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Era un gran día para Vanesa, de eso no cabía duda. Era partícipe de un grupo de teatro y ese mismo día se decidiría quienes serían los personajes principales para la obra. Ella misma había propuesto al grupo escenificar una versión moderna de Romeo y Julieta con la esperanza de poder retratar al personaje femenino.

Se colocó una camiseta ajustada para resaltar su figura y los pantalones más cortos que tenía con la intención de hacer notar sus piernas. «Ese papel es mío», se dijo una y otra vez a sí misma. Se levantó de la cama y se puso los zapatos, después, se acercó a la cómoda para coger su cepillo de pelo y comenzó a peinarse. Observó su gran espejo redondo tapado por completo con fotografías suyas y sonrió complacida.

Todo comenzó cuando tenía sólo doce años. Siempre fue la chica más popular y guapa de toda la escuela, así que decidió que no necesitaba mirarse todo el tiempo en el espejo para saber que iba radiante. Ya lo sabía de antemano. Comenzó a tomarse fotografías ya que era su pasatiempo favorito, y fue pegando una a una en el espejo hasta que consiguió ocultarlo por completo.

En el gran cristal se podía apreciar a la perfección el progreso evolutivo de una niña disfrazada de princesa, hasta crecer y madurar en una de las mujeres más hermosas de toda la ciudad de Madrid. Siempre le hizo gracia el hecho de que en todas las fotografías que ocultaban el espejo, no salía nadie más que no fuese ella. Simplemente lo tenía asumido, era muy narcisista.

No obstante, ella siempre culpaba a la sociedad de ello, ya que desde niña todos los chicos se habían desesperado por tener algo con ella. En Secundaria, un grupo de tres amigos acabaron enamorándose perdidamente de ella hasta el punto de pelearse con violencia los unos con los otros. El más débil incluso acabó en urgencias por la gravedad de sus heridas.

Cogió el pintalabios color rosa y comenzó a pintarse sin siquiera mirarse en ningún sitio. Después sacó su teléfono móvil del bolsillo y se hizo una foto haciendo morros.

—Tengo un don —rio al comprobar que no se había salido siquiera un milímetro al pintar sus sensuales labios.

Cogió su bolso y comenzó a bajar las escaleras de su piso. Su móvil vibró en su pantalón y descolgó la llamada.

—¿Qué quieres, Cristian? Te he dicho millones de veces que no me llames —espetó de mala forma.

—Hola, Vanesa.

—Hola —hizo una mueca de asco.

—Me preguntaba si te dirigías ya hacia el teatro.

—Sí, claro que sí. Estoy de camino y no preguntes por qué, pero presiento que hoy es mi día...

El joven al otro lado de la línea rio.

—De eso estoy totalmente seguro —dijo—. Sólo quería darte suerte para el papel de Julieta. De la misma forma, esperaba que tú me dieses suerte para el papel de Romeo...

Vanesa se detuvo en mitad de la calle y apretó el teléfono móvil contra su boca.

—¡Ni hablar! —espetó—De ninguna forma voy a consentir que el papel de Romeo te lo lleves tú en vez de Andrés —Cristian permaneció en silencio—. Te lo voy a dejar muy claro, mocoso. Andrés es el único que podrá hacer ese papel junto a mí, y al final de la obra nos besaremos. Y ¿quién sabe?, quizás después me lo tire en los camerinos y seamos felices. Estamos destinados a estar el uno con el otro.

—Pero...

—Ni peros ni peras. No te ofendas, pero no eres nada atractivo para escenificar ese papel, de hecho, creo que Dios se tomó un descanso bastante grande a la hora de crearte. Estoy ya harta de que personas como tú crean que tienen posibilidades con personas como yo.

—Está bien... —al otro lado, la voz del joven comenzó a quebrarse y su respiración aumentó.

—No está bien porque parece que nunca acabas por enterarte —prosiguió Vanesa—.  No me llames más, no llames a mi casa. Por supuesto, no vengas más a mi casa a buscarme y no me mandes más cartas de amor al buzón. Me da absoluta vergüenza ver cómo mi madre lee cartas de perdedores en la vida que se han quedado prendados por mí. Yo también sufro con todo esto aunque tú no lo creas... ¿Qué te crees? ¿Que no lo paso mal cada vez que una persona fea se encapricha conmigo? Para mí es una tortura tener que verte ¡DOS DÍAS A LA SEMANA!—cortó la llamada con furia y maldijo por lo bajo al chico—. Me saca de quicio... —susurró.

Cerró los ojos con la intención de relajar su cuerpo antes de llegar al teatro. No podía consentir que su profesor la viese temblando de rabia. Cada vez que se enfadaba ponía una expresión en su rostro muy fea, y ese día necesitaba conseguir el papel de la joven más guapa de toda la obra.Cuando su cuerpo volvió a la compostura, posó de nuevo frente a la cámara del aparato y sonrió haciendo lucir sus blancos y perfectos dientes en mitad de toda la calle. Se observó en la fotografía y suspiró al ver el color dorado de sus cabellos y sus grandes ojos verdes que podrían cautivar con la mirada a cualquiera.

—Soy increíblemente perfecta —se dijo a sí misma mientras reanudaba la marcha hacia sus clases de teatro—. Creo que Dios me fabricó tras coger fuerzas de tanto descansar con Cristian.

 

El infierno del Bosco
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