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Los agentes de policía rodearon todo el perímetro del parque en busca del asesino, que se había esfumado dejando a Vanesa Corbacho gravemente herida. Los servicios sanitarios acudieron a socorrerla tan pronto como pudieron, la metieron en la ambulancia y la llevaron a toda prisa a un hospital.
Un grupo de cuatro policías se encontraba inspeccionando la zona por donde había sido visto el asesino escapar y se percataron de que junto a un árbol yacía en el suelo el cuerpo de una joven adolescente. Se apresuraron a socorrerla y pudieron apreciar el orificio limpio que había en su ropa justo donde se encuentra el esternón. Con suma delicadeza, uno de los agentes posó sus dedos sobre la yugular de la chica para saber si se encontraba viva o muerta.
—¡Aún tiene pulso!
Miró a su alrededor esperando ver restos de sangre a causa de la herida de bala y para sorpresa de los cuatro hombres, no encontraron nada. Entonces Marcela apareció corriendo entre los helechos y se arrodilló junto a la joven.
—Largaos de aquí —instó—. Ya estoy yo para ayudarla. Y no digáis nada de esto al agente Flavio.
Los hombres asintieron y desaparecieron a la vez que la mujer levantaba la fina camisa de Paula para poder ver el chaleco antibalas que momentos antes de comenzar la misión le había entregado a la adolescente, solo por precaución. Ahora se alegró de haberlo hecho, ya que Paula sólo se encontraba inconsciente a causa del fuerte impacto de la bala contra su pecho. La chica se quedó sin respiración por el fuerte impacto y cayó al suelo totalmente aturdida. Segundos después, Paula comenzó lentamente a abrir los ojos hasta encontrarse de frente con la mirada preocupada de Marcela. La mujer esperó sin prisas a que la chica se recompusiera y tomara todo el oxígeno que necesitase.
—¿Cómo te encuentras? ¿Necesitas atención médica?
—Me encuentro bien, gracias. Si no me hubiese puesto el chaleco... ahora mismo podría estar muerta —se llevó las manos al lugar exacto por donde la bala le había atravesado la ropa y se frotó con suavidad la zona dolorida—. Le he visto... por un momento los dos nos hemos mirado a los ojos y entonces él sacó una pistola con la que me disparó. He pasado mucho miedo...
Marcela notó cómo la joven temblaba de pies a cabeza al recordar esos fatídicos segundos en los que había estado tan cerca de morir. Ella sabía cuál era esa sensación porque la había vivido alguna que otra vez en su trabajo. Rodeó con los brazos a Paula y ambas permanecieron unidas durante unos minutos hasta que ambas se calmaron. Después se quitó la chaqueta y se la cedió.
—Toma esto y póntelo.
Paula dudó unos segundos si ponerse la chaqueta o no ya que hacía un calor increíble esa noche.
—No te preocupes, no tengo frío —dijo con el ceño fruncido.
—Tu padre está a punto de llegar y no creo que debamos contarle nada de este percance. ¿Para qué preocuparle con algo que no ha pasado? Si te ve la camisa agujereada hará demasiadas preguntas.
—Claro que sí.
Se la puso y abrochó los botones.
—Este será nuestro pequeño secreto. ¿Vale? —después le guiñó un ojo y la ayudó a ponerse de pie—. Vamos a la entrada del parque para recibir a tu padre y comentarle lo que ha sucedido.
—Claro. Todo el paseo de las estatuas ha estallado en mil pedazos. El asesino colocó una bomba en cada una de las cuatro estatuas.
—Sí. Explosivo plástico que ha detonado con un dispositivo que tenía oculto en el bolsillo justo en el momento en el que casi le atrapo. Lo tenía todo pensado.
—¿Estás insinuando que las bombas han sido solamente colocadas para accionarlas si se encontraba acorralado?
—Sí. Las ha activado para despistarme durante unos segundos y poder escapar.
—¿Y cómo sabes que eran explosivos plásticos?
—Por el color anaranjado de la explosión.
Paula asintió mientras caminaban hacia la Puerta del Rey, donde de un momento a otro llegaría Flavio para encontrarse con ellas.
—¿Qué le ha pasado a la chica que gritó? —preguntó de nuevo—¿No hemos llegado a tiempo para salvarla?
Marcela permaneció en silencio evitando responder a la joven, hasta que finalmente tuvo que contestarle puesto que Paula no apartaba su triste mirada de ella esperando una respuesta. Cruzaron la Puerta del Rey, donde las luces rojas y azules de los coches policiales iluminaban la calle casi por completo. En las ventanas, cientos de ojos curiosos observaban lo sucedido tras las persianas entreabiertas.
—La verdad es que... —comenzó a decirle— no creo que la chica sobreviva...