GALICIA
CLUB REINAS, LUGO
Dos días en Madrid habían sido más que suficiente. La Dama Oscura enfiló la A-6 y Black Angel metió quinta dándole gas a la moto. Tenía por delante más de 500 kilómetros todavía y mucho en lo que pensar durante el camino. Esta vez no activó su mp3 para hacer más llevadera la ruta. Necesitaba aclarar sus ideas.
No conseguía sacarse de la cabeza a la joven rumana que le había acompañado al swinger club. Cuando terminaron la orgía con el contacto del cártel mexicano y abandonaron el local, parecía contenta, como si ella también hubiese disfrutado del sexo. Pero en cuanto entraron en el coche, rompió a llorar de forma desconsolada, así que no regresaron al club: se pasaron toda la noche paseando por Madrid, hablando.
La tal Karina —que en realidad se llamaba Mihaela— necesitaba desahogarse, y el motero estaba dispuesto a escuchar. Mientras recorrían todo el paseo de Madrid-Río, de sus labios conoció una dramática historia personal: un padre alcohólico, una madre con alzhéimer y dos hijos pequeños que se habían quedado en Constanza, cuando Mihaela había decidido aceptar la oferta del supuesto trabajo como stripper en España, para ganar dinero con el que mantener a su familia. Solo al llegar a Madrid descubrió que su trabajo no iba a consistir únicamente en desnudarse ante desconocidos.
Aquella madrugada, Ángel conoció la otra cara de la prostitución, algo en lo que jamás se había molestado en pensar. Siempre había supuesto que las putas escogían ese oficio libremente, como una forma fácil de ganar dinero rápido. Ahora descubría que no era así, que ganar ese dinero no era fácil, y tampoco era rápido. Mihaela llevaba meses trabajando para pagar la deuda que había asumido con sus traficantes bajo la amenaza de que ejecutarían a sus pequeños en Constanza si no pagaba.
—Pero ¿por qué no me dijiste nada antes de llegar al club? No habría permitido que hubieses llegado hasta el final. Ni con el mexicano… ni conmigo. Creía que a ti también te gustaba. Tu comportamiento con la negrita…, no sé. Pensé que estabas pasándolo bien.
—Eso es lo que esperan de nosotras: los clientes no queréis escuchar nuestros problemas. La buena puta siempre sonríe y se muestra obediente, porque si no, escogéis a otra, y será ella la que gane el dinero que todas necesitamos.
Cuando la devolvió al club por la mañana, sintió una extraña sensación de culpabilidad. Se despidieron en el coche, ella le besó en la mejilla, le agradeció que hubiesen pasado la noche charlando y desapareció para siempre de su vida. Pero no de su memoria.
Mientras recordaba aquel beso furtivo, veinticuatro horas antes, Black Angel abrió la pantalla del casco para recibir el aire frío en la cara, y aceleró un poco más. Se sentía cómplice. Sucio. Prostituidor. Y solo deseaba alejarse cuanto antes de Madrid. Pero tenía que mantener la mente fría: a estas alturas no podía cometer errores.
Aquella misma tarde había vuelto a reunirse con el hombre de don Rómulo y con otro mexicano, esta vez en un céntrico restaurante de la capital. Ángel estaba nervioso, pero sabía que necesitaba poner sus cinco sentidos en aquella negociación: ahora hablaba en nombre de Bill el Largo para cerrar un nuevo trato con los narcos mexicanos. Y era un negocio de muchos millones.
—Yo tengo compradas trece y media toneladas de efedrina —le dijo el tipo que aseguraba representar al clan de los Valencia, socios del Matagentes en el norte del país—. Estoy enviando diez en este momento. Tengo otras tres y media aquí. Yo trabajo con gente de Sonora, de Sinaloa, de Michoacán…
El tipo quería que Ángel y su organización le consiguiesen toda la efedrina que fuese posible para enviar a México, donde sería procesada por sus químicos. Y Ángel selló el pacto con un apretón de manos en nombre de Bill. El Largo estaría satisfecho con el negocio, pero él no podía sacarse de la cabeza todo lo que había pasado en los últimos días y, por si no fuese bastante, a las súplicas de la niña de Juárez venían a sumarse ahora las lágrimas de Karina. Su última noche en la capital necesitaba desconectar, y el capítulo de Madrid de los Hell’s Angels era la mejor opción.
El Club House de los 81 está muy cerca del aeropuerto de Barajas, a apenas 200 metros de una de las pistas de aterrizaje. Un antiguo burdel hoy reconvertido en guarida de los ángeles del infierno en la calle Ezequiel Peñalver, pintado de blanco y rojo, los colores de los 81. Más pequeño y con menos predicamento que el Angel’s Place de Barcelona, las paredes del salón principal están repletas de cuadros, grabados y metopas, recuerdo de otros capítulos moteros. A la derecha de la barra una puerta cubierta con una cortina daba acceso al rincón favorito de Ángel, cada vez que hacía escala en el Club House. Allí, encajonado en una esquina, un pequeño escenario para actuaciones de rock. Unas cuantas motos y, en las paredes, más metopas, cuadros y fotografías. Y también espadas, escudos y mazas medievales. Aunque Ángel siempre sonreía al ver los martillos. Un símbolo de los Hammerskin.
