Ahora 44

 

―Quiero zucaritas ―fue mi ‘buenos días’. Despertar con Alex era despertar con una sonrisa. Después de una pasada rápida al baño, nos dirigimos a la cocina. Alan no se veía por ninguna parte.

― ¿No quieres fruta? La fruta es mucho más saludable que las zucaritas ―pregunté mientras sacaba la leche del refrigerador.

― ¿Mañana? ―respondió con ojitos de súplica. ¡Este chiquillo me tenía loca! Asintiendo serví zucaritas en dos platos, hoy iba a ser una chica golosa, ya mañana regresaría a ser una chica saludable.

Masticando ruidosamente se reía de su victoria―. No te rías. yo también tengo ganas de parecerme al tigre Toño ―con un guiño que él imitó en un gesto de lo más tierno, nos dispusimos a trasformarnos al Tigre Toño―. Cielo, ¿cómo quieres que festejemos tú cumpleaños?

―Oh, eso ya está cubierto, Cosí… ―Alan apareció sudado, agitado, y pidiendo que lo cogiera. Se quitó los tenis a patadas para darme una nalgada mientras pasaba a mi lado. Definitivamente ya estábamos en confianza―. Siempre lo festejamos en casa de la abuela, ¿verdad, campeón? ―Alex chocó puños con su padre y yo me sentí el octavo pasajero.

―Siempre podemos hacer algo nosotros tres –sugerí descuidadamente.

― ¿No quieres conocer a mis padres? ―No necesariamente… por supuesto no lo dije, pero si lo pensé―. Yo podría conocer a tus padres.

―No sabía que los padres estaban invitados a la fiesta ―no es que no quisiera que los conociera, pero ¿por qué teníamos que meter a gente grande a nuestra relación?

―Pues lo están. Así que vete preparando para conocer a los abuelos, ¿cierto, Alex?

―Cierto ―contestó el rechoncho, y ahora azucarado pedacito de Cielo.

 

Me negué a pensar en hijos más allá del acto de hacerlos, pero ver a Alex... sentía como florecía en mi ese sentimiento de querer más allá del límite. Te conviertes en la persona que algún día esperaste ser. Nunca esperas ponerte enfrente de un carro por otro ser humano, y, sin embargo, lo haces. Sin pensarlo, sin contarlo, es una locura. Ser responsable por la vida de otro ser humano… ¡Wow! una verdadera locura.

― ¿Sabes? Todos nos merecemos un día bajo el sol. Incluso tú ―con media mueca me dio el tiempo necesario de retirar los dedos antes de que los aplastara con la pantalla de la laptop al cerrarla―. Vamos a tener un día bajo el sol ―advirtió como respuesta a la mirada asesina que le di.

Rumbo a la casa de sus padres no dejó de hablar, tal vez estaba más nervioso que yo. Habló sobre su abuela, de como por tradición todos los nombres de la familia empezaban con ‘A’ ―era algo obvio, pero hasta que lo mencionó, recapacite en ello. ¡Me tenía tonta! ―.

―Era muy divertida, fuerte, siempre siguió su corazón. Y tenía unos dichos, buenísimos ―se escuchaba la adoración por Amanda, su Abu. Fue lindo escucharlo decir: “Abu”, hasta el sobrenombre empezaba con ‘A’―: “Después del sexo, bailar es la mejor terapia para el estrés”, decía cuando mi madre la regañaba por alguno de sus novios. “Es entretenido”, le contestaba riendo. ¡Era un amor! 

― ¿Tuvo muchos novios?

―Los suficientes ―contestó sonriendo. Por un momento dejó de ver el camino para voltear a verme y hacer un guiño. Ahora entendía de dónde heredaron lo mujeriegos sus hermanos y él―. Amy es muy parecida a ella. Ahora se comporta como toda una señora, pero antes de conocer a Austin, ¡era un caso! Caprichosa, necia, con fobia a la soledad, lo ambiciosa todavía no se le quita, y ni hablar de hombres, de todos colores y sabores.

― ¿Amy?

Me resultaba difícil ligar esa descripción con la mamá de los gemelos. Ella solo tenía ojos para Austin.

― ¡Uy! Amy y Karen le dieron una repasada a todos los hombres de filadelfia y sus alrededores.

― ¡Qué exagerado!

Amy parecía tan inocente, sus facciones no eran de una devoradora de hombres. De Karen lo creía, todavía recordaba el beso que le dio enfrente de mis narices. 

