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Victoria se separó de Francisco una vez que éste hubo eyaculado dentro de ella. Habían estado haciendo el amor a petición de él, como siempre. El hombre le había arrancado ferozmente la ropa interior para después tumbarse encima de ella. Se dedicó a penetrarla sin más hasta que finalmente él acabó y, por consiguiente, daba por hecho que ella también. Pero ella no rechistó ya que si se quejaba, Francisco se enfadaría y la castigaría. Se limitó a taparse con la sábana de seda el cuerpo desnudo y miró el techo con ojos vacíos mientras su marido roncaba a su lado.
Se había dado cuenta de que no era feliz, o mejor dicho, se estaba dando cuenta de que no lo era. Al fin y al cabo, ¿qué hacía él por ella? Nada... Lo único que hacía era maltratarla una y otra vez. La separó de su círculo de amigas con las que antes compartía un club de lectura. Ese club de lectura siempre fue su principal afición. Solían elegir en primer lugar una temática entre todas las mujeres y después elegían un libro que todas tendrían que comprar y leer en un tiempo determinado. Después se reunían en la antigua casa que Victoria y Francisco tenían al principio de su relación y debatían sobre la trama, los personajes o el autor. Solamente pudieron reunirse en un total de cuatro sesiones, donde las mujeres compartían un café seguido de un debate literario. Francisco le había dicho que no se sentía cómodo con el hecho de que se reuniesen en su propia casa y que no creía que fuesen unas buenas amigas.
—¿Para qué quieres un par de amigas si me tienes a mí? No las necesitas... —le había dicho.
Cuando por fin Victoria, en una señal de amor verdadero, accedió y rehusó de su círculo de amigas, lo siguiente que tuvo que eliminar fue la familia. Eso fue sin lugar a dudas lo que más le costó sacrificar, la familia. Victoria tenía muy buena relación con su madre, pero claro, una madre, un padre, e incluso unos hermanos pueden opinar de su pareja y verían cosas que la propia Victoria nunca hubiera visto, ya que el amor la había cegado totalmente.
Es por eso, que Francisco también los vio como enemigos. Sus familiares siempre le advirtieron de que tenía todas las papeletas de ser un maltratador, y no se equivocaron un ápice. Lo habían calado de pies a cabeza y a pesar de todo, Victoria siempre lo negó. Lo defendió de tales acusaciones incontables veces e incluso tuvo varias peleas con uno de sus hermanos, que aseguraba haber visto gestos bastante groseros hacia ella, dejándola en evidencia delante de sus amigas del club de lectura.
Ahora, años después, a las tantas de la madrugada, envuelta en una sábana y mirando al techo, lo comprendió todo. Ese hombre que roncaba a su lado había sido su perdición desde el primer momento. La había ido anulando poco a poco hasta acabar con su personalidad por completo. La había destruido.
Se llevó la yema de los dedos con delicadeza hacia el ojo morado y se quejó a causa del dolor. Después frunció el ceño y giró la cabeza con malicia hasta observarlo dormir plácidamente. Le miró como nunca antes lo había hecho. Ahora le odiaba, con todas sus fuerzas... y de un momento a otro podría vengarse.