Antes 15
Mi primera cita con el alcohol no fue dramática, fue divertida. Mari y yo nos encerramos en mi habitación para “estudiar” un viernes por la noche. Bailamos, cantamos, reímos como idiotas por una sola copa de vodka. Una copa de vodka basto para que mi relación con el licor se volviera épica. Una relación que creció y desarrolló bajo la excelente supervisión de Josh.
Con el paso del tiempo me impuse reglas que difícilmente rompía. Me mantenían en marcha sin llamar la atención. Me convertí en lo que comúnmente se llama una alcohólica funcional:
Un café irlandés al amanecer.
Un cóctel tatanka en el almuerzo.
Una copa de Dalmore en la cena…
O quizás no solo una… dos, tres si la ocasión lo amerita.
Esas eran las reglas para los días comunes, pero si tenía una “comida” con Josh, las reglas no aplicaban, simplemente desaparecían. Beber parecía natural como respirar junto a Josh, era una usual parte de nuestra relación.
El hecho de que nadie se diera cuenta del exceso a través de mi apariencia se hizo crítico. Por fuera, era una mujer casi angelical; Delgada, con largo cabello rubio oscuro, ojos azul turquesa soñadores, gracias a mis genes las facciones delicadas ayudaban a engañar. Solo si hacías una inspección más cercana, veías el enfermizo perfeccionismo. Todos los detalles tenían que estar impecables para que funcionara la fachada: Manos y pies perfectamente cuidadas, trajes sastre Chanel, zapatos italianos, y tan ordenada en mi trabajo, que difícilmente perdía un clip. En opinión de mis colegas tal vez un poco callada, aunque imparable en corte que es donde más valía.
Organizada, profesional, guapa, fiel, eran unos de los muchos adjetivos con los que fui presentada en el transcurso de los siguientes años. Siempre y cuando no me presentara Vicent Miller, cuando él me presentaba con algún nuevo cliente, solo era: “La novia de Josh, mi hijo. Excelente abogada. Egresada de Stanford”. Fui reducida a tres pequeñas líneas, si mi madre hubiera tenido idea, ¡lo abofeteaba! Para ella yo era mucho más.
El alcohol, aunque es una sustancia peligrosa y dañina para el cuerpo, es aceptada social y tradicionalmente. Tal vez ese fue el pretexto para mi aumento de consumo. No hice caso a la pequeña voz que gritaba bajo la intimidación de mis demonios que el alcohol no deja de ser una droga, que hace perder la conciencia sobre nuestros actos. No tardé en descubrirlo. Me veía en el espejo y me preguntaba: ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿En qué momento se convirtió en un hábito ese maravilloso sentimiento de necesidad? No era consciente de la ocasión en que dejé de ser una bebedora social para cruzar la línea al alcoholismo, fue gradual, despacio. Lo que, si recuerdo, fue mi primer trago de whisky, el líquido ámbar quemó mientras resbalaba por mi garganta, se sintió tan bien, tan correcto, tan protector, tan necesario…
Después de un buen baño de tina con whisky en mano, cantar era mi pasatiempo favorito. No lo hacía mal, se podría decir que era entonada. Canturrear en el club a dos calles de mi casa era lo mejor, sobre todo porque mi cuenta era abierta, y sabían mi dirección. Podía perderme ahí, a la mañana siguiente siempre amanecía en mi cama. Había un piano que me dejaban tocar si no había mucha audiencia. Era reconfortante recordar. Porque, aunque no tenía la gran voz, lo hacía de una manera que me recordaba que tenía corazón.
Aunque reconocía que tenía un problema, no lo resolvía. De hecho, lo empeoraba, porque era más consiente de cada trago y del daño que causaba. Era un círculo vicioso perfecto: beber me causaba culpa; y bebía por la culpa. Perfecto. Era un círculo vicioso perfectamente bien organizado en mi cabeza. Debí parar cuando aparecieron por primera vez pequeños vasos de sangre en mis ojos, cuando el temblor en mis manos dificultó que manejara. En vez de parar, hice mi mayor esfuerzo por ignorarlo.
