Ahora 49

 

―Necesitas terapia ―aseguró Nic a través de las bocinas del carro. El camino de cuarenta y cinco minutos para llegar a la escuela podía ser un arma de dos filos, me llenaba de esperanza reviviendo mi día a día con Alan y Alex, o me llenaba de dudas reviviendo mi día a día con Alan y Alex. ¿Por qué en algunas ocasiones me sentía tan segura de la vida con ellos, y otras quería salir corriendo lo más rápido que mis pies dieran?

― ¿Más? ―Su risa me lo confirmó.

―Estás creando mundos imposibles, engaños que no tienen fundamento, situaciones que solo son suposiciones. Tú cabeza es un desastre. Y si, ¡más! ―Observé en silencio el camino de árboles que enmarcaban la carretera. Nic tenía razón, era un desastre―. Chris. Habla en privado con Alan de todas estas cosas o habla con Jesse, pero esa ansiedad no debe continuar. No manejes todas esas locuras tú sola.  

―Nic, aun cuando tenga respuesta a todas esas preguntas. Estoy segura de que me las voy a arreglar para tener nuevas dudas ―ahora la que guardó silencio fue ella―. Bueno, vamos a ser practicas; Me gusta ser un desastre, tiene su encanto, ¿cierto? Y justo es decir que tengo experiencia en ese departamento, es lo que soy, un verdadero desastre de la naturaleza ―en eso sí estuvo de acuerdo conmigo. No se podía refutar que en algún punto la naturaleza se desvió y fui creada. Con una familia como la mía, debía ser una abogada reconocida, recibiendo premios o ayudando a granel, no alguien que necesita ayuda continua para lidiar con su propia mente.

Eso era, ¡la naturaleza era la culpable!

Regresé de la escuela, Alex regresó de la suya, y de Alan nada. Fue un impulso imposible de resistir cuando escuché la regadera; Entre a la habitación y fui directo a su pantalón. La regadera no paraba, eso me daba unos minutos para poder satisfacer la enfermiza necesidad de saber. La cartera no tenía tarjetas de mujeres, ni notitas dobladas con teléfonos y nombres de mujer, no conservaba nada que indicara que me engañaba. ¿Entonces porque sentía esta maldita ansiedad?

La repentina caricia que recibí en el brazo entumió mis manos y me fue imposible soltar la cartera. Con ambas manos acarició mis brazos. Consoló el enorme esfuerzo que hacía mi cuerpo por no ir al bar del pueblo y pedir por Dalmore.

―Tranquila. No pasa nada, Cosí ―mis lágrimas salían a borbotones, no podía respirar, no podía… no debía.

No fui consciente del tiempo que pasé en el suelo llorando entre sus brazos. Pasó muy rápido, pasó realmente lento, no fue suficiente para desaparecer y volver a intentar ser Christine Adams, y no solo un demonio obsesivo y adicto.

Lo siento, Alan, lo siento tanto.

―Shsss, no pasa nada.

Me arrullaba con todo su cuerpo, me consolaba con sus besos.

― Soy una adicta, Alan, siempre lo voy a ser. Te juro que intento, que no quiero serlo. No pedí serlo... Pero lo soy. A veces… siento que me vuelvo un poco loca ―me apretó más fuerte hacia él, me quería proteger de mí misma―. No quiero que te afecte o a Alex. A nadie de hecho. Es horrible… Realmente lo siento.

―Tranquila… tranquila, no pasa nada ―pero si pasaba. Él se dedicaba a construir una buena relación y yo la derrumbaba en minutos.

―No sé qué pasa conmigo, nunca fui celosa ―me dio un beso en la frente y me acercó todavía más a él, es como si le gustara mis arranques de inseguridad, como si le gustara el monstruo verde que vivía en mí.

― ¿Se te ha ocurrido que estás celosa, porque estás enamorada? Ahora temes perder algo, y por eso lo celas. Solo tienes que aprender a aceptar que nosotros te queremos de vuelta y listo.

Sonaba tan sencillo.

 ― ¿Así va a hacer ahora? ¿Voy a empezar a sentir cosas? ―Mi voz fue amortiguada por su pecho desnudo, ¡el maldito olía divino!

―Sí, Cosita, ahora vas a empezar a sentir ―confirmó besándome una y otra y otra vez.

Con besos húmedos me subió a la cama, sus rodillas me aprisionaron por cada lado de mi cadera, sus brazos sosteniendo los míos, recargado totalmente en mí. Tal vez estaba a su merced, pero me negaba a esperar pasivamente mientras él torturaba mis labios, mi cuello, mi pecho con sus besos. Sin encontrar mucha resistencia, liberé mi brazo derecho y acaricié su cuello, su cabello. Mi mano izquierda entrelazada con la suya, no se quería mover.

 Su cuerpo era tan fuerte, transitando rumbo al sur podía sentir el contorno de sus omóplatos, la suave y cálida piel. Me quedé un buen rato en su espalda, adorando la anchura, la longitud, la fuerza. Lograba que dejara de pensar con claridad, con el simple hecho de acariciar mi oído con su lengua y su barba cosquilleando mi garganta.

―Te sientes tan bien ―susurró― y hueles increíble.

― ¿A qué huelo?

―A hogar… a galletas… ―reí mientras me daba un buen mordisco justo arriba del seno izquierdo.

―Es mi perfume.

―Eres tú, Christine, hueles tan bien, como para comerte de un solo bocado.

