72

 

 

 

Tania apoyó la oreja con cuidado en la puerta y permaneció en absoluto silencio mientras escuchaba con atención la conversación mantenida entre su hermana y su madre. Vega le estaba contando cada ápice de la discusión que había tenido la tarde anterior con Paula en la cafetería. En varias ocasiones cerró los puños con fuerza al escucharla haciéndose la víctima y lo peor de todo era que su madre la consolaba dejándola a ella como la mala de la película.

Cuánto odiaba a Vega... con su cara de niña buena sabía ganarse la confianza de los demás y la dejaba a ella en otro plano. Tenía que pararle los pies cuanto antes. Tenía que enseñarle a su hermana gemela que ella siempre tuvo la razón y que tendría que dejar de ir de buena por la vida. Tenía que dejar de ser tan hipócrita.

Así, comenzó a pensar en un plan que abriera los ojos a Vega de una vez por todas. Pero... ¿Qué podría hacer? Por su mente volaron millones de ideas a cada cual más retorcida y todas las desechaba porque pensaba que eran demasiado suaves para el mensaje que quería enviar con ellas. Se paseó de una zona a otra de la habitación y se detuvo ante el espejo donde se observó con detenimiento con mirada triste y ausente. «¿Por qué nunca he tenido novio?», se preguntó a sí misma.

Sabía que era una joven hermosa, tan hermosa como su hermana. En cambio la única que había encontrado el amor era ella... No alcanzaba a entender la razón si eran las dos exactamente iguales. Entonces pensó que todo el mundo siempre había simpatizado más con Vega por el hecho de ser la más simpática de las dos, la gemela buena. Estaba ya harta de lo mismo. La única persona que demostraba que la prefería a ella era, irónicamente, el nuevo novio de su hermana. Y eso era sin duda porque al joven le atraía más la versión rebelde de las hermanas pelirrojas.

Sin darse cuenta, se vio reflejada en el espejo sonriendo como una quinceañera y supo que quería a Alejandro para ella sola. No quería que fuese la pareja sentimental de su hermana, sino la suya propia. Pero entonces su sonrisa se desvaneció en cuestión de segundos al volver a cruzarse con la realidad y asumir que era el novio de Vega y nunca sería el suyo. O sí... ¿Por qué no?

Fantaseó con la idea de tener en ese momento al joven castaño de complexión atlética entre sus brazos y muslos y se dejó caer en la cama mientras abrazaba con fuerza la almohada imaginando cosas de las que su madre no se sentiría orgullosa. ¿Y qué si no se siente orgullosa? Al fin y al cabo nunca lo había estado de ella. Siempre fue Vega la niña de sus ojos. ¿Y Tania qué? ¿Qué pasaba con ella? No era justo...

Sintió como la rabia la invadía por dentro y se le humedecieron los ojos a la vez que sujetaba con fuerza el marco que descansaba en su mesita de noche donde aparecía una foto de las dos gemelas abrazadas. Lo lanzó con todas sus fuerzas contra la pared del fondo. El marco colisionó con violencia contra el duro tabique y el cristal se rompió en mil pedazos esparcidos por el suelo.

Se levantó de la cama con agilidad y abrió uno de los cajones del escritorio, del que sacó unas tijeras. Recogió del suelo la foto y la introdujo entre las dos hojas de acero.

De repente llamaron a la puerta de la habitación y Tania paró en seco con las tijeras abiertas  por la mitad de la fotografía.

—Cariño, ¿estás bien? —era su madre—. He escuchado un fuerte golpe.

—No te preocupes mamá, solamente se me ha resbalado de las manos el móvil y se me ha caído al suelo.

—Vale, me había asustado. Ten más cuidado la próxima vez. ¿Le ha pasado algo al móvil?

—No le ha pasado nada, está bien.

Escuchó los pasos de su madre alejándose y sonrió con malicia. Después, cortó la fotografía por la mitad separando a las dos hermanas. Tenía que darle una lección a Vega y ya sabía cómo.

 

Al día siguiente, lo primero que hizo fue mandar un mensaje vía móvil a Alejandro: «Vega no estará hoy en casa, ¿qué tal si te pasas por aquí y zanjamos algún asunto que otro?»

La respuesta no tardó ni dos minutos en llegar a la joven, que se mordía el labio inferior: «Creí que nunca me lo pedirías... Me tendrás en tu casa en veinte minutos».

Una vez leyó el mensaje, se precipitó hacia su cámara de video que descansaba sobre el escritorio, se montó sobre la silla y encendió la cámara. Comprobó que la batería se encontraba cargada al máximo y miró a través de la pantalla si desde ése ángulo captaba una visión completa de la habitación, quedando la cama en medio de la imagen. Abrió un hueco en la estantería e introdujo con delicadeza la cámara que ya se encontraba grabando entre dos libros, procurando que el aparato se notase lo menos posible. Por último, se bajó con cuidado de la silla y sonrió a la cámara antes de disponerse a esperar a que el joven apareciese por la puerta. Impaciente se dirigió en varias ocasiones al espejo, preguntándose si la ropa que llevaba puesta era la correcta o no. Tenía un top de color turquesa y unos pantalones vaqueros de pitillo. En el último momento, decidió quitarse los pantalones y reemplazarlos por una falda corta.

Le dio el suficiente tiempo de maquillarse y peinarse un poco antes de que el joven llegase, y cuando la puerta sonó finalmente, Tania se encontraba totalmente preparada para llevar a cabo su plan. Levantó el dedo pulgar hacia la cámara dando a entender que comenzaba el show, y se dirigió a la puerta principal de la casa con una extraña sonrisa en la cara. Cuando la abrió, Alejandro se encontraba con una sonrisa burlona al otro lado y vestido con vaqueros, zapatillas Converse y una camiseta con un estampado de Londres.

—Hola —le dijo.

—Hola... puedes pasar, estamos solos en casa. Mi madre acaba de salir.

Al chico pareció gustarle el comentario de Tania y entró en la casa sin recelo alguno. Se quedó quieto en la entrada y esperó a que la chica dijese el lugar para acomodarse.

—Y bien... —dijo.

Parecía que el chico no era de muchas palabras y eso era algo que Tania detestaba, así que decidió llevar ella las riendas de la situación.

—¿Quieres un vaso de agua o alguna otra cosa?

Alejandro negó con la cabeza.

—Entonces, ¿qué tal si vamos a mi habitación y nos ponemos cómodos?

Los dos comenzaron a andar por el pasillo que delimitaba las estrechas habitaciones  y cruzaron por el salón hasta dejarlo atrás.

—¿Por qué me has hecho venir aquí? Sé sincera —preguntó entonces a Tania.

—Ambos sabemos que me prefieres a mí antes que a mi hermana, así que acabemos con esto cuanto antes...

Finalmente llegaron a la habitación, que estaba siendo filmada en esos momentos sin que el joven lo supiese.

—¿Y eres capaz de hacerle algo así a tu propia hermana?

Tania se encogió de hombros y preguntó.

—¿Por qué no? ¿Eres tú capaz de hacerle algo así a tu novia?

Ambos rieron y Alejandro cerró la puerta. La adolescente se acercó a él con sensualidad y comenzó a quitarle la camiseta mientras le susurraba al oído.

—Esto no te hará falta...

Después, buscó con la mirada entre los libros hasta diferenciar el objetivo de la cámara que estaba filmándolo todo, rio y los dos se fundieron en un beso.

 

El infierno del Bosco
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