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Flavio bordeó la glorieta con su coche y aparcó junto a los demás vehículos policiales. Se bajó del auto y se dirigió directamente hacia la fuente de Cibeles. Ya habían sacado el cuerpo del agua y lo habían tapado. Unos agentes se encontraban fotografiando la extraña inscripción escrita con sangre: «Cave Cave Dus Videt».
—¿Qué crees que significa? —preguntó la agente de policía pelirroja con su pelo recogido en una coleta alta.
—No tengo la menor idea. Lo que podemos afirmar es que está escrito en latín.
Sacó de su bolsillo una pequeña libreta de notas y apuntó con un bolígrafo la frase.
—Todo esto comienza a superarme —dijo ella.
—No eres la única. ¿Quién es?, ¿se trata de…? —dijo señalando el cuerpo de la obesa mujer.
La policía se aclaró la garganta antes de comenzar.
—Se trata de Diana Cruz. Treinta y cuatro años y sólo le faltaban doce días para cumplir uno más. Vivía con su hermana enferma de cáncer y cuidaba de ella. Desapareció hace dos noches en los aparcamientos de un McDonald’s...
—Sí, ya sé quién es...
Flavio se llevó la palma de la mano a la cabeza pensando con rabia que si hubiesen buscado día y noche a la mujer desde que denunciaron su desaparición, podrían haberla salvado. Ahora se encontraban fotografiando la escena del crimen donde la mujer había aparecido muerta. Lo único que el cuerpo de policía hizo fue presentarse en los aparcamientos donde se halló el coche de la mujer con las llaves puestas en la cerradura y sacar todas las huellas dactilares que pudieron con la esperanza de encontrar alguna que perteneciera a su atacante, pero todo fue en vano.
Miraron todas las cintas de las cámaras de seguridad para ver si podían averiguar la matrícula de la furgoneta en la que Diana había sido raptada, pero descubrieron que ésta había sido tapada con un trozo de cartón sujeto con unas cuerdas. En Madrid habría cientos de furgonetas Peugeot Boxer de color verde.
Flavio se agachó cuanto pudo y observó con curiosidad la sangre.
—¿Es sangre humana? —preguntó al forense que se encontraba inspeccionando el cuerpo sin vida de la mujer.
—No lo creo —dijo—. En un principio, pienso que la sangre puede ser del animal muerto ya que la víctima no muestra ningún tipo de herida externa, lo único que hemos visto en ella es una hemorragia intestinal. Sospecho a simple vista que la mujer ha fallecido por deshidratación, pero no puedo decirte nada claro hasta que no se realice la autopsia.
—Está bien —aseguró para sí mismo en voz baja—. Recapitulemos: Diana Cruz fue secuestrada en los aparcamientos hace dos días por un hombre de cuya imagen tenemos constancia en un retrato robot. Se la llevó a algún lugar donde según parece la ha dejado morir deshidratada.¿Qué significa la frase escrita con sangre «Cave Cave Dus Videt»? ¿Y el búho muerto? ¿Por qué el asesino se ha tomado las molestias de dejarnos este mensaje escrito en sangre y el cadáver de un animal? Y sobre todo, ¿por qué en la fuente de Cibeles?
Todas esas incógnitas debían tener una respuesta. Flavio pensó entonces en el anterior asesinato. Habían encontrado a Marcos Alcalde con la cabeza abierta frente a las puertas del Museo del Prado con una flor en la abertura craneal. Flavio había pensado incontables veces que se debía a algún tipo de secta satánica o sacrificio, y al final había resultado que el asesino había intentado representar en su crimen una de las pinturas de «El Bosco».
¿Sería el mismo criminal el culpable de los dos asesinatos? ¿Estaríamos hablando de la misma persona? De ser así, estaríamos hablando de un asesino en serie y no un crimen aislado. Eso implicaba que seguramente desaparecerían más personas y aparecerían más cadáveres en la cuidad de Madrid.
Flavio cayó entonces en la cuenta de un detalle que se le había pasado por alto. Algo que parecía insignificante, pero que en realidad era muy revelador. Días antes había acudido al depósito de cadáveres donde lo había citado David con la intención de enseñarle la silla donde el primer asesinado había aparecido sentado. La silla estaba completamente manchada con la sangre derramada de otra persona aún sin identificar. Eso quería decir que la persona a la que perteneciese esa sangre también se encontraba en posesión de su captor.
El agente se dirigió corriendo al cuerpo sin vida de Diana y lo destapó. Lo observó con mirada inquieta de arriba abajo buscando alguna evidencia que le dejase claro que se estaba equivocando en sus deducciones.
—¿Qué buscas? —preguntó el forense.
—Necesito encontrar heridas en el cuerpo de la víctima —exclamó alarmado.
—Ya te he dicho que la mujer no muestra ni tan siquiera un rasguño, la sangre pertenecerá seguramente al animal.
—¡No lo entiendes! —se levantó y cogió a su amigo de los hombros.
—¿El qué no entiendo?
—La silla de madera donde Marcos apareció sentado estaba llena de sangre. Eso nos hizo pensar que había una víctima más.
El anciano hombre abrió los ojos percatándose de lo que quería decir el agente.
—Ya sé a qué te refieres... —dijo en voz baja—. El hecho de que haya aparecido otra víctima y ésta no tenga ningún tipo de corte quiere decir que la sangre de la silla no pertenece a esta persona.
—¡Exacto! —gritó preocupado—Aún tenemos a alguien en paradero desconocido y se encuentra herido...
—Eso quiere decir que esta pesadilla sólo acaba de empezar...
—¡Quiero mañana a primera hora en la mesa de mi despacho un informe con todas las personas en paradero desconocido en Madrid! —gritó a sus compañeros.