Después de un tiempo noté que las ausencias de Josh se hacían más grandes, en más repetidas ocasiones. En un rinconcito de mi mente sonaba la pregunta: << ¿Qué haces con él?>>. Una pregunta que respondía bebiendo. Una bandera roja se levantó cuando me acabé una botella de whisky yo sola, fue la noche que me di cuenta de que Josh dormía con alguien más. Siempre lo sospeché, pero nunca fui plenamente consciente de ello o nunca quise serlo.
Nunca lo voy a admitir, pero la manera en como acariciaba mi cuello sin previo aviso, y lo apretaba fuerte y claro para que los demás se enteraran que yo era suya, me excitaba. Era como si avisara: Ella me pertenece. Muy en el fondo me gustaba sentirme dominada por él. Tenía cierta aura de depredador irresistible, sobre todo porque fingía ser un caballero; Rara era la ocasión en que hacia algo al estilo cavernícola o en contra de tú consentimiento. Sabía esperar bien a que tú lo desearas, para que simplemente te tomara.
―Tú eres mía, ¿lo sientes? ―susurraba cada vez que hacíamos el amor, no, más bien cada vez que cogíamos, el amor no tenía nada que ver en el intercambio de fluidos.
Si lo sentí, sobre todo al principio de la relación. No obstante, el tiempo pasa, la inocencia se acaba, la ilusión se destruye. El día que mi cuento ‘por siempre jamás’ se acabó, fue un día que no pude dormir y fui a la oficina para adelantar un poco de trabajo. La oficina debía estar vacía ―eran cerca de las once de la noche―, pero al entrar, lo primero que escuché fue un gemido, de esos que denotan placer. Guiándome por los gemidos fui a dar a la oficina de Vicent, el papá de Josh estaba de viaje, no podía ser él.
Con paso sigiloso llegué a la entrada de la oficina, ni siquiera tuvo la precaución de cerrar la puerta, a vista de cualquiera que entrara, Josh tenía a su asistente acostada en el escritorio con las piernas en el cuello de él. No hubo gritos, no hubo reproches, no hubo lágrimas; Josh me vio, yo levanté la cara unos milímetros y di la media vuelta para ir a trabajar. Su asistente fue transferida a otro departamento. No por mí ni por mi pedido, sino porque Josh consiguió alguien más con quien jugar al abogado y la secretaria.
Tal vez hubiera sido otra cosa si mi cerebro no hubiera estado nublado por el alcohol. Tal vez ahí si hubiera habido gritos, reproches y lágrimas. Algo más que tenía que agradecerle al alcohol. Viendo a la distancia, supongo que no quería afrontar que teníamos un problema. Era más sencillo compartir el viaje por el camino de la destrucción.
Esa noche tomé un baño por horas; necesitaba limpiarme, lavar la piel que Josh había tocado. Desinfectarme de su sabor. Consolar al pobre corazón herido. Terminé con otra botella de whisky vacía en las manos. La pregunta: “¿Qué hago con él?”, iba a continuar, y la iba a responder del mismo modo, ahogándola en alcohol.
Después de un tiempo la pregunta ya no era tan grande, no tan confusa. Solo tenía que agarrar una botella de whisky cuando se ausentaba y ¡listo! Problema resuelto.
Esa fue la primera vez que amanecí tirada en el baño de mi casa y no recordaba como llegué ahí. Me asusté, solo eso, me asusté, pero realmente no me golpeó como hubiera golpeado a una persona que no es adicta. Alguien que no sufre de una enfermedad como la mía, hubiera dicho: ¡Mierda, ¿qué pasa conmigo?! ¡Nunca más!
Yo gateé hasta mi cama y di un buen trago de whisky antes de caer inconsciente nuevamente.
Pasados unos días enfrente a mi amado novio, él acabó la discusión muy a su estilo―: La entrepierna vuelve estúpidos a los hombres. El corazón a las mujeres. No pienses con el corazón, Christine, tú eres más lista.
No, no lo era.
