BON VOYAGE

CASTELLDEFELS, BARCELONA

—Desnúdate —ordenó Bill el Largo—. Ya sabes cómo funciona esto. —Y girándose hacia uno de sus hombres, le hizo una seña con la cabeza—. Y tú, trae la pasta.

Black Angel obedeció. Mientras se quitaba la ropa, el matón regresó con un maletín metálico y con cerradura de combinación. Lo colocó sobre una mesa y Bill el Largo introdujo el código. Estaba lleno de fajos de billetes de 100 dólares. Ángel intentó calcular mentalmente cuánto dinero iba a transportar, pero resultaba difícil. Cada paquete podía tener 100, quizá 150 billetes. Eso hacía 10 000 o 15 000 dólares por fardo. El maletín podía tener unas medidas aproximadas de 30 por 50 centímetros, y teniendo en cuenta que un billete de 100 dólares mide unos 6,5 por 15, en su interior podía haber entre 75 y 100 de aquellos paquetes. En total, valoró el motorista, iban a forrar su cuerpo con entre 750 000 y un millón y medio de dólares. Una suma tentadora.

Ángel dejó caer la cazadora sobre una de las sillas de la habitación de aquel hotel situado en la calle Mataró de Castelldefels. Al otro lado de la calle, a menos de quince metros, se encontraba el club Rivera. Después se quitó la sudadera. Siguió la camiseta… Mientras se desvestía, analizó la situación. Había tres miembros full colors de la hermandad biker, grandes y fuertes como armarios roperos. Cuatro con el Largo. Él estaba solo y lo que era más intranquilizador, desarmado. Si algo salía mal, solo tenía sus puños, y en aquella situación llevaba todas las de perder.

Antes de acudir a la cita con Bill había vaciado los cargadores y desmontado la HK 9 mm para luego guardarla en el armero discretamente disimulado de su dormitorio. Como era su costumbre, la palanca de retención de la corredera la escondió aparte, inutilizando de esa forma la pistola en caso de que alguien pudiese acceder a ella en su ausencia. No podía subir a ese avión armado…

Después bajó al garaje y engrilletó con especial meticulosidad a la Dama Oscura. Se había preocupado de alquilar una plaza situada junto a una columna del aparcamiento, para poder encadenar a ella la moto. La cubrió con una funda de plástico opaco. No sabía cuánto tiempo iba a pasar fuera de España y era más prudente que su montura no llamase la atención.

—Empieza por el abdomen, como te enseñé —le dijo el Largo mientras le pasaba el primer fajo de billetes cuidadosamente envuelto y precintado.

Como ya había hecho en La Massana, Ángel tomó aire y colocó el primero. A ese le siguieron todos los demás. Inspiraba hondo para que, al acomodar los paquetes y sujetarlos con una cinta adhesiva especialmente resistente, la armadura de dólares no dificultase su respiración durante el viaje. Sería un trayecto muy largo. Uno a uno, los fajos de billetes fueron colocados alrededor de su abdomen, y después una segunda fila rodeó su pecho, ensamblados uno junto a otro como ladrillos de arcilla que erigiesen un sólido muro compacto sobre la piel de motorista. El proceso era lento. Llevaría un buen rato.

Mientras Black Angel continuaba colocándose el dinero, Bill se dirigió a uno de sus matones.

—Busca un supermercado y compra tijeras, espuma de afeitar, unas maquinillas y un bote de gomina. Y date prisa. Este gilipollas todavía no se ha cortado el pelo.

—Creí que bromeabas —respondió Ángel sabiéndose aludido—. ¿En serio quieres que me corte las melenas y el bigote?

—Yo no bromeo nunca, Ángel… Por lo menos, no con los negocios. La clave de este encargo es que llegues al aeropuerto de México sin llamar la atención, como un españolito más que se dispone a disfrutar de unas merecidas vacaciones en Cancún. Y con ese mostacho de Pancho Villa y esa pinta de mariachi drogadicto solo vas a conseguir que te revisen hasta los orificios corporales en la aduana. Y no queremos eso, ¿verdad?

Ángel no respondió. En el fondo, el Largo tenía razón. Se limitó a completar su armadura de fajos de dólares, y cuando terminó, Bill le pasó su nuevo atuendo: camisa floreada, bermudas y zapatillas deportivas. Una gorra americana completaba su disfraz de turista inofensivo.

—Perfecto —dijo Bill al ver su nuevo aspecto—. Me están entrando ganas de darte una paliza, así que das el pego. Ven, vamos a tomar algo mientras esperamos tu kit de afeitado.

Los dos hombres bajaron al porche del apartahotel —situado a la izquierda del edificio, justo enfrente del Rivera— y se acomodaron en una tumbona blanca estratégicamente ubicada. El Largo le pidió a uno de sus hombres un bourbon. Ángel pidió un café solo.