―Llegando le preguntamos a mis hermanos, te aseguro que te vas a sorprender.

―Estoy segura de que ustedes son peores que ella.

―No. Yo no recuerdo a nadie antes de ti.

― ¡Alan! ―Lo reprendí con un manotazo en el brazo y señalando hacia atrás. Alex estaba dormido, pero en cualquier momento podía despertar.

―Con sus excepciones, por supuesto ―aclaró viendo hacia el cielo. ¡Tonto! ―. A diferencia de nosotros, mi hermana llevaba un diario con todas sus aventuras. Te vas de espalda espaldas si ves su número. No quiero imaginar cuál era el número de Abu.

― ¿Y tú mamá?

―Oh, no. Ella conoció a mi papá cuando tenía diez y algo, desde entonces nunca se han separado. Pero se parece a mi Abu en la intuición, siempre va un paso delante de todos. Ten cuidado ―me advirtió sonriendo. Y los nervios iban en aumento―. No te dejes intimidar, solo va a estar la familia.

― ¿Solo tus hermanos y tus papás? ―Pregunté esperanzada.

―Mmm, no. Karen, Mark, y Larry también son parte de la familia, incluso Mary podría estar por allí.

Llegamos a Cape May, New Jersey a medio día. La casa era mucho más grande de lo que me imaginé. Estacionamos y la rodeamos para encontrarnos con un enorme patio trasero y una vista increíble de un sereno océano Atlántico. Nunca imaginé que tuvieran tanto dinero, los cuatro hijos Duncan eran sencillos, muy generosos, todo lo contrario a los hollywoodenses con los que convivía no hacía mucho.

 

― ¡Ya llegaron! ―Anunció Andy corriendo en nuestra dirección. Mis nervios bajaron de intensidad al verlo, si todos los invitados vestían como él, aparte de un cumpleaños informal, iba a hacer un cumpleaños para la vista. Vestía solo un traje de baño dejando a la vista una serie de suculentos músculos, y mejor aún, ¡se duplicaron! Adam apareció también sin camisa.

― ¡Ya era hora! ―Nos dio la bienvenida el ingeniero.

Alex soltó mi mano para alcanzar a sus tíos, Andy lo tomó al vuelo y con el mismo impulso lo subió a sus hombros. El olor a testosterona combinaba perfectamente con lo salado del mar.

― ¿Te paso un pañuelo? ―Susurró Alan fingiendo enojo a lado mío.

― ¡Cosa! pero si tú eres el más guapo de los tres ―por impulso, por derecho, tal vez por el simple hecho de sentirlo, lo rodeé por los hombros y le robé un beso. Inmediatamente se formó ese halo que tanto me impresiono la primera vez que lo besé, el mundo desapareció, solo existíamos él y yo.

¡Gran error!

Cuando salí del halo me percaté de la enorme audiencia que nos observaba con una mezcla de incredulidad y reserva en los ojos. Nada bueno como primera impresión.

―Vaya, vaya, vaya… ―rompió el hielo Karen. Con su hija en brazos se acercó a nosotros, para mi sorpresa me dio a la niña antes de regalarme un beso en la mejilla―. Bienvenida a la familia ―murmuró haciendo un guiño ―Kath siguió el ejemplo de su madre y sonrió antes de removerse entre mis brazos para que la bajara y siguiera a Alex.

En cuanto la bajé me vi rodeada de muchas voces, unas hablaban en inglés, otras en español, no estaba muy segura de qué decían, de lo que, si estaba segura, es de que los cumpleaños Duncan no se parecían mucho a los cumpleaños Adams. Música latina ambientaba la casa y sus alrededores, el olor de comida era exquisito, mucho globo, dos piñatas, un inflable, mucho color, nada parecido a las fiestas tradicionales americanas que duran dos horas y son exclusivamente para niños. En esta fiesta había más adultos que niños: Adam, Andy, Amy, Austin, Karen, Mark, un hombre llamado Larry y su esposa, también estaba Mary con su mamá y el que suponía era su pareja, y por supuesto, los papás de Alan que me veían con curiosidad. Quince adultos exclusivamente para jugar y festejar con cuatro niños. Lo más gracioso, es que ninguno de los cuatro niños nos ponía mucha atención. Kath y Amanda jugaban por un lado, mientras Alex y Aarón jugaban por el otro, y ninguno requería asistencia de un adulto. Fue hasta que la mamá de Alan llamó a comer que los niños nos dirigieron la palabra, y solo para decir:

―No tengo hambre, ¿puedo comer en un rato? ―La extensa mesa quedó en silencio cuando Alex se dirigió a mí. Por primera vez en mi vida sentí que me faltaban las palabras, no tenía muy claro cuál era mi papel en la escena, aunque de ninguna manera iba a dejar a Alex a la deriva, me mojé los labios y contesté como siempre lo hacía, con cariño.

