Ahora 33
― ¡Papá! ―Podía estar perdidamente enamorada de Alex, eso no le quitaba lo traidor.
― ¿Qué paso? ―Alan no tardó en aparecen en la cocina, eso era muy de él, podía estar en la luna, pero si Alex lo necesitaba, él aparecía de la nada.
―Cielo dice que ya no va a vivir aquí. ¡Yo no quiero que se vaya! ―Vaya con los Duncan, ellos no preguntaban, ellos exigían sin importar la edad que tuvieran.
Alan volteó a verme usando esa mirada que traspasaba barreras y esperó. No dijo nada, solo esperó. El rechoncho traidor de Alex bajó del banco de la cocina y dejó a su papá a cargo. ¡Niño listo! Sostuve la mirada de Alan lo que pareció una eternidad, pero no me podía engañar, yo tenía debilidad por ese par de Duncan.
―Ya es tiempo, Alan, ya me aproveché de tú hospitalidad lo suficiente. Bien puedo seguir el programa desde fuera, ya casi lo acabo…
― ¿En dónde planeas vivir? ―La Voz era brusca, amenazadora.
―He buscado en el pueblo, parece que hay una casa en ren…
― ¡No! ―Ni siquiera me permitió terminar. Dio la media vuelta y me dejó con el corazón en la boca. ¡Imbécil!
“Solo para variar”, no era una garantía para mí. Yo necesitaba ir con pasos firmes, y cada vez que veía a Alan, tambaleaba. Necesitaba alejarme de él.
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Era viernes social en el Centro, pero con el que se me apetecía socializar se llamaba Alex y se apellidaba Duncan. Después del exabrupto del desayuno, necesitaba enmendarme con él, yo sabía que me iba a extrañar, porque yo lo iba a extrañar, de hecho, temía no poder dormir sin él.
Puse el par de pizzas en la mesa de centro enfrente de la enorme pantalla de televisión, quería sorprenderlo, la tensión entre su padre y yo era tal, que incluso me fui sin despedir. No quería crearle expectativas que no se iban a cumplir. A los cinco es fácil crear mundos de ‘familia feliz’, a los veintisiete también, por mi cabeza cruzaban imágenes irreales de llamar hijo a Alex, de dormir todas las noches con Alan. ¡Me estaba volviendo loca! ¡Más! Sí eso era posible.
― ¡Alex!
Eran las siete de la tarde, debía estar en su habitación armando naves con sus legos.
―No está ―las manos de Alan me sorprendieron por los hombros―. Tranquila, solo quiero ayudarte con tú abrigo ―mi pecho empezó a moverse muy rápido, de pronto tuve problemas de respiración.
―Gracias ―alcancé a decir antes de huir dejando mi abrigo entre las enormes manos de la Cosota. ¿Por qué me hacía esto? Yo quería tener un poco de sentido común y el hombre se presentaba sin camisa.
―Claire preguntó si podía tener una tarde de juego con Randall y le di permiso ―mmm, de ahí que anduviera sin camisa. Claire―. Te quería esperar, pero a Randall le urgía ir a jugar ―por supuesto. Desesperado como la madre.
―Gracias.
― ¿Por?
Dio un paso en mi dirección y creo que de alguna manera brinqué el sillón para tener algo como escudo.
―Por explicarme, no es necesario ―sonrió y por alguna extraña razón mis sentidos dejaron de funcionar. Sabía que hablaba porque sus apetitosos labios se movían, pero yo no escuchaba nada. Solo mi corazón bombeando lujuria.
―Christine… Cosita…
― ¿Uh? ―No escuché una sola de sus palabras, y sin embargo su sonrisa se amplió.
― ¿Ya quieres cenar?
―Oh, no es necesario que cenes conmigo. Ya ceno en mi habitación para que termines… ―señalé su torneado pecho con temblorosos dedos, querían tocarlo, me estaba costando un mundo retenerlos―, lo que estás haciendo ―no sabía cómo calmar el extraño nerviosismo. Me recordé que no era buena idea hacer movimientos bruscos, la bestia de mi lujuria se podía desatar.
