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David era un hombre de mediana edad adicto al café y a la bollería industrial. Aparte de ser el forense que siempre ayudaba a Flavio a esclarecer los crímenes, era un amigo íntimo para el agente de policía. Estaba casado con una mujer obesa llamada Marta, cuya única pasión en su vida era cocinar dulces para mantener feliz a su marido; y así lo hacía. Llevaban diecisiete años casados y David la amaba tanto como el primer día, a pesar de que ella aumentase de peso en unos cuarenta kilos después de la boda.

Cuando Flavio llegó al lugar de trabajo del forense, éste se encontraba en la cafetería terminando su taza de café y engullendo una chocolatina que se guardó sin terminar en el bolsillo de la camisa al ver al policía aparecer. Saludó cordialmente con la mano y se puso sus gafas de vista a la par que guiaba a Flavio hasta el lugar indicado.

Ambos recorrieron un largo y extenso pasillo que terminaba en una amplia habitación bien iluminada. Cuando los hombres entraron, se frotaron los brazos desnudos ante la baja temperatura que allí existía para una mejor conservación de los cuerpos.

—¿Cómo te va todo, amigo? —preguntó el forense mientras se peinaba con la mano los pelos canos. Se puso un par de guantes en las manos y cedió otro par al policía.

—No muy bien la verdad, acabo de recoger a mi hija Paula que se queda tres meses conmigo por lo de la custodia compartida. Había quedado en llevarla hoy al cine pero...

—Podrías haberla traído aquí —expuso el hombre.

—Dudo que este lugar sea apropiado para una adolescente.

David se encogió de hombros e hizo una señal con la mano para que le siguiese.

Le llevó hasta un taquillero en el que introdujo una llave en una de las puertas y la abrió. Después comenzó a sacar objetos de su interior.

—Éstas son las posesiones que tenía la víctima con ella cuando llegó aquí.

Flavio fue sacando de sus respectivas bolsas de plástico los objetos y los fue analizando uno a uno. Lo primero que sacó fue un reloj de muñeca que tenía la correa de cuero desgastada y el cristal roto.

—El reloj se ha llevado un fuerte golpe en algún momento concreto que ha hecho que se rompa en añicos el cristal, dejando congeladas las manillas.

—Es  estupendo ¿verdad? —preguntó David.

—Sí, hemos tenido muchísima suerte. Podemos encajar la hora en la que se ha quedado parado el reloj con algún momento importante de la investigación.

—La hora de la muerte de la víctima fue alrededor de las cuatro de la mañana —puntualizó el forense.

—El cuerpo se encontró alrededor de las cinco de la mañana, entonces, debemos suponer que la hora que marca el reloj es cuando la víctima fue secuestrada.

Ambos hombres asintieron lentamente.

—Las tres y cuarto del día.

Flavio observó con detenimiento las agujas del reloj marcando la hora e imaginó el aparato rompiéndose en algún momento del forcejeo cuando secuestraron a la víctima.

—¿Han encontrado alguna huella dactilar en las pertenencias?

—Sólo las de Marcos Alcalde, aunque en la cartera se han encontrado otras.

—¿En serio? —preguntó Flavio abriendo mucho los ojos.

—Sí. Tómala —dijo entregando la cartera al policía.

Éste la sacó de su plástico y la abrió con cuidado.

—El dinero se encuentra en su sitio, así que podemos descartar el robo como móvil del asesinato.

Comenzó a sacar la tarjeta de identificación, la de sanidad, un carnet de socio de videoclub y tarjetas de crédito. En la zona de los billetes pudo encontrar algún ticket de compra de comida basura y una fotografía. El hombre la sacó y observó.

En la foto aparecía una mujer rubia con el pelo recogido en un moño desaliñado. Llevaba un maquillaje muy recargado, abusando de la sombra de ojos. Tenía unas ojeras profundas y un tatuaje entre los pechos en el que aparecía un Cupido apuntando directamente al corazón de la mujer. Flavio frunció el ceño al ver la extraña foto. A él no le sorprendía en absoluto la imagen de esa mujer que parecía una prostituta, lo que realmente le sorprendía era que alguien hubiese escrito algo con un bolígrafo de forma violenta sobre la fotografía. Habían pintado con tanta ira y brutalidad que las marcas casi traspasaban el papel fotográfico. Cuando Flavio leyó en voz alta, David rio entre dientes.

—«PUTA».

Después cogió la fotografía y se la guardó en su propia cartera.

—Me quedaré con esto un tiempo. Sacaré una fotocopia a la foto y te la devolveré —expuso—. Tengo que encontrar a esta mujer.

—Se llama Ana Belén Gutiérrez Manzano —aclaró el forense—. Sus huellas dactilares son las otras que hemos encontrado en la cartera del muerto.

—Perfecto.

—Tengo que enseñarte una cosa más, que en realidad es para lo que te he traído hasta aquí.

—Pues enséñamelo.

El hombre volvió a colocarse las gafas de visión que se le habían resbalado por el tabique de la nariz y guio de nuevo al policía hasta una habitación contigua.

Se trataba de una sala, en este caso más pequeña que la anterior y en su centro había sobre una lona de plástico una silla de madera. Era la silla donde había estado sentada la víctima cuando le abrieron la cabeza con un hacha y donde posteriormente le encontraron frente a las puertas del museo.Flavio comprendió de inmediato porqué su amigo le había llamado alarmado para que acudiese enseguida. La silla se encontraba completamente cubierta de sangre, desde el respaldo hasta el asiento.

—¿Lo entiendes, verdad? —preguntó el forense seriamente.

—Sí que lo entiendo. Si la víctima ya estaba sentada sobre la silla, es imposible que tanto el respaldo como el asiento pudiesen llenarse de sangre, ya que el cuerpo del hombre estaría ocultándolos.

—La sangre no coincide con la de Marcos Alcalde.

—Tenemos más de una víctima en este caso...

El infierno del Bosco
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