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Conforme salía del baño tras haber tomado una ducha de agua helada a causa de las altas temperaturas, Paula se hizo con el secador de pelo y lo conectó a la máxima potencia. Pudo observar cómo su melena volaba desde el espejo.
Una vez terminó de secarse, se vistió con unos vaqueros cortos, una camiseta con un estampado floral y unas zapatillas de deporte con una gran sonrisa en la cara. A pesar de todo lo que estaban pasando últimamente, padre e hija irían a almorzar juntos a un restaurante chino. Flavio ya se encontraba en la puerta esperando a que la joven terminase de acicalarse para poder montarse cuento antes en el coche y conducir hasta el centro comercial donde almorzarían.
—Si sigues tardando tanto se nos hará tarde y tendremos que merendar en vez de comer —protestó.
La chica salió finalmente metiendo su teléfono móvil en una pequeña mochila con estampado de búhos de colores que se llevó a la espalda.
—Créeme que normalmente las chicas tardan el doble de lo que he tardado yo. Sólo han sido treinta minutos...
—Vamos, anda...
Cerraron la puerta con llave y pusieron rumbo al centro comercial.
Cuarenta minutos después, Flavio se encontraba aparcando en el parking subterráneo del centro comercial donde ya tenía asumido que su hija vería algún conjunto bonito que le costaría una pasta. Resoplando y viendo el semblante emocionado de Paula, buscó un buen lugar de estacionamiento.
El lugar se encontraba hasta los topes. Los vehículos llenaban el lugar de una punta a la otra y la gente salía de sus coches en dirección a las escaleras mecánicas que las llevaban a uno de los lugares de ocio más completos de todo Madrid, donde podías disfrutar de infinidad de tiendas de ropa, restaurantes y también un cine.
Ambos recorrieron la inmensidad del parking entre coches de todo tipo hasta llegar a las escaleras, donde Paula se dejó llevar hasta la primera planta con un claro objetivo en mente: comprar.
Cuando llegó al final de las escaleras, apretó el paso hacia la primera tienda de ropa que vieron sus ojos. Flavio la perseguía con ojos cansados, sabiendo que el día no le saldría nada barato. Muy a su pesar, entraron en la tienda y el hombre sacó su cartera.
—¡Papá, me encanta este vestido! —corrió hasta uno de color azul pastel— Es muy veraniego.
—Acabamos de llegar, ¿no crees que deberías mirar más tiendas antes de decidirte por uno?
Paula se volvió con el semblante serio y dijo:
—Necesito un vestido para verano, unos pantalones cortos, ya que los que tengo están desgastados, y unos zapatos arreglados para salir. Yo optaría por unos zapatos de medio tacón, así que créeme que iremos a muchas más tiendas antes de ir a comer.
El agente asintió desanimado y bajó la cabeza rindiéndose.
—Vas a ser mi ruina...
—Voy a probarme mi talla, espérame aquí.
Cogió el vestido y comenzó a correr hasta el probador más cercano. Una vez se hubo metido, corrió la cortina y comenzó a desvestirse. Entonces escuchó por casualidad unas voces realmente familiares. Dos chicas parecían discutir en el probador continuo.
—Que estemos compartiendo el mismo vestidor no implica que puedas hablarme como si no hubiese pasado nada.
—No te preocupes, que me pruebo el pantalón y te dejo tranquila.
Paula descorrió un poco la cortina y sacó la cabeza.
—¿Vega? ¿Tania? —preguntó.
Desde el probador de al lado se escuchó al unísono.
—¿Paula?
Las hermanas gemelas sacaron también la cabeza y las tres chicas gritaron de júbilo.
—¿Qué hacéis aquí? —preguntó Paula.
Vega se anticipó a su hermana y preguntó de manera tensa.
—¿Y tú?
—Vengo a comprarme ropa con mi padre y a almorzar en el restaurante chino. ¿Os gusta este vestido para mí?
—Es precioso —intervino Tania—. Nosotras hemos venido a comprarnos un conjunto para un cumpleaños que tenemos el martes que viene y estamos dudando si ponernos un vestido o ir en pantalones.
Vega cortó el rumbo de la conversación interrumpiendo a su hermana de manera osca.
—¿Tu padre está aquí?
La pregunta desconcertó a la joven, que colgó de nuevo el vestido en su percha correspondiente y se apartó el flequillo de la cara.
—Claro que he venido con mi padre. ¿Cómo si no?
—No sé... pensé que habías venido en metro. A nosotras nos ha traído nuestra madre y después viene a recogernos, dentro de una hora.
Tania abrió los ojos como platos como si se le hubiese ocurrido la mejor idea del mundo.
—¡Ya sé! ¿Y si te vienes de tiendas con nosotras durante esta hora y después te vas con tu padre a comer? Así no tendría que estar sola con la antipática de Vega.
Ésta se volvió con la mirada gélida y le lanzó una sonrisa falsa.
—Opino lo mismo.
—Me parece una fantástica idea —expuso Paula—. Le pediré a mi padre dinero y le diré que vaya a tomarse un café mientras tanto.
Las chicas volvieron a gritar de júbilo llamando la atención de las demás personas que se encontraban en la tienda. Después, se lanzaron contra la ropa como locas.
La camarera china llegó y puso sobre la mesa el último plato de ternera con verduras que les faltaba por llegar. Ambos ya se encontraban saciados tras haber devorado varios rollitos de primavera, una ensalada china, pollo al limón y pollo con almendras. Paula casi no podía recordar la última vez que había comido tanto, pero dada la situación actual en la que se encontraban, donde por culpa del caso no terminaban de llevar una buena alimentación, podían permitirse un día de buena comilona.
Hacía alrededor de una hora y media que la chica había acompañado a sus amigas hasta las escaleras mecánicas que conducían al parking y se había encontrado de nuevo con su padre para almorzar. Ambas jóvenes se despidieron con las manos llenas de bolsas con ropa. Paula apartó en su plato su parte de terneras con verduras y no pronunció ni una sola palabra mientras engullía la comida.
—¿Quieres un poco más de agua? —ofreció su padre.
—Sí, por favor —acercó su vaso y el líquido cayó llenándolo hasta el borde, llegando a mojar el mantel.
En ese momento el teléfono móvil de Paula comenzó a sonar y vibrar encima de la mesa. Ésta lo cogió y antes de descolgarlo pudo apreciar que se trataba de Vega.
—Hola, qué de tiempo sin verte —dijo de manera burlona—. ¿Qué te ocurre?
La voz de Vega sonaba intranquila. La chica tenía la respiración acelerada, e incluso Paula podía escuchar unos leves gemidos que indicaban que estaba llorando. Finalmente contestó con voz entrecortada.
—Se trata de Tania —lloró—. La han secuestrado.