Mientras aguardaban, el Largo se sacó de la chaqueta una tabaquera y ofreció a Ángel un robusto Cohiba. Ángel aceptó el cigarro habano e intentó entablar una conversación. El silencio se estaba haciendo muy espeso.

—¿Comancheros y corsarios trabajando para ti? —preguntó Black Angel haciendo alusión a los colores que lucían los chalecos de los matones de Bill—. ¿De dónde sacas a tantas ovejas negras?

—Thor es un buen tipo —respondió refiriéndose al corsario—. Trabajaba para el Viejo.

—¿El que pillaron en Mallorca con casi 4000 kilos de hachís hace unos años?

—Exacto. Una parte de ese cargamento era mía. El Viejo era un tipo legal, puro 1%. Y el otro es de los pocos auténticos en Comancheros. Será uno de los que sobrevivan a la criba.

—Algo he oído sobre una asamblea de miembros…

—Sí y no. Dentro de unos meses una comisión de Comancheros MC llegará desde Sídney para llamar a reunión a los capítulos españoles. Los australianos son tipos duros, old school. Vienen para hacerse un hueco en el mercado europeo. Putas, armas, drogas… ¿Cuántos comancheros españoles crees que tendrán huevos a entrar en el negocio?

—Supongo que ninguno, salvo este que tienes contigo.

Bill hizo un gesto elocuente. Exacto. Por eso él se había adelantado reclutando a los verdaderos 1% de cada club: la forma más efectiva de capar a la competencia antes siquiera de que asomase la cabeza.

—¿Y el tipo de Bandidos que he visto arriba?

—¿El de Mataró? Un buen chico. Tiene más valor que cerebro, como todos los probationary, porque hay que tener cojones para vestir colores de Bandidos MC en Barcelona. Ahora están intentando montar el primer chapter oficial en España, pero Hell’s Angels y Bandidos continúan en guerra.

—¿Y tú estás ayudando a los Bandidos? Creía que eras amigo de los 81.

—Yo solo soy un empresario —respondió el Largo subrayando la ironía de su tono—. Y a río revuelto…

El matón que había ido a por las bebidas interrumpió la conversación, y mientras Ángel se servía el azúcar, Bill aprovechó para cambiar de tema y ponerse más serio.

—Pero lo importante es el ahora. Y ahora tú vas a hacer un trabajo muy importante para mí. ¿Estás preparado? En este negocio solo puedes cagarla una vez, porque no hay segundas oportunidades.

—Hace mucho tiempo que estaba esperando esta oportunidad. ¿Cuándo te he fallado?

—Si estás sentado aquí, tomándote un café, es porque no me has fallado nunca. De lo contrario, no nos serías útil y las cosas inútiles se tiran a la basura —añadió Bill señalando unos contenedores de residuos en la parte posterior del club Rivera. No fue necesario decir más. De pronto, Black Angel recordó la noticia que había desatado los rumores en todo Barcelona unos meses antes: un tipo había aparecido tiroteado entre los depósitos de basuras del Rivera.

—¿Con tres tiros en la cabeza? —replicó sin amilanarse.

—Dos en la cabeza y uno en el hombro… —contestó el Largo con descarado sarcasmo—. Pero no sé de qué me hablas.

Ángel no respondió. Se quedó unos segundos en silencio intentando descifrar la mirada del Largo. Los vecinos de la zona habían denunciado en varias ocasiones los tiroteos que se producían en los alrededores del club de Piccolo, el Coletas. Tiroteos que algunas veces, como aquella, terminaban con un cadáver. Lo que le resultaba imposible de dilucidar era si Bill el Largo realmente tenía alguna relación con aquel nuevo asesinato, o tan solo intentaba atemorizar a su nuevo empleado jugando de farol. Pero ahora ya sabía por qué había escogido aquel lugar para su última reunión antes del viaje: era una forma elegante de advertirle de lo que podría ocurrirle si fallaba en aquel trabajo.

—No es necesario que me amenaces, Bill. Quiero prosperar en este negocio tanto como tú. No voy a cagarla en el primer encargo internacional.

—Eso espero, nen. Por tu bien y sobre todo por el mío. Los mexicanos no se andan con coñas, ya lo verás por ti mismo.

De nuevo otro de los hombres del Largo interrumpió su conversación: regresaba ya con el kit de barbería. A una señal de Bill, todos pasaron al interior del apartahotel, y en el cuarto de baño Ángel se sometió dócilmente a las órdenes de su jefe. Se afeitó el bigote mostacho y se cortó el pelo, hasta conseguir un cambio de apariencia absoluto.

—Perfecto —dijo el Largo con ironía—. Seguro que este es el aspecto que le habría gustado a tu madre que tuvieses.

Ángel no rio. Se miró al espejo y apenas pudo reconocerse. Ciertamente tenía toda la pinta de un inofensivo turista español con destino a la Riviera Maya o a Cancún.

