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El suave destello del encendedor de Jerónimo hizo despertar a Javier de su largo sueño. Encendió su cigarro en la más absoluta oscuridad e inhaló el humo hasta echárselo al hombre en la cara. Éste se encontraba maniatado en la silla por la que habían pasado cada uno de sus compañeros de tortura, dato que él ignoraba. Cuando la vista de Javier se adaptó a la oscuridad, se encontró desorientado y le dolía muchísimo la cabeza. No recordaba absolutamente nada desde que entró en ese baño en la estación de trenes. Perdió la noción del tiempo y no sabía qué le había sucedido desde entonces.

¿Había pasado un día? ¿Dos? No tenía ni la más remota idea. Al parecer, su captor le había estado sedando con el fin de que hiciese el menor ruido posible durante su cautiverio. Estaba claro que no tenía ganas de problemas.

El dulce olor del tabaco chocó contra su cara y Javier tuvo que toser un par de veces antes de fijar la vista en el único punto de luz que veía, proveniente del cigarro que alguien estaba fumando. La simple imagen de la silueta negra del secuestrador hizo que se orinase encima. Pudo ver la satisfacción de éste en su sonrisa. El líquido caliente le recorrió por la pierna hasta llegar al suelo y dejarle el pantalón totalmente pegado a la piel.

—¿Qué quieres de mí? ¿Dinero? Tengo mucho y puedo darte lo que quieras —balbuceó.

—Lo que quiero de ti no es el sucio dinero que has ganado de forma tan poco honrosa, quiero la liberación de tu pecadora alma y por consiguiente, la finalización de mi obra maestra.

Javier negó con la cabeza una y otra vez. Estaba completamente seguro que lo que ese hombre quería tenía un precio. «Al fin y al cabo, todos lo tenemos», pensó.

—Dime una cifra. Puedo comprar mi libertad y lo sabes. Sabes quién soy y tienes un precio.

Jerónimo se mantuvo unos segundos callado mientras se fumaba su cigarro. Después escupió sobre los pies del hombre.

—Menudo gilipollas eres si crees que me interesa tu sucio dinero. Estás aquí precisamente por eso, porque has caído en el mal hábito de ganar dinero a costa de la gente de la manera más despreciable que existe.

—Cada uno gana dinero como le da la gana —rugió—. Yo lanzo el negocio donde lo veo, imbécil.

De repente, una mano que no era de Jerónimo le abofeteó con fuerza en el rostro. Javier gimió dolorido. Notaba aterrorizado cómo le ardía el lado derecho de su cara.

No estaba solo, y eso es lo que más miedo le produjo. No se encontraban solos su captor y él en ese pequeño cuarto que parecía ser de madera. Junto a ellos se encontraba otra persona más, sumergida en la oscuridad, la cual le había propinado la bofetada.

—¿¡Quién hay ahí!? —gritó desesperado en un intento de apreciar algo más que la desagradable sonrisa del hombre que fumaba— ¿Quién anda ahí? ¡Sal y da la cara como un hombre!

—Cállate o tendré que sedarte de nuevo —cortó Jerónimo—. ¿Sabes qué día es hoy?

El hombre atado negó.

—Es el día de tu muerte.

Javier tragó saliva con fuerza para poder aclarar su garganta ya que la tenía totalmente seca a causa del pánico que sentía en esos momentos. Le temblaban las piernas y el mentón.

—Pásame el embudo —dijo a la otra persona que obedeció y le hizo entrega de un gran embudo aparentemente modificado donde la boquilla que se estrechaba considerablemente se torcía hacia la derecha—. También dame la cinta americana.

—¿Qué vais a hacer con ese embudo tan grande? —preguntó el secuestrado.

—Ya lo verás. ¿Ves esos bidones de gasolina a tu izquierda?

Giró cuanto pudo la cabeza a pesar de los dolores en el cuello, para apreciar en la oscuridad cuatro grandes bidones de gasolina en el suelo y dos más sobre una mesa.

—¿Para qué es la gasolina?

—Para prender fuego a esta casa llena de pruebas contra mí, llena de pruebas de los crímenes que he cometido. Cuando lo haga, consideraré terminado mi plan.

Entonces se giró hacia la otra persona, oculta en la oscuridad, y le dijo entre dientes.

—Es la hora.

Javier sintió de nuevo un fuerte pinchazo en el cuello y notó el líquido recorriendo rápidamente sus venas, a la vez que sus ojos cansados se cerraban una vez más para despertar minutos antes de su muerte.

 

El infierno del Bosco
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