Di un pasito en dirección a mi habitación, yo podía controlar a mi bestia, con lo que no contaba, era con la bestia de Alan. De alguna manera esquivó mi escudo y se paró a mi lado. Sin dejar de verme a los ojos su mano tocó mi cintura y me acercó a él. Su exquisito olor llenó mi sistema, de su cuerpo brotaba una energía ardiente. Convirtió mi mente en arena, las ideas se escurrían, lo único que podía colectar era una palabra. Sexo. ¡Oh, sudoroso, enérgico, demandante, bestial sexo!
El dorado de sus ojos brillaba, su pecho se compasó con el mío en una carrera por detenerse y darse por vencido.
―No puedo…
― ¿No quieres?
Oh, Dios, creo que nunca había querido tanto, tanto…, pero no debía.
―Alan, tienes razón, no puedo ―sus ojos se entrecerraron estudiando la débil negativa. No pasé la prueba. Sus manos apretaron mi cintura, la rodearon de una manera posesiva, casi dolorosa. ¡Joder! Cada musculo de mi cuerpo se tensó, la sangre se acumuló en mi pecho, entre mis piernas―. Oh, mierda ―no sé si fue un lamento o una queja lo que salió de mi boca antes de que mis labios rozaran la piel de su pecho. Mi respiración se hizo cada vez más profunda para que su aroma llegara a todos los rincones de mi cuerpo.
―Cosita… ―ese si fue un lamento. Aunque también fue el preludio de verme en el aire. Sus brazos me sostenían sin esfuerzo, su mirada me recorrió con fuego y cuando llegaron a mis ojos… las bestias gruñeron. El pequeño silencio antes del beso solo ayudo a que las bestias se retaran, se volvió intolerable.
Me acerqué y presioné mis labios sobre los suaves, llenos, apetitosos labios que me recibieron igual de hambrientos. No creía poder detenerme, sabía dulce, tierno, erótico. Nuestras lenguas se entrelazaban, bailaban despacio y al mismo tiempo ansiosas por llegar más profundo. Podía besarlo por días enteros. Y tal parecía que también él a mí.
Nos apretamos uno al otro muriendo por sentirnos por completo. Mi pecho se presionó en su piel desnuda antes de que llegáramos al sillón y me aprisionara con su enorme cuerpo. Nuestra diferencia de altura se notaba mucho en vertical, en horizontal era perfecta. Mi gemido fue inevitable cuando frotó su entrepierna con la mía, mis piernas buscaron más rodeándolo por la cintura, él respondió con movimientos largos, lentos. Tuve que entrelazar ambas manos en su cabello para separarlo y tomar un respiro, tenía que calmarme o mi bestia lo devoraba.
―Eres tan bella ―susurró en mi oído. Su respiración era errática, igual o más que la mía. Su mano recorrió mi pierna, se coló debajo de mi blusa, despacio buscó el pecho y lo acarició antes de desnudarlo.
Oh, sentido común, ¡¿dónde estás?! Perdida en la sensación de su mano volviéndome loca. Atrapaba mis gemidos con su lengua llenando mi boca, profundo, fuerte, mostrando cuanto me deseaba.
―Tú más ―su sonrisa me dio espacio para besar sus parpados, sus mejillas, el cuello. Sin que me importara mostrar la desesperación, empecé a desabotonar mi blusa, afortunadamente no solo yo era la desesperada, con una mano recargada en el sillón me ayudó, prácticamente la rasgó de mi cuerpo. Reímos completamente desinhibidos, él tenía el cabello hecho un desastre, y estaba segura de que mi apariencia no era mejor.
Se levantó llevándome con él, mis piernas se abrieron para que mi pecho no dejara de presionar el suyo, no quería dejar de sentirlo. En su regazo, viendo la flama atrás del dorado, susurró―: Despacio ―accedí a su pedido con un ligero asentimiento. Lo último que quería era perderme los detalles por desesperada.
Con deliberada lentitud desabrochó mi sostén, y también con deliberada lentitud yo acaricié su pecho, su abdomen, esas líneas que formaban seis trabajados cuadros. Con orgullo acaricié el tatuaje que dictaba ‘Alexander’, con ojos cerrados evité el que decía ‘Cris’.