—A partir de ahora nada de llamadas por teléfono, ni en El Prat ni en México. Y en el avión tampoco hables con nadie. En D. F. os estará esperando mi contacto para hacer la entrega. Allí él te dirá lo que tienes que hacer. Si no pierdes los nervios en los controles del aeropuerto, todo saldrá bien.

—Espera, has dicho «os estará esperando»…, en plural.

—Claro. No pensarás que te iba a confiar toda esta pasta sin tenerte vigilado. Alguien de confianza viajará contigo para ver que todo va bien, y que no tienes ninguna tentación estúpida. No serías la primera mula que piensa que puede largarse al galope con la pasta en lugar de hacer la entrega.

Instintivamente, Ángel miró a los tres matones que hacían las veces de guardaespaldas del Largo. Bill leyó sus pensamientos.

—No, no es ninguno de estos. No está aquí. Y tú tampoco tienes por qué saber quién es. De hecho, a estas horas ya debe de estar en el aeropuerto de El Prat esperándote. Viajaréis en el mismo avión y se ocupará de controlarte hasta llegar a tu destino. No tienes por qué saber nada más.

—Okey. Ya sabes que yo no hago preguntas.

—Sigue así y vivirás más. Sobre todo en México.

Black Angel se puso la cazadora, haciendo el ademán de dirigirse ya hacia la salida. Entendía que el viaje comenzaba ahora. Pero Bill se interpuso en su camino.

—No tan deprisa, antes tengo que revisar tu equipaje.

Ángel se quedó clavado en el sitio. Sabía que aquello podía ocurrir, y por eso había sido muy cuidadoso al hacer su maleta —en realidad, tan solo una pequeña bolsa de viaje que no tendría que facturar—, pero no le gustaban los exámenes. En todo examen, por muy meticuloso que hayas sido en su preparación, siempre existe una posibilidad de suspenso.

Bill se ocupaba personalmente de revisarla a conciencia, vaciando todo su contenido sobre la cama de la habitación que había alquilado el Largo en el apartahotel. Un par de vaqueros y media docena de camisetas, ninguna con motivos identificativos de ningún motoclub. Varias mudas de ropa interior. Un par de camisas. Un neceser con artículos de aseo. La guía de México de Lonely Planet en francés y un libro sobre la historia de la cultura azteca. Un mapa y una brújula. Un cuaderno con un par de bolígrafos. Una cámara de vídeo. Varias cintas vírgenes. Un grabador-reproductor de mp3 y un paquete de baterías. Una pequeña tablet y los respectivos cargadores, y varias tarjetas de memoria.

—Okey. Todo correcto. El equipaje que se podría esperar en un turista. No vas a tener problemas con la poli mexicana…

Mientras devolvía a la bolsa de viaje todos sus efectos personales, el Largo se detuvo de pronto al llegar al neceser de los productos de higiene personal. Miró al motorista un instante, y después lo abrió muy despacio para examinar su contenido. Ángel contuvo la respiración. Bill se dio cuenta. En la habitación se creó un pesado silencio mientras el Largo examinaba cuidadosamente su contenido. Un cepillo y un bote de pasta de dientes. Desodorante. Colonia. Dos sprays de repelente de mosquitos. Un mechero. Dos paquetes de chicles. Un bolígrafo. Un par de cajas de pastillas para el mareo y fármacos para el dolor de cabeza. Unas gafas de leer. Una caja de cerillas. Un paquete de aspirinas. Un llavero con varias llaves… Al llegar ahí, Bill se detuvo. Sacó el manojo de llaves y lo observó con detalle. Ángel apretó los puños… Pero, de pronto, otro objeto del neceser llamó su atención y se echó a reír.

—¿Condones con sabor a fresa? ¿Te llevas a México condones de fresa?

—Me gusta que las tías disfruten mientras me la comen —respondió Ángel imitando el gesto de una felación con la mano mientras empujaba la mejilla con la lengua. Bill rompió en otra carcajada.

—Ya, ya venga, largo. Sales dentro de dos horas, así que es mejor que te marches ya hacia El Prat. Todavía tienes tiempo de cambiar euros a pesos mexicanos en el aeropuerto. Y no olvides traerme un par de botellas de tequila.

—Claro, cuenta con ello.

Bon voyage, Ángel. Cuando llegues a D. F. entrega la pasta y espera instrucciones. Y procura volver entero. Sin una mano te sería más difícil conducir la moto y en México es muy fácil perder algún miembro —dijo irónicamente mientras Ángel salía ya salía de la habitación.

Solo respiró aliviado cuando se acomodó en el taxi. Su equipaje había pasado los controles, nadie sospechaba nada. Ni siquiera se dio cuenta de que, desde que abandonó el apartahotel, un coche los seguía a cierta distancia.