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Finalmente el agente de policía cayó rendido en su cama tras haber pasado en vela un total de cuarenta y ocho horas desde la desaparición de la adolescente de diecisiete años y amiga de su hija. Había repasado el video unas trescientas veces y siempre notaba que algo no cuadraba, pero no alcanzaba a identificarlo. Su propia hija había pasado la noche anterior a su lado viendo las imágenes y anotando cosas en una libreta en un intento de desvelar aquello que ambos sabían que no iba bien, pero… ¿El qué?
Esa noche, antes de caer agotado en la cama a causa del cansancio, estuvo dando vueltas en la cama y pensando sin parar. Tenía todos y cada uno de los músculos de su cuerpo agarrotados y le dolían tanto los ojos como el cuello y hombros. Sabía que lo que iba a suceder era inevitable. Sabía que el día siguiente sería el elegido por el asesino para cometer el crimen y que no disponía de tiempo para desvelar el misterio oculto en esa grabación de la cámara de seguridad del centro comercial. Tenía que apartar eso de su mente y centrarse en los posibles lugares del crimen para intentar evitarlo a toda costa.
Esa noche, mientras Flavio dormía, un ángel le hizo soñar con el caso desvelándole uno de los aspectos más importantes. Algo insignificante y a la vez esencial que le ayudaría finalmente a descubrir toda la realidad sobre los asesinatos de «El Bosco» en la cuidad de Madrid.