de seguirle el juego a aquella desconocida. ¿Y si fuese alguien que enviaba el Patrón para ponerla a prueba? ¿Y si formase parte de la empresa? No. Imposible. Tenía la fotografía que Kiko le había hecho cuando se despidieron por última vez, y nadie conocía la existencia de aquella foto. Por fin, cogió el papel y comenzó a leer. Era una copia impresa de un correo electrónico.

Hola, Luca:

Si este mail llega a tu poder, significará que ha pasado algo y no he podido borrarlo de la bandeja de salida a tiempo. Si es así, es posible que yo esté detenido, o en el hospital, porque mi plan se haya ido al carajo.

En los archivos adjuntos tienes un pequeño informe con toda la información que he podido reunir estos días. Mi fuente es una chica colombiana, Alexandra Cardona, te adjunto una foto que le hice para que puedas identificarla. Es muy inteligente, ella es la que ha destapado todo esto.

Está retenida por una deuda en el club Reinas de Lugo, junto a su prima y una amiga. Trabaja como prostituta para pagarla. Ella es la autora de la grabación. Cuando leas el pequeño informe que te he preparado lo entenderás todo. Joder, Luca, ¿no querías investigar quién está detrás de la prostitución?… Yo estoy alucinando con todo lo que estoy descubriendo. Es mucho más fuerte de lo que te dije. Por favor, no confíes en nadie.

Esta mañana he visitado al concejal en su despacho del Ayuntamiento. Me he hecho pasar por un policía corrupto para intentar grabar cómo se autoincriminaba, y mordió el anzuelo. Les he pedido un soborno y han aceptado. En cuanto me ingresen el dinero, estarán firmando su confesión de culpabilidad, pero ahora estoy asustado. No sé si he ido demasiado lejos, y solo confío en ti. Si me denuncian a los mandos por extorsión, necesitaré que declares que todo ha sido una argucia para contrastar la información de Alexandra.

Te debo una. Prometo compensarte.

Un beso enorme,

Fran

Cuando terminó de leer el correo, Álex volvió a sentarse en el escalón. Aquello lo cambiaba todo: Kiko no la había traicionado. En ningún momento había pensado en extorsionar a aquellos políticos y empresarios para desaparecer con el dinero. Ahora estaba segura de que aquel joven guardia había intentado ayudarla y de que aquel empeño le había costado la vida. El calor del cigarrillo ya casi le quemaba los dedos. Dio una última calada, dejó caer a sus pies la colilla y la aplastó con el tacón de aguja de su sandalia.

—Estoy segura de que su muerte no fue un accidente —dijo por fin la colombiana.

—Yo también. He estado hablando con los de la aseguradora. El informe del perito insiste en que fue un accidente; y el forense, que la causa de muerte fueron los traumatismos múltiples que presentaba el cuerpo tras caer por el acantilado. En la comandancia insisten en que el caso está cerrado. Pero tú y yo sabemos que no puede ser casualidad.

—¿Por qué me cuenta todo esto?

—Porque necesito tu ayuda para llegar hasta los responsables. Fran estaba intentando descubrir quiénes eran los políticos y empresarios que aparecen en tu grabación, y hasta dónde llegaba la corrupción y su relación con los clubs de alterne. ¿Puedes ayudarme?

La colombiana permaneció unos segundos en silencio, mirando fijamente a la camarera nueva, que había resultado ser mucho más que una simple mesera. En el fondo le gustaba aquella chica, mostraba coraje, aunque eso que le pedía…

—Creo que no —respondió Álex mientras le devolvía a la camarera la hoja de papel—. Mire, esta vaina es demasiado grande para nosotras. Kiko intentó ayudarme y ahora está muerto. No sé quién es usted, ni adónde quiere llegar, pero yo ya tengo bastante con lo mío. Olvídese de todo esto. Será lo mejor.

Alexandra se levantó e hizo el ademán de regresar al salón, aunque Luca se interpuso en su camino.

—¿Lo mejor? ¿Lo mejor para quién? ¿Para ellos? Desde luego, no será lo mejor para ti o para mí. Esos hijos de puta mataron a Fran, y a ti y a tus amigas os han jodido la vida, ¿y tú crees que lo mejor es olvidarlo? Fran tenía esperanza en ti. Decía que eras inteligente y valiente…

—Fran pagaba por follarme —la cortó Álex, y Luca no pudo evitar acusar el impacto. En lo más profundo de su amor propio sentía celos y rabia. Jamás habría imaginado que Francisco también consumiese prostitución, y las palabras de aquella colombiana escocían como un puñado de sal sobre una herida abierta—. No me juzgue. Usted es española, qué verga sabrá de lo que pasa acá.

—No te juzgo. Es solo que… ¿Y tu prima? ¿Y tu amiga? ¿De verdad crees que lo mejor es que nos olvidemos de todo? ¿Que sigan tan jodidas como tú? ¿Y que estos cabrones continúen trayendo a chicas como vosotras con esa deuda, para engancharlas a la coca o al alcohol y tenerlas controladas para toda la vida?

La española le había devuelto el golpe. Gancho de izquierda. Álex acusó el impacto de las palabras. Sabía que la camarera tenía razón.

—Está bien, ¿qué carajo quiere de mí?

—Que me ayudes a llegar hasta el final.

—¿Y qué gano yo con todo este mierdero?

—No lo sé. ¿Qué quieres?

—Para empezar, que me ayude a localizar a mi prima y a Dolores. Hace días que no sé nada de ellas. No responden al celular ni a mis mensajes, y estoy muy preocupada.

—Puedo pasarme por el Reinas y tratar de averiguar algo… ¿Fue don José quien os trajo con la deuda?

—En realidad, no. Fue el encargado del Calima, el otro club del Patrón. Un tal Manuel. A él es a quien le estamos pagando la deuda, pero la comida, la ropa, la estancia y las multas nos las cobra el Patrón, así que todos ganan con nosotras.

—Okey. Si quieres, puedo acercarme mañana a ese club y preguntar por tus compañeras.

De pronto Álex sintió un leve brote de optimismo, pero trató de controlarlo. Quizá aquella desconocida pudiese ofrecerle la ayuda que necesitaba, aunque después de lo de Kiko, no estaba dispuesta a permitirse demasiadas ilusiones.

—¿En serio lo haría? Se lo agradecería mucho.

—Claro. No me cuesta nada. Tengo las mañanas libres. Déjalo en mis manos. Pero después tendrás que ayudarme tú a mí.

—Trato hecho —respondió Álex tendiendo su mano hacia Luca. La agente sonrió al estrecharla. La colombiana apretaba con fuerza.

—Será mejor que volvamos dentro o sospecharán.

Volvieron juntas al interior del club, pero el resto de la noche permanecieron en dos lugares muy diferentes del burdel. La agente Luca, parapetada tras la barra, se sentía a salvo, como los apoderados tras el burladero. Al otro lado, toreando con los miuras pasados de testosterona, Alexandra continuaba intentando mantener la cordura y la falsa sonrisa, tras el capote de Salomé o esquivando los pitones a pecho descubierto.