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Victoria salió de casa con el más absoluto de los sigilos con tal de que Francisco no se percatase de su ausencia. Se disponía a bajar a la pequeña tienda de alimentos que había al final de la calle y tenía que hacerlo sin que su marido se diese cuenta, ya que todo acto que no pudiese controlar le traía problemas. Con el monedero bajo el brazo cruzó la puerta y la dejó entornada con miedo de que al cerrar se despertase. Entonces sólo pudo pensar en una cosa. «Huye, huye y empieza de nuevo. Comienza a vivir».

Sin embargo, un segundo después de pensarlo, reanudó su camino a la tienda sin perder el tiempo. Accionó el botón que llamaba al ascensor, entró en la cabina con las piernas como gelatina y pulsó el número «0» que la dejaría en la planta baja del edificio. Cuando salió, los rayos de sol se encontraron directamente con su pálida piel y entonces, agradecida, no supo recordar cuándo fue la última vez que había sentido tanta paz. La brisa fresca movía sus cabellos con suavidad.

Salió a la calle con el único objetivo de alcanzar cuanto antes la tienda donde comprar pan para la cena. Cuando hizo su compra, dos barras de pan, recorrió el camino de vuelta a casa antes de que las vecinas pudiesen apreciar el ojo morado que había ocultado bajo muchas capas de maquillaje. Entonces notó una fuerte presión en el hombro derecho que la impulsó hacia atrás. Había chocado de frente y sin darse cuenta con un hombre extremadamente delgado y de prolongadas ojeras. El sujeto iba enfundado en una chaqueta negra a pesar de las altas temperaturas, y la observó con intriga a través de su largo flequillo negro azabache. Victoria se estremeció de pies a cabeza al toparse de frente con ese rostro cadavérico y se le heló la sangre al percatarse de su fría mirada.

—Lo siento mucho —se disculpó con pudor—. No le he visto aparecer y he chocado con usted sin querer...

—No se preocupe, estas cosas pasan... —el misterioso hombre dejó entrever los delgados y afilados dientes con una sonrisa— ¿Qué le ha pasado en el ojo, señora?

Victoria retrocedió confusa ante la extraña pregunta y en un acto reflejo se tapó el moratón con la mano.

—Mi sobrino de cuatro años es algo bruto jugando y me golpeó con un juguete por accidente... —se le trababan las palabras.

Con el ceño fruncido, decidió correr a casa antes de que las preguntas fuesen en aumento, decidiendo esta vez subir por las escaleras para no tener que esperar el ascensor. Corrió sin mirar atrás para no seguir viendo a ese hombre que no apartaba la vista de ella. Sentía que el corazón se le iba a salir de la boca de puro miedo.

Su piso se encontraba en la tercera planta y tuvo que parar a tomar oxígeno en el descansillo de la segunda planta. Giró la cabeza y comprobó que no la seguían. Aliviada reanudó su camino, pero cuando llegó a su descansillo y se disponía a entrar en la casa pudo apreciar de repente unos ojos que se fijaban en ella desde la escalera.

El hombre con el que se había chocado segundos antes en la calle la había seguido hasta casa y la observaba con firmeza. Soltó un grito ahogado y entró en casa cerrando de un portazo. Esta vez no le importó despertar a su marido.

—No puede ser... —susurró con la frente perlada de sudor frío a causa del pánico.

Se dirigió a toda prisa hacia la cocina y se hizo con el cuchillo más grande que tenía para defenderse, no sin antes soltar el pan sobre la mesa. Miró su reflejo horrorizado en la fina y alargada hoja del arma. Era el cuchillo que normalmente utilizaba para cortar la carne, así que podría defenderse perfectamente con él si el misterioso hombre seguía frente a su casa escondido en la oscuridad del rellano.

La situación era totalmente escalofriante... Cuando llegó de nuevo a la puerta, miró a través de la mirilla y para su sorpresa, allí no había nadie. Confusa, retrocedió en sus pasos y echó el cerrojo de la puerta.

¿Dónde se había ido? ¿Seguía oculto en las escaleras o se habría marchado al fin para dejarla en paz? Quizás la había seguido a casa con la intención de hacerle más preguntas sobre su morado en el ojo. Puede que no se hubiera quedado conforme con la versión sobre la brutalidad de su sobrino jugando y buscaba más respuestas. Eso es... seguramente la habría seguido en busca de respuestas con tal de tranquilizarse y al ver que la mujer se había asustado hasta el punto de gritar y cerrar la puerta, se habría marchado pensando que llamaría a la policía. Finalmente resopló más calmada y pensó que últimamente le pasaban cosas demasiado extrañas.

Desde la habitación se escuchaba roncar con fuerza a Francisco. Ese hombre podría perfectamente haberla acosado hasta la saciedad, entrado en casa, violado o incluso haberla matado y Francisco ni siquiera se hubiese inmutado. Maldito mal nacido... ella no le importaba absolutamente nada. Y encima se permitía pegarle...

Victoria estaba furiosa y sujetaba con fiereza el mango del afilado cuchillo entre sus manos. Su vida sería mucho mejor sin él... Entonces, un pensamiento fugaz cruzó su mente. Bajó la cabeza y se observó reflejada en el espejo de la entrada a la casa. Su mirada era seria y decidida. Se deslizó con sigilo hasta la habitación donde dormitaba ese ogro que tenía por marido, se puso a su lado y le observó con detenimiento el cuello mientras los incesantes ronquidos rompían el silencio. Con suavidad colocó la hoja sobre su garganta y pensó en todos los momentos bonitos que habían vivido juntos. Pero luego pensó en todos los malos, espantosos y atroces que prevalecían sobre los pocos que hubo buenos, y volvió a maldecirle en silencio.

De repente, Francisco comenzó a moverse molesto en la cama y los ronquidos cesaron de golpe. ¡Se estaba despertando! O le hacía un buen corte profundo en el cuello en ese momento o se despertaría completamente y sería demasiado tarde. Se vio totalmente decidida a hacerlo, pero sin explicación alguna, le entró el pánico en el último segundo y Francisco se despertó. Antes de que pudiese abrir los ojos, Victoria había guardado el cuchillo tras su espalda.

El infierno del Bosco
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