Ahora 16
Asomé solo la cabeza, no quería encontrarme con el príncipe Encantador. Después de verificar que el pasillo estaba vacío corrí hacia el baño. Al abrir me topé con un pecho increíblemente musculoso. Suspiré y me impregné de su aroma, descalza le llegaba justo al corazón. Fue un segundo, pero logré escuchar el retumbar del fuerte musculo, y, con la sorpresa de mi parte, mis labios lograron rozar su piel, el cosquilleo que dejo, fue increíblemente placentero, me los tuve que relamer para poder disfrutar de su sabor.
―Cosita, ¿no sabes tocar? ―Dejé caer la cabeza hacia atrás completamente, era la única manera de poder verlo directo a los ojos.
―Cosota, ¿cuándo van a arreglar el baño en mi habitación? ―Contesté enojada. Eso de ‘Cosita’ no me gustaba nada, ¡me encantaba! Y eso no era una buena señal.
―Cosita, no estamos en Beverly Hills.
Eso me molesto todavía más. Bajé la mirada e intenté controlar mi mal humor―: ¿Me permites pasar? ―Movió su enorme y delicioso cuerpo a un lado dejando solo un pequeño espacio para que pudiera pasar.
―Eres una Cosita ―susurró justo cuando nuestros cuerpos dejaban de rozarse. Mi cuerpo empezó a temblar, por dentro y por fuera, mi interior se humedeció y temí que respirara mi excitación. No sé qué pasaba con este hombre, pero definitivamente no era benéfico para mi salud.
―Estoy descalza ―rezongué justificando mi altura. Algo totalmente ridículo. Ni con zancos podía llegar a su nivel.
―No puedes andar descalza ―el tono de su voz se oscureció, parecía enojado.
―Bueno, pues ando. Dame permiso.
¿Cómo lo hizo? No sé. Solo sé que estaba sobre mis pies y un segundo después, entre sus brazos.
― ¡Bájame! ―Grité, mientras me aferraba a su cuello contradiciendo mis palabras. Cada centímetro de mi piel que rozaba con la suya, se sentía muy bien. Me dejó sobre la taza y por primera vez respiré el aire de las alturas, ahora fue él el que tuvo que hacer la cabeza hacia atrás.
―Puede haber clavos o algo del material que dejan los trabajadores, te puedes lastimar esos piecitos.
― ¿Cuáles trabajadores?
Por un momento la confusión recorrió su expresión, después sonrió recargando su frente en mi abdomen. Mi cuerpo reaccionó como ya era costumbre; Ansias locas de subir mis manos de sus hombros a su cabello y guiarlo para que tomara mi adolorido pecho.
En vez de caer en la tentación, dejé caer los brazos y lo solté. Ahora fue él el que tuvo que pelear contra el instinto, se notó el esfuerzo para soltar mi cintura y dar un paso atrás.
―Hay trabajadores en mi habitación…
― ¿Haciendo?
Otra sonrisa apareció, ¡diablos, que buen espécimen!
―Arreglando mi baño ―fue un susurró, uno muy parecido al de su hijo cuando hacia una travesura.
― ¿Están arreglando tú baño, cuando bien puedes usar este, en vez de empezar con el mío?
No era un reclamó formal, simplemente una sugerencia que iba a ir firmada por toda mi familia para la suya. ¡Y tuvo el descaro de reírse!
―Cosita, tienes que entender. Mis…
―Voy a hablar con los trabajadores.
No iba a permitir que me siguiera torturando, bien podía pagar de mi bolsillo, pero que se acabara el tormento de verlo y no tenerlo.
―No… no puedes ir así ―me sostuvo por la cintura sin dar espacio al movimiento, el agarre era fuerte, casi doloroso.
―Así, ¡¿cómo?!
―Así… ―señaló recorriendo mi cuerpo con la mirada―. Mostrando todo… eso―. ya no había sonrisa en sus ojos, ahora había un horrible y abominable monstruo verde de los celos, y para mi sorpresa, la descontrolada bestia de la lujuria.
El aire se volvió denso, el agarre de sus manos quemó, mi cuerpo vibró, estaba tan cerca, tan apetecible…
―Voy… voy a correr ―alcancé a decir.
―Yo también.
Los dos asentimos al mismo tiempo, creo que los dos estuvimos de acuerdo en que era la única manera de cansar a las bestias.