Tuvo suerte. Esa noche el Club House estaba lleno: hermanos de Krakens, Rebels, Pawnees y otros MC habían acudido para disfrutar de una nueva actuación de Sanguino. Rock and roll, cerveza fría y la compañía de otros biker: el mejor exorcismo para ahuyentar a los demonios que oprimían su conciencia…
Por la mañana se levantó temprano. Una ducha rápida, un desayuno frugal y dejó atrás el hotel de Madrid para enfilar la Dama Oscura hacia el norte. Ahora le tocaba ocuparse de los gallegos. Y después de cuatro horas de carretera, tomó la salida hacia el polígono industrial de O Ceao en la A-6, tal y como le había indicado Bill. Allí estaba su primera parada en Galicia.
No pudo evitar sonreír en cuanto entró en el aparcamiento del club Reinas y aparcó su Harley Davidson frente al edificio, justo al lado de una Kawasaki verde de alta cilindrada: el chalet estaba pintado de rojo y blanco, los colores de los Hell’s Angels, como si de un Club House de los 81 se tratase.
En cuanto se bajó de la moto, no pudo evitar fijarse en la joven de rasgos latinos que salía en ese momento del local, para entrar apresuradamente en un taxi. Estaba llorando. Y él odiaba ver llorar a una mujer.
—Lo siento, pero no abrimos hasta las seis menos cuarto —le dijo una voz a la espalda mientras Ángel seguía con la mirada el taxi que se alejaba por el Camiño de Rozanova. Era Luis, el encargado del mantenimiento.
—Lo sé, pero he quedado aquí con un amigo. Se llama Carlos y es motero. Y supongo que esa de ahí es su máquina.
Luis reaccionó con sorpresa cuando se quitó el casco. Todavía eran visibles las huellas de la paliza en el gimnasio, y aquello confería a su aspecto más dureza.
—Ah, sí. Está dentro con el jefe. Sígueme.
Luis condujo al motorista hasta el despacho del Patrón. Mientras se acercaban, se escuchaba el murmullo de una conversación, pero en cuanto llegaron a la oficina se hizo el silencio.
—Jefe, este tío dice que había quedado aquí con Carlos. Aquí se lo dejo —dijo antes de marcharse de nuevo a la lavandería del club.
—Hola, soy Ángel. —El motero inició las presentaciones—. ¿Quién es Carlos?
—Yo soy Carlos —respondió uno de ellos levantándose del sillón y ofreciendo su mano al motorista—. Este es Manuel, y él es Pepe, el dueño de todo esto.
—Encantado —añadió Ángel estrechando la mano de los tres hombres.
—¿Quieres tomar algo? —preguntó don José solícito.
—No. Tengo que seguir camino hacia la costa, pero tengo órdenes de entregar un mensaje a Carlos antes. ¿Podemos hablar fuera?
—No te preocupes —le respondió el guardia civil y motorista patrocinado por el Club Reinas—. Son de toda confianza. Podemos hablar aquí.
—Son de confianza para ti —concluyó Ángel tajante sorprendiéndose a sí mismo de la elocuencia con que se había acomodado en el papel de tipo duro—. Bill no los conoce y yo tampoco, así que vamos fuera.
El policía obedeció, y los dos motoristas salieron al aparcamiento del club, dejando a los proxenetas con la palabra en la boca.
—Preciosa Harley —dijo el tal Carlos intentando ser cortés. Se habían detenido al lado de sus monturas.
—Gracias. La tuya tampoco está mal, pero vayamos al tema. Esto es para ti. —Ángel sacó uno de los sobres que Bill el Largo le había confiado antes de salir de Barcelona, tras detallarle los pasos que debía seguir en su viaje a Madrid y Galicia—. Supongo que ahí tienes las instrucciones de lo que necesita que hagas.
—No sé si lo quiero saber… —dudó el guardia—. ¿Estáis metidos en una operación?
—Si Bill no te ha dado detalles, yo tampoco voy a hacerlo. Pregúntale a él lo que quieras saber. Lo único que me ha dicho es que le debes un par de favores y ahora quiere cobrárselos.
—Cómo.
—Supongo que te lo explicará en esa carta. Solo sé que necesitamos saber en qué carreteras no habrá controles de tráfico dentro de unos días, nada más. Cuando lo averigües ponte en contacto conmigo: estaré en Vilagarcía de Arousa. Pero nada de emails ni teléfonos. Te vienes a buscarme y me das la información en persona, ¿entendido?
—Sí. ¿Algo más?
—Es posible que necesite un par de bikers de confianza para que acompañen el camión. Tipos duros que quieran ganar dinero y no hagan preguntas. Tú controlas los capítulos gallegos: búscame dos o tres hermanos de confianza. Con motos grandes. El viaje será largo y no haremos muchas paradas.
—¿Sleepwalkers? ¿Rebels? ¿81?
—Me da igual, pero que sus hermanos de MC no se enteren del trabajito o tendremos problemas. Necesito ovejas negras.
—De acuerdo. Pero dile a Bill que con esto quedamos en paz. Ya no le deberé nada.
—Eso lo dirá él, es entre vosotros. Solo una cosa más. ¿Quién era la chica que salió de aquí hace un rato?
—¿La del taxi? Una de las putas de Pepe, una colombiana. Ahora está en el Erotic. ¿Te interesa? Puedo conseguírtela.
Ángel no respondió. Se puso el casco, arrancó la Dama Oscura y dejó atrás el club Reinas quemando rueda. Todavía tenía casi 200 kilómetros por delante hasta su próximo destino. La que durante años fue considerada capital europea del narcotráfico…