―Cielo, vamos a comer todos juntos para que después puedas jugar todo lo que tú quieras. Ven, siéntate y come ―Alex hizo una mueca de disgusto, pero siguió la instrucción sin rechistar. Se sentó a mi lado y empezó a comer bajo la atónita mirada de trece adultos, Alan y Andy fueron los únicos que empezaron a comer como si mi interacción con Alex fuera cosa de todos los días, porqué simplemente así lo era.

Hubo sonrisas de aceptación, Charles ―el patriarca de los Duncan y que insistió en que le llamara Charly―, fue uno de los que me regaló una sincera, incluso afectuosa sonrisa de aceptación. Todo lo contrario de Alejandra ―la mamá de Alan, ella no me pidió que le llamara Ale―, era la más renuente de la mesa, me veía con frialdad… No, con precaución es una mejor descripción. Yo no le gustaba, se sentía extraño, la mamá de Josh me amaba. Traté de entender su frialdad, yo era una extraña jugando a la casita con su hijo menor, y, por si fuera poco, con su primer nieto.

El almuerzo fue copioso y delicioso, Alejandra tenía un gesto frio, pero la señora sabía cómo cocinar, ¡todo estaba exquisito! Fue una comida con mucha platica, muchas sonrisas, era extraño para mí. Los niños acabaron con sus platos y dieron el espacio para la sobremesa de los adultos, corrieron a jugar bajo un enorme árbol.

Entre Amy, Karen, y Alejandra limpiaron la mesa ―insistieron sobradamente en que no ayudara―, mientras Adam y Andy ofrecían algo de tomar. Fue muy natural que nos saltaran a Mary y a mí, por primera vez sentí como si mi enfermedad no fuera una gran nube gris. 

―Platícanos Alan, ¿te hacen ver estrellitas? ―Preguntó Amy completamente seria, solo el brillo en los ojos denotaba burla. Seguramente era una pregunta inocente, pero para mí, la mención de estrellas era un referente de Josh. No quería a Josh cerca de Alan, ni siquiera figurativamente.

―Oh, ahora sí está viendo muchas estrellitas, ¿verdad, Alan? ―La secundó Andy con un guiño.

― ¡Envidiosos! ―Contestó Alan sonriendo, y raramente sonrojado. La mesa entera empezó a reír a carcajada suelta, incluso Mary rio.

― ¿Qué es eso de las estrellas? ―Pregunté en un murmullo a Alan.

―Luego te enseño, Cosita ―susurró en mi oído antes de un rápido mordisco. El escalofrío que creó, me dio una idea de eso de las ‘estrellitas’.

Después de hacerme estremecer, Alan estiró la mano para capturar la mía, deslizó su meñique entre mi anular y dedo medio. Ese gesto me parecía tan íntimo, tan… natural. Envuelta en su pequeño dedo, pude observar detalles tontos de la familia Duncan: como que Andy tenía una excelente relación con Mark, más cercana que la que tenía con Austin. Que todos tenemos derecho a tener a nuestro preferido y que el hermano preferido de Austin era Alan ―tal vez por lo mucho que ayudo a Mary cuando iniciaba en su rehabilitación―. Aun así, Austin tenía una relación más cercana con Larry que con los hermanos Duncan, de alguna manera era comprensible, él era el responsable que la única mujer de la familia pasara medio año separada de ellos. Amy tenía una relación intachable con su mamá, parecían mejores amigas en vez de madre e hija. En casa de los Duncan los cuatro hijos eran tratados con los mismos derechos y obligaciones, la misma libertad, y el mismo amor. Sobre todo, me di cuenta de que la opinión de los padres era una cuestión muy seria para los cuatro. Una familia muégano al más puro estilo latinoamericano.

Los Duncan tenían una casa hermosa, por dentro y por fuera. Según Alan vivieron momentos difíciles cuando eran pequeños, la fábrica con la que iniciaron en textiles se incendió, y perdieron todo. Aun así, su papá se las arregló para indemnizar a todos los trabajadores y volver a empezar de cero. Tal vez por eso sus hijos eran tan trabajadores, tenían el buen ejemplo de sus padres. Por lo que logré cachar en una que otra conversación, ahora Adam era el que se hacía cargo del negocio familiar, era el único que se interesó, dejó su trabajo anterior donde viajaba mucho ―y del cual conoció a Nic―, y se adentró al mundo de textiles junto a su padre.

