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Cuando Flavio volvió a su casa y giró la llave sobre la cerradura, suplicó a Dios que su hija Paula no estuviese enfadada con él. Antes de volver a encontrarse con ella, se había pasado por el videoclub más cercano a la casa y había alquilado una película de terror a modo de disculpa por faltar a su promesa. Llegaría y le pediría perdón infinitas veces y después le mostraría el DVD que había alquilado y la verían juntos. Por la noche pediría comida china para llevar puesto que a Paula le encantaba, y todo se solucionaría.
Cuando giró la llave y entró en la casa se encontró a su hija de espaldas a él, arrodillada sobre el suelo. Temiéndose lo peor, dejó el DVD sobre la mesa y corrió hacia la chica que tenía la cabeza gacha.
El suelo entero estaba lleno de tierra desparramada y el envase de plástico donde había traído la arena se encontraba casi vacío. Paula estaba ingiriendo la tierra con ambas manos y tenía lágrimas por toda la cara, las cuales se habían mezclado con los restos de tierra, convirtiendo su rostro en una especie de barrizal.
—Necesitaba hacerlo... —dijo entre sollozos y con la boca llena.