―Chris…
No pude evitar el escalofrío.
―Estoy bien, no pasa nada ―y solo para confirmar mis palabras acaricié el nombre de Alex con mis labios. Alan se deshizo bajo mis labios, cualquier resistencia que existiera entre nosotros se vino abajo. Gemí por la fuerza con la que me acerco a él. Sus manos subían y bajaban por mi cuerpo acariciando las curvas.
― La otra noche estaba ocupado tratando de no violarte, ¿tienes el nombre de alguien en tú cuerpo? ―El deje de celos en su voz me dio una enfermiza satisfacción. La reina de los errores y lo torcido, esa era yo.
―Por todo mi cuerpo, en grande y en pequeño.
Su diabólica sonrisa de incredulidad fue contagiosa. Mi piel era virgen, era lo único virginal en mí.
―Enséñame.
Sin gastar más tiempo me levanté de su regazo; Mi sostén cayó al piso, los tacones rebotaron en la mesa de centro, el pantalón y pantis se arremolinaron a mis pies. La mirada de hambre que me recorrió, fue la recompensa.
Con un paso atrás le di espacio cuando se levantó y de un solo movimiento se deshizo de las dos prendas que quedaban en su cuerpo. Creo que me convertí en vampiro cuando finalmente lo vi desnudo, todo lo que quería era chupar, encajar colmillo hasta que satisficiera mi necesidad, y la suya.
La temperatura subió varios grados, tenía problemas para respirar, para pensar, ¡Dios! Incluso para actuar. Con profundos respiros me deje llevar por él, me volvió a sentar en su regazo admirando mi cuerpo, por un momento solo se tocaban nuestras piernas, fue ahí cuando la realización de lo que estaba por a hacer llegó a mí. No me resistí a ella, al contrario, le di la bienvenida.
Solo por hoy, solo por esta vez.
―Nunca había visto a alguien tan bella como tú… ―su mirada viajó de mis ojos a mi pecho, a mi estómago―. Eres una belleza ―a punto estaba de decirle que no se comparaba con la de él, cuando me golpeó con―: Por dentro y por fuera, Christine. Eres bellísima por dentro y por fuera ―tal vez fue la seriedad de su tono, la admiración de su mirada, su respirar, su toque… No sé qué fue lo que produjo que un par de lágrimas se formaran en mis ojos―. Y tan suave… ―sus manos abiertas recorrieron mi espalda, mis piernas, mi abdomen, mientras besaba mi cuello lagrimas recorrían mis mejillas. Mi cadera se movía en su búsqueda, jadeando su nombre. Cada poro de mi cuerpo estaba en fuego. La desesperación ganaba camino, necesitaba más de sus manos, de sus labios, de su toque.
―Alan…
―Todavía no ―susurró a mi jadeo. Torturándome con la espera mordisqueó mi oído, mi cuello. Nuestros besos se volvieron muy húmedos, nuestras manos frenéticas, famélicas de llegar hasta los más pequeños rincones de nuestros cuerpos. Cuerpos que se movían uno contra el otro en perfecta armonía.
Un temblor me distrajo cuando sus dedos se movieron dentro de mí. Sus ojos se cerraron al sentirme, su respiración se entrecortó.
―Cosita…
Podía sentir su entrecortada respiración junto a mi oído mientras su mano rozaba, abría, acariciaba entre mis piernas. Mi espalda se arqueó empujando contra su mano fuerte. Lo necesitaba.
―Alan…
Como tortura ya era suficiente.
―Di que me necesitas, Christine. Pide que te tome, que te haga mía.
A duras penas podía respirar. Solo para que la tortura fuera completa, deslizó su mano de mi entrepierna a mi pecho, con resbalosos dedos circulo mi busto, humedeció la cima. Antes de tomarlo con su boca me estremeció soplando ligeramente, succionó, lamió, aspiró la indefensa carne creando una necesidad ya dolorosa.
―Por favor, Alan… por favor…
Mis uñas se enterraban en su piel, ya no podía esperar más. Lo necesitaba dentro de mí. Cuando vio que la tortura ya era demasiada, se hizo espacio entre mis piernas. Se sentía tan duro, tan grande, su carne presionaba contra mí resbalando, adentrándose a mi cuerpo con delicadeza.
