85
Por fin el sol salía a través del horizonte. El cielo se encontraba despejado por completo de cualquier nube y los pájaros habían salido en su vuelo matutino cantando alegremente cuando Paula y Flavio aún seguían despiertos en un intento de seguir uniendo piezas del rompecabezas, ya que se habían percatado de que todo los crímenes eran un complejo puzle que tenían que ir completando lentamente si querían llegar hasta el final.
¡Finalmente estaban logrando esclarecer el asunto! Habían descubierto el secreto de la estrella de siete puntas sobre el mapa de Madrid y por consiguiente podrían saber con facilidad el siguiente lugar en el cual se perpetraría el intento de asesinato de Tania, la gemela adolescente y amiga íntima de Paula.
Flavio preparó un poco de café y acercó a su nerviosa hija una de las tazas con sacarina. En ese instante pensó que un café era lo menos apropiado para calmar la histeria interior de la chica. Era un momento muy crítico para ella, ya que era el día en el que, si todo salía mal, asesinarían a su amiga. Aun así, ella dijo que necesitaba ese café para mantener su cerebro despierto y la mente despejada.
Necesitaban, ahora más que nunca, pensar y recapacitar sobre el tema. Él le dio un buen sorbo a su bebida y miró a su hija con ojos fatigados, lo cual no le impedía sentir la adrenalina recorrer cada milímetro de su cuerpo. Se estaban acercando cada vez más.
—Nos convendría saber cuál es el castigo impuesto al pecador de la Envidia —dijo Flavio.
—Ya lo sé —dijo la chica mientras se levantaba del sofá con la mirada seria y se dirigía a la ventana desde donde se veían los primeros rayos de Sol sobre la cuidad.
—¿Y por qué no me lo has dicho? —exigió el hombre en un tono seco.
Paula se volvió y Flavio pudo apreciar de repente que su hija estaba llorando y sujetaba con fuerza la taza de café entre sus manos. Las lágrimas rodaban por sus rosadas mejillas hasta caer de forma vertical en el parqué de madera.
—Porque no es agradable de saber… Verás… aquellos que pecan de Envidia desean algo que los demás tienen y ellos echan en falta. Por lo tanto, desean el mal al prójimo y se sienten bien con el mal ajeno en pos del bien propio. Por esta razón se les tapa los ojos con una venda, ya que han tenido el placer de ver a los otros caer en la desgracia. La Envidia es condenada con los ojos vendados o cosidos y la cabeza decapitada como muestran estos detalles del infierno del Bosco —dijo mientras señalaba con el dedo sobre la pintura.
Flavio se quedó horrorizado al escuchar la terrible forma en la que asesinarían a Tania. Era algo completamente inhumano, pero era posible. Corrió hasta la fotografía impresa de la parte del tríptico referente al Infierno y con ojos expectantes y asustados comprobó que la teoría de Paula era totalmente cierta. No había vuelta de hoja. La chica sería decapitada en mitad de La Plaza Mayor.
En ese momento, el teléfono móvil de la chica que miraba a través del fino cristal de la ventana con sus ojos almendrados comenzó a vibrar en su bolsillo provocando que se estremeciese de pies a cabeza. Cuando descolgó la llamada pudo comprobar que se trataba de una histérica Vega que no paraba de gritar en llantos de dolor.
—Dios mío... —gimió a través de la línea telefónica— Me acaba de llamar el asesino y me ha dicho que está a punto de asesinar a Tania en La Plaza Mayor...
—¡No puede ser! —gritó Paula— Siempre mata a sus víctimas en la madrugada y tan sólo son las diez de la mañana.
—¡SALVADLA! —gritó Vega desde el auricular.
La línea se cortó y la chica se volvió para buscar en el rostro de su asustado padre una explicación. Éste cogió corriendo su pistola H&K USP de nueve milímetros y a continuación llamó a todas las unidades.
—¡Es urgente! Necesito a todas las unidades posibles inmediatamente en La Plaza Mayor. Nuestro asesino se encuentra allí a punto de asesinar a una adolescente.