―Cómeme entonces ―y así lo hizo.

Fue bajando por mi cuerpo con cuidado, con lentitud, mordisqueando hombros, brazos, talle, su barba cosquilleó en mi vientre cuando me despojo del pantalón y la ropa interior. La calidez de su aliento, de su cuerpo, era demasiado hombre para mí. Recorrí su cabello con mis manos, su cuello, masajeando, incitando, pronto aprendí que, al hacerlo, Alan dejaba salir un adorable gemido desde el fondo de su garganta.

 Me arqueé bajo sus manos, acercó su boca a la parte más íntima del cuerpo de la mujer y succionó ligeramente cada parte de la sensible piel. El sonido que causaban sus lametazos recorría mi cuerpo, tan libre, tan intenso, cada vez que el hombre me tocaba, me daba permiso a mí misma para ser decadente, para conmemorar el acto que tiempo atrás me parecía tan mecánico.

― ¿Por qué eres malo conmigo?

― ¿Lo soy? ―Con la compacta barba raspó mi piel, la prendió, sus labios no dejaban de succionar, su lengua de acariciar, de entrar en mí con tanta fuerza que me hacía rogar.

―Entra ya… ―ordené al sentir la bendita mezcla de dolor y cosquilleo en mis entrañas.

―Estoy adentro, Cosita… ―su lengua fue sustituida por sus dedos.

Estrellas… si, estrellas de colores, de diferentes tamaños fueron explotando por toda mi piel. Entraba y salía jadeando junto conmigo, murmurando palabras que no alcanzaba a entender, pero que me hacían sentir viva, deseada, amada.

En cuanto bajé del cielo, jalé su cabello y lo atraje a mi boca, cubrí sus labios, los succioné suave, profundo, duro, tanto que recibí un gemido de recompensa. Alan no paró de tocarme, tomó mis senos en sus manos, los pinchó, los onduló entre sus dedos hasta que volví a jadear de necesidad.

―Alan, si no entras, te voy a violar ―advertí desesperada por sentirme uno con él.

―Por favor… ―imploró dejándose caer de espaldas a mi lado.

―Solo para esto me quieres, ¿verdad? No para ir al cine o cenar con ustedes ―tenía que sacarlo de mi sistema, me estaba matando.

―Christine Adams… te voy a decir un secreto. El sexo no es acerca de hablar sucio o de alguna tonta nueva posición. Es acerca de confianza. ¿Confías en mí? ―Asentí despacio, viendo esos ojos derretirse―. Es tierno, suave, es besar con delicadeza por dentro y por fuera, si te hace sentido, te das de regreso ―mientras lo decía, rozaba sus labios sobre los míos, respiraba mi aliento, me acariciaba por dentro y por fuera―. ¿Te hace sentido hacer el amor conmigo?

Excitada, muy, muy excitada, contesté―: Mucho.

―Ahí está. No te preocupes por tonterías, ni Claire ni nadie puede interponerse entre nosotros, nunca ―volvió a recargar la espalda por completo en la cama y sonriendo, ordenó―: Ahora, por favor, viólame.

Yo era mejor persona que él, yo no perdí tiempo en aprovecharme de él.

Después de ver todas las constelaciones posibles, de disculparme por mi falta, y de perdonarlo por haber ido al cine sin mí, fue sencillo el interrogatorio―. ¿No me digas que nunca pensaste en ella en horizontal? ―Pude sentir su sonrisa en mi nuca. 

―Está bien, Cosí, ahí va. Fue una sola vez, pero en mi defensa, tenía un par de cervezas encima. 

―Clásico.

Mis ojos se voltearon al imaginarlo. 

―Acababa de terminar una relación con una chica totalmente loca. 

―Ah, tienes debilidad por las locas. 

 ―Obviamente ―dijo apretándose a mí.

―Obviamente ―coincidí con él.

Ya entre risas continuó―: Se acabó la fiesta donde estábamos y cuando la acompañaba a su casa, me pregunte: “¿Por qué no estoy saliendo con ella?” 

―Y entonces la estampaste en la pared y le diste con todo. Y ahora está obsesionada contigo.

―Casi… ―torturó antes de besar mi cabello―. Y entonces pensé, ¡esa es una terrible idea! La dejé en su casa y antes de que cerrara la puerta, yo ya estaba en mi cama solo, y esperando por ti. Pero tú versión, ¡wow!, mucho mejor que la mía.

Me dispuse a dormir como lo que era, un angelito con cuernos, cuando suspiró profundo y susurró más dormido que despierto―: Te amo, Cosita. Un día te vas a casar conmigo ―inmediatamente volví a estar despierta con los cinco sentidos alerta―. Ya lo sabias, ¿cierto?

―Mmm, no, pero gracias por la información.

Sonrió y armó su caso―: Tienes los ojos más bellos que he visto, mi hijo te adora desde que puso los ojos en ti, obviamente te gusto, tú me gustas, alguno de los dos tiene que amar a alguien, y yo te amo a ti. Es cuestión de tiempo para que te cases conmigo ―me mojé los labios, apreté sus manos, entrelacé las mías con las de él, y aprecié que las estrellas me dejaron idiota, porque no me pareció tan descabellada la idea.

― ¿Me estás proponiendo matrimonio?

―No, todavía no ―insisto, un poco idiota, porque sentí un poco de decepción―. Todavía no estas lista ―ahora estaba siendo engreído, pero estuve de acuerdo con él.