Alan comentó que en parte fue por él―: No quiso estar lejos mientras yo batallaba con un bebé ―Adam era como un papá Oso, y veía en mi una amenaza para el menor de los Duncan. 

― ¿Y tú Cosita? ―Paré inmediatamente mi entrada a la casa cuando escuché la pregunta de Adam. El mayor de los Duncan se portaba muy amable conmigo, pero no me engañaba, podía sentir que yo no era su persona favorita.

Supongo que escapando de las garras de mis hermanos ―junto con la contestación de Alan se escucharon un par de golpes, dos ‘auch’, y risas roncas. Los acompañé con una risa ahogada desde la entrada, me recargué a la pared junto a la puerta y puse toda mi atención en no ser descubierta, y en la conversación, por supuesto.

― ¿No te sientes intimidado? Seamos honestos, la mujer es una Cosita, pero una Cosita muuuyyy bonita.

¡Uf! Gracias por el cubetazo de autoestima ―contestó Alan. Volvieron a reír y yo con ellos―. No, en el último de los casos es halagador. Es sexi, inteligente, pero hay algo más profundo en ella, es… perfecta ― ¡Él era perfecto! Era ridículo lo mucho que nos gustábamos.

Alan, te conozco mejor de lo que crees. Soy el mayor… ―el tono juguetón desapareció de la voz de Adam, ahora era todo papá Oso.

Por dos minutos ―lo interrumpió, Alan.

Soy el mayor ―volvió a asegurar Adam. Aunque yo no le gustara, a mí si me gustaba ese hombre, hubiera podido ser un buen litigante―, y solo me meto cuando creo que necesitas en empujoncito para ser como yo ―los dos empezaron a reír contagiándome de su alegría. Fue agradable ser testigo de su hermandad, me recordó mi relación con Nic cuando niñas―. Sé que no la has tenido fácil, y que seguramente eres el más maduro de los cuatro. Ni siquiera Amy con los mellizos ha crecido tanto como tú.

¿Pero? ―Sí, tanto alago a mí tampoco me gustaba.

Pero no creo que sea la mejor idea que te involucres con Christine, tan… tan...

― ¿En serio?

―Sí. Tan en serio.

Después de varios segundos que a mí me parecieron tortuosas horas de un silencio incomodo, Alan contestó―: ¿Por qué no? Te gusta para ti.

¡No seas idiota! Sí me gustara ya estaría con ella… ―<< ¡Ya quisieras!>>, grité en silencio―. Es una mujer enferma –el suelo se convirtió en arena movediza, poco a poco me fui hundiendo.

Sí tuviera esa clase de prejuicios, Adam, no hubiera seguido trabajando con personas enfermas de adicción. Te recuerdo que una persona enferma mató a Cristina. No voy a culpar al mundo de lo que una sola persona hizo. Y me sorprende saber que tú si lo haces, sobre todo por Mary, ella también está enferma ― ¡Auch, directo al corazón! Alan contestó en estado puro de director del centro de adaptación Comunidad Libre, pocas eran las ocasiones que se le escuchaba en modo ‘no me jodas’.

― ¡No! Yo tampoco la estoy culpando.

―Pues eso parece. ¿Por qué no puedo tener una relación con ella? ¿Por qué sufre de la misma enfermedad que el maldito que mató a mi mujer? ¡Está enferma!

―Exacto, Alan, está enferma.

―Las adicciones se pueden curar, Adam, son crónicas, no incurables.

―Sí, Alan, y por si no lo recuerdas, también son recurrentes. En cualquier momento puede recaer. Olvídate de ti, ¿te has puesto a pensar en Alex si eso sucede? Alex se está encariñando de más con ella, si recae, Alex va a estar devastado. Ya es suficiente con crecer sin madre, no le sumes la perdida de otra persona.

¡Oh, Dios!

―Probable, Adam. Que no se te olvide eso; De una probable perdida. Sí decae. Estás hablando en sentido figurado, ¡todo es por un, ‘sí’, por un, ‘tal vez’! Christine es más fuerte que eso, ella no va a recaer.

― ¿Estás seguro? ―No, no podía estar seguro, nadie con esta maldita enfermedad podía estar cien por ciento seguro.

Como pude salí de las arenas movedizas y corrí hacia la playa.