―Un momento… ―susurró con sus manos en mi cabello, con sus labios en mi oído. Asentí degustando su cuerpo dentro del mío. Era divino. Y justo ahí, cuando finalmente nos convertimos en un solo ser, me invadió una capa de miedo, de temor a despertar del sueño―. ¿Estás bien? ―Sus dilatadas pupilas dejaban ver un dorado muy intenso, todo lo dulce de la miel ya estaba consumido. Me hizo desear cosas que no sabía que podía desear, querer cosas que nunca quise. Asentí ligeramente como bienvenida a sus lentos movimientos, me trataba como si mi cuerpo fuera arena y temiera destruirme, y aunque se sentía divino, no dejaba de ser una tortura.
―Alan… ―me observo con una combinación de deseo, de lujuria, de algo más que no supe distinguir, pero que, sin lugar a dudas, fue lo que más miedo me causo. Y sin embargo era tan perfecto, tan íntimo, tan…―. Alan… todo, márcame como tuya ―el fuego de nuestra piel se desbordó. Cada centímetro se fundió. Dejó de ser delicado para convertirse en solo carnal y crudo deseo. Perdió el control. Grité rasguñando su espalda. Se movía con toda su fuerza dentro de mí, empujó tan duro que solo existía él, solo Alan Duncan. Cada vez se movía más rápido, más fuerte, resbalando, tomando. Mi mente quedó en blanco, libre. Solo su esencia, su piel, su fuerte cuerpo destruyendo el mío existía. Mis entrañas temblaban temerosas, deseosas―. ¡Oh, Dios! ―De repente paró jadeante.
―Dame un minuto… un minuto… ―fue la primera vez que veía a Alan vulnerable. Seguí moviendo mi cadera, no con la misma intensidad como él lo hacía, pero si arropando esa vulnerabilidad―. No te muevas, Cosita… por favor ―restregué mi pecho en el suyo, lo rodeé con mis brazos, con todo mi cuerpo.
―Shsss… deja que pase, Alan… no te resistas ―susurré girando mi cadera, apretando la endurecida carne.
―No…
―Shsss…
Por primera vez en mi vida supe lo que era a hacer el amor. La vulnerabilidad de los sentidos cuando te entregas a alguien sin barreras. La tensión de saber que dependes de otro ser humano para que tú mundo tenga sentido. No se trata de orgasmos, se trata de cuidar, de proteger, de amar a la persona que se entrega a ti sin defensas.
Sentí perfectamente cómo se endurecía todavía más, cómo se hinchó, cómo se vació en mi cuerpo derrotado con su cabeza en mi hombro y susurrando―: Lo siento.
¡Oh, Dios! Lo envolví no solo con mi cuerpo, lo envolví con todo lo que era, con todo lo que alguna vez iba a ser.
―Yo no… Se siente divino. Nunca había sentido algo así… ―me detuve antes de decir alguna estupidez. Acaricié su cabello mientras su respiración se reponía, mientras sus brazos me retenían como temiendo que fuera a desaparecer. La luz de la luna reflejada en su desnuda espalda creaba patrones que acaricié con mis uñas, ronroneaba como bebé. Con los ojos cerrados, el cabello hecho un remolino, y los labios hinchados de mis besos, era la visión del hombre de mis sueños. Nunca imaginé que una persona tuviera el poder de arrebatarme la cordura y se sintiera tan bien.
Poco a poco volvió en sí. Ya no solo acaricié su cabello cuando recorrió mi cuerpo con sus labios, también lo jalé sin control. Besó cada escondite, cada tierno punto de mi cuerpo hasta que rogué que parara. Una y otra vez, orgasmo tras orgasmo, entregando sabor, toque, cuerpo, palabras, alma. Dormir con Alan era una experiencia que no podía comparar con nada.
Gemidos, sollozos se me escapaban, era incapaz de controlarme.
―Alan…
―No es necesario que digas nada, Cosita, yo sé lo que sientes por mí.
Qué bueno que lo sabía, porque yo no tenía ni la más remota idea.