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Flavio cruzó la puerta principal del departamento de policía con aire decidido. Estaba preparado para el pequeño discurso con su jefe en el que le echaría la bronca por lo sucedido hacía un día cuando un grupo de «bosquianos» le redujeron fácilmente. Todo ello derivó en una tragedia cuando el asesino se cobró la vida de la séptima víctima. Flavio aún no había asumido que se trataba de una de las amigas íntimas de su hija.
Cruzó el sobrio pasillo, carente de decoración excepto un par de carteles con retratos robots y llegó a la habitación más amplia por excelencia de todo el departamento de policía, donde se encontraban una serie de pequeños escritorios que pertenecían a diferentes agentes del cuerpo. Marcela llamó su atención desde el fondo de la sala con la mano y señaló con la mano a su jefe, indicando que había estado esperándole impasible desde primera hora de la mañana. El hombre recorrió la estancia en cuestión de segundos y se plantó frente a Flavio que carraspeó la garganta preparándose para la bronca del siglo.
—Flavio —dijo de una forma seca que dio a entender que se encontraba muy enfadado. Marcela hacía gestos burlones tras su jefe en la distancia y el hombre tuvo que controlarse por no reír.
—No hace falta que me regañe, señor. Asumo que he obrado mal y que soy la vergüenza del cuerpo. No volverá a suceder, lo siento.
—No hombre, no —cortó—. Tengo entendido que la muchacha era amiga de tu hija…
Flavio asintió con tristeza pero sin dejarse ver abatido ante su superior.
—No vengo a regañarte —continuó— sino a decirte que si necesitas algo aquí tienes a un amigo. Aunque todo acabe en tragedia, ya somos el hazmerreír porque no conseguimos capturar a ese canalla, pero la realidad es que estoy muy orgulloso de tu trabajo día tras día. Si quieres… —titubeó un poco— podrías tomarte unos días de descanso para pasarlos con tu hija. Podría encargar el caso a Marcela o Esteban…
Esto era algo que Flavio no se esperaba y lo había cogido de improvisto. Tardó varios segundos en responder, pero cuando pudo reaccionar, dio un paso al frente y fijó su mirada en el hombre. De hecho, nunca antes le había hablado a su superior tan cerca y ahora pudo ver sus ojos color avellana relucir con la luz de los fluorescentes.
—Ni hablar, señor —respondió—. Permítame que le diga que me gustaría que este caso siguiese siendo mío, y le prometo que atraparé a ese asesino. Tarde o temprano.
Marcela observaba la escena atónita mientras daba pequeños sorbos a su café con leche. Alguna que otra cabeza se giró para cotillear lo que se cocía en esos momentos en la sala.
—Sabía que me ibas a decir eso —respondió con una amplia sonrisa en la cara y se le marcaron los hoyuelos—. No obstante, ya sabes que si necesitas unas pequeñas vacaciones puedes comunicármelo. Llevas una temporada muy estresado.
—Gracias por su ofrecimiento.
Continuó el camino hasta su mesa y apartó de ella varios expedientes que había dejado desordenados la noche anterior. Después saludó a varios compañeros de trabajo y se dirigió hacia la máquina de café, donde Marcela le esperaba.
—¿Sabías que has estado tremendamente sexy enfrentándote al jefe?
—Nadie se ha enfrentado a nadie, solo he sido directo.
—Pues me ha encantado, te pones muy mono cuando estás serio.
Flavio pulsó el botón de café solo y esperó a que el brebaje llenase el vasito antes de sacarlo de la máquina.
—O sea, todo el día —dijo de manera burlona.
Ella rio y lo siguió de nuevo hasta su mesa.
—A propósito, he buscado lo que me pediste.
Puso sobre la mesa de él un pequeño formulario sobre las personas desaparecidas en los últimos meses en la comunidad de Madrid.
—Muchas gracias, eres un encanto Marcela.
La mujer pelirroja resopló sonrojada y apartándose un mechón de cabello de la cara le preguntó de manera cortante.
—¿Cuándo me vas a pedir una cita?
Flavio ojeó el formulario en busca de alguna posible víctima que hubiese desaparecido hacía relativamente poco. Ignoró por el momento la pregunta.
—¿Este tal Javier Gálvez desapareció ayer?
—Llamó un compañero suyo de negocios para denunciar su desaparición. Decía que Javier le aseguró que en cuanto su tren llegase a Madrid, lo primero que haría sería llamarle para concretar algo de un negocio y nunca lo hizo.
—¿Tren? —preguntó Flavio sin levantar la vista del papel.
—Llevaba un par de días en Valencia y estaba de vuelta.
—¿Y algo más?
La mujer asintió de manera indiferente.
—Ya sabes… como siempre, ha llamado gente asegurando haber visto al asesino por la calle. Una señora dice que entra cada noche para verla dormir, otros llaman diciendo que ellos mismos son el asesino y hay una persona que a lo largo de esta mañana ha llamado dos veces pero se ha quedado callada y finalmente ha colgado.
—¿Ha colgado?
—Sí, es bastante extraño —dio otro sorbo grande a su café—. ¿Cuándo me vas a pedir una cita?
—Puede que dentro de poco.