82

 

 

 

—Algo te ocurre —dijo Paula rompiendo el silencio—. Te conozco.

Faltaban escasos días para que se perpetrase el siguiente asesinato con el mismo modus operandi que los seis anteriores y todo parecía indicar que la siguiente víctima sería una amiga de la infancia de Paula. Flavio no había dormido nada esa noche y era la hora del almuerzo cuando su hija, con mirada cansada y triste, se encontraba cocinando para su padre que portaba unas marcadas ojeras de estar toda la noche en vela observando una y otra vez el mismo vídeo de vigilancia. Estaba claro que algo no encajaba, pero el agente de policía no conseguía saber qué. Quizás su mente necesitaba descansar un poco y no se encontraba operativa para la situación.

—Solamente estoy cansado.

—A mí no me engañas —Paula colocó un plato delante de él con una tortilla a la francesa con queso—. Sé qué te pasa algo…

—Está bien. Siéntate a mi lado y mira el vídeo, a ver qué opinas.

La chica asintió y Flavio rebobinó la grabación hasta el momento en el que las chicas entraban cargadas con las bolsas en el parking.

—Mira el coche negro del fondo que es el del asesino. Ya se encontraba allí con antelación.

—Es cierto… —Paula aguzó la vista y la matrícula del vehículo se le quedó grabada en la mente como si lo hubiesen hecho con fuego.

—Pero si rebobino de nuevo la cinta unos diez minutos más, vemos llegar la furgoneta y prepararse para el secuestro…

De repente, la chica se agitó en su asiento intentando comprender lo que su padre intentaba decirle. Sintió que su corazón bombeaba más rápido de lo normal.

—¿Entiendes lo que quiero decir verdad? Este asesino lo tiene todo perfectamente calculado, al milímetro, para no cometer ningún tipo de error en sus actos.

—Es demasiado meticuloso…

—Exacto. Ninguna víctima es escogida al azar ya que tiene que asegurarse de que son pecadoras, y por eso las selecciona con la mayor precisión posible. Si ha escogido para el pecado de la Envidia a tu amiga Tania es porque lleva investigándola desde hace tiempo.

—Está claro que no fue al centro comercial y eligió a una víctima al azar. Llegó con tan sólo quince minutos de margen porque ya sabía que las hermanas irían allí… —tuvo que frenar en seco sus deducciones y negar todo tipo de pensamiento que se le cruzaba por la mente. Después sintió que sus ojos se humedecían a causa de las lágrimas y miró expectante a su padre—. Pero, ¿cómo pudo saber el asesino que mis amigas irían al centro comercial y que justo a esa hora bajarían al parking?

—¿Micrófonos? —preguntó el agente sin convencerse demasiado de ello.

—¿Crees que ha podido entrar en su casa e introducir micrófonos para tener controlados todos y cada uno de los movimientos de Tania y Vega? —dijo Paula aterrada.

—O eso, o ha pinchado los teléfonos móviles de las chicas.

Eso tendría más sentido, pensó Flavio. De esa forma, cuando las chicas llamasen a su madre para hacerle saber que ya podía ir por ellas a recogerlas, el asesino sabría exactamente a qué hora tendría que ir hacia el parking para raptar a una de ellas antes de que la madre llegara. Sí, tenía que ser eso seguro.

—Creo que deberíamos ir a casa de Vega en busca de posibles micrófonos —concluyó Paula.

 

Tiempo después, la chica llamó al timbre de la casa de su amiga en compañía de su padre. Esperaron un largo rato a que alguien abriese la puerta y finalmente Vega lo hizo. Tenía el pelo revuelto, los ojos irritados de tanto de llorar y su aspecto estaba muy demacrado, a pesar de haber transcurrido unas horas desde el secuestro. Incluso daba la impresión de haber perdido peso.

—¿Qué hacéis aquí? —preguntó extrañada.

—Venimos a visitarte un rato. ¿Cómo te encuentras? ¿Y tu madre?

Vega bajó la mirada al suelo y respondió de manera escueta. Podría decirse que no tenía muchas ganas de visita a juzgar por su rostro y el tiempo que tardó en decidir en invitar a pasar a su amiga y su padre.

