20
Eran las once y media de la noche cuando el agente de policía circulaba en su Volvo rojo por la Casa de Campo en busca de Ana Belén. Abrió la pequeña aleta frente a él que servía para protegerse de los rayos del sol mientras conducía, y colocó ahí la fotografía de la chica.
La carretera estaba llena de mujeres con poca ropa, muchas de ellas rumanas o negras que saltaban a la carretera con los pechos al descubierto para conseguir clientes. Flavio fue inspeccionando cada uno de los rostros en busca del de Ana Belén. Redujo la marcha y comprobó cómo dos chicas estaban dándose el lote y tocándose por debajo de las faldas mientras mostraban un cartel que ponía: «Trabajamos en grupo».
El hombre rio y continuó con su búsqueda.Quince minutos después la encontró. Estaba charlando alegremente con un cliente que la intentaba seducir para que se montase en su coche.
—Claro que me bajaré al pilón —dijo la mujer—. Pero no por menos de treinta euros.
Flavio aparcó su coche y se dirigió hacia la prostituta, la cogió de la muñeca y le dijo.
—¿Ana Belén?
—¿Quién coño eres y porqué sabes mi nombre? —espetó.
El cliente se había enojado y fulminaba al agente con la mirada.
—Eh. Estaba charlando conmigo, ¿quién coño crees que eres?
—Soy Flavio Galán, agente de policía del departamento de homicidios —dijo enseñando su placa de identificación policial.
—¡Joder, un policía! No pretendía... sólo estábamos charlando —comenzó a excusarse.
—Lárgate ahora mismo.
El hombre asintió asustado y aceleró el coche hasta desaparecer en la oscuridad.
—¿Vienes a detenerme? —preguntó la prostituta encendiéndose un cigarrillo.
—No, sólo quiero hablar contigo —sacó también un cigarro y lo encendió dándole una calada.
—Quieres que hablemos de Marcos, ya veo. ¿Soy sospechosa?
—Dímelo tú, ¿dónde te encontrabas la noche del crimen sobre las cuatro de la mañana?
Ana Belén dio una calada profunda a su cigarro y soltó el espeso humo en la noche.
—Aquí mismo. Pueden corroborarlo cada una de las chicas que ahora mismo están aquí. Sobre todo Claudia —dijo señalando a una prostituta de pelo rojizo a pocos metros de ellos—. Estuvimos haciendo juntas un trabajo a un cliente.
—Está bien, tienes una coartada bastante sólida. Explícame por qué la víctima tenía esta fotografía tuya.
Sacó la fotografía de la mujer donde Marcos había escrito la palabra «PUTA» en un arrebato de ira. Cuando Ana Belén la vio, hizo una mueca de asco.
—Qué hijo de puta... —espetó—. Tenía esa foto mía porque él me amaba.
—¿Eso implica que usted a él no?
—Por supuesto que no. Parecía un mandril en celo cada vez que lo hacíamos. Después de cinco minutos horribles se quedaba dormido —a Flavio le sorprendió la facilidad con la que la mujer contaba su vida privada—. Después me pilló haciéndolo en su cama con mi camello y me echó de casa —prosiguió—. Supongo que fue entonces cuando escribió eso sobre mi foto.
—¿Sabes de algún enemigo de Marcos o alguien que le desease ver muerto?
—Yo —rio a carcajadas, entonces el hombre pudo comprobar que sus manos comenzaron a temblar de miedo y la sonrisa en sus labios se convirtió en una fina línea. La mujer se estaba haciendo la dura, pero saltaba a la vista que estaba realmente aterrada.
—¿Qué puedes decirme de «El Bosco»? —preguntó sin más.
—¿Quién es ese?
—¿Sabes de algún tipo de secta donde venerasen a este pintor gótico?
—¿Un pintor? Que yo sepa no. Lo siento pero no puedo darte mucha información sobre el asesinato. Cuando mataron a Marcos ya hacía una semana que lo habíamos dejado.
—Ya veo.
—Lo único que puedes sacar claro de todo este asunto es que yo tengo una coartada demasiado sólida como para que sospechéis de mí —tiró el cigarro al suelo y lo pisó con los tacones.
Desilusionado, Flavio también dio su última calada y lanzó con fuerza el cigarro al suelo.
—Y ahora cariño, tendrás que marcharte porque tengo que seguir trabajando, a menos que quieras jugar un poco conmigo. Claudia puede unirse si quieres...
Le cogió la mano al hombre y se la llevó al interior de su falda con suavidad. Éste se apartó de ella y comenzó a dirigirse a su coche.
—Si no paras tendré que arrestarte. —advirtió.
Se montó de nuevo en su Volvo y desapareció. Ana Belén suspiró aliviada cuando le perdió de vista.
—Todos los hombres sexys son unos sosos... —dijo para sí misma.