—No me encuentro nada bien, la verdad, y mi madre se encuentra en cama llorando. ¿Hay alguna noticia sobre el secuestro de… —no pudo terminar la frase ya que su voz se apagó por completo. Paula decidió abrazar con fuerza a su amiga.

—Tengo que serte sincera —dijo—. Mi padre y yo creemos que el asesino ha podido ocultar en tu casa micrófonos y por eso hemos venido.

Vega se sorprendió ante tal revelación y secó las lágrimas con un pequeño pañuelo que tenía dentro de su puño derecho.

—Explícate —exigió.

Flavio decidió separarse de las chicas para comenzar a mirar por los recovecos más profundos y escondidos del hogar. En primer lugar seleccionó los lugares más comunes de la casa como comedor y salón, donde las jóvenes podrían haber comentado a su madre sus planes de ir de compras. Decidió que el salón sería el lugar perfecto y comenzó a registrar debajo de los sofás, sillones y mesas. Después miró dentro de jarrones, entre los libros de la estantería y tras el televisor y equipo de música. No encontró absolutamente nada y pensó que todo era muy extraño, ya que si él fuese el asesino, habría colocado el micrófono en el salón por ser la estancia perfecta para mantener conversaciones triviales, y se encontraba cerca de la puerta de entrada y del balcón.

Tanto si el asesino entrara por la puerta, como si lo hiciera por el balcón, tendría que depositar el aparato en algún lugar adecuado y cerca de los puntos de entrada y salida por si ocurría algún percance y tenía que huir con rapidez. No es lógico pensar que malgastase su tiempo dirigiéndose al fondo de la casa, pues podría llegar de repente cualquiera y estaría demasiado lejos de la puerta para escapar. Le habrían pillado in fraganti colocando los micrófonos.

—Por todo eso deben de estar en el salón —pensó Flavio.

No encontró nada por mucho que buscase. También cabía la posibilidad de que el asesino ya hubiese vuelto a quitarlos tras secuestrar a la chica, aprovechando que la familia estaría dando declaración a la policía y estarían fuera de casa.

Paula decidió contarle a su amiga el avance de las investigaciones ya que Vega estaba sufriendo la pérdida de su hermana y parecía desesperada. Quería hacerle saber que la investigación no se había quedado estancada e iba avanzando.

—Creemos que pueden haber micrófonos en tu casa porque el asesino ya sabía con antelación que estaríais en el centro comercial y fue allí para raptar a Tania tan solo quince minutos antes de que llegaseis al parking. Es como si supiese exactamente la hora a la que terminaríais de comprar. Creemos que quizás, cuando llamasteis por teléfono a vuestra madre para decirle que ya podía ir a recogeros, ella se encontraría en la casa y el asesino pudo oír la conversación a través de los aparatos…

El rostro de Vega se desencajó por completo. Estaba pálida mientras miraba a Paula hablando de sus deducciones. La chica tenía toda la razón del mundo. En el vídeo quedaba patente que la furgoneta se encontraba ya oculta en la oscuridad de los aparcamientos esperando a las chicas aparecer. Vega sintió miedo.

—Bueno… —dijo intentado sonreír para simular el pánico que sentía por dentro—. También pudo ir por casualidad al centro comercial y escogió en el momento a mi hermana como víctima. Es otra posibilidad ¿no? La finalidad de este hombre al fin y al cabo es matar.

—Sabes que no... —cortó de inmediato Paula.

Vega se sobresaltó.

—¿Por qué no?

—Porque Tania tiene que ser la pecadora de la Envidia, y si el asesino la escogió para ese papel significa que os tenía muy vigiladas…

No pudo evitar que se le volviese a helar la sangre al pronunciar las palabras.

—¿Qué tal si preparo café y hablamos sobre todo lo que sabéis del caso? —ofreció Vega.

 Flavio apareció de repente rechazando la oferta.

—Eres muy amable, pero me temo que no tenemos tiempo de relajarnos tomando un café, la vida de Tania se encuentra en peligro.

—¿Has encontrado algo, papá?

—Me temo que no. Puede que el secuestrador  haya vuelto a quitar los micrófonos… —se volvió hacia Vega y se despidió—. Estaremos en contacto, y gracias por tu tiempo.

Vega no dijo nada, simplemente los acompañó hasta la puerta de entrada y cerró tras esa extraña y peculiar pareja de detectives.

 

